
Huberal Herrera: “Yo he tratado de acercarme a la verdad de la música”
Nuestro “lord tropical” llega con pasmosa puntualidad. Este señor viene de otra época, lo “delata” el buen gusto de su traje, sus finos modales y esa cadencia pausada y extremadamente cuidadosa en el decir. Es un maestro en lo suyo, el piano. Él lo sabe, por eso se muestra gentil ante quienes lo saludan a nuestro alrededor. Quien lo conoce sabe que Huberal Herrera es un artista sublime, pero eso poco le importó a quienes tuvieron que decidir a favor de sus grabaciones. Evito que me domine la ira: “ya tiene 93 años y no creo que al final esto sea una prioridad para alguien”, pienso. Así y todo, como quien quiere rectificar, la feria más importante de la industria discográfica en Cuba (Cubadisco) le otorgó el Premio de Honor en 2019. Tempus fugit.
No obstante, algo se prepara. “El Centro Nacional de la Música de Concierto quiere editar un disco con mis interpretaciones. Está casi terminado, vamos a ver cuándo sale”, me dice.
La historia de Huberal Herrera empezó a tejerse en Mayarí, Holguín, aunque en ese pueblo permaneció poco tiempo.
“Desde los tres años y unos meses me trasladaron a Güines (actual provincia de Mayabeque). Mis padres contrajeron nupcias en 1926. Él era doctor en Derecho y en Filosofía. Mi tío, Silvano Herrera, era un médico famoso. Dos tías mías eran doctoras en Pedagogía y otras dos en Farmacia. Como ves, me crié en un ambiente de estudio. Desde la primaria ganaba premios y medallas y en el instituto exactamente igual, a tal extremo que tanto mi hermano como yo fuimos bachilleres eminentes. Después él se decidió por la Medicina y yo por el Derecho, que me gustaba, pero la música estaba primero.
“Y es que empecé a estudiar piano a los cinco años. Contaban mis padres que al lado de la casa donde nací —donde hoy está el Museo Municipal de Mayarí— vivía la profesora de piano Blanca Tamayo y que yo me quedaba mucho tiempo escuchándola. Lógicamente, se dieron cuenta de que aquello me llamaba la atención”.
A partir de 1944 Huberal Herrera comenzó sus estudios de piano con el profesor Arcadio Menocal y, 10 años después, ofreció su concierto debut con obras de Manuel Saumell, Ignacio Cervantes, Carlos Borbolla, Nilo Rodríguez, Carlos Fariñas, entre otros.
“Pongo esa fecha como el punto de partida en mi vida profesional, pero eso no quiere decir que no tocara desde antes. Tengo un programa en casa donde aparezco con nueve años en un recital en la Sociedad Bella Unión de Güines y en la estación radial CMRT y tocaba en distintas actividades”, cuenta el pianista con quien es imposible conversar, sin que sobre la mesa ponga su admiración por otro grande del piano en la Isla: Ernesto Lecuona.
“Su música siempre estuvo en casa, la escuchaba desde pequeño. Mis padres eran fanáticos, como casi todo nuestro pueblo. Mi mamá, cuando venía a La Habana, pasaba por la casa de la música en Monte 408 y se me aparecía en Güines con algo novedoso.
“Además, yo era muy amigo del matrimonio conformado por Ricardo de La Torre y Madrazo, profesor de Geología de la Universidad, y Clara Borges, pianista y organista. Ella era prima del tenor Rolando [creemos que Rodolfo] Borges, quien actuaba en los conciertos de Lecuona. Fue él quien le habló de mí. Yo tenía 20 años y Lecuona mostró interés en conocerme. Se ajustó la entrevista en su finca; ahí fue cuando lo conocí personalmente y construimos una amistad bastante profunda.
Maestro, ¿personalmente, cómo era Lecuona? Dicen que un hombre hosco, con un carácter complicado, ¿es cierto?
“Un hombre delicioso. Al pasar el tiempo, he pensado que tenía dos caras: era uno con las amistades, los artistas, con los íntimos y otro con las personas desconocidas. Se daba mucho a respetar. Todo el mundo quería ser su amigo. Estar a su lado era una delicia. La finca siempre estaba llena, y al respecto quiero hacer una aclaración, porque siempre hay quien habla mal de ciertas cosas. En la finca de Lecuona nunca hubo fiestas, ni se bebía alcohol, solamente vino en Navidad, Nochebuena y fin de año. Eso sí, mucho café y té. El Maestro no paraba de fumar y eso lo llevó a la muerte. Pero era de un trato exquisito: era una bandera decir: ʽyo soy amigo del Maestro Lecuona’.
“Cada vez que me aprendía una pieza, el primero que la escuchaba era él. Siempre tuve su guía en la interpretación de su obra. En 1961, cuando salió de este país y le sorprendió la muerte en España, yo continué la amistad con Elisa Lecuona y otras artistas cercanas a él como Sarita Jústiz, Esther Borja, Hortensia Coalla”.
Cuando Lecuona se va de Cuba, se hizo un silencio con respecto a su obra, e incluso se tergiversaron ciertos aspectos de su vida. ¿Qué opina usted?
“Lecuona era una figura muy querida y reconocida en este país. Hubo músicos enemigos que lo querían tachar, querían que su música no funcionara… craso error: ¡Lecuona no fue político nunca! Pero se quisieron aprovechar de eso y silenciarlo. Fuimos tres personas quienes no seguimos ese camino: Esther Borja, Zenaida Manfugás y yo.
“A mí se me pidió que no tocara la música de Lecuona y, por supuesto, me opuse. La Manfugás adoptó la misma postura. Muchos artistas de aquella época decían que mis conciertos se llenaban porque era “lecuonero”, así, en un tono despectivo. ¿Y cómo contestaba a eso? Por supuesto, no con polémicas. Hice varios recitales, principalmente en la sala de Bellas Artes, la más importante entonces, con música de Chopin —¡sin tocar a Lecuona!— y aquello se llenó a tal punto que colocaron radios fuera del teatro para que el público pudiera escuchar el recital. Después hice otros con obras de Manuel de Falla, Franz Liszt…”.
A mediados de 1959 Huberal Herrera regresó a Cuba después de cumplir por dos años con una serie de presentaciones por países de Europa, Asia y África. Una vez en la Isla, se unió a la orquesta de Enrique González Mántici, quien lo puso en contacto con el Ballet de Alicia Alonso. Con la prestigiosa compañía viajó por América del Sur y los países de la esfumada Unión Soviética.
¿Nunca le propusieron quedarse definitivamente en uno de esos países?
“Sí, pero no con mucha insistencia. No existía el terreno abonado para eso. Salí muchas veces y siempre regresaba; esta es mi patria, mi abuelo y mi abuela fueron veteranos de la guerra. Nunca tuve interés en eso. Mucha gente me ha dicho: ʽsi te hubieras quedado serías hasta rico’, pero la riqueza mayor es la del espíritu y esa la tengo”.
¿Qué ha pasado en realidad entre usted y la industria discográfica cubana?
“El tema es un poco complicado. En 1957 cuando estuve en España grabé por primera vez para la firma La voz de plata. Aquí siempre había una dificultad tras otra y jamás se me hizo una grabación. Y para el año 1958 me hice socio de la Sociedad General de Autores y Editores (Sgae); los tres primeros miembros cubanos fuimos Ernesto Lecuona, Walfrido Guevara y Huberal Herrera. Luego sucedió que, para celebrar el centenario de Lecuona, la Sgae quiso hacer una grabación importante de su música y vinieron expresamente aquí a buscarme.
“Pasó algo muy simpático: Luis Carbonell había contactado con Pablo Milanés (quien empezaba con su PM Records) y quería hacer también una grabación con la música de Lecuona. Lo había intentado con los Estudios Siboney en Santiago de Cuba pero aquello se frustró por causas burocráticas. Así que cuando me vino a ver Emilio Rubio, representante de la Fundación Sgae, le dije que no podía porque tenía mi palabra comprometida con Pablo. Entonces se fueron, contrariados. Inmediatamente llamé a Pablito, le conté lo sucedido y me dijo: ʽHas dado cuatro pasos para atrás. Localiza a esa gente. Tú no tienes que sentirte comprometido conmigo’.
“Les dejé el recado en el hotel y los españoles contactaron de vuelta conmigo. Así fue como participé en la primera grabación casi integral de Lecuona que se hizo en solo 10 días, en la iglesia de Cuenca, cerca de Madrid. Aquella fue mi primera grabación en grande. Después he hecho otras, con sellos independientes”.
Huberal, como quien resume lo vivido, dice que no se siente satisfecho, pero sí agradecido por el respeto y el cariño.
“No sé si merezca tanto. No todos somos genios. Mi maestro Arcadio Menocal decía: ʽrespete mucho la música, trate de escuchar a todos los pianistas, no para que copie sino para que forme su propio criterio’. Y yo he tratado de acercarme a la verdad de la música”.
Como creo profundamente en los consejos de los hombres viejos, porque su sabiduría es una de las ventajas de vivir tanto, al terminar nuestra conversación, le pregunto:
Maestro, ¿qué recomendaría a un pianista joven que se respete?
“¡Ser fiel a lo que está interpretando!”.