
Flashback: dos canciones de Nick Drake para ansiar la desmemoria
Mira hacia los cielos en esta radiante noche de octubre, y se siente invadido por una viva y embriagadora esperanza. ¿De dónde viene esta ilusión? ¿Por qué los cielos dicen tanto?
Gastón Baquero
Fotografía navideña. Gabrielle Drake sentada en el piso frente su hermano, él sosteniendo una guitarra, sentado en un mueble de flores, ella mirándolo, mirando sus dedos. Un tono envejecido adueñándose de la foto. Los años tienen un color curioso y notorio. Siempre es el mismo. Da igual si es 1974 o 1996. Ni siquiera importa si el color no es realmente el mismo.
Vi esa fotografía el 25 de noviembre. Ese día, 48 años atrás, había muerto Nick Drake. Yo estaba, como de costumbre, en el bar al que voy cuando quiero arrancarme cosas de la cabeza, o cuando quiero arrancarme la cabeza. En la misma mesa. Una mesa para uno, que antes era una mesa para tres, pero fue mutando hasta convertirse en una pequeña tabla con una única banqueta delante. No quiero pensar que esa mutación se debe a las soledades. Pero se debe.
Northern Sky/ La máquina
Anoche volví a pensar en Nick Drake tras escuchar Northern Sky. La escuché muchísimo. Audífonos puestos. Cerveza. Lugar concurrido.
Del disco Bryter Layter (1971), Northern Sky es mi canción más recurrente, a la que acudo buscando la paz que no tengo, la que aligera el curso maniático de las horas. La canción que puedo escuchar mil veces. La que he escuchado mil veces.
Lo que pasa es que él tenía 23 años y era un niño preguntándose por el amor que persiste [Would you love me ‘til I’m dead?]. Era un niño soñando con el hermoso cielo del Norte. Un adolescente frente al amor, hablando de la magia, hablando de dulces brisas. Y me resulta dulce y demoledora la pasión con la que habla, como si me estuviera hablando a mí, como si me estuviera diciendo Qué sabrás tú de la vida.
Qué voy a saber yo de la vida, Nick. Si yo, a mis 26, tuve tus 23 y soñé con el cielo nocturno y me tragué un secreto como si fuera veneno, pero no me mató, me dejó más débil. Y soñé con el amor después de la muerte. Y, por soñar, soñé cosas como ver el tiempo detenido en una noche de la que guardo el tacto inconfesable.
Pero nunca escribí esa canción. No pude más que rezar. No pude más que tener la edad que tengo, excepto por unos años que quise quitarme para parecer dulce y luminosa.
[Brighten my northern sky].
Pero no fui luminosa, y gradualmente fue amaneciendo.
***
—¿Aunque muera, Felipe? ¿Me amarás siempre, aunque muera?
Aura, Carlos Fuentes.
Pero el muchacho sabía… Él sabía y por eso lo enviaron a un psiquiatra, y por eso tenía que medicarse para dormir, y por eso murió siendo casi un niño. Por eso, porque a sus 26 lo supo todo sin saberlo. Porque la vida no pudo permitirse que un niño le cantara al cielo. La vida es terrenal y no es nocturna. Salvo en las canciones, y en cierto tipo de memorias.
Apunte 1:
Una máquina encaminada a una especie de electroshock sentimental. No existe. Pero me imagino esa gran máquina. La imagino de plata, opulenta, con pequeñas piedras preciosas por delante de todo el cableado. Sería un invento terrible, porque el olvido es terrible —y también opulento— en cualquiera de sus formas; porque uno se debe al recuerdo, porque uno solo vive cuando recuerda, porque uno solo ama para crear imágenes en el archivo de la memoria, uno ama para que esas imágenes persistan […Would you love me…?]. Pero yo quería escuchar Northern Sky como si fuera una canción común (hermosa, pero común). Sin interferencias, sin el cielo del recuerdo mío, que es un cielo dentro de otro. Sin sentir cada palabra como un golpe demasiado propio. Admirando solo la voz, imaginando y no recordando. Creando imágenes nuevas, desviviendo las viejas. La canción sería otra, contendría otra belleza, estaría condenada —paradójicamente— al olvido. Ay, la consecuencia de la desmemoria, que no es musical ni es estética, es otra cosa que no sé cómo se llama, pero duele como un nombre propio imponente, como descubrir todos los días la misma foto vieja y encontrarle un color, una mancha que significa El tiempo pasa y las soledades tienen el vientre cada vez más desgarrado.
Northern Sky fue la misma antigüedad, de nada valió prender la máquina por dentro. Fue la canción rezada en medio del amor más lacerante. La aguja. La ternura desmedida. El secreto. Las palabras escapando de la máquina, rehusándose a la amnesia impostada. Rehusándome a mí. A mí que las escuché una tarde, al borde de lo que no se puede. A mí que no sabía cómo dejar de abrazar.
Recordé aquello de Proust en La Fugitiva, “La misma mujer distinta…”. Northern Sky fue la misma canción distinta, el mismo muchacho distinto, el mismo sonido. Contenía un dolor renovador, un deseo renovado. Una esperanza tan adolescente y diminuta que parecía una taza de juguete.
[Would you love me…
Would you love me...
Would you love me ‘till I’m dead?].
No sé qué le habrá dicho el cielo a un niño de 23 años. No sé a quién le cantaba ni qué juramento le hicieron a él. Pero debió haber sido enorme.
La única cosa que me resulta más peligrosa que una desilusión es una ilusión. También creo que, de todas las creaciones humanas, la más torpe es la promesa: ¿cómo puedes prometer que el futuro será de una manera?, como si el devenir del tiempo dependiera de ti, como si fueras dueño de los acontecimientos. Una promesa es todo el amor y todo el egoísmo a la vez. Y esas ilusiones creadas son las que hacen que la gente pierda la cabeza y cometa locuras y canciones. Y Northern Sky es una canción así. La locura mágica. Siempre me pregunto cuál habrá sido la promesa que lo llevó al desvelo, de qué forma lo abrazaron, en qué pecho mortuorio se quedó dormido.
[Oh, if you would and you could…]
Sabe Dios de qué calibre sería su alegría.
[But now you’re here,
brighten my northern sky].
De qué tamaño los encuentros.
Y de qué tamaño la desilusión postrera.
Time Has Told Me / La calle / Electroshock
Time Has Told Me parece una canción escrita frente a la máquina del olvido una hora antes de querer olvidar. Ninguna persona que prefiere el recuerdo se detiene a pensar demasiado en lo que el tiempo dice. Esa palabra es un horror. Es difícil de tragar. Amarguísima.
Tiempo.
Tiempo.
Tiempo.
La calamidad más grande y antidigestiva.
Apunte 2:
También imagino que de pronto estoy caminando por una calle amplia y transitada. No recuerdo absolutamente nada. Me sometieron a la máquina. Los audífonos están reproduciendo algo, lo que sea. La gente camina a una velocidad acelerada. Pero yo no. Yo voy a mi paso, que es el mismo paso que marca el beat de la canción. Camino lentamente. Hace un día precioso, el sol quema poco y la frialdad es agradable.
Y de pronto comienza a reproducirse Time Has Told Me. No recuerdo, por supuesto, de dónde provino. Solo sé que me gusta.
Alguien viene de frente, caminando mucho más rápido que yo. Alguien a quien amé. La máquina borró el resto de las canciones dedicadas. Borró el sexo escondido repetidamente. Y las palabras dichas en la sobriedad más majestuosa. Y las palabras dichas en la ebriedad más fatal.
Recuerdo únicamente lo básico: esa persona existe. Esa persona tiene un nombre que conozco. Una historia clínica, un número de identificación, una vida, un trabajo, unos antecedentes penales. Es una persona más, a la que conozco de casi nada, de vista. Entonces saludo con un gesto, una mueca bonita. Un Hola. Un Cómo estás / Bien y tú / Bien, gracias.
Sigo mi camino mientras me pregunto de dónde saqué esa canción y por qué no la escucho más seguido. Llego al lugar al que iba, que puede ser perfectamente el apartamento de alguien a quien sí recuerdo. O una cafetería con esas preciosas tazas que desafortunadamente no son de juguete. Me quedo pensando dónde conocí a ese sujeto. Pero eso no es importante.
—Buen día.
—Buen día.
Al final el olvido no es la ausencia total del recuerdo. Se reduce a la cordialidad y a la canción finalmente desmemoriada. Y es peor. Es peor despersonificar una boca. Reducirla al Buen día.
Como si esa boca y la boca tuya no hubiesen estado nunca bajo la misma sábana (una tarde de la que tampoco recuerdas absolutamente nada).
Flashback / La memoria
El mundo fue muy injusto con Nick. El amor también lo fue. Se tomó 30 antidepresivos antes de irse a la cama. Quiero pensar que al menos no murió llorando. Que las flores que tenía al lado de su cama permanecieron vivas hasta el día siguiente, que alumbraron su camino hasta el cielo del norte. Quiero pensar que allí está.
[Por superstición, por terquedad, por manía].
Su gloria fue póstuma. Sus discos se vendieron muy poco. Fracasó en el amor de todas las formas en las que puede fracasarse en el amor. Una fotografía feliz no dice nada. La tristeza ronda como la muerte. Los secretos hablan poco en las fotos. Las guitarras no se escuchan. Pero el tiempo tiene una voz gravísima y todo lo saca a la luz, a pesar de los silencios. Es una desgracia.
Apunte 3:
Por fortuna esa máquina no existe. La inventé en mi cabeza una noche en la que quería olvidarme hasta de mi nombre. En la situación hipotética de los encuentros en las calles, llegaría un flashback atroz. Algo se rompería, incluso las tazas de juguete en el otro extremo de la ciudad. Me quedaría parada frente al objeto del olvido y me daría por llorar y por decir Yo me acuerdo de todo y tú también, por favor, acompáñame a casa.
Yo sé exactamente qué sucedería. Todos los remedios tienen su enfermedad.
Y volvería a mi cabeza todo lo innombrable y todo lo oculto. [Nadie se va a dar cuenta]. Y buscaría un callejón y un par de cigarros y recordaría la promesa y la ilusión primera, y el tiempo, todo el tiempo soñado, la premeditación de los actos.
Nada es más persistente que una memoria dulce. Nada. El olvido es débil y pequeñísimo cuando hay cartas y canciones. Y te sorprendes leyendo un mensaje hermoso a las tantas de la madrugada, y te sorprendes viviendo dentro de una palabra. El recuerdo es más que cualquier muerte. Y no se puede someter una canción a la muerte. Es imposible. Las notas romperían el lóbulo frontal y la ciudad entera quedaría envuelta en el mismo sonido. Las ciudades quedarían sordas. Dolería algo, en el pecho. El malestar arrítmico de lo recobrado.
***
Dime, niño, ¿qué secreto te llevaste a la tumba?, ¿qué promesa guardaste como una carta?, ¿qué viste tú en el cielo? Yo no sé, yo solo veo figuras, nubes con formas dulcísimas. Caramelos. Yo solo veo una paz desoladora. Yo solo veo una brisa, y dulce no es, porque no me lleva de vuelta a las habitaciones azules ni al tacto inconfesable. Dime qué viste aquella noche antes de dormir, y qué te llevó al olvido, y qué te llevó a la muerte y al psiquiatra y a la nada. Yo conozco recuerdos que son la muerte misma. Yo me dormí una vez en un pecho mortuorio y escuché la dulzura de una palabra, dicha con temor y con cautela, y con alegría también. Yo prometí callar. Y me callé todas las veces. Y me escondieron como a una herida de guerra, como se esconde una enfermedad diagnosticada con pesar, como algo con lo que hay que vivir en silencio, lo mortal y lo terrible. Los gustos extravagantes que no deben admitirse para que nadie en casa se espante y se vaya. [1996]. ¿De qué te escondías tú mientras hablabas de una luna rosada? [1974].
¿También te escondieron como a los monstruos? ¿También te escondieron como se esconde un experimento terrible en el sótano? Ah… Como un octubre arrancado del año. No se ve el cielo desde los sótanos. Pero desde aquí se canta aunque la voz sea hermética. Se canta porque el canto es lo único que hace que los monstruos sean menos monstruos y que los recuerdos vuelvan dulcemente. [When the night is cold].
Dime qué fotografía mirabas cuando la voz no era suficiente para las invocaciones. Dime tú por qué yo canto cuando estoy muy triste, por qué vuelvo a la misma foto y la voz se quiebra y esas muchas lunas se espantan y esas promesas no alumbran ninguna oscuridad. Dime por qué elegí recordarlo y repetirlo todo, por qué prefiero virar la cara en una calle larguísima, aunque sepa bien bajo qué canciones me miran ciertos rostros, aunque el asfalto ladre mi nombre y aunque el cielo reconozca que mi voz solo es dulce cuando pronuncia lo impronunciable.
[But now you’re here].
Dime si no es peor esto que canta por dentro y solo por dentro. Dime cómo se puede cantar sin levantar una sospecha. Qué letra se le pone al cielo mío sin que nadie se dé cuenta, el cielo mío que a veces me mira como queriendo decirme que me calme, …que algún día el océano nuestro encontrará su orilla...
Nos pasamos la vida viviendo episodios sepultados. Flashbacks que llegan mientras preparamos la comida; o mientras la música del teléfono, en su dramatismo aleatorio, pone una canción muy específica.
Niño, black eyed dog, dueño de la rosada luna: ¿será que vienes a abrazarme cuando la ciudad se quede dormida? Yo también vi una vez cómo se iluminaba el cielo, yo también me creí una promesa cuando tuve la ilusión en la palma de mi mano. Cuando un perro de ojos negros llamó finalmente a mi puerta.