Magazine AM:PM
Publicidad
Entrevistas Pepe Méndez y la alquimia del Lyceum Pepe Mendez. Foto: Manuel Almenares

Pepe Méndez y la alquimia del Lyceum

Pepe Méndez, Director de la Orquesta del Lyceum, es un hombre que siempre nos da la espalda —en el sentido literal de la palabra— y, como tal, poco le oímos hablar, más allá de lo que su música nos cuenta. La Orquesta ha estado presente en momentos memorables de las salas de concierto habaneras. Es un criterio extendido ese de que, si está la Orquesta del Lyceum, es mejor no perdérselo. Pero… ¿en qué consiste su popularidad? Confiando en que la respuesta al enigma descansa en su director, llego hasta el Oratorio San Felipe Neri, Obrapía esquina Aguiar, en la Habana Vieja, a las dos de la tarde. 

Pepe no ha llegado, le espero dentro del inmueble, un hermoso edificio del siglo XVII restaurado por la Oficina del Historiador de la Ciudad. La sala no tiene ventanas por las que circule el aire. El calor es asfixiante, no lo había sentido así en ninguna otra esquina de La Habana. Pero estoy sola en el Oratorio y aprovecho para descubrirlo: subo al escenario, me acerco al Steinway, corro alguna cortina, logro ver el vitral, que no se distingue desde el auditorio, más allá de los colores difusos. El silencio ininterrumpido de un Oratorio es una experiencia singular.

—Es bello el vitral, sí. —me dice Pepe que se acerca por el pasillo central, junto a Gabriela Rojas, musicóloga del Gabinete y mánager de la Orquesta del Lyceum. 

—¿Por qué entonces interrumpir su vista con ese andamiaje?—aprovecho para responder una duda que me acompaña en cada concierto, en referencia a la pieza de acrílico y metal que reposa sobre los músicos e impide la vista del vitral y la cúpula desde los asientos.

—Es para la acústica, si el sonido entra en esa cúpula demora seis segundos en llegar al auditorio. No nos quedó más remedio que quitarle la vista a todo y vitrales.

El calor seguía ahí. Una entrevista de dos horas no podía hacerse en esas condiciones. Así que nos fuimos hasta la oficina del Gabinete de Patrimonio Musical “Esteban Salas”, en el Colegio de San Gerónimo de La Habana, y entre obras de construcción, hermosos carteles en los muros y algo de aire fresco, nos quedamos hablando por horas.

¿Quién es Pepe?

Pepe es José Antonio Méndez. Natural de Matanzas. Allá estudié todo el nivel elemental y medio. Tengo la suerte de ser hijo de artistas. Mi padre es el director del Coro de Cámara de Matanzas y mi madre la directora de la Compañía de Danza Espiral, de danza contemporánea. Desde chiquitico tuve ese background: ir a los conciertos, a las funciones de danza. Mis vacaciones transcurrían entre sus proyectos. 

¿Tu primera vocación fue la musical?

Realmente lo que yo quería de niño era ser pelotero (risas). Jugaba tercera base del equipo 7-8 de Matanzas. El año de las pruebas para entrar a la EIDE no abrieron plazas y la otra opción disponible era la escuela de arte. Por suerte yo cantaba —esa versatilidad típica de los niños— y la vida me decantó por la segunda opción. 

Me fui entonces a la escuela de arte. Normalmente los instrumentos se empiezan a estudiar desde muy pequeños y a mí la música no me gustaba como para ejercerla de esa forma. Entré a la Escuela Vocacional en Canto Coral, que en teoría es la asignatura más light, porque solamente te dedicas “a cantar”, que es un acto natural, durante cinco años.

Canto coral, la asignatura, deviene en Dirección coral. En mi año no existía tal disciplina en nivel medio y superior, como ahora. Hice los exámenes y aprobé para dar clases en la Escuela Profesional de Música de Matanzas. Mi papá fue mi profesor (risas) y eso trajo muchos conflictos. 

¿Solía ser más exigente contigo que con el resto?

Totalmente. A mis compañeros les pasaba la mano y a mí… con el látigo. Debo decir que era así solamente en la escuela, en la casa mis padres nunca tuvieron que mandarme a estudiar. Pero sí, en la escuela tenía todo más complicado. Nunca tuve ningún privilegio por ser el hijo de mi papá, más allá de haber crecido escuchando el coro y rondando el teatro. 

Ser director de un coro, de una orquesta, es la abstracción total. El método de aprendizaje es frente a dos pianos, es decir, tú delante haciendo una coreografía, nunca te paras delante de un coro ni de una orquesta. Y realmente como uno aprende es haciéndolo. 

En segundo año de Nivel Medio el coro de la escuela se quedó sin directora porque la muchacha que lo dirigía se graduó… y yo quería probar. Nos presentamos varios alumnos como candidatos para el puesto, alumnos de mi padre. Él me dijo que no, que tenía las condiciones pero todavía no estaba preparado. 

Luego, un poco por irle a la contraria, decidí estudiar más profundamente Dirección de Orquesta. La Orquesta de Matanzas en ese entonces la dirigía Enrique Pérez Mesa, el actual Director de la Sinfónica Nacional, y cuando llegué hasta él me dijo: “dentro de dos meses me voy a dirigir la Sinfónica Nacional a La Habana y no tengo a quién dejar aquí, ¿quieres quedarte con la orquesta?, ¡yo sé que no sabes nada! (risas) pero en dos meses te preparo y vas aprendiendo en el camino.” 

Toda mi vida ha sido de eso: casualidades. También hay que estar preparado para cuando llegan las casualidades…pero que justo en ese año no hubiese director para la orquesta y que me hubiesen dado esa oportunidad, no tiene precio. 

¿Cómo fue la primera relación que tuviste con aquellos músicos, en calidad de director?

Empezar a dirigir con músicos incluso mayores que yo, fue difícil. Aprendí muchísimo con ellos, de articulaciones, de fraseo, de la disciplina que debe cumplir una orquesta, de música en general. 

El ser director no solamente implica conocimientos musicales, sino que hay que desdoblarse y hacer de psicólogo de vez en cuando, ser un buen líder, saber cómo tratar a las personas porque ellas son tu único instrumento. Dependes de cuarenta, cincuenta personas, cada una con problemas, con expectativas, individualidades, tristezas y calamidades. Con eso tienes que lidiar, garantizar que todos lleguen al ensayo y se despojen de su vida, se entreguen a ti como si fueran la cuerda de un piano. 

Cada músico de una orquesta es eso: parte de un instrumento. Uno no funciona sin el otro, y cada uno se supedita a las exigencias de la música.

La dirección tiene ese componente humano: lidiar con las personas, ser exigente sin ser un tirano. Alcanzar el punto medio es difícil, sobre todo cuando eres más joven, con 16, 17 años, que quieres botar a todos de los ensayos todo el tiempo, pensando que esa es la mejor solución.

¿Cuándo llegó la decisión de seguir para La Habana?

Terminando el nivel medio llegaron las pruebas para la Universidad de las Artes (ISA). Las hice por ambas carreras: Dirección de Orquesta y Coral. En ese momento, aunque aprobé las dos, tenía que escoger solo una para iniciar y luego, a mitad de la carrera, podía empezar la segunda y llevar ambas. No me dejaban hacerlo desde el inicio. Me decidí por Dirección Coral. Eso sí fue un poco inducido por mi padre, y se lo agradezco porque esta Cátedra en el ISA es muy buena. Comencé siendo alumno de la maestra María Felicia Pérez. En el 2005 me incorporé a Dirección Coral, pero mi inquietud por la otra opción siempre estuvo ahí. 

En aquel momento, desde hacía casi 10 años, no había una orquesta fija, propia del ISA. Y a mí, que venía de trabajar en una orquesta real, volver a la coreografía frente a dos pianos me pareció demoledor. Me decidí, conté los músicos que habían —que eran pocos—, nos apoyamos de gente conocida de la Escuela Nacional de Arte (ENA), pedimos permiso al Decanato y en el 2006 nos dieron el comedor de la escuela (risas) para montar lo que sería la Orquesta del ISA. Teníamos que ensayar después de la comida, que acababa a las ocho de la noche, sin condiciones, sin atriles, y reacomodar todo para que al otro día estuviera intacto el comedor. Pero logramos reunir dieciocho músicos, que era bastante para lo que habíamos ideado. 

Casualmente —otra casualidad— en el 2006 se cumplían 250 años del natalicio de Mozart, y el director del Mozarteum de Salzburgo vino a La Habana para develar una estatua en honor al compositor, frente a la Basílica de San Francisco de Asís, en la galería Carmen Montilla.

Dentro de la agenda cultural que tenía estaba anotada la visita a la orquesta de la Universidad de las Artes de Cuba, que en ese momento eran aquellos 18 muchachos que ensayaban en el comedor. Luego de presenciar nuestro trabajo, el señor preguntó cómo podía ayudarnos. Ulises Hernández, que estaba en la delegación, y la decana en aquel momento, Vivian Ruiz, le pidieron apoyo para crear una orquesta como debía ser, pues lo que teníamos era solo un esbozo.

Gracias a la Fundación Mozarteum, luego de dos años de negociaciones, en el 2009 se crea la Orquesta Sinfónica del ISA, adjunta al Lyceum Mozartiano de La Habana, en San Felipe Neri. Se pensó para que fuera una asignatura más de los estudiantes, porque nuestras escuelas de arte tienen una formación muy buena, pero solo para crear solistas. Nadie te prepara para tocar en orquestas [sinfónicas] ni para tocar música de cámara. Entonces, al final, cuando te gradúas, con muy buena suerte vas a vivir —lo que llamamos literalmente vivir— gracias a tocar en una orquesta. Como solistas, casi nadie se gana la vida. 

O dejas todo eso y te vas a hacer «sopa», como le dicen.

Exacto, o música popular. Es el camino de muchos y no está mal. Ni siquiera es más o menos difícil tocar en una orquesta que buscarte la vida tocando solo, es simplemente diferente. Entonces, logramos que la Universidad de las Artes incluyera la asignatura de Orquesta. 

Ese fue el primer logro grande, creo, marcar el inicio.

Y yo, como estudiante que ni siquiera estaba inscrito en la carrera, fui escogido como el director de aquella que nacía. Eso trajo muchos problemas, sobre todo trabas burocráticas. Si hubiese ocupado una plaza en la Cátedra de Dirección de Orquesta tal vez hubiese sido un poco más fácil, pero yo seguía en Canto Coral.

A partir de 2009 empezaron a venir a Cuba profesores del Mozarteum, y yo comencé a trabajar con ellos, a dar clases de Dirección de Orquesta, antes, incluso, que en la cátedra del ISA, y gracias a eso tuve la oportunidad de irme a estudiar a Salzburgo. Hice dos cursos de verano con Jorge Rotter, director argentino nacionalizado alemán, y tuve la suerte de hacer dos cursos en Universidades de Estados Unidos: el Carnegie Mellon School of Music, en Pittsburgh, y en el Jacobs School of Music en la Universidad de Indiana, que es uno de los mejores conservatorios de los EE.UU.

¿Todo esto fue antes de graduarte del ISA?

Sí. Antes de mi culminación de estudios. Seis meses cada curso. Todo esto fue bajo la tutela Ronald Zollman, director de la Filarmónica de Praga por mucho tiempo y al cual le debo la mayor parte de mis conocimientos, junto a María Felicia Pérez, mi profesora, con quien tenía mucha química porque estudió con mi padre en Alemania, y eran mejores amigos de toda la vida, así que quedamos en familia.

Cuando a partir de cuarto año me dejaron hacer las dos carreras, empecé a estudiar Dirección de Orquesta con Jorge López Marín, que también tiene una formación europea así que, más o menos, todo siguió en la misma cuerda. Tuve que hacer el ISA, en vez de en cinco años, en seis. Bastante. 

¿Crees que ha sido decisivo en tu carrera poder salir del país, a Europa y EE. UU., para estudiar?

En Cuba hay mucho talento, sobre todo en ese momento habían muy buenos profesores, pero estamos desactualizados, un poco fuera de lo que está pasando en el mundo.

Justamente esa era una de mis preguntas. Recuerdo en una entrevista al director italiano Emmanuele Quaranta, que me comentaba que en un momento determinado las orquestas cubanas fueron muy relevantes en la palestra internacional pero que a partir de los ochenta se fueron estancando. Supuse entonces que era eso, que la Academia cubana no había seguido el ritmo del mundo.

Es eso. Que el programa está muy alejado de las nuevas formas de enseñanza. En la universidad Mozarteum de Salzburgo, donde yo estudié, que es una de las universidades de música más reconocidas en Europa y, por tanto, tiene métodos muy avanzados, hay estudiando 200 violinistas, solo para Orchestral Performance. Y solo cuatro en toda la universidad serán solistas —máquinas, tocan perfecto—. Se estudia para tocar en orquestas, y eso tiene un saldo al final. 

En Cuba hubo momentos en que las orquestas fueron muy buenas, desde los tiempos de la Filarmónica de La Habana, fundada en 1928 hasta el ’58. A Cuba venían los mejores músicos del mundo, el circuito era: Teatro Colón de Buenos Aires, Teatro Amadeo Roldán, de La Habana, y Carnegie Hall, de New York. Estamos hablando de Igor Malkevich, solistas como Óistraj, Stravinski, en fin, Cuba era paso obligado y no por azar, sino porque en el siglo XIX dio algunos de los mejores músicos del continente. Quién sabe por qué en una isla como esta hubo esa explosión de las artes. Solo sé que muchos de los mejores músicos latinoamericanos del siglo XIX, son cubanos. También es cierto que todos estudiaron en Europa, pero cubanos al fin.

Pepe Mendez. Foto: Manuel Almenares

Pepe Méndez. Foto: Manuel Almenares

¿Crees que haya solución para, de alguna forma, recuperar el tiempo perdido?, ¿alguna forma de reincorporarse a lo mejor de la palestra internacional?

La solución es hacer esto que empezamos con el ISA, pero desde el nivel elemental. Es la única solución real. Desde que los niños tienen seis, siete años, enseñarles a tocar desde la orquesta, que aprendan a escuchar a su compañero, a trabajar en conjunto, porque el individualismo de los solistas trae muchos vicios a la hora de acoplarse al resto. Es como un equipo de fútbol, no vale de nada que tengas las once mejores estrellas del mundo, a veces es hasta peor.

Lo que hay que lograr es que cada uno ponga su poco de sonido para lograr un sonido común, que al final es lo que define a la orquesta: un solo sonido, un solo instrumento.

¿Los músicos que componen la Orquesta del Lyceum ahora mismo, son en su mayoría estudiantes del ISA?

Graduados del ISA que hicieron sus estudios con nosotros. Antes lo que pasaba era eso, que se graduaban y no podían seguir en la orquesta desarrollando todo lo que habían aprendido. Tuvimos la suerte, gracias al Mozarteum, de que muchos de esos músicos fueran a estudiar a Europa y entonces regresaban con ese bagaje. No es lo mismo tener un profesor extranjero en La Habana que estar en un lugar donde se respira música clásica. Muchas grandes orquestas son asequibles, uno mismo está tocando constantemente en ellas. La idea era que, al regresar, el resto bebiera de lo que ellos habían aprendido. 

Entonces imagínate, cuando se graduaban ya no podían seguir con nosotros y eso interrumpía todo el proceso. Los mandaban a dar clases de Solfeo o de Historia de la Música a cualquier lugar. Desperdicio de talento, de tiempo y de dinero. Entonces buscamos soluciones, ¿por qué no crear un espacio donde los músicos sigan trabajando de la misma manera? Y con el apoyo de la Oficina del Historiador de la Ciudad surge la Orquesta del Lyceum de La Habana, como un ente aparte de la Orquesta del ISA, donde los estudiantes más aventajados hacen su práctica pre-profesional, sin dejar la Orquesta del ISA.

¿Quiere decir, a ver si entendí, que la Orquesta del ISA sigue funcionando?

Sí, ahora mismo a duras penas. Después de la pandemia todo fue complicado. Hubo que recortar los planes de estudio. La Orquesta se vio disminuida en estudiantes y horas de ensayos. Le hicimos entender a los directivos del ISA que para poder tener una orquesta —aunque parezca obvio— necesitas gente, necesitas estudiantes. Es increíble que en el ISA haya cuatro estudiantes de violín, de los cinco años de carrera. Así no puedes hacer una sesión de cuerdas, no hablo ya de calidad, sino de matemática básica. Lo mínimo que puede tener una orquesta son doce violines. 

¿Pero qué ha pasado con los estudiantes de música del ISA?

Bueno, primero el éxodo masivo que nos ha dejado sin músicos en todas partes, no solo en la Orquesta. Y luego que el Ministerio de Educación Superior hizo un convenio con el Ministerio del Trabajo y permitió a los estudiantes de nivel superior, trabajar. La mayoría de los trabajos son de tiempo completo y los estudiantes se plantean lo entendible: o estudias o trabajas. Es una falacia que puedas ser estudiante regular del ISA, con clases de 8:00 am a 4:00 pm, y trabajar. Tiene que ser por encuentros. Luego, todos quieren entrar al ISA directamente por curso para trabajadores y con ellos no se puede armar la orquesta, porque no tienen la sistematicidad que se necesita para ello. No funciona ensayar una vez al mes.

¿Qué tiempo lleva activa la Orquesta del Lyceum, propiamente dicha?

Desde el 2016. Treinta músicos sponsoreados por la Oficina del Historiador de la Ciudad. Ellos mismos tienen un rigor de estudio alto. Usualmente, cuando los músicos empiezan a trabajar dejan de estudiar, pero es necesario que los de la Orquesta sigan estudiando, porque nosotros hacemos continuas audiciones y el que no rinda lo suficiente sabe que tiene personas fuera que esperan para entrar. La trayectoria y el mérito han hecho que se mantenga la disciplina y la calidad. 

He visto que ocurre mucho, supongo que por la falta de músicos en todos lados, que se repiten los instrumentistas en varias orquestas. A veces veo algunos en el Lyceum que luego veo con Guido López-Gavilán, con Daiana García, y así sucesivamente.

Sí, es eso. Son pocos y necesitan varios trabajos para sobrevivir. Por eso tenemos la iniciativa, que debe empezar este año, en septiembre, de crear unos talleres orquestales para jóvenes de nivel medio. Para ello contamos con el apoyo del Fondo de Arte Joven (FAJ), de la Oficina del Historiador de la Ciudad y del Balthasar Neumann Ensamble que va a enviar, al menos siete veces al año, profesores para trabajar con estos muchachos.

Teníamos la idea de empezar este proyecto con ocho muchachos este año, y se presentaron casi cincuenta a la audición. Superaron nuestra expectativa. Muchos son realmente buenos, así que decidimos empezar con doce. 

Creo que, a pesar de ser la música clásica históricamente consumida por minorías, la Orquesta del Lyceum ha logrado cierta popularidad entre el público cubano. Mucha gente conoce a la Orquesta, los conciertos se llenan, reconocen a su director, lo asocian con muchos buenos conciertos. ¿Qué factores crees que se han engranado para que la Orquesta del Lyceum sea popularmente conocida como la mejor de las orquestas activas?

Hay varios factores para mantener un público fiel y para hacerlo crecer. Importante ha sido la visibilidad que le ha dado el Lyceum Mozartiano de La Habana, con el apoyo de la Oficina del Historiador, de Eusebio Leal que fue un visionario y apoyó la idea de la Orquesta en todo momento. 

Yo no distingo entre música popular, clásica y demás. Para mí hay buena o mala música. Creo que ha influido que nosotros también hemos hecho música popular y eso te amplía el espectro del público. Cuando te ven tocando a los Van Van, otro público se acerca a consumir esa música que sigue estando en un formato clásico, pero es más cercana. 

Aunque uno no lo crea, la música clásica está incorporada a nuestro sistema, a nuestro aprendizaje: todos vimos Tom y Jerry, Bugs Bunny, Elpidio Valdés, la música que tarareábamos de esos muñequitos es tocada por buenísimas orquestas sinfónicas. O cuando veías De la Gran Escena y tarareabas el inicio, y no decías “oh, el concierto para piano de Chaikovski” sino que decías “oh, la música de De la Gran Escena”. En fin, está en nuestro subconsciente, las personas no lo consumen porque no lo tienen, o porque no saben que lo tienen. No se le da suficiente promoción y no se conoce lo que es asequible… y esos privilegios no son muy comunes en el mundo.

Exacto, de pronto te encuentras un sábado a Rolando Villazón cantando en San Felipe Neri, a diez pesos cubanos la entrada, luego de haber cantado en La Scala y haber cobrado 300 dólares por persona.

Exactamente, y el lugar apenas se llena (risas). Es un problema más de comunicación que de otras cosas, creo. Las personas consumen lo que tú quieres que consuman. Es cierto que a todo el mundo no le gusta pero estamos convencidos de que nuestro público más fiel es solo un pequeño por ciento de los que pudieran llegar si conocieran el prolífico programa de nuestros conciertos habituales. Eso sin contar que la gente tiene sus propios problemas, tan agotadores, y que no tienen tiempo ni ganas de venir a San Felipe Neri un sábado a las cuatro de la tarde, más el transporte, el calor, la vida diaria.

En algún momento de la vida se hizo un esfuerzo notable en las políticas culturales para lograr productos de calidad. De hecho, la Revolución invirtió mucho dinero en lo que es educación, salud, deporte y cultura, porque eso al final es la cara de un país ante el mundo. Tal vez no conozcan el PIB, pero recordarán nombres de artistas, de deportistas, y es una pena que en los últimos tiempos eso no forme parte de las prioridades. 

¿Los ayudan desde el Mozarteum con instrumentos para la Orquesta?

Sí, muchísimo. Aquí no se produce ningún accesorio para música, los únicos instrumentos que se fabrican en Cuba son guitarras, tres, instrumentos de percusión, pero nada para música clásica. Antes se hacían violines en Camagüey, ya ni eso. Todos los instrumentos y accesorios tienen que venir del extranjero sí o sí. El Ministerio de Cultura recibe donaciones pero son insuficientes. Gracias al Mozarteum, a la Balthasar Neumann, se han donado instrumentos realmente muy caros, accesorios como cuerdas, piano, tenemos un tremendo Steinway.

Tal vez es ese otro factor para que vean la música clásica elitista, excluyente. Un instrumento profesional lo menos que puede costar son 10 mil euros. Un violín puede costar 60, 70 mil. Un juego de tímpani cuesta 50 mil. No es lo mismo cuando estás en un septeto y necesitas una guitarra, que lo más que puede costar es… mil euros, no sé. 

Imagino que las grandes orquestas tampoco se puedan autoabastecer, sino que necesitan de asociaciones, de privados.

Ninguna orquesta en el mundo es pagada solamente por el Estado. Ninguna. Todas viven del apoyo de instituciones privadas. Cuando vas a la Filarmónica de New York, el programa de cada concierto es un libro voluminoso, de la mitad para atrás tienen que anunciar a las personas que donan desde cincuenta dólares hasta las que dan 500 mil, con la misma tipografía y tamaño. Arial 12 para todas. (risas)

No hay forma de autosustentarse: ni cobrando muy cara la entrada, ni vendiendo discos o videos. Ese dinero no tiene retorno, a no ser en contenido social.

Creo que son estas razones las que hacen que se siga viendo como un género elitista, pero eso en la actualidad ha cambiado mucho, desde las plataformas gratuitas donde se puede consumir muy buena música, con las mejores grabaciones, hasta conciertos abiertos, programas especiales, becas de estudio, etcétera. 

Bueno, cuéntame un poco sobre los logros “transnacionales” de la Orquesta del Lyceum, que no son pocos. 

Desde el 2009 que se fundó la Orquesta Sinfónica del ISA, adjunta al Lyceum Mozartiano de La Habana, tuvimos la suerte de poder grabar muchos discos de música contemporánea cubana. Siempre nos criticaron que solo tocábamos a Mozart, Beethoven y Brahms. Motivados por eso, comenzamos a grabar nuestra música, sobre todo los compositores del Grupo de Renovación Musical. Gracias al Maestro Ulises Hernández y a la disquera Colibrí, hicimos un ciclo de seis discos sobre los integrantes del Grupo: Argeliers León, Harold Gramatges, Edgardo Martín, Gisela Hernández y otros. Grupo que, además, era muy cercano a Orígenes, fueron compositores que empezaron a componer de una manera diferente y tuvimos la suerte de hacer este primer ciclo con su música. El proyecto trajo muchos premios Cubadisco: Premio Cubadisco de Música de Cámara y de Concierto, desde el 2010 hasta el 2014. Realmente para la Orquesta fue una sorpresa total que nuestros primeros discos fueran tan reconocidos por los expertos. El primero, dedicado a Argeliers León, fue el Premio Especial Cubadisco 2010.

¿Dónde grabaron?

El primero fue en el Amadeo Roldán, de las últimas cosas que se hicieron allí. Luego en los Estudios Abdala, y luego nos mudamos completamente a San Felipe Neri, que tiene una acústica espectacular para las grabaciones. Tuvimos la suerte de que Miriam Escudero, directora del Gabinete de Patrimonio Musical “Esteban Salas”, escogiera a la Orquesta del Lyceum para hacer la primera grabación mundial de música de compositores cubanos de finales del Siglo XVIII y principios del XIX, como Cayetano Pagueras, Esteban Salas y Juan París, música que nunca se había vuelto a hacer luego de 200 años, y que se redescubrieron y se reeditaron sus partituras. Tener la oportunidad de grabar esta música, ser las primeras personas en dos siglos en tocarla… estrenar o reestrenar una obra para nosotros es siempre un orgullo. Uno está acostumbrado a escuchar la 5ta Sinfonía de Beethoven en 200 grabaciones diferentes, pero ser tú el referente de una obra para el futuro es una gran responsabilidad… y un honor tremendo. 

Resultó entonces que, por huirle a las acusaciones de “elitismo” musical, pasamos a solo grabar música cubana, desde el Siglo XVII hasta el XX, y mucha música popular: grabamos con César López, con los Van Van, con Manolito Simonet, y otros. Hasta que nos invitan a Salzburgo, a tocar en la semana de Mozart, en enero de 2015. Un festival donde se presentan las mejores orquestas del mundo. Fuimos a tocar —tuvimos la suerte de que Niurka González fuera la solista invitada— el día principal del Festival, 27 de enero, día del nacimiento de Mozart, y fuimos el último concierto —de seis—, que es el principal. Fue un éxito total. Tocamos Mozart, por supuesto, y cerramos con música cubana: compositores nuestros como Jenny Peña, Guido López-Gavilán y Carlos Fariñas.

Los austríacos no se paran a aplaudir por nadie, es como una prueba de fuego, y ver 700 personas de pie tratando de aplaudir con la clave cubana, con el mismo entusiasmo que aplaudieron Mozart, fue el punto de inflexión para nuestra trayectoria. Al menos para mí, es un antes y un después.

La mezcla de música clásica y música cubana no la inventamos nosotros, siempre los músicos cubanos se han caracterizado por ser súper versátiles y es algo que a los extranjeros le cuesta mucho entender: un músico que puede tocar realmente bien a Brahms y a Chaikovski y luego un danzón, un chachachá y de paso, improvisar. Eso para los músicos de orquesta en el mundo es totalmente out of mind porque se educan en la academia. 

Luego de esto nos invitan al Encuentro de Jóvenes Pianistas de Cuba y pudimos acompañar a Simone Dinnerstein, una pianista norteamericana que justo había ganado varios premios con un disco sobre las variaciones Goldberg de Bach. Se quedó tan a gusto con el nivel de la orquesta que me dijo de hacer un disco con los conciertos para piano de Mozart, el 21 y el 23, y que la disquera iba a ser Sony. Uno que ha escuchado tantas veces promesas así y que usualmente se quedan en el aire, pues ni lo cree (risas). Recuerdo que nos dijo “yo soy judía y cuando los judíos decimos algo, lo cumplimos”. Nos olvidamos de aquello, el tiempo pasó… y se hizo realidad. La Sony Classical de New York accedió a grabar en Cuba, en nuestro San Felipe Neri, y organizaron una gira por toda la costa este de EE.UU., Filadelfia, New York, Washington, Maryland, Miami, Boston. Nadie se lo podía creer: una orquesta de jóvenes cubanos, con solo seis años de vida, siendo en teoría amateurs porque muchos eran estudiantes, lograr un disco que estuviese en el número uno de los charts de los Billboards Classics… es una experiencia difícil de narrar.

Pepe Mendez. Foto: Manuel Almenares

Pepe Méndez. Foto: Manuel Almenares

¿Qué pasó, luego de culminada la gira, siguió la relación con Sony?

Es un tema muy complejo. ¿Qué es lo que pasa con una súper disquera como Sony? El temor de un músico a la hora de cederle los derechos universales: hay cosas que van a publicitar porque les interesa, hay otras que se van a quedar engavetadas y ni siquiera tú podrás acceder a ellas. Por eso ahora los músicos luchan más por tener los derechos de su obra. Gracias a las plataformas digitales tú mismo puedes defenderla.

Tuvimos, además, problemas con las ganancias del disco por culpa del bloqueo norteamericano, que es un hecho. Descubrimos que el disco estuvo incluso en los aviones de Lufthansa, durante cinco años, nosotros mismos lo vimos ahí. Eso significa mucho dinero. Yo tengo una aplicación que me muestra el dinero que genera el disco (risas). Pues ese dinero la Sony se queda con él, porque no tenemos vías legales para hacerlo llegar. De hecho para hacer esta gira de la que hablo tuvimos que pedir permiso incluso a la OFAC. 

Gracias a todo esto, nos invitan a tocar al Kennedy Center, una de las mejores salas de concierto del mundo. Ellos no nos pidieron música cubana, que fue un estímulo en el sentido de que, fuera del cliché de músicos cubanos tocando salsa, tocamos bien la música clásica, se nos reconoce por ello y podemos llevarla a escenarios y festivales internacionales, aunque lo acompañes luego de música popular porque a la gente sí le gusta. Para mí es un gran logro que nos sigan invitando como orquesta de música clásica, al nivel de cualquier buena orquesta en el mundo.

Cuéntame un poco de la relación con Sarah Willis, la cornista alemana, y el disco Mozart  y Mambo, que ha dado mucho de qué hablar.

En 2018 tuvimos la suerte de que a Sarah le haya dado por venir a Cuba para bailar salsa y bañarse en la playa (risas). Estaba en un concierto en Miami y un amigo le dijo que se llegara a Cuba y conociera a un amigo que tenían en común —yo— y ellos le pagaban todo, tres días, la única condición fue que se pasara un día dando clases a los cornistas. Ella pensó que ese era tremendo negocio, que no tendría mucho que hacer y llegó a tomar mojito con gastos pagos. El día que le tocó la clase se encontró con sesenta cornistas esperándola y concluyó que algo estaba mal aquí (risas).

Se enamoró de Cuba. No fue ningún día a la playa, aunque sí bailó salsa y tomó mojito. Prometió regresar en tres meses para dar clases voluntariamente y para escuchar un concierto de la Orquesta. Regresó justamente en el Festival Mozart —otra cosa que le agradecemos al Mozarteum, tener nuestro propio festival—y enseguida me dijo que quería grabar un disco en la Deutsche Grammophon. “Tú estás segura de lo que estás diciendo”, solo atiné a decir eso. “Segura, otros seguramente van a tocar mejor que ustedes, pero sin pasión” (risas) “y quiero que hagamos algo de música cubana, que me gusta mucho bailar.”

Fue así que nació la idea de Mozart y Mambo. Que en realidad escogimos el Mambo por la musicalidad del título; estuvimos horas debatiendo si Mozart y Salsa, Mozart y Chachachá, pero definitivamente tenía que ser mambo. Gracias a Sarah y a la disquera Alfa pudimos hacer estos tres discos, el último va a salir próximamente y tiene otros cuatro músicos de la Filarmónica de Berlín.

Mozart y Mambo I estuvo en las primeras listas de música clásica durante cuatro meses seguidos. El segundo disco está ahora mismo en los aviones de Lufthansa (risas) así que… más dinero virtual. Gracias a ello pusimos en contacto a la disquera Alfa, que tiene sus propias plataformas de distribución, con el Instituto Cubano de la Música y con Colibrí. Así lograron un convenio para que mucha de la música clásica que se graba aquí ellos la distribuyan. 

Y si de todas esas historias tienes que mencionar algún concierto en especial que haya quedado en tu memoria emotiva, ¿cuál sería?

Cuando hicimos las tres versiones sinfónicas de Julián Orbón, en el 2014, justo antes del Festival Mozart Habana. A mí siempre me interesó rescatar música que se toque poco, y nos encontramos con este compositor cubano-español que estuvo mucho tiempo censurado en Cuba por su disenso con el proceso revolucionario. Murió en Miami, hizo toda su vida en EE.UU. No se conoce acá. Pues la Filarmónica de Viena en el 2013, en el Carnegie Hall, tocó la música de ese cubano olvidado. 

Nos dimos a la tarea, junto a Ulises y el Lyceum, de rescatar la música de Julián Orbón y tuvimos las tres versiones sinfónicas para tocarlas en Cuba. Una obra exquisita, ganadora de muchísimos premios de composición en el ‘54, con Héctor Villalobos y Aaron Copland en el jurado, que luego serían sus profesores… un concierto que nunca olvidaré. Hacer real la música de un compositor que se sentía cubano y que quitamos de los libros —por suerte ya se volvió a poner—, poder mostrar algo tan nuestro y tan bueno, para mí fue una alegría total.

Pues no puedo irme sin hablar del motivo que me trajo hasta aquí, luego de tanto tiempo siguiendo el trabajo de la Orquesta: Ancestros Sinfónico. Cuéntame de esa experiencia.

Cuando X Alfonso me contactó en diciembre del año pasado, “oye, no sé si has escuchado el disco de Ancestros Sinfónico”, del cual me invitaron a ser parte de la primera escucha pero lamentablemente no estaba en Cuba, yo no lo había escuchado. “Pues te lo tengo que mandar porque queremos hacerlo en vivo y es un trabajo en el que llevo dos años ya… y está nominado a los Grammy. Quisiera mucho hacerlo en Cuba como regalo para mis padres”. Y yo, bueno, encantadísimo, más que cualquier Grammy es hacer la música con la que crecí.

Lo más complicado era la cantidad de personas que involucraba. Él escribió para una Orquesta Sinfónica grande,  de a cuatro. Imagina (risas), cuatro flautas, cuatro trombones, cuatro cornos, es decir, todo súper macro. Y en Cuba no hay músicos para llegar a eso… ya no estoy hablando de calidad, es que no los hay. 

Lo otro complicado era llevar a papel la música que X grabó. Él grabó todo de oído, sin escribir una nota en partituras, y las orquestas tienen que leer música para el concierto. Pepe Gavilondo hizo la transcripción… que de verdad es una tarea titánica, transcribir todo un disco, instrumento por instrumento… sin palabras.

¿Qué tiempo le llevó hacer eso?

Eso llevó desde febrero hasta mayo. De hecho, una semana antes del concierto estábamos todavía transcribiendo. Es mucho tiempo. Luego lo complicado era la parte rítmica, porque X se basó en todo el universo sonoro de Síntesis y lo trató de llevar a formato clásico, con toda la polirritmia que tiene, música escrita de otra manera… Al ser transcrita en la notación occidental, que es la forma que conocemos, la música africana, cantos y toques que no tienen notación prácticamente, puede ser muy peligroso porque se puede convertir en sinfonía “a lo Mozart”, aunque conserve los ritmos. Entonces, la necesidad de ese sabor extra, de ese swing, era un poco el temor. En un momento le dije a X “compadre, pero esta es la música que ustedes llevan haciendo toda la vida, no necesitan de mí”, y recuerdo que X me dijo “pues no, nosotros nos vamos a guiar solo por ti así que todo lo que pase bueno y malo, va a ser tu culpa” (risas). 

Ellos súper disciplinados, esperando a que yo los guiara… ellos que son Maestros.

Desde el público se veían emocionados.

Estaban muy felices de que aquello se estuviera materializando. Dos mil personas en el público.Sobre todo el viernes, había una energía tremenda…el primer concierto tiene, además de errores,  la tensión del estreno. No es usual que antes de empezar, el público empiece a aplaudir.  

Yo le agradezco inmensamente a X —por favor, asegúrate de poner esto en la entrevista— y a Síntesis por hacernos parte de este proyecto. No sé si en doscientos años se va a tocar nuevamente pero si se hace, estaremos nosotros ahí y eso, perdurar en el tiempo, es casi el alimento del artista. 

Agradecido con ellos, con todos y cada uno de los músicos de la Orquesta por hacer realidad tanta música y con ella, mis propios sueños.  Yo no soy nada sin los músicos. Si un músico tiene problemas para buscarse la vida se para en una esquina con su violín y alguna moneda le tirarán, yo sin los músicos no soy nada más que un loco moviendo las manos. Así que aprovecho para eso, para agradecer a todas las personas que han hecho tanto para que la Orquesta del Lyceum de La Habana exista.

Adriana Fonte Más publicaciones

Deja un comentario

Ver comentarios publicados
  1. Carlos Ele Alfonso dice:

    Maravillosa entrevista Nuestro agradecimiento y admiración para Pepito Méndez increíble músico y director . Fue un honor trabajar con el y su maravillosa orquesta y demás músicos implicados le deseamos mucha salud y éxitos

  2. José Félix León dice:

    Gracias por la entrevista. Soy cubano y casi conozco mejor la trayectoria de Simone Dinerstein que la de Pepe Méndez. De hecho no sabía qué escribir sobre él en la nota que hice de Mozart in Havana. Fue una sorpresa encontrar ese disco y escucharlo en Europa: gracias.

Ver comentarios publicados

También te sugerimos