
Las mil y una noches (perfumadas) con Abel Omar Pérez
Cuando volvieron a ser calurosas las noches de los lunes, una amiga me invitó a pernoctar en la casa de un desconocido por 26 y 19. Cotorro-Habana, Habana-Vedado. Polo&Pan fundiéndose entre los baches y la velocidad amarilla de la gacela.
Ella, dos músicos, yo. La sombra primero se asomó por el balcón en altos. Abrió el portón y dejó ver el cuerpo, que le quedaba holgado al piyama. Largas trenzas agarradas al mentón. Abrió la boca. Las manos al mismo ritmo.
—Cuál es tu grupo sanguíneo, y el tuyo, y el tuyo, y el tuyo.
Nosotros: ni una palabra.
—Y bueno, cuánto dinero tienes arriba tú, y tú, y tú, y tú.
Cada quien dijo algo.
—La gente sabe mejor de dinero que de su propia sangre.
Entramos. La sala tenía un ambiente de lo más común que el final de una escalera convirtió en un mundo azul, que inauguraba el cuadro de Martí. Encima de la imagen oscura del Apóstol se leía, apenas rasgado a lápiz o crayola, “Mi samurái”.
La sala insonorizada comenzaba con tonos verdes y volvía luego al azul, en una especie de estudio desmontado. Un casete de Caetano Veloso, bajo, guitarra, un piano en las sombras del interior, todo tipo de elementos fantasmagóricos. La vista se levanta un poco más arriba del teléfono blanco, hasta el cartel de un niño y la frase “Perfume de Mujer”. Frente a mí, tengo a Abel Omar Pérez, multiinstrumentista y compositor. Pero eso no lo sabré hasta irme unas horas más tarde de esta cueva, donde acabo de quitarme los zapatos para caminar por las alfombras.

Foto: María Lucía Expósito.
Después de ese lunes, busqué por todos lados las señales:
Cabeza de Moog, un blog argentino sobre rock progresivo, define a Perfume de Mujer como “uno de esos grupos de los que no se sabe qué cosa esperar, lo mismo es una agrupación con un sonido cercano al pop-progresivo que un combo indescifrable que se torna más amorfo, y cuyos experimentos sónicos no tienen un punto de referencia común, y no les importa acercarse al jazz electrónico para, un segundo después, convertirse en una especie de opereta cósmica”.
Abel Omar Pérez (La Habana, 1968) es parte, como músico y compositor, de la generación de artistas de finales del siglo XX en Cuba. Un gurú ermitaño. Dice que saques las manos de cualquier lado y las metas en un piano, sus diez dedos. Conocido, sobre todo, como fundador y líder de la banda Perfume de Mujer.
Volvamos al primer lunes caluroso. Esa noche, ya entrada la madrugada, Abel Omar estaba envuelto en el traje que un amigo usó en el psiquiátrico, obsequiado a él como emblema de los equívocos del planeta de los “cuerdos”.
Sonaron los percusionistas Isaíac Morales y Brayan Eloy (músicos del proyecto Legal Mood). Ellos eran los cuerpos que yo acompañaba aquella noche, junto a la tatuadora cubana Amanda Santana. Abel coreaba líneas improvisadas y marcaba el ritmo con una mano contra el colchón. Conversación y música en vivo giraron en torno al reconocimiento y la mirada de las nuevas generaciones. Los símbolos en sus hijos, contemporáneos con nosotros, en el propio camino de la experimentación.
Las referencias encontradas ubican a Perfume de Mujer como una banda cubana que fusiona el rock progresivo, el jazz y la improvisación, para dar una sonoridad singular y que tiene tres producciones discográficas, todas bajo el sello mexicano Luna Negra.
Un artículo de 2019 del investigador cubano Carlos Fornés, en esta propia revista, explica que durante los años 80, 90 y 2000 se presentaron en formato de casetes y CD muchos discos cubanos cercanos al rock, publicados algunos por disqueras oficiales, pero la mayoría autoproducidos de manera independiente. En una variopinta lista que ofrece el autor y que ilustra lo diverso del rock nacional y el interés de diversos sellos, algunos extranjeros, en esa época, aparecen dos discos de Perfume de Mujer: Pollos d’ granja y Él monólogo de él caracol.
En la medida en que avanzó la década del 90, se incorporó una nueva generación a la escena; el rock y la trova encontraron un punto de fusión cada vez más frecuente en el que “se cultivó una profusión de estilos (rock progresivo, jazz rock, pop rock, grunge, rock acústico)” como recurso para diferenciarse sonoramente en el contexto nacional, explica el periodista e investigador Humberto Manduley en su Hierba Mala. Una historia del rock en Cuba. En su segundo libro, Parche. Enciclopedia del Rock en Cuba, el experto dedica una amplia voz a la trayectoria de Perfume de Mujer, a quienes ya en una entrevista había considerado entre los más radicales, extremos y transgresores que ha dado el género localmente.
Humo, fuego, agua, tierra, aire
Del primer encuentro quedaron muchas fotos. Notable, más que las luces, el descubrimiento. Por esos días, mi amiga dejó caer sobre el chat un recado. Abel Omar Pérez quería tener todas mis fotos.
Le escribo desde entonces (preferiblemente de madrugada). El discurso está programado para destruirse en siete días.
ML— Estos mensajes se renuevan cada una semana.
AOP—Es tecnología en función de un presente continuo. Lo otro es pretérito imperfecto.
ML— ¿Cómo olvidamos que generaciones como esta (la tuya) tienen un planeta permanente en la lírica? ¿Cuándo (esquema temporal cuantificado) comenzamos a ser demasiado lógicos, cuadrados, escuetos, una manera avanzada de ser ciegos?
AOP — Cuando comenzó el circo, lo circológico se apoderó de todo. En Tönces quedó la Nada, la mal querida… justo ahí arrancó el esquema que buscas. En realidad la zoociedad necesitó inventar “lo civil”, enarbolarlo… lo civil/izado le cayó de Trazz. Izando lo civil ondeó la acción cívica (la carrera de Trazz a Länte) en Tönces para en Elföndo dejar alzarse lo querido (la competencia) la ausencia de poder, lo logrado por el homo civil izado común símbolo de prosperidad (el circo).
ML— Cuéntamelo todo, desde la primera rama.

Abel Omar Pérez en los años 90. Foto: Cortesía del artista.
En el año 91 yo estaba en Playa Girón, me habían mandado para allá. Trabajaba en el departamento de escenografía en el ICRT, me había graduado antes de la Escuela de Diseño, y me encargaba de hacer ambientaciones en el Instituto. Por ese tiempo se filmaba una telenovela en la Ciénaga de Zapata, Cuando el agua regresa a la tierra. Creo que un poco castigado me mandan para allá: existía el chiste de “mandarte a que te coman los cocodrilos”. Fui muy feliz. Encontré un espacio de soledad para hacer música. Allí compuse mucho, entre el 91 y el 93. Más de 300 canciones.
(Abel Omar es el autor de la música original del documental Monteros de Alejandro Ramírez, sobre los cazadores de cocodrilos y otros animales salvajes en la Ciénaga de Zapata, considerado como un acercamiento poético y sensible a estos hombres y mujeres).
Me llevé un órgano viejo que tenía y, a ratos, también estudiaba el saxofón. Al regreso comencé a grabar las canciones y en ese período aparece Perfume de Mujer. El origen del nombre lo he mantenido en secreto, sale de un lugar muy íntimo y una experiencia muy particular.
Perfume de Mujer me pareció un título bastante acertado para lo que quería: ir hacia la zona contraria, hacia donde estaba haciendo música.
Eran canciones de pocos minutos con textos que fueron, solos, tomando posesión de la obra. No había una temática, fui dejándolos salir. Seleccioné canciones con sentido compacto entre sí. Comencé a simplificar y buscar armonías que fueran más entre lo habitual y lo entendible.
Potencié un lado que no había ejercitado: comunicarme con la gente. Me costaba un poco de trabajo y me aburría mucho. Las canciones me ayudaron a romper eso de mi personalidad.
Apareció Perfume, comencé a visualizarlo, produje los primeros temas, los grabé con lo poquito que tenía, grabadoras de casete. Era muy difícil, sigue siendo muy difícil, el acceso a estudios de grabación. De hecho nunca he grabado en Cuba, aunque tuve la suerte de poder hacerlo fuera. Un cazatalentos mexicano vino a Cuba, conoció mi música y Perfume tomó velocidad con esta disquera extranjera. Yo andaba queriendo saber muchas cosas. Me había asomado por el Laboratorio Nacional de Música Electroacústica, vi la posibilidad, grabé una canción en las computadoras y así fui trabajando.
Anteriormente tuve Sebastián El Toro, un proyecto más pretencioso y arisco con el público. Apareció por ese tiempo Landi Bernal, a quien conocía desde los 80, en un tiempo en el que fui parte de un trío bastante raro y significativo en el underground que se llamó Cartón Tabla. Sebastián El Toro y Cartón Tabla rehuían de la conectividad con el público.
Yo era estudiante de diseño y artes plásticas. Tocaba percusión, batería, órgano y guitarra acústica. Conmigo estaban el bajista Lino García y un violinista, estudiante del conservatorio Amadeo Roldán, que luego militó en Perfume a mediados de los 90. Landi, luego, se quedó solo y comenzó a ponerle guitarra eléctrica a mis canciones.

Abel Omar Pérez. Foto: María Lucía Expósito.
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Hubo un concierto en pleno Período Especial en Bellas Artes que se llamó Incienso. Un concierto de Landi y mío. Un grupo de máquinas del Laboratorio Nacional de Música Electroacústica se sumó a las sonoridades. Ese fue el debut de Perfume.
A raíz de eso comencé a ponerle un poco más de interés a la posibilidad de mantenernos, una manera de soltar esas rítmicas. Así surgimos, de una forma natural, por esa liberación de pasiones acumuladas. Después se unió Igor Urquiza que venía de una banda que se llamaba Naranja Mecánica. Había en los 80 muchas bandas con propuestas muy interesantes: Teatro del Sonido, Ojo por Hoja —que me gustaba mucho—, Música de Repuesto —que luego construyeron Lino, Landi y Pedro Pablo Pedroso. Aquello era una música que los críticos llaman progresiva.
Cuando nuestros des-conciertos comenzaron, los dividí por elementos. La etapa de Incienso fue la era del humo. Esa línea inicial de Perfume la integramos Landi y yo. Luego vino la etapa del fuego en enero del 95 con un des-concierto en la sinagoga hebrea que está en El Vedado, en la calle 17. Fuimos unos 10 músicos; el concierto se llamó La última cena, con temas que forman parte del primer disco de Perfume de Mujer. Ahí no usé luces en la escenografía, sino velas; era el Período Especial y las velas eran súper necesarias. Compré 168. Iluminé todo el escenario.
Después vino la etapa agua, también en el 95, seis meses después, con un des-concierto que hicimos en la Casa de las Américas. Se diseñó una especie de aquarium, nosotros nos disfrazamos de bichos marinos y antes de comenzar cada canción yo ofrecía al público una receta de cómo comer, preparar y masticar los bichos del mar. Así se fueron sucediendo otra serie de presentaciones con un concepto central que las guiaba desde el punto de vista dramatúrgico; siempre me interesó la visualidad en la banda, era algo que nos distinguía. No ofrecíamos conciertos normales.
Lo normal en Perfume… era esperar que no fuera lo mismo, que sorprendiera, incluso a nosotros. Este cambio constante no era solo en la imagen, la proyección, la actitud o los temas, sino en la música, un cambio constante de formatos y músicos, que entraban y salían.
En Aquarium, por ejemplo, ya estaba Manuel Clúa en la flauta, Pedro Pablo en el violín, Igor Urquiza en la guitarra acústica y la participación de amigos que también eran parte, colegas pintores y escritores. Teníamos vicisitudes. No se repetían las canciones. Todos los conciertos tenían nuevos temas. Mucha gente criticó eso, el romper con lo habitual. Siempre se me acercaban para decirme que no aprovechaba la posibilidad de convertir a la banda en algo más comercial, con patrones reconocibles. Yo gozaba más del riesgo, de la experimentación y la improvisación.
En ese des-concierto hicimos Cocuyo, una canción que compuse en el 91. Hay un poema, en el primer disco editado de Perfume, donde sale la primera versión de ese tema. Dice algo como esto: “en un principio fui yo y no había qué comer, luego viniste tú y aparecieron frutas, luego los demás vinieron, llegó el vino y al final volví a ser yo mucho más hambriento”. Es una canción mutante.
Nosotros hemos experimentado desde todos los ángulos: la fusión, el jazz, músicas tradicionales, el coqueteo con otros mundos, como el de la electrónica. La letra de Cocuyo — yo vivo en el dark side of the moon, yo vivo esperando que pongan la luz— revela significados e interpretaciones. Desde el resto del mundo me han escrito con imaginarios distintos. En España han tocado esa canción, en México y Argentina. Es una pieza que he querido versionar. Todos los Cocuyo tienen arreglos distintos con un formato de músicos distinto, pero sigue siendo, en esencia, la misma canción. Tiene una especie de gancho un poco kitch en la misma línea: “el dark side of the moon”, en alusión a un troncazo de obra musical de Pink Floyd. Hay algo relacionado con el tiempo y la juventud. Es un joven el que habla, y grita que está alquilando esa juventud.
Después de la era agua vino la formación de un quinteto y así grabamos el disco Pollos d’ granja. Una etapa de aterrizaje que potencia la posibilidad de dar la primera gira. Me enteré hace poco que Perfume fue la primera banda cubana no profesional que realizó una gira al exterior. Ya era Perfume… de una manera más homogénea con lo que es la música y su relación con esa cosa bárbara que llaman industria.
Este disco, que fue bastante aceptado, lo editó la disquera mexicana Luna Negra, que es la que nos propuso una gira a ese país. Por esa época yo trabajaba en Teatro Estudio y como músicos de teatro pudimos viajar defendiendo ese álbum, en una serie de encuentros que tienen el título de Estado Mayor. A partir de ahí viajamos varias veces, distintos músicos. Entró Leo Ángel en la batería, que no asistió a ese viaje pues se fue a tocar con Síntesis a España. Llevamos entonces a Piro (Jorge Luis Barrios de la Cruz). De esa gira a finales del 96 viramos Igor y yo, solos.
Llegó el año 97, que me coge a mí hacia adentro y por eso el álbum Él monólogo de él caracol. Igor fue el único que dejé entrar a esa introspección. Este otro disco fue editado también por Luna Negra y tuvo buenas críticas, sobre todo en Europa.
A partir del 98 me impliqué en el proyecto Queso, del que salió un disco independiente con un ser extremadamente mágico que ya no está: Raúl Ciro, un trovador que viene de otra banda, llamada Superávit. Luego atravesé una nueva etapa, otro des-concierto que se llamó Auditorium, con otros músicos.
Se me olvidaba que en la formación de la etapa de Pollos d’ granja —que es la era tierra— hubo un des-concierto bastante cerrado que hicimos en la Sala Atril del Karl Marx, que llevó por nombre Sinfonía, Mujeres y Dinero. Salimos a escena con los cuerpos travestidos. Defendíamos algo que en aquel contexto tenía poca visibilidad, te hablo de mediados del 96. Vestirnos de mujer desconcertó a los espectadores. Fue rico, liberador.
El cúmulo de espectáculos que ha hecho Perfume de Mujer se representan en Humo, Fuego, Agua, Tierra y Aire. Son los elementos de nuestra trayectoria. Todo este cambio de eras abarcó solo dos años, y consistió en la fabricación de un arte especial en ambientes hostiles a los soñadores.

Abel Omar Pérez. Foto: María Lucía Expósito.
Un instante no tan primaveral
Un domingo, Abel Omar me despertó con un link a sus redes sociales. El cromañón me había dejado una hendija abierta entre el encierro y las luces bajas, para mostrarse un poco.
1 oztro momento sinfónico/simbólico del mentado evento/sónico
1 instante no tan primaveral
1 cronológico invierno temporal
1 circológico infierno en su calor natural
1 color a “ostra realidad”
1 pasada alrededor de lo que fuera a mitad de enero del 2017 /PeRFuMe de MuJeR en Realidad
Escucho fragmentos del disco Él monólogo de él caracol. Pasajes bien logrados cruzan a la misma vez subjetividades imposibles de disociar. El músico se confiesa días después:
“Él monólogo de él caracol es un poema que trata de expresar un único fin, el placer que encierra el entendimiento de una obra musical que interactúa con la plástica y con la información textual. Un monólogo dedicado a la espiral infinita, que tiene un principio que antes tuvo otro y tiene un final al que le sigue otro más. Uno puede adentrarse en un punto cualquiera de estos tres caminos, que te conducen a esas propias vueltas que da el caracol y que parten de algo real. Es la historia de un ser precioso como la polimita, un caracol que se encuentra solo en la zona norte de la Isla y que, si te fijas bien, está vivo y es música. La idea surge de una investigación que hice, donde logré fusionar la historia real que está en el papel, la historia de los hombres, mucho de historia gráfica cubana y un poco de poesía.
“El álbum se compone de tres movimientos: ‘La Cultura de la Concha’, ‘La Concha de Oro’ y ‘Baile’. El primer movimiento, trata sobre las polimitas, y de cómo estas se integran a la vida aborigen y a su subsistencia. Esta interacción la percibo como una forma musical que tiene que ver con la relación entre la naturaleza del caracol y la naturaleza del hombre. El siguiente es un recuerdo laberíntico donde se mezcla todo y la información no solo es musical, sino que incluye partes gráficas o textos, con un orden establecido. ‘Baile’ es, efectivamente, un baile real con música improvisada. Decidí incluirlo como final del disco porque rompe con las partes escritas en forma casi matemática y da paso a un tema con más sentido del humor”.
Otra noche más que conversamos. Mensajes verdes y blancos. Aún no acaba de contar. Hay líneas que golpean dos veces los ojos.
AOP — Es una obra que arremete, desde la irreverencia ortográfica de su título, contra toda imposición académica, contra toda institucionalidad, contra toda cárcel. Un poema trifónico, 1 poema / problema, 1 ligero detalle que dejo claro desde el inicio en su primera parte: La Cultura de la Concha. Desde ahí hago 1 “muy particular recorrido” hasta el año 1997, fecha de su composición. El caracol es 1 ser del cual pudiéramos aprender mucho. No por azar su forma coincide con la espiral que progresa exponencialmente hacia todo espacio/tiempo. Nuestro ADN es caracol. Nuestra Galaxia es caracol. Micro/Macro. En el centro 1 ser capaz de construir su casa dentro de su propio cuerpo, 1 ser que sin necesidad de pasar escuelas, sin “civilizarse”, sabe perfecto cuándo parar, cuándo dejar de construir 1 lugar que por su propio “tiempo”, no va a usar. Sabe terminar. Para empezar nos podríamos situar en el hecho de que si aprendiéramos a hacer esto con nuestros pensamientos, no solo estuviésemos ahorrando energía y tiempo, sino siendo coherentes y por ende respetuosos con nuestro paso por lo que llaman “vida”.
ML —Se respira una curva distinta en la espiral…
AOP —Desde la zona “emotiva”, era una época en la que me sentía lo suficientemente solo (gracias al egoísmo y la clásica tontera de los d/+) como para enfrentar las circunstancias que me rajaban la piel a toda hora: la imposibilidad del más mínimo diálogo… el justo instante donde comienza a autocrearse mi monólogo. Soledad. Incomprensión. Injusticia. Irresponsabilidad. Egos maltratados. El resto de la banda había emigrado. Landi a España. Pedro a Argentina. Piro a Francia… El monólogo está compuesto, tocado, instrumentado, arreglado, interpretado, producido, cantado, escrito, pensado, sufrido y gozado en su inmensa totalidad por mí. Por eso es un monólogo.
ML— Pues sí, una curva triste…
AOP — Aunque, gracias a las vueltas de 1 caracol, incluí en algunas partes la compañía del único músico que no emigró: Igor Urquiza… lo cual hace de “mi monólogo” 1 lugar donde hay espacio al menos para 2.
(Fragmentos del des-concierto de enero 2017 en el Centro Hispanoamericano de Cultura están publicados en YouTube. Colores diluidos en rojo y alas blancas. Un pintor narrando sobre el trazo áureo).
AOP — Esa casa, ubicada en Malecón y Prado, fue un lugar donde en cierto período de tiempo ocurrieron eventos con ciertas características relacionadas sobre todo con la imposibilidad de hacer cosas en el mundo oficial y cultural. No me gusta saber demasiado sobre estos chismes y estos temas. El hecho es que ese lugar se escogió para realizar el primer evento de arte sonoro en Cuba. Fue una exposición de arte. Perfume abrió la expo con un des-concierto, con toda intención, nunca hemos hecho un concierto. Aquello se produjo con esfuerzos propios.

Abel Omar Pérez. Foto: María Lucía Expósito.
El baile (final)
“La última vez de Perfume en escena fue en la Casa de la Amistad donde aún existe la peña de La Vieja Escuela. Ellos hacen versiones de rock clásico. En estas épocas la única manera que tienen los músicos de hacer cuatro pesos es, desgraciadamente, esa: versionar rock extranjero. A mí me parecía importante participar, ya que nos invitaban. Hice un cover de una pieza de Joan Sebastián Bach. Ahí está mi lado cruel, porque este público es del espectro más comercial. Elegí la suite número dos para chelo, muy bella, aprovechando que estaba allí un estudiante mío de chelo, un mexicano con una beca en el ISA. Monté tres piezas, esa que comenté y Mucho corazón, un bolero que cantaba Benny Moré.
“Después hice una pieza instrumental propia, a guitarra y chelo. Resultó un poco tormentoso para aquel público. En un acto final de nobleza hice una versión de Cocuyo con chelo, drums y guitarra eléctrica que duró casi media hora. Fue el 7 de julio de 2019. Después vino el coronavirus… y hasta hoy”.
“El hecho de producir tecnológicamente con la escasez de Cuba es parte de la hechura de Perfume. No trato de parecerme a algo que no existe. Hago con lo que tengo y lo que puedo en estos tiempos”.
Abel es pisciano. Muta. Sumerge. Intuye. Tiene un táctil entre los dedos. Se acostumbra rápido. La voz se extiende en mis audífonos como una gran improvisación. A veces con pianos, a veces con un susurro interminable. Se eleva un poco más con la variación de los minutos. Vuela.
“Mira, yo no tengo para cuándo acabar y me puedo desviar. Recuerda que soy polimítico, con mi religión martiana. Martí escribió que la libertad es la religión última y que un pueblo religioso está destinado a morir. Dime entonces de qué va la entrevista”.
Saludos. Como me comunico con ustedes? Soy UN periodista Cubano radicado en Puerto rico
Hola, Jorge:
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Saludos.