
Amo los casetes
Amo los casetes, o cassettes según quieras llamarle. El sonido a maraca infantil cuando se agitan. Escándalo al meterlos en la casetera. El indiscreto click de algunas grabadoras y sobre todo… el sonido imperfecto que desprende el roce de la cinta magnética con el cabezal. Hurgando en las pertenencias de papá descubrí que guardaba en ese formato algo así como el 80% de mi obra musical repartida en una decena de casetes. Nunca me lo dijo. La daba por perdida. Sin embargo, no sé cómo logró sacarla de Cuba. Por entonces hacía tiempo que yo vivía en Europa. Jamás habló de eso. Era un poco amigo de los secretos. Hay veces que las ausencias tienen lenguaje propio. Y de él no heredé riquezas ni caudales. Papá murió pobre. ¿O no? Su regalo póstumo fue devolver la memoria extraviada en el laberinto de la emigración al legítimo dueño. Y eso no tiene precio. Extraño giro. Inesperado mensaje que me acerca a la parábola del pescador. Mejor una vara de pescar que pescado regalado. Regresa a mí un José Antonio semi desconocido. Con una voz que ya no tengo. Armonías de guitarra que ya veré cómo descifro. Y así inauguro la campaña de arqueología familiar abriendo sobres y cajones que además de hacerme toser y estornudar ofrecen hallazgos interesantes. Amo los casetes. El olor de los discos de vinilo. Los libros viejos. Y las algas que mueren en la playa. Pero hoy estoy para casetes. Mientras el hombre que fui le canta al hombre que soy desde un antiguo reproductor que no se vende ni encuentra en nuestras tiendas digitales. Gracias viejo!! © José Antonio Quesa.