
Los años del casete en Cuba
A fines de la década de los 80 (de un siglo que ya se fue) recuerdo haber ido a uno de esos hoteles que bordean las avenidas cercanas al mar en el municipio Playa a buscar un par de casetes que mandaba un amigo de la familia desde esa especie de nación tan ficticia como tan real, ese lugar que a toda una generación le sonaba a sitio prohibido y mágico a la vez y que respondía al nombre abarcador y altisonante de el extranjero. (¿De dónde sacaste los zapatos esos? o ¿…y ese pulóver tan lindo? eran preguntas que se respondían de una manera simple y clásica: Me los trajeron de afuera o Me los mandaron del extranjero).
Las cintas en cuestión tenían como común denominador la peculiaridad de que eran de Los Beatles. De fábrica, no versiones pirateadas. A saber: Sergeant Pepper´s Lonely Hearts Club Band y 20 Greatest Hits. Aún poseían ese olor peculiar a vuelo reciente de avión, a primer mundo pleno de invierno y a hojas caídas en parques desiertos. El Sergeant Pepper traía hasta un folleto impreso con las letras de las canciones. Sin entrar en consideraciones de que este material discográfico era, al parecer, demasiado sofisticado para los oídos de un adolescente (demoré años en asimilar y degustar la capacidad sónica y altamente experimental de ese disco de 1967), vayamos al hecho de que ese mismo adolescente (que era yo) descubría entonces que existían casetes con alta calidad de sonido y prístinas ecualizaciones, a años luz de las cintas ORWO que comercializaba el Estado cubano por esas fechas.
La ORWO tenía sus oficinas centrales en la RDA y sus productos (por lo menos, los que llegaban a las tiendas cubanas) poseían en general muy baja calidad. El sonido era pésimo y las cintas tendían a enredarse. En esta época comenzaban a aparecer casetes de calidad superior (Pioneer, TDK, Sony) pero no estaban al alcance de todos pues procedían de ese sitio “mágico y prohibido” al cual ya se ha hecho referencia.
Mis padres solían llenar el espacio de sus casetes (30 minutos por cada cara; nunca vi un ORWO de 90 minutos) con grabaciones tomadas directamente de las ondas de radioemisoras cubanas que —en un país donde la música foránea era tan difícil de conseguir y la nacional dependía de la veleidad de los pocos sellos de grabación disponibles y de las políticas culturales del momento— era una de las pocas formas de obtener música.
El mismo Estado daba rienda suelta a este tipo de grabaciones: muchos programas musicales tenían espacios de música continua dispuestos de esa manera para poder grabar domésticamente (el programa de Radio Progreso Juventud 2000 tenía —y aún tiene— una hora los sábados destinada a un concierto, antes del cual recomiendan a los radioyentes que alisten sus dispositivos de grabación). En la década de los 80, los ORWO de mis padres estaban llenos de tonadas y canciones emitidas en el programa Nocturno, básicamente. Muchas veces no se podía entender la letra de las canciones, por la mala calidad de grabación que resultaba de aquellas cintas de bajo costo.

Amo los casetes
José Antonio Quesada Abreu23.07.2019Estas canciones, tomadas de programas transmitidos en distintos días y frecuencias radiales, fueron la banda sonora de la niñez de muchos cubanos. El Spotify de una época, podría decirse. La voz del locutor, que solía hablar encima de la canción para aclarar título e intérprete, le prestaba más absurdo y un simpático aire de piratería a esas musiquillas de la supuesta década prodigiosa, epíteto mal usado la mayor parte de las veces porque, en realidad, fue un período de tiempo bastante que cubrió desde 1963 hasta 1979.
Era muy común hacer mixtapes, para uso propio y para amigos, siguiendo criterios de calidad nunca demasiado personales; no había mucho para escoger más allá de la música ofrecida por los canales oficiales y alguna que otra grabación conseguida, en aquellos días de buen tiempo que propiciaban la recepción radial más diáfana, de emisoras del Norte revuelto, brutal, musical.
Para los artistas nacionales teníamos una floreciente industria de vinilo que ofertaba una variada selección de discos a precio bastante asequible. Las discografías de Silvio Rodríguez, Los Van Van, Pablo Milanés, Amaury Pérez y un largo etcétera de músicos y bandas se hallaba disponible en ese formato.
Pero la cultura del casete, con su tamaño más discreto y su facilidad para la grabación y reproducción de la música con respecto al viejo formato, llegó para desplazar al vinilo como manera preponderante de almacenar música. Tenía como ventajas mayor capacidad en minutos de almacenamiento y la posibilidad de reutilizarse múltiples veces, modificando su contenido a capricho del propietario. Su menor tamaño físico hacía menos engorroso el proceso de transportación, además de ocupar menos espacio en las estanterías. En Cuba, los discos compactos no le hicieron competencia seria a esta cultura de la cinta hasta ya entrado el nuevo milenio, cuando comenzaron a comercializarse en la Isla numerosos CD vírgenes, listos para grabar la música que uno deseara con calidad claramente superior al formato del casete; y con capacidades de almacenamiento iguales o a veces superiores.

De cuando el diseño analógico se encontró con el CD
Frank Arbelo04.02.2022Cuando en los 90 finalmente hicieron su aparición cintas de mejor calidad en las tiendas cubanas a precios bastante asequibles, surgieron también los emprendedores que, por un precio fijado (10 pesos usualmente), grababan la cinta a petición del cliente. A mediados de la década, el negocio se movió hacia las toleradas ferias callejeras de artesanía. En las situadas en la calle Reina o la que había frente al Pabellón Cuba podías encontrar casetes con música de una amplia selección internacional a tres dólares la cinta (aún no se habían estrenado los CUC y la moneda del enemigo iba de mano en mano mientras fluctuaba locamente de precio. ¿Les suena?). La calidad era buena; las portadas, fotocopias decentes, a color, de las originales, ¿qué más se podía pedir?
La selección de música cubana que se ofrecía en estas ferias, con raras excepciones de música de amplia pegada popular, era casi nula. Para los artistas locales, quedaban las ondas radiales y la casi difunta industria del vinilo (los últimos discos de placa que recuerdo comercializados por la Egrem iban desde Encuentros de Amaury Pérez hasta la trilogía de Silvio, Rodríguez, Domínguez de Silvio Rodríguez, pasando por algún que otro disco de Alfredito Rodríguez o de Adalberto Álvarez). La canción alternativa cubana quedaba casi restringida a programas conducidos por Juanito Camacho, Humberto Manduley u otros locutores que mi memoria no alcanza a recordar.
Probablemente con la intención de acercar la música nacional al público correspondiente, y porque ya los costos de adquisición del casete se habían abaratado como para permitirlo, para fines de la década de los 90 la Egrem y Artex comenzaron a comercializar en este formato música de una amplia selección de artistas cubanos a precios asequibles para el cubano promedio (unos 15 o 20 pesos moneda nacional, si la producción lo ameritaba). La música cubana, anteriormente restringida al capricho de programadores de radio, comenzó a estar disponible en tiendas y librerías a lo largo y ancho de la Isla. Fue un esfuerzo laudable pero de corta duración; el CD no tardaría en imponerse como la forma primordial de acceder a la música y los casetes quedarían desfasados.
Esta corta ventana de tiempo —que duró tal vez unos cinco o seis años— alcanzó, en algunos casos, para cubrir la trayectoria de éxito de algunas bandas (del grupo Moneda Dura, por ejemplo, se comercializaron tres álbumes y una banda sonora) mientras que, en otros casos apenas bastó para brindar una producción de artistas normalmente prolíficos (Mariposas de Silvio Rodríguez y Futuro inmediato de Santiago Feliú, por ilustrar). La calidad de los materiales gráficos y diseños variaba extraordinariamente. Tomando como ejemplo los ya citados: mientras Mariposas posee un amplio folleto con letras y tiempos de duración de las canciones, el de Santiago Feliú solo presenta los títulos y poco más.
Eran los años previos al 11 de septiembre y la caída de las Torres Gemelas aún no había marcado al mundo con su tsunami de procesos bélicos y tristeza sin límites; comenzaba en nuestro país la llamada “Revolución Energética” y se hacía lo posible por salir de un Período Especial sin sospechar que 20 años más tarde regresaríamos a un punto similar en peores condiciones, rodeados de reordenamientos monetarios y pandemias mundiales.
Por casualidad he encontrado a este escritor. Y me ha hecho volver a una época, que sigue muy presente para mí. Acá en Chile nos ocurrió lo mismo en los tristes tiempos del dictador, y recurrimos a maniobras similares para grabar a Silvio, Serrat, Milanes. Hasta hace poco aún conservaba algunos de ellos, ahora ya no se escuchan, y en aquel tiempo era peligroso tenerlos.