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El disco rayado Diseño: Jennifer Ancizar, a partir de la portada del álbum Yemayá. Diseño: Jennifer Ancizar, a partir de la portada del álbum Yemayá.

Yemayá

Yo me hago el roquerito, pero a mí lo que me gusta es la negrá. A mí denme el sonido seco de las congas, el martilleo del yambló y la persistencia de la cáscara. Todo eso se puede conseguir en este disco. Aunque también los domingos de doce a tres de la tarde en el Callejón de Hamel, y en las fiestas de santo de los vecinos de enfrente con sus cencerros desafinados y a destiempo que suenan a lata vieja y que, un sábado a las diez de la noche, son la definición de la molestia. Lo que tiene este álbum, que no hay en muchos lugares, es el piano de Chucho y la voz de Mayra Caridad. Los dos, Valdés de apellido. El piano, con ese rumor de sonajero, es la onomatopeya de Dios. La voz, otro de mis topes emotivos. Les cuento:

El disco abre con el tema homónimo. Se luce Chucho. Se lucen Plá, Mayra, César López, Basilio. Se lucen todos. Es Irakere. Nadie esperaba otra cosa. Un temazo, nada más ni menos que eso, hasta justamente el minuto cinco, cuando ya deja de ser música y se vuelve estado, nervio, trance.

Un poco antes, en el minuto 3:33, comienzan los cánticos yoruba de siempre, rezos donde la solista dice y el coro reafirma: “Yemayá olodo Yemayá…”, y así; pero en el quinto Mayra cambia súbitamente la destinataria de su ruego —no sé bien por qué— y lo dirige hacia Ochún, con ese galillo roto, tenso, de mujer sufrida y firme: “Ochún Ochún kolé, con su manilla de oro, Iyaamiileeeee”. Enseguida Chucho, con el envés de su zurda, oprime rápido y fuerte las teclas del piano, sin distinción, de derecha a izquierda. Se produce un clímax, y ahí mismo rompen los metales, soplando una de las frases más bellas que he escuchado en la música popular cubana: “¡Piquete, eso está muy duro!”. En ese momento uno lo que quiere es parar el tema, sentarse en el suelo con los pies cruzados, y romper a llorar. ¿Por  qué? No sé. A mí me ha puesto a pensar en la muerte de Mayra, en los negros cruzando el Atlántico hacinados en las bodegas de los barcos, en mi tatarabuelo esclavo de Jovellanos, en el congo, el carabalí, el lucumí, el bantú, Didier Drogba y el espíritu santo. ¡Bróder! ¡Es mucho! Hay que cambiarse el corazón cuando suenan los metales esos, porque el que estaba ya no sirve.

Los Irakere llevan el tiempo al límite de la posibilidad humana. Allí en esa frontera se regodean, se distienden, empiezan a jugar, especulan; como si dijesen: “Caballero, vamos a ver hasta dónde podemos adelantar el tiempo sin que esto se vuelva un caos”. Eso es Mr. Bruce: especuladera, burla, bullying al resto de los músicos del mundo. Durante la primera improvisación de piano, parece que Carlos del Puerto y Chucho tocan temas diferentes; como si el bajo fuera a su bola mientras el de Quivicán, el hombre de las manos más grandes, pone la quinta y se coloca en una autopista sonora a 300 notas por segundo. Solo se aprecia cuando nos acercamos, porque si miras desde arriba todo encaja perfecto; como los niños de Fidelio Ponce, que a 10 centímetros de la vista solo son manchas de fango. Eso ocurre porque el tema está en el límite del caos sin serlo, y eso solo lo consiguen uno pocos, poquísimos.

Otras muestras de este tempo inhumano son las dos últimas pistas, Chorrino (sobre todo la primera parte) y Son Montuno. A esta el nombre se lo pusieron pa´ joder, pa´ verle la cara de infeliz al que creyera que iba a bailar rico; porque de son montuno nada. Eso es el acabose. El tiempo en la mente de estos tipos tiene que transcurrir más lento. Es la única explicación. Eso, o que cuando masterizaron el disco alguien le dio fast forward a las mezclas.

Descubrí el álbum hace relativamente poco. No se me pasa todavía la taquicardia. Antes de escribir esto lo oía, me estremecía y me daban ganas de subir por las paredes. Ahora me pongo alguna bandita indie sosa pa´ bajar el ritmo cardiaco y seguir filmando de niño limpio clase media.

foto de avatar Carlos M. Mérida Oidor. Coleccionista sin espacio. Leguleyo. Temeroso de las abejas y de los vientos huracanados. Más publicaciones

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  1. Pablo Bolaños dice:

    Una descripción fantástica de un álbum fantástico. Todo lo que yo hubiese querido expresar de este disco, lo plasma este gran artículo. Sin duda una joya mundial del Jazz Afrocubano. Gracias y felicitaciones.

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