
Esqueleto de viento
(Tubo de escape I)
Se dice que los metales son dulces cuando no tienen impurezas, y yo siempre me pregunté por qué las trompetas, cuando están muy usadas, tienen ese sonido tierno que no llega a ser apacible, pero que conduce, indefectiblemente, a una especie de paz. Almost blue.
Un día iba bajando por una calle muy grande, se me había ido el P4 y los taxis valían más que mi bolso con todo adentro. Me senté con miedo en una escalerita que daba a la calle —miedo por esto de que ser mujer es una complicación, miedo a los sonidos, a los tiradores, a los borrachos…—, recuerdo que andaba sola y que la batería del teléfono estaba por el piso. Chet Baker, eso quise oír. Me puse los audífonos, acomodé el cablecito defectuoso y puse una canción. Silence. Aquí pudiera poner que se me quitó el miedo, que los carros no me ladraban, que la calle no era una boca de lobo, pudiera decir que sentí un golpe de paz, un silencio. Pero no. El miedo no se fue, y lo que más miedo me daba era que ahora sentía una paz tormentosa, un pavor parecido al de las escenas cinematográficas donde ella llora mucho con una canción y descubre que está por ocurrir algo terrible.
Un carro, una trompeta, dos tubos de escape, una yuma vomitando el Cubalibre [Chet Baker perdió la dentadura por tener problemas con una pandillita que le vendía las líneas de la semana], un borracho gritando “mami-lo-que-se-da-no-se-quita”. [“Todavía la vida no te ha dado suficientes golpes, no puedes tocar en este bar”].
Chet Baker nació en Yale, en 1929, con la Gran Depresión y con los martes y jueves negros. Él fue una depresión enorme, sobrehumana.
Escuchó por primera vez a Dizzy Gillespie en Alemania. Sonaba en las emisoras creadas por el ejército para mantener a las tropas distraídas. Una especie de soldado del jazz.
Comenzó a tocar la trompeta en las jam sessions de los clubes de jazz de Los Ángeles.
Pero fue el vicio el que lo alejó de la vida común, de los pagos y los días fijos. Se juntó con Charlie Parker, un adicto serio. Dos adictos serios, Bird y Baker, bebiéndose de golpe todo el alcohol del mundo. Anestesia. Luego París estaba “lleno de gente que se metía de todo”. Y así transcurrieron ciudades y héroes del jazz y heroínas de las venas, y alcoholes y mujeres hermosas.
Baker cantando But Not For Me, My Funny Valentine, The Thrill Is Gone.
Hizo todos los temas, compuso mucho mientras derretía en su cuchara los medicamentos malditos.
Más ciudades, más heroína, más mujeres. Boca rota y ajena.
Una noche, el dueño del hotel donde se alojaba en Ámsterdam lo echó del lugar porque no tenía dinero para pagar la estancia. Baker saldó su deuda con el equipaje y la trompeta. Dicen que murió esa noche intentando subir por la pared del hotel. Otros hablan de un suicidio. Yo no dudo nada, aunque quiero pensar que quería recuperar su instrumento.
(Tubo de escape II)
Ay, pero yo lo sé: esas trompetas viejas suenan bien porque el sonido viaja a una velocidad sorprendente; el sonido hace sus cargas huecas, agujeros de gusano, y el metal —entonces— decide dulcificar su esqueleto. Pobre de mí que, por más música que pusiera, los carros seguirían viéndome cara de niñita hacendosa.
Esa noche me sentí frágil en la calle y recé mi credo, ni tan apostólico ni tan romano. El credo de los ángeles cocainómanos, el de las líneas que llevan a componer más líneas. El de los santos que se autodestruyen para que una niña pretenciosa escuche un tema y se construya una paz distinta, una paz acelerada. Ángeles a los que uno puede fallarles, porque el único mandamiento que profieren es aquel que indica que hay que cerrar los ojos y darse un buche, y gritar “estoy-cansada-de-todo”.
No pasó nada extraño. Todavía tengo miedo de andar sola por la noche. Todavía pongo música para creerme que es más lindo llorar con una banda sonora digna. Todavía creo que el metal se transforma como el barro. Todavía creo que las trompetas no son invertebradas y que se fracturan y se dulcifican.
En algún lugar alguien estará poniendo una cancioncita de Chet Baker, alguien que puedo ser yo en una dimensión cuántica que no comprendo. Ay, niñita hacendosa, por ese bolso copia de Louis Vuitton los carros siguen creyendo que tienes con qué pagarte un taxi hasta la puerta [si tuvieras puerta]; la música se filtra por el cablecito roto y por eso te persiguen los taxistas, los tiradores, los sonidos. No te hagas ilusiones, esa trompeta va a partirte la boca, esa trompeta va a dejarte pegada a la escalera de un Tiffany Club tercermundista, aunque tú digas que no, que nada extraño sucede, porque esa palabra te sonó siempre a canción nueva. No te pienses que vas a salir tan impoluta de esta noche, porque todo lo que es grande tiene la capacidad de romper su propia forma, su esqueleto: esas son las canciones. Esa es la música grande.
Los sonidos te habitan, mi niña invertebrada, y quieren romperte la boca que te pintas como si fuera un lienzo sexual en decadencia. Quédate en el piso y no te hagas ilusiones.
Todavía el P4, como siempre, llega casi al otro día.
Ay qué texto hermoso!!! Me sentí tan en la piel de esta persona! Tantas veces víctima del cablecito, de la oscuridad, de la hora, y los pistones benditos! Vaya forma de liberar sentimientos sobre la música, y la trompeta, herramienta con la que más me hieren y acarician los solistas! Mi modesta felicitación…
El Chet, es una cosa bastante diferente a cualquier trompetista (digo cosa pq es casi imposible definirlo con seguridad). De echo los trompetista cubanos, vamos casi por imán a escuchar Arturo Sandoval o Miles Davis. El Chet casi lo oigo por error, en un cambia cambia en mi mp3 que solo decía, track 1, track 2…….. Y al escucharlo me demostró que la trompeta no es pura pitadera, corredera sonido oscuro o extremadamente brillante, el Chet es casi comparable con Hendrix en el punto en que cuando oigas Baker sabes que es el, la dicción, el aire en el sonido y esa cosa brillantemente oscura. Si los trompetistas cubanos no hubieramos encontrado al Baker, probablemente fuéramos aún más bullangeros y rompe tímpano, como decía – yo encontré un sonido, no el que quiero pero el mio, además no me interesa esos timbres para eso hay otros, yo toco lo que puedo lo mejor que puedo y como puedo.
Tan bella la trompeta como el texto… lo mejor es que casi pude escuchar la música, mientras leía. Felicidades a la autora.