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Ruido y Furia Erik Satie y Suzanne Valadon. Erik Satie y Suzanne Valadon. Ilustración: Duchy Man.

Erik Satie: la mano sobre la cabeza de su alma

Gymnopédies: corazón en 3/4

Dicen que el día que murió Satie algunos amigos entraron a su cuarto y encontraron sus restos. No era su cuerpo lo que yacía, pues su cuerpo había sido sepultado unas horas antes en el Cimetière d’Arcueil. Los restos consistían en seis partituras, botellas de licor empolvadas, una colección de paraguas, anuncios de periódicos y decenas de cartas escritas para su único amor: Suzanne Valadon.

Satie era un muchacho que tocaba de vez en cuando en Le Chat Noir, un alma silenciosa que se sentaba junto al piano en los cabarets y tocaba mientras la gente bebía. También fue el hombre que compuso las Gymnopédies, una de las obras más retorcidas y hermosas del siglo XIX, la obra de las pequeñas disonancias tremendas. Por aquel tiempo el corazón de Satie latía en 3/4, y lo tradujo en dos acordes mayores con séptima, en disonancias para ser tocadas “dolorosamente”, “tristemente”, “gravemente”; es decir, aquello era una obra fragmentada que significaba lo mismo que la tristeza, el dolor, la gravedad.

[Supongamos que son las dos de la tarde, que me levanto de la cama por primera vez en el día. Abro la ventana. La cierro. Abro el reproductor y pongo las Gymnopédies.

Hago algunas anotaciones:

0:14

0:49

0:57

1:34

2:20

2:45

2:55 (!)

Anoto los segundos que me gustaron más. Siempre hago eso. Supongo que componer es sentir y traducir esos segundos, anotarlos dolorosamente, tristemente, gravemente. Yo solo los anoto para recordar después. Yo solo recuerdo.

Hay un momento de las Gymnopédies en el que crees que estás componiendo todo eso, que la música te pertenece, que la hiciste tú con otras manos, que te duele exactamente como le dolió a Satie. No es tu dolor. Tu dolor es pequeño. Es el suyo el que te abarca. Sientes que eres otro, que el corazón late en 3/4, que tienes una arritmia, un infarto, algo.

Entonces te levantas de la cama otra vez. Apagas el reproductor. Es muy temprano para sentir el dolor de los otros. Te da el impulso de cerrar la ventana, pero ya la cerraste antes. Vuelves a la cama y te dispones a pensar en lo que piensas siempre antes de iniciar el día: comprar algo, digamos].

Bonjour, Biqui, bonjour…

El único amor que tuvo Satie en su vida fue Suzanne Valadon, la modelo de Renoir, la que alimentaba con caviar a sus gatos todos los viernes, la que bebía en los peores bares parisinos y se dejaba dibujar de perfil por Toulouse-Lautrec. Suzanne fue un amor de unos meses en la vida de Satie y, por supuesto, fue la dueña de sus composiciones más lúgubres. Suscitó lo que suscitan los amores breves y tremendos: un crujido, un bonjour de 28 segundos que duraría todo el día durante todos los días de la vida.

La historia comenzó en 1893. En esta época Satie compuso las Danses gothiques, una especie de gran rezo musical con el que tenía la fe de hacer que la paz volviera a su espíritu, que ya estaba siendo atormentado por los pequeños pies de Suzanne, por sus ojos tremendos.

Le compuso una obra muy dulce llamada Biqui (así le decía él a su amiga. Y también le decía amiga, porque lo era de manera hermosa). La obra dura casi cuatro minutos, los mismos cuatro minutos que tardó Satie en pedirle, inútilmente, matrimonio. Le dijo que no esa vez.

Unos meses después Suzanne se fue.

Satie puso un cartel en su cuarto que decía: “El lunes 16 del mes de enero de 1893 mi amiga Suzanne Valadon vino por primera vez en su vida a este lugar, y lo hizo por última vez el sábado 17 de junio del mismo año”.

La paz nunca volvió a su espíritu.

Satie era una pièce froide y un mono que tocaba el piano

Los compositores de la época decían que no tocaba bien. Ahora es el tipo que compuso las Pièces froides, las Gymnopédies, el Je te veux, las obras sin tiempo. Se murió pobre, vivió en un cuarto asquerosamente pequeño, se murió borracho, triste, con su EPOC y su fe puesta en una muchacha que pintaba su rostro, que bajaba por la Rue Cortot para besarlo. Satie era un mono que tocaba el piano para que Suzanne quisiera reír.

Y es uno de los mejores compositores de todos los tiempos, y eso es tan cierto como que la tristeza hay que sacársela de adentro, porque una vez que se instala nos sepulta en un lugar que no es el Cimetière d’Arcueil. Tampoco queda en el alma, como puede creerse. Las tristezas como esa no tienen tiempo ni precisan un lugar para instalarse [caminan descalzas por la pieza mientras piensas abrir una ventana], no dan órdenes comunes en las esquinas de un papel pentagramado: y eso es tan cierto como que una vez amaste a una puta hermosa que pudo haberse llamado Suzanne, pero que se llamaba de otra manera; que te duró unos meses, que compusiste una sinfonía en tu cabeza, que quisiste tocar el piano para que ella, la mujer que alimentaba a los gatos, se quedara para siempre en una pieza fría, para que esa mujer no constituyera los restos tuyos, los que aún después de muerto descansan junto a las botellas empolvadas, junto a las danzas inútiles que no lograron su regreso.

Suzanne casi se suicida por Toulouse-Lautrec, se acostó con muchos hombres, probablemente haya olvidado a Satie muy pronto; pero él (muchacho tímido y enfermo), por suerte para la música y por desgracia para su propia alma, no la olvidó jamás.

Estaba tan loco como puede estarse. Hacía anotaciones tremendas en el pentagrama.

Ponía:

Con la mano sobre la cabeza de tu alma

Con un profundo alivio del presente

Lleno de sutilidad, hágame caso

Más pesado todavía si es posible

Moderado y muy aburrido

Retire la mano y métasela en el bolsillo

Sin ruido, vuelva a hacerme caso

 

Esos son los restos: partituras escritas dolorosamente, tristemente, gravemente. Eso no puede sepultarse en el Cimetière d’Arcueil ni en ningún otro.

[Tampoco puede sepultarse lo que se siente al recordar a la mujer aquella que no se llama esposa ni mujer ni muchacha. Tampoco se llama Suzanne.

No pueden sepultarse las anotaciones breves, el segundo 18 que pusiste en una libreta, las ganas de volver en el tiempo a una tarde en la que alguien bajaba por una calle para besarte, para poner la mano sobre la cabeza de tu alma. ¿Cómo se sepulta el alma si tiempo después alguien la escucha mientras piensa cerrar una ventana cerrada?

Ahora sientes un profundo alivio del presente.

Te pones de pie. Piensas en ella. Es preciso que ahora pienses en ella. Debe dolerte.

Te da el impulso de cerrar la ventana, pero ya la cerraste antes. Vuelves a la cama y te dispones a pensar en lo que piensas siempre antes de iniciar el día:

comprar algo, digamos].

foto de avatar Wendy Martínez Voyeur de partidas de ajedrez. Tengo miedo a los payasos. Más publicaciones

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  1. Darsi dice:

    ¡Qué hermosura! ¡Cuánta sensibilidad! (suspiro)

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