
Se descubre el universo y ahí está Miguel Poveda
Son las 7:21 p.m. y desde hace más de media hora estoy en este asiento, llena de expectativas. Aún no comienza el concierto. Están atrasados, pienso, ojalá la espera valga la pena.
Me sudan las manos.
Miguel Poveda, cantaor flamenco de talla internacional que conocí en el 2017 cuando hizo de co-coach de Manuel Carrasco en la quinta temporada de La Voz España, cantará en vivo, para mí, en el Teatro Martí. No lo creo. Qué L-O-C-U-R-A.
Todo está preparado arriba en el escenario. Hay tres sillas muy flamencas en el centro, rojas, macizas, de una madera brillosa. Hay un set de percusión cubana detrás, y, junto a las sillas, otro flamenco. Todavía falta teatro por llenar. Me molesta. Artistas como Miguel Poveda, quien además estará acompañado por Alain Pérez y La Orquesta, merecen auditorios repletos, aforo completo.
A las 7:38 se para el tiempo.
Con qué elegancia entran Andy García (piano) y Alain Pérez a la escena. Hay tanto respeto entre ellos y la música, que todo fluye. Andy es un talento joven con una sutil inteligencia para acompañar voces. Sabe de sobra lo que necesita Alain, de ahí esa energía que los traspasa. Suena No puedo ser feliz, una canción de Adolfo Guzmán, popularizada primero por Bola de Nieve y luego por Beatriz Márquez; nos abrazan con la música, así se siente. Luego entra La Orquesta. Reconozco caras nuevas en ella, en los coros y en los metales, todos jóvenes y talentosos; algunos amigos que comienzan aquí una nueva escuela de la música y la experiencia vital. Orgullo de mi generación.

Alain Pérez en el Teatro Martí. Foto: Raúl Rivas.
Suena la intro de Mi amor fugaz y me preparo desde mi asiento para cantar. Alain marca con sus manos y el bastón el 4/4; como siempre, caen en tempo. ¡Qué cerradera!, como se dice entre músicos. Él no se despega de esa canción jamás. Están un poco nerviosos, pero poco a poco van entrando en calor. No recuerdo haber escuchado a La Orquesta sonar en el Teatro Martí, es una nueva experiencia para ellos y sé que se sienten muy felices por acompañar a un gran artista como Poveda.
Con los ecos de No queda nadie no, no queda nadie… cierra la primera parte del concierto.
Alain da la bienvenida a Poveda. Sé de la relación que une a estos dos genios, tan musical y sencilla. Llevan trabajando juntos mucho tiempo y recién el año pasado lanzaron el tema Triana, Puente y La Habana.
“Yo vibro en cada segundo, en cada cante, en cada mirada con él”, dice Alain y comienzan a salir los músicos, todos de renombre y de una calidad que disfruté en cada minuto. Acompañan a Miguel, desde el piano, Joan Albert Amargós, también clarinetista, compositor y director de orquesta. Al lado derecho del escenario el guitarrista Daniel Casares, a quien he empezado a seguir y a escuchar sin cansancio, porque tiene música propia y la guitarra le suena que es una barbaridad; y Paquito González —que ha tocado entre otros con Paco de Lucía— en el set de percusión, con cajón flamenco y misceláneas. Se suman además, a este primer tema del español, algunos músicos de La Orquesta.

Alain Pérez y Miguel Poveda en el Teatro Martí. Foto Raúl Rivas.
Se descubre el universo y ahí está Miguel. Qué bien le sienta estar encima de las tablas, con su estilo flamenco, sus zapatos negros, relucientes, y su bléiser oscuro lleno de brillos. Se ve feliz, a gustito, como él mismo diría. Se ralentiza aún más el tiempo con su canto. Su voz es lamento y fuerza, rabia y sentimiento. Tiene su esencia bien armada. Ya ha cantado cuatro temas. Termina, da las gracias, y nos cuenta de dónde viene: un catalán que canta flamenco. No es andaluz, pero ya es hijo adoptivo de esa tierra. Se nota que estudia mucho su voz, que trabaja por la salvaguarda del patrimonio intangible que es el flamenco en España y sus mezclas con otras culturas del mundo, incluida la cubana, en esas idas y vueltas que históricamente marcaron a ambos países.
Ahora acoge con su voz el tema Padre (Pare), de Joan Manuel Serrat, un canto a la tierra, a la naturaleza, a los males que trae consigo el hombre y a la libertad del mundo. Es hermoso. Mientras, Alain se prepara para cantar a su lado el bolero Te odio y te quiero, que el cantaor grabara con Omara Portuondo no hace mucho. Improvisan, bailan, disfrutan; yo con ellos. Todos con ellos.
Tocan coplas, entre ellas la zambra A ciegas —compuesta por Quintero, León y Quiroga, uno de los más grandes de las letras flamencas, que fue interpretada por Poveda para la banda sonora de la película Los abrazos rotos de Pedro Almodóvar, estrenada en el 2009. Esa me la sé, así que canto con ellos.
El concierto alcanza una cúspide en el momento en que Miguel deja solos a sus músicos en escena para que interpreten algunos palos flamencos.
Daniel Casares es una bestia. Mis pies no paran de marcar el tiempo a su placer y mis manos hacen polirritmia, marcan esa figuración rítmica en 12/8 que solo los flamencos verdaderos, como ellos, saben. Yo no lo soy, pero se me metió algo en el cuerpo.
Hago una nota en mi teléfono: Espectacular, espectaculaaarrr.

Miguel Poveda en el Teatro Martí. Foto: Meily Téllez.
Regresa Poveda. Vienen los cantes de ida y vuelta, otros de lo más primitivo del flamenco, bulería, soleá, pasa por la rumba, la música cubana. Luego va a la rumba catalana de su tierra natal, esos imaginarios con los que convivió de pequeño en Badalona y que tanta huella le han dejado. Todo un batiburrillo musical, diría él.
Ha invitado a su hermana, Sonia Poveda, una bailaora flamenca, a que lo acompañe. Ella, con su traje, lo invita a bailar. Me encandilan sus vuelos, sus rítmicas al taconeo —qué difícil debe ser bailar eso, pienso mientras sonrío de satisfacción. Es puro arte el flamenco, una forma de vida, de ser y estar. Empiezan a sonar en el público mucho más fuerte los “Ole”, y se me sale uno.
“Que grandeeeeee es la libertad”, dice Poveda en una de las frases más hermosas de toda la noche. Se sienta en su silla de rojo macizo, a su lado Alain le acompaña en el bajo y en los coros. Le gusta marcar el tiempo mientras canta, sabe muy bien los códigos del estilo y me recuerda a las lecciones que sobre el género nos dio el propio Alain, en el Isa, en su Punto de Partida. Cuento entonces, por dentro, en ese tempo ternario que nos vuelve locos a los músicos en las clases de solfeo: un dos, un dos tres, cuatro cinco seis, siete ocho nueve diez. Así lo marco durante un rato, sin estar segura de si es correcto.
Una noche de giros frigios por doquier, la famosa cadencia española que tanto los define y que con la clave cubana, es una mezcla explosiva. Todo muy español y cubano a la vez. Somos muy parecidos en nuestras diferencias, y eso se nota.
Son ya dos horas de puro goce, cuando llega el cierre: con rumba catalana y casi todos los músicos en el escenario. El cruce entre Cuba y España, foto perfecta de la noche.
Se van todos, finalmente, a ritmo de conga, descargando, como también hacen los flamencos. Se van así, arrastrando los pies, al camerino, donde sigue la fiesta, que el público, con envidia sana, sigue escuchando desde la platea del teatro mientras se dirige a la salida. Ellos —y nosotros— poseídos por la música, como locos.
Su marido en la era y yo con el fraile, su marido en la era y yo con el fraile…
Una fiesta de ida y vuelta. Una flamencura timbera en toda regla.
Excelente artículo, me has hecho sentir que estaba en una de las lunetas del teatro Martí, sintiendo las palmas, el taconeo y la voz de Miguel Poveda y que decir de Alain Pérez, el piano de Andy García. Imaginé la ovación del público en cada tema y al final del espectáculo quedándose con ganas de más.Gracias por compartir tus emociones.👏👏👏👏❤️❤️❤️❤️