
Ruly Herrera y las mutaciones del tiempo
Desde los 15 años, Ruly Herrera ha compartido escenario, de manera profesional, con una hornada de músicos entre los que sobresalen Santiago Feliú, Roberto Fonseca, Daymé Arocena, Haydée Milanés, César López, Interactivo, y David DeMaría. Su carrera en solitario, como compositor e instrumentista, también le ha rendido frutos, como cuando por su álbum debut Mal tiempo (Colibrí, 2015) obtuvo dos premios Cubadisco en las categorías de Jazz y Making of.
Esa trepidante trayectoria del baterista, fundador de Real Project, es imposible de resumir en una conversación de pocas horas. Sin embargo, hemos coincidido en El Vedado, en su home studio, desde donde la música ha sido pensada y compartida.
¿Por qué la batería?
Por mi padre, que también es baterista y fue fundador de Los Dan, legendario grupo de los 70 y 80. Desde que nací ha habido música en mi casa; mi papá ensayaba y a mí me encantaba ver los ensayos. Y bueno, obviamente, al ver a mi papá tocar la batería —un instrumento tan fuerte, tan protagónico, tan espectacular— pues me llamó la atención. Según dicen, desde muy pequeño siempre tuve cierta inclinación hacia el ritmo, tocaba con las manos encima de las mesas, simulaba baquetas con cualquier cosa. Supongo que mi papá debió haber estado orgulloso. La batería siempre fue un instrumento con el que conecté, a pesar de que no fue con el que empecé mi formación musical, porque hice dos carreras simultáneamente: piano básico y percusión.
¿Cómo compones? ¿Cuál es tu proceso?
Son muchos los procesos o mecanismos de composición. Siempre he dicho que cuando tengo todas las condiciones reunidas estoy aquí, en mi pequeño estudio, con mi piano, mis equipos. Entonces, salen melodías, mixturas; a veces un tema de arriba a abajo, fácil y rápido; en otras ocasiones me puedo pasar un mes entero tratando de terminar ese tema que comenzó a nacer chiflando en el baño, en el carro o donde sea. También me muevo mucho, viajo constantemente en diferentes medios de transporte, ya sea en bus, tren o avión; por mi trabajo paso muchas horas en aeropuertos, terminales, y el móvil es una herramienta fundamental, ahí tengo instalado GarageBand. También suelo hacer notas de voz donde canto las ideas que se me ocurren: un ritmo, una melodía, una línea de bajo; o grabo textos. Y cuando llego a la computadora, con el software delante, pues entonces empiezo a conformar esa obra.
¿Y compones desde qué instrumento?
Desde el piano, siempre.
Para mí es uno de los instrumentos más completos que hay. Siento una gran pasión por él y por los pianistas —mi hermano es pianista también. El piano es el mejor instrumento, el que más me inspira, y desde el que más fácil puedo componer.

Ruly Herrera. Foto: Gabriel Guerra Bianchini.
Mencionas a tu hermano, Yasser Herrera. ¿Qué importancia tiene para ti en la música?
Mi hermano tiene un gran protagonismo en lo que soy como músico y profesional, como persona. Tener un hermano seis años mayor es una ventaja. Supone que conoció, seis años antes, muchas cosas que uno conocerá después. Ha sido mi mentor, mi gran consejero. Él proviene de una generación espectacular: la de Aldo López-Gavilán, Rolando Luna, Tony Rodríguez, Oliver Valdés, Rodney Barreto; así que desde niño yo pasaba mucho tiempo en ese ambiente. Siempre estuvo muy al tanto de mí, preocupado por que yo estuviera actualizado con la música cubana y del mundo. Fue una gran escuela. Cuando yo tenía apenas 15 años, se enteró de que Polito Ibáñez andaba buscando baterista y enseguida dijo: “Mi hermano”. Él iba a mí, apostó por mí. Yo, entonces, había empezado nivel medio en el Amadeo Roldán; Polito, sin embargo, estaba en la flor de su pegadera máxima con Doble juego, tenía una agenda súper apretada, muchas giras, conciertos…
Recuerdo que —súper amable, muy respetuoso— me envió su CD Para no pensar y me dijo: “Apréndete Somos números, Aroma de jazmín, y algunos otros temas; nos vemos el lunes para el ensayo. Ahí vemos qué pasa”. Por supuesto, me comí la batería el fin de semana. Llegué el lunes y los toqué de arriba a abajo con la banda, y noté en la reacción de todos, que se sentían cómodos a pesar de mi corta edad y de mi inexperiencia. Tuve esa suerte. A partir de ahí, la vida me cambió; fue el despegue de mi carrera de verdad.
Más allá de lo aprendido en la música, ¿qué otras enseñanzas llevas contigo del Conservatorio Amadeo Roldán?
La disciplina, el respeto por el trabajo, la responsabilidad por lo que hago. Esto, claro, lo entiendo a la luz de hoy; si hubiese sido más disciplinado en aquel entonces creo que hubiese llevado un poco mejor la escuela. Pero me deslumbré, algo totalmente normal para un niño de 15 años. En esa adolescencia, con tanta información delante de tus ojos, tocando para 20 mil o 50 mil personas, de cierta manera también te sientes famoso junto con ese artista que estás acompañando: de pronto viene gente, te tocan la espalda y se quieren tirar fotos… Claro, yo llegaba luego a la escuela y no tenía ganas de estar ahí, no me concentraba en las clases. Hoy me arrepiento de eso; creo que le hubiese podido sacar más partido a la academia, aprovechar más a los profesores. Años después entendí el peso de los valores que enseñan en el aula, más allá de la música.
Mencionabas a Polito Ibáñez, y además de él son muchos los músicos reconocidos con los que has trabajado: Enrique Lazaga, Daymé Arocena, Interactivo, Omara Portuondo… ¿Qué representan en tu vida? ¿Cómo ha sido trabajar con ellos?
Son artistas y momentos que cambiaron mi vida y que han aportado muchísimo a mi carrera. Lo que sé hoy como artista se lo debo, en parte, a Polito Ibáñez, César López, Santiago Feliú, Roberto Carcassés, Roberto Fonseca, Daymé Arocena. Creo que esos son los que han hecho que mi carrera sea otra cosa. A todos, por supuesto, les estoy súper agradecido. Siempre aprendo de todos, pero con ellos he compartido más allá de una relación profesional: música, consejos, me han ayudado a ser mejor como artista y persona, porque no todo es tocar y defender el repertorio.
¿Por qué nombraste tu primer álbum Mal tiempo? Acaso tiene que ver con el refrán popular “a mal tiempo, buena cara”?
Eso es una cosa súper loca porque peores tiempos que los que estamos viviendo hoy no los vivía en el 2013, cuando hice ese disco. A vecces los tiempos son muy difíciles; sobre todo para empezar un proyecto. Desde que inició todo el proceso de mi disco (maquetas, selección de los temas, conformar los músicos, lo burocrático) yo estaba viviendo un mal tiempo. Aunque, en realidad, el título del álbum se lo da un tema en específico que tiene un tiempo medio atravesado, medio raro, de esos que tú escuchas y dices: “Bueno, ¿dónde está el ritmo aquí?”. No sucede en todo el tema, sino en ciertas zonas un poco incómodas que me llevaron a titularlo así. De manera que el título del disco vino dado, en primer lugar, por un asunto musical. A la luz de hoy, creo que mejor título no pudo tener. Refiere ese juego de palabras y ese juego de situaciones: un término musical, lo que estaba sucediendo a mi alrededor, el mal tiempo que atravesaba la industria de la música, lo difícil que era conectar verdaderamente con una plataforma, con una agencia, un manager que impulsara mi trabajo para que no se quedara en una gaveta de oficina o en cuatro conciertos.
El disco cumplió 10 años, llevo nueve con mi banda, Real Project, y todavía no ha pasado nada relevante a nivel internacional, que es lo que soñamos hace rato. Sabemos que tenemos popularidad en La Habana, que la gente nos sigue, que les gusta. Agradecemos muchísimo todo el movimiento que hay alrededor de nosotros, pero uno hace música para que también cruce las fronteras y eso es complicado. Y no es que tengamos mala suerte, en realidad es resultado del mal tiempo en que está el mundo, más ahora, después de la pandemia, con mayores incertidumbres y menos riesgos por parte de las disqueras, por las agencias de booking, los managers, los empresarios. Hay más miedo de invertir en alguien sin saber qué va a pasar.
La industria cubana está en una zona de confort que tiene paralizadas muchas cosas, entre ellas, mi proyecto, junto a muchos otros. Aquel álbum fue como jugar con ese mal tiempo en todos los sentidos, tratando de remontarlo.
¿Cuántas enseñanzas de ese primer fonograma conservas hoy? ¿Cambiarías algo?
Muchísimas, muchísimas enseñanzas. Mal tiempo me enseñó que hacer un equipo es fundamental y que soy capaz de producir música. Hasta ese momento no lo sabía y fue la vida la que prácticamente me obligó a hacerlo, porque yo quería tener un productor pero me faltaba presupuesto. Lo disfruté muchísimo.
De las nueve piezas de ese álbum, cinco son de tu autoría, el resto son una creación conjunta. ¿Cómo se siente Ruly Herrera cuando compone junto a otras personas?
Yo soy un compartidor en todos los sentidos, componer en colaboración me encanta. Nunca he tenido ese sentimiento egocéntrico de quedarme con las cosas para mí, todo lo contrario; incluso cuando tengo un tema bastante adelantado, siempre creo que puede quedar mejor y lo traigo al espacio común, el mismo en que se hizo el disco Real Project, donde ensayamos. Lo comparto para que todos vuelquen sus conocimientos.
Me encanta que Rafa [Aldama] aporte toda su sabiduría en el bajo, que me cambie cosas y diga: “No, esto es lo que va”. Me encanta que el Yoyi [Lagarza] coja mis armonías y melodías y que las modifique, siempre desde el respeto mutuo que sentimos. Me gusta el trabajo en equipo. Nada, absolutamente nada, se logra solo.
En 2014 una noticia impactó a la música cubana: Santiago Feliú había muerto. Eras uno de los músicos que tocaba con él en su última etapa. ¿Cómo era la relación entre ustedes? ¿Qué representa para ti, tanto en lo profesional como en lo personal?
Santi es mucho Santi. A pesar de haber estado poco tiempo a su lado (lo conocí en 2010) tuvimos una química tremenda desde el primer ensayo. Me pasó como con Polito: él acababa de grabar Ay, la vida y me mandó la música porque tenía una gira por Argentina, una muy grande, como la que se merecía ese disco. Y nos quisimos mucho desde el primer momento. Él nos decía “mis niños”, porque eso éramos, unos niños: Robertico [Gómez] en la guitarra, Jan [Cruz] en el bajo, Roberto Carcassés —una pieza clave en la música de Santi—, y yo.
Santiago me enseñó más de la vida que de la música. Fue muy dura la noticia de su muerte. Creo que ninguno de los que queremos a Santi —porque no se puede decir “quisimos”— nos hemos recuperado. Recuerdo que cuando empezamos a pensar en el disco Fascinantemente mundo (Colibrí, 2022), Enrique Carballea me citó en La Víbora para escuchar la música y, de pronto, hubo un silencio y comenzamos a llorar. De hecho, Carballea, con toda su experiencia, cuenta a modo de anécdota que ahí se consolidó el disco: con ese llanto. Que fue ahí que él supo instantáneamente que era yo el músico que tenía que afrontar ese reto y ese regalo para Santi. Yo temblaba porque, imagínate, tantas generaciones de músicos que pasaron antes de mí por la obra de Santiago, con años de amistad, y que para ese disco tan importante, Enrique, que lo conocía tanto, me hubiera elegido. Hoy escucho el disco y aún no me creo. Creo que salió porque yo no estaba aterrizado, estaba en un viaje sentimental. Versionar música de Santiago… imagina… El disco realmente es bello.
Y sí, Santi es uno de los héroes de mi vida.
¿Qué retos te trajo la producción musical de Fascinantemente mundo, además de estos que ya comentas? ¿Cómo fue el proceso de selección de artistas que estuvieron involucrados?
De arrestado que soy dije que sí, por el amor que le tengo a Santi, el cariño que le tengo a Carballea, y el respeto a ambos. Recuerdo que me dije: esto será hundirme en un pozo infinito, por el trabajo que me va a costar, o la felicidad que afortunadamente fue. Antes de que ese disco saliera publicado, lo compartí en privado con mucha gente. Y en una de las primeras escuchas, con Enrique, amigos, gente que incluso no son de la música, arrancaba la canción que fuese y empezaban a llorar. Yo pensé al principio que estaban llorando porque le había faltado el respeto a Santi, y era porque estaban emocionados. Cuando me di cuenta, me dije: “Ya, metí un gol con esto”.
Pero ese disco no hubiera sido lo que fue sin toda la gente lindísima que participó. Carballea lo tenía soñado del pi al pa, y me dijo: “Rulito, no quiero repetir GES en cuanto a cantantes, no quiero repetir esa fórmula, es por eso que te llamo a ti, Ruly Herrera, y no a Real Project”. Él me dio nombres, yo le di nombres. Entre los dos conformamos esa lista fabulosa de músicos con los que tenía muchas ganas de trabajar y producir. Y salió. Ahí está el arreglo de La ilusión por Roberto Fonseca que cantó Yusa; el que arregló Yoyi y que luego cantó Haydée; no podía faltar Jorge Aragón, Robertico Luis Gómez —que fue el guitarrista que estuvo hasta el final con Santi, incluso cuando ya no había presupuesto para hacer conciertos con la banda—, la excepcional Camila Guevara… Está el tema Resumiendo, cuya versión original cierra —a guitarra y voz solamente— el disco Ay, la vida y que también cierra Fascinantemente mundo. Pero yo quería estar con Santiago de alguna manera, no lo quería dejar solito, y lo intervine, siento que en esta versión toqué la batería con Santiago.
En mis viajes miraba mucho a Santi en YouTube, lo extrañaba y quería reírme y llorar con él. Un día vi el documental que Lester Hamlet le hizo. Hay una parte en que él dice unas bonitas palabras sobre la amistad, el valor que tiene, y me dije, pensando en el proceso final: “El disco tiene que acabarse con estas palabras, para que el mundo termine de entender qué es lo que verdaderamente vale”. Y bueno, así fue.
Mencionabas el disco homenaje al Grupo de Experimentación Sonora, GES. ¿Cuánto significó para Real Project versionar estas canciones icónicas? ¿Qué representa para ti ese álbum?
Ese disco es también un antes y un después en la trayectoria de Real Project como banda. Nos sentimos orgullosos de él, de que Carballea haya confiado en nosotros para hacer un homenaje a esos monstruos que, en su tiempo, también tenían muchas inquietudes y ganas de romper esquemas, como nosotros. A medida que nos adentramos en el proyecto, sentimos la energía y nos identificamos con ella. Nos conectamos porque si bien ellos fueron la vanguardia musical en Cuba y en Latinoamérica en esos años, nosotros sentimos la misma inquietud y las mismas ansias de buscar, de experimentar. Finalmente se logró un álbum muy bonito y que, sin dudas, nos dio muchísima más visibilidad. Fue la vitrina para llegar a personas que no nos conocían o que habían escuchado hablar de nosotros pero no se habían tomado el tiempo para saber más, irnos a ver en vivo, quedarse como público fiel. Fue un disco que nos abrió muchas puertas.
Por estos días estás de estreno con Real Project. Mutación es el nombre de este nuevo álbum que empezaron a grabar en abril de 2020, en un momento en el que la banda atravesaba cambios de formato —ante la salida de Roberto Luis Gómez (guitarra)—. ¿Por qué Mutación? ¿Cuánto los retó este cambio de formato y cuánto influyó en la decisión de nombrar así el nuevo proyecto?
Este fue un disco que empezó siendo ya más maduro que los anteriores. Se grabó realmente a lo largo de 2020 y tuvo varias etapas, por la pandemia de covid-19. A principios de ese año recibimos la súper buena noticia de que Bis Music una vez más nos abría las puertas. Para ese entonces no existía Mutación como álbum. Así que nos cogió la pandemia en pleno proceso de composición, de experimentación, de venir todos al estudio. Las calles estaban desiertas, nadie se podía mover, los “Aldamitas” vivían en Boyeros, muy lejos; el Yoyi por Buenavista, pero hacíamos el esfuerzo por reunirnos. Ensayábamos las horas que fueran necesarias, subíamos a la azotea de mi casa y hacíamos conciertos online, donde tocábamos temas que luego conformarían el disco. Y es que nos interesaba experimentar en vivo un poquito, antes de grabar, para tomarle la temperatura a ciertos temas. Queríamos ver la reacción de la gente, si se aburrían o no, si se excitaban o no, si se volvían locos o no. Terminamos de grabarlo el 19 de noviembre.
En Real Project creemos que, como disco, es el que más nos identifica, el que resume lo que somos, qué pensamos. Estábamos en nuestro momento de mayor madurez, musical y personal, y estuvo también todo ese sentimiento pandémico, toda esa agonía, todo ese temor. Sin embargo, no es un disco triste, pero sí emocional. Eso hizo que fuéramos al estudio a comernos el mundo.
Cuando Robe sale del proyecto, Yoyi y yo nos preguntamos: ¿qué hacemos?, ¿buscamos otro guitarrista?, ¿seguimos con la línea a la que está acostumbrado todo el mundo?, ¿o rompemos todos los esquemas y nos lanzamos a otra cosa? Nos encantó la última opción. En aquel momento Yoyi estaba más apegado a los hermanos Aldama porque hacían más música juntos; de manera que estuvo cerca de la evolución de Rasiel en la trompeta, de toda la monstruosidad que hay en esos dos muchachos. Hasta que un día me dice: “Asere, ¿tú sabes que me cuadra lo que está haciendo Rasiel? Descárgale, vamos a verlo a alguna pincha”. Y desde el principio me gustó la idea, porque Rasiel tiene el plus de no solo tocar trompeta, sino también teclados y produce música, que es muy importante. A mí me encanta que los músicos sean versátiles, que no vengan solo a ejecutar lo que tú quieres, sino que sean parte, que sean creativos, que emitan un criterio. Así que definitivamente Rasiel era el tipo. Era la pieza que faltaba. El hecho de que él y Rafa fueran hermanos iba a cerrar la banda también. Eran una suerte de diamantes. Fue tremenda adquisición, para el bien de todos.
De manera que es un disco que reúne todas nuestras experiencias, que produjimos escuchando meticulosamente y aprendiendo mucho de los álbumes que nos gustan. Por ejemplo, gran parte de la discografía de Robert Glasper, que nos inspira muchísimo, pero también álbumes de la escena urbana, del hip hop, del trap. De todo se aprende, desde Chopin hasta Bad Bunny. Es el álbum que le da otro sonido a la banda, que le dio un cambio, que nos hizo mutar, en formato, en sonido. Una cosa curiosa es que, a pesar de que el sonido de la banda cambió, porque el instrumento líder melódicamente ya no es la guitarra, sino la trompeta, Real Project no perdió su esencia. Siguió siendo Real Project.

Ruly Herrera y Yoyi Lagarza. Foto: Gabriel Guerra Bianchini.
¿Cuán difícil ha sido conservar un proyecto como Real Project teniendo en cuenta que tú y Lagarza están alternando entre Madrid y Cuba; los Aldama uno acá, el otro en Estados Unidos? ¿Cómo logras llevar proyecto propio, hacer tu música en solitario y, además, tocar con Roberto Fonseca?
Es una pregunta bien difícil porque no ha sido algo que he hecho conscientemente. Ha sido mi sinceridad absoluta, mi amor, mi pasión, mis ganas, mi gran meta de consolidar, de primero hacer un proyecto, después intentar y lograr que sea conocido, que tenga un público amplio en mi país. Hemos atravesado muchísimas etapas difíciles en las que hemos estado fuera de los escenarios de la Isla; sin embargo, mágicamente, es un proyecto que crece, incluso en el silencio. Es una cosa que no la puedo explicar. La gente nos extraña, la gente se pregunta. Luego, cuando sale la mínima información, se forma una avalancha de público interactuando, con muchas ganas de saber qué está pasando. Es algo bonito que se ha generado.
Conscientemente sí he trabajado mucho el sentido de pertenencia con los muchachos, que no sientan que están tocando con Ruly Herrera o con Yoyi Lagarza, sino que esto es de ellos también, que aquí pueden decidir, que podemos crecer todos juntos. Para mí todos son importantes: quien nos carga los instrumentos y los pone en el escenario, el ingeniero de sonido, así…, sin sacarle el pie nunca.
Podemos estar de gira, podemos tener un año súper exitoso con otros proyectos —como cuando girábamos con Daymé Arocena, que no parábamos ; como cuando yo pasé a tocar con Roberto Fonseca—, pero nunca la distancia nos frenó, nunca nos separó. Todo lo contrario: nos fortaleció y nos hizo estar seguros de lo que queremos. Cuando esto se junta se hace más fácil que existamos, que cada puesta en escena sea única e intensa con el público, y que cada concierto y disco que hacemos la gente lo espere con ansiedad. Ha sido así, sin estrategia, más allá de la pasión y del compromiso por el arte y por lo que una vez soñé.
La ola migratoria que enfrenta el país también ha llegado hasta la industria de la música. Muchos son los músicos talentosos cubanos que ya no radican en Cuba; en ese sentido, ¿cómo ves el futuro de la música cubana?
Es muy triste lo que está pasando. Me toca de cerca; como sabes ya no tengo a Yoyi aquí la mayor parte del tiempo, aunque seguimos muy unidos; hay mucha comunicación y sabemos de la responsabilidad que tenemos ambos con Real Project para que siga existiendo, porque va a seguir existiendo.
Afortunadamente esa tristeza que queda ante la partida de tantos músicos, aminora cuando pienso que Cuba es una fábrica constante de talentos, de gente muy «dura» en sus instrumentos. Aunque sí, noto la falta de motivación. En fin, es un tema que me entristece y que si todo sigue así, el futuro de la música cubana no lo veo muy saludable.
Me atrevo a decir que si esto no para y no existen voluntades de hacer algo para que la gente regrese a la Isla, y que los que estamos acá sigamos echando pa´lante con la misma motivación, si eso no pasa a nivel institucional, va a ser muy decadente el escenario. Y no solo de la música, buena parte del arte cubano en general, estará radicado fuera de Cuba, y no va a ser lo que ha sido hasta hoy. Eso es grave.
¿Cuánta importancia le das a la tecnología en la comunicación de tu obra?
En un principio intenté crear yo mismo una comunidad en redes, luego me di cuenta de que las redes sociales tienen sus códigos, que hay que estudiarlos, que es un mundo en el que te tienes que adentrar de verdad, y yo solo no podía. Así que tomé la mejor decisión: busqué a una persona que llevase mi comunicación, mis redes sociales, que tuviese ese rol en mi vida profesional. Gracias a ella tengo resultados positivos y he logrado llegarle a más gente que me interesa. Es parte del equipo. Hacer música no es solo crearla, componerla, producirla; hacer música lleva también un ingeniero de sonido con el que te entiendes, un representante que saque tu obra del cuarto de estudio, de tus sesiones de grabación. Es una cadena muy grande, pero si los eslabones están bien colocados se pueden hacer grandes cosas. La tecnología es vital para que tu obra traspase las fronteras del país, la apuesta por las personas correctas para que la manejen es una responsabilidad.
Y la producción musical, ¿cuáles son tus mayores satisfacciones y frustraciones?
Es algo que me apasiona. Es como un hijo, que lo ves nacer, desnudo, tan puro, tan tierno y luego lo ves crecer. Digamos que por la producción musical guardo ese sentimiento paternal, de algo que nace virgen y que se convierte en algo grandioso, sobre todo cuando lo compartes con tus amigos, con el equipo que está en tu misma sintonía. Además, es un proceso súper enriquecedor. Y lo disfruto no solo produciendo música instrumental, sino también a un cantante; me gusta sacarlo de su zona de confort y hacerles ver que son capaces de más.
No tengo muchas frustraciones, sí insatisfacciones —digamos— con producciones anteriores. Hay cosas que, como es normal, cuando las escuchas un tiempo después, piensas que definitivamente no las volvería a hacer así, ya sea un arreglo, una ejecución determinada del piano o una afinación de la batería para la búsqueda de determinado sonido. Aunque de cada error se aprende, equivocarse también es algo positivo.