Magazine AM:PM
Publicidad
Dando la nota Portada del álbum Chucho's Steps, de Chucho Valdés y Afro Cuban Messengers. Foto y diseño: Alejandro Pérez y Pedro Vázquez. Portada del álbum Chucho's Steps, de Chucho Valdés y Afro Cuban Messengers. Foto y diseño: Alejandro Pérez y Pedro Vázquez.

Los pasos de Chucho, o Chucho’s Steps

Lo más sorprendente de Chucho Valdés acaso sea que está siempre haciendo algo distinto como compositor y arreglista, generando las ideas para un cambio de onda, de formato orquestal, de concepto. En este sentido, Chucho’s Steps es en parte un cambio de rumbo, de enfoque si se quiere, aunque ligado a toda su obra anterior, siempre coherente y alcanzando mayor dimensión.

Si obviamos sus años formativos con big bands cubanas (Sabor de Cuba, de Bebo Valdés, Orquesta del Teatro Musical de La Habana, Orquesta Cubana de Música Moderna), su verdadera carrera no solo pianística sino sobre todo como compositor y arreglista, despega con su dedicación a Irakere durante 20 años. Ya en la década de los 90, luego de algunos discos junto con cantantes, comienza sus grabaciones al frente de un cuarteto, con una escritura musical y un concepto distintos a Irakere. Pero simultáneamente Chucho iba profundizando y dando nueva forma artística al componente afrocubano en nuestra música a partir de sus raíces espirituales.

En Chucho’s Steps, además, se produce una integración de sus dos últimas etapas, extendiendo el cuarteto sin llegar al formato de «orquesta». Lo más importante en este proceso es comprobar el énfasis en la escritura y no solo en la improvisación. Es curioso comprobar que otros grandes y virtuosos solistas de jazz emprenden hoy un camino similar, entre ellos Wayne Shorter, Wynton Marsalis, Herbie Hancock, Randy Weslon y hasta Ornette Coleman, que había sido la figura más representativa de la improvisación pura con el movimiento del free jazz. Mi impresión es que se trata de salir de una situación algo estancada, para llevar al jazz —y al latin jazz— a otro plano, donde la renovación e innovación, ligada a las más auténticas raíces, sea capaz de superar el caos de tendencias, la fragmentación de estilos, la rutina y el enemigo de siempre: el comercialismo.

En este CD llama la atención lo ingenioso de algunos títulos, como Zawinul Mambo, Begin to Be GoodLas dos caras. Por el carácter de algunos temas y pasajes, varios números están impregnados de un espíritu afín al himno, la marcha y el homenaje individual o colectivo. Por ejemplo, el primero es obviamente un homenaje al gran tecladista y co-director de Weather Report, así como Chucho’s Steps es homenaje a John Coltrane. Pero algunos títulos también engañan, como puede ser Begin to Be Good, que resume dos standards famosos, uno de Cole Porter (Begin the Beguine) y otro de George Gershwin (Lady Be Good); o Las dos caras, que pueden ser más de dos, incluso un caleidoscopio de ritmos afrolatinos, a partir de un núcleo temático inicial.

Danzón, lejos de ser imagen de lo tradicional y “típico”, lleva el sello de Chucho Valdés: es hacer un danzón que sea muchas cosas a la vez y las trasciende todas, y donde la impronta de la danzonística y su atmósfera sonora se compenetra con la de Chucho. Comienza con un tema lento (canción, balada o bolero) por el saxo tenor Carlos Miyares, al estilo post Coltrane, seguido por pasajes rítmicos con atmósfera del viejo danzón y pasando luego al chachachá, el híbrido y sucesor que lo destronó. O sea, es más bien una metáfora del danzón, algo así como El salón México, el magistral filme de Indio Fernández recordando lo que fue la “meca” del danzón en México. 

Volviendo a Chucho’s Steps, acaso emblema del disco, es como una respuesta (o apuesta) a John Coltrane sobre cómo hacer un acróstico, crucigrama o fórmula matemática similar a Pasos gigantes, de Trane, sin caer en lo puramente formal y conservando la belleza musical y el swing. En Giants Steps, Coltrane lo conseguía en 32 compases agrupados en 16 + 16, a su vez subdivididos hasta el infinito, creando un efecto casi hipnótico al jugar, además, estratégicamente con la progresión armónica. Esquema paralelo, complejo y simple a la vez, pero que exige al intérprete dominar todo tipo de arpegios y escalas para lograr improvisar a ese tempo furioso, con la facilidad de Coltrane.

Chucho lo aprendió todo —y con sus “trucos”— y como compositor responde con una combinación distinta, que redondea su pieza en 50 compases justos. Además, el número con sus improvisaciones y variantes se divide en secciones como una forma concertante o una suite. Los extensos pasajes de ensemble, con una sonoridad a lo hard bop, poseen ese mencionado carácter de himno o marcha, a pesar del ostinato del piano y el rico acompañamiento de la percusión. Otra sección incluye excelentes solos del saxo tenor y del trompetista Reynaldo Melián, a los que sigue el piano: Chucho muestra aquí claridad, lirismo, ataque, transparencia, todo un muestrario de madurez pianística, y con insólita discreción. El final es un free-for-all de la percusión (tumbadoras y pailas), en solos de precisión virtuosista.

Interiores del álbum Chucho's Steps, de Chucho Valdés y Afro Cuban Messengers. Fotos: Alejandro Pérez.

Interiores del álbum Chucho’s Steps, de Chucho Valdés y Afro Cuban Messengers. Fotos: Alejandro Pérez.

Digamos de pasada que este es uno de los tres números más largos del CD, junto con el primero y el segundo (de ocho a 11 minutos cada uno), aunque en complejidad también compiten Nueva Orleans y Yansá (de cuatro a siete minutos). Si nos fijamos bien, estamos ante una especie de I-Ching, tablero de lfá o Cábala, un arte combinatoria en que Chucho juega con números de distinta duración y/o carácter, por ejemplo, los primeros son 1-2-8 y los segundos 5-6, mientras los más sencillos y suaves serían 2-4-7. Pero no todo es tan simple como parece, ni Chucho tan ingenuo ni mecanicista. Así, los números en que abundan los compases de amalgama (5/4, 7/4, etc.) responden a la combinación 1-3-8, (primero, tercero y Yansá). 

Nueva Orleans, en solo 4:45 de duración, homenaje a la familia Marsalis y a la “ciudad madre del jazz” tiene variantes de interés: tema inicial en 4/4, puente en 6/8, improvisaciones de nuevo a cuatro y con walking bass, luego algo así como un pasaje histórico, la transformación del ragtime en jazz lograda por Jelly Roll Morton. Todo termina con una improvisación colectiva “a lo Nueva Orleans”. Y Begin to Be Good es, sin duda, la pieza más relajante del CD, con líricos solos de saxo tenor, trompeta y piano. Estos minutos sedantes son como para prepararnos a recibir a Nueva Orleans y luego a tan potente orisha como Yansá (más conocida en Brasil, y en Cuba como Oyá), que nos castiga con las tempestades e incluso domina a la misma Muerte, guardiana de los cementerios.

Por su condición de orisha que además se relaciona con Changó y otros, la música también cambia de carácter, y no estamos hablando de “música descriptiva” ni mucho menos, sino de la dinámica que proviene del culto o se inspira en él, aunque tampoco se trate de reproducir la música del ritual. Los efectos y recursos musicales para evocar lo sagrado son muy libres e incluyen el manejo directo de las cuerdas del piano y la libre improvisación colectiva, llámese free jazz o música aleatoria. Y especialmente impactante es el canto a Oyá, a cargo del coro y su líder y voz solista Dreiser Durruthy Bombalé, así como los imprescindibles batá, los tambores sagrados de los yoruba.

Con Julián, dedicado al hijo más pequeño de Chucho, estamos ante un tema melódico que oscila entre lo lírico y lo juguetón, como es propio, con inflexiones de blues y a la vez de canción de cuna. Un verdadero logro, al cual contribuyen los solos de saxo y trompeta; en fin, la maravilla de la sencillez cuando es inspirada por la ternura. En Las dos caras hay que estar atento para no perder el “hilo de la trama” entre los pasajes del ensemble, los solos, el uso del doble tiempo y los cambios primero a un ritmo y atmósfera de guaguancó y luego a samba. Se establece un juego de espejos o vasos comunicantes, y parece que no fueran dos caras, sino muchas, como muchas serán las interpretaciones posibles al título.

En síntesis, el CD resulta excepcional por reunir experimentación con virtuosismo y espontaneidad. O las tres cosas que exige del jazz otro avanzado creador y pianista como Horace Silver: fuerza, emoción e intelecto. Creo que los antecedentes más cercanos de Chucho Valdés en este prodigioso camino son New Conceptions y en parte Briyumba Palo Congo. Los nuevos conceptos que encontramos ahora renovados en Chucho’s Steps implican la composición de cada pieza y su dimensión en partes varias a la manera de un concierto o una suite. Este acento en la creación composicional debe responder a esa necesidad de cambiar el rumbo justo en momentos de crisis musical en varios terrenos, situación que no han dejado de percibir otros grandes colegas jazzistas, y lo mismo ocurre con el latin jazz.

Me gustaría añadir, respecto al latin jazz, al que prefiero llamar jazz afrolatino, que ya basta de exaltarlo diciendo que es la “única forma de jazz que puede bailarse”. Esto es hacerse cómplice de todos los nuevos engendros bailables de los últimos años, e ignorar que cualquier tipo de música debe brillar por su calidad y belleza intrínsecas. Chucho Valdés triunfó con Irakere en todos los terrenos, incluyendo el bailable, pero optó por aspirar a lo más difícil. Por ejemplo, en este CD se combinan fundamentalmente cuatro lenguajes musicales con gran efectividad: hard bop, jazz modalfree jazz y música ritual afrocubana. Chucho demuestra que no es una fórmula, es una forma expresiva que no solo se disfruta a plenitud, sino que sobre todo deja un mensaje y señala (con el permiso de Elegguá) uno o varios caminos que se deben seguir.

Leonardo Acosta Más publicaciones

Deja un comentario

Aún no hay comentarios. ¡haz uno!

También te sugerimos