
Desmontando la noche: Jarachó
En La Habana no hay habaneros. Con esa premisa la gente de pueblo busca consuelo en una ciudad que solo a los nativos les luce pequeña.
No sé en Santa Clara, en Sancti Spíritus o Santiago. En Pinar del Río no hay nada que ir a buscar luego de una pandemia, un “ordenamiento” y un huracán. La Cenicienta desventurada, dice el himno…, y no es por gusto. Allá no se va porque “estás de pasada”, sino que hay que ir con premeditación. Pueblo infortunado al que cada vez le recortan más su disposición geográfica. Es más, ni eso que lo hace tan famoso es cierto, no somos la tierra del mejor tabaco del mundo nada, solo que la “sacarocracia” necesitaba más espacio para la caña y desplazó el tabaco mientras lo inyectó todo con propaganda para hacernos creer, eso lo dijo Fraginals, no una pinareña como yo.
Pero llegan las vacaciones, los fines de año, el fin de semana, y hay que regresar al pueblo por una especie de mandato divino. Pueblo vacío, todos se fueron —hago énfasis en todos—. No hablo aquí solo de no tener a los amigos de siempre para ir cada sábado al único bar/cabaret que había en la ciudad hasta hace par de años, sino que ni siquiera esos lugares existen en el presente. Sus dueños emigraron y las empresas estatales le dieron el golpe final.
En contraste con tan desolado paisaje, un hombre común con algo de capital decidió, en abril del año pasado, transformar una pequeñísima casa ubicada en Rafael Morales # 23 —doblando la Calle Martí, que es la principal de casi todos los pueblos—. La pintó de limpio, puso luces amarillas, par de cuadros, mesas y sillas “al descuido” para crear un ambiente rústico, acogedor, de bastante buen gusto. Pero el lugar tenía la más difícil de las tareas: lograr la fidelidad de un público que en Pinar del Río ya no existía… o eso creíamos.
¿Música alternativa en Pinar del Río? ¿Trova y rock n’ roll? Eso todo el mundo sabe que era con la frikandá en el portal de la AHS. Pero a la frikandá pinareña le salieron canas, no está pa’ eso, o se fue en el primer avión que apareció. Creo que por allá sigue Kiko, el director de Tendencia, tal vez alguno más. Ni Toques del Río va a tocar, luego de tenerlos hasta en los recesos docentes. Pinar necesitaba otro portal, renovar el espacio de reunión, porque las comunidades subalternas se reproducen hasta sin gametos y, como tal, necesitan guarecerse.
Jarachó. Con ese nombre fue bautizada la pequeña casa: palabra rusa para decir que algo está bien. Un adjetivo simple. Y “simple” es un oasis en medio del desierto.
***
Llego a la terminal de ómnibus luego de dos horas de viaje apretado, descargo los bultos en la puerta de mi casa, subo la loma, adelanto tres cuadras y estoy en Jarachó. Tan pocos somos que, sin siquiera avisar, allí encuentro a los que quedan, razón suficiente para regresar de vez en cuando. Sentados frente a una taza de café, pidiendo un tres leches —especialidad de la casa, sin discusión— o trabajando tras el mostrador. En un pueblo en el que cada vez hay menos disponibilidad de empleos, mis amigos, los “raros”, los tatuados, los barbudos —pueblo pequeño, infierno… ya saben— se rotan el delantal negro para trabajar detrás del pequeñísimo mostrador, combinándolo con sus vidas, sus carreras y trabajos formales, y así sacar un pie del hastío y otro de la miseria. Uno lo deja, otro lo coge, y el que trabaja hoy viene a tomarse un café en su día libre, raya un vinilo, se echa la tarde, para ponerse al otro día el mismo delantal y mandar a otro a que ponga la música.
En Jarachó no hay forma de tener una conversación de a dos. Te sientas en una mesa y la otra está justo al lado. Llego a la hora que sea y me siento en una esquina, de pronto estoy hablando con tres mesas a la vez, contándonos los mismos cuentos de cuando el preuniversitario, de aquella fiesta “¿te acuerdas?”, y llamamos al que está en Miami, y al de Madrid. Y una pequeñísima comunidad, suficiente para llenar la sala de una casa, se reúne a escuchar algo de jazz, su poco de rock n’ roll, un temita de Bad Bunny, la última de Rosalía, siempre mejor cuando la playlist la propone el que llega.
Los que vivimos en La Habana nos salvamos, tenemos el mantra de un lugar “habanerizado” y sabemos dónde ir a buscar lo que necesitamos.
—¿Qué hay hoy? —le pregunto a mi mejor amiga de hace dieciocho años, a la que le toca turno con el delantal.
—Hoy está Amable Lazac, performático y a guitarra, tú sabe’, mañana Wendy con el Chelo, el sábado Frank Delgado.
—¿De nuevo Frank?
—De nuevo, le cogió el gusto a Pinar.
Jarachó ha reunido, además del grupo de amigos —o incluyéndolos—, a los jóvenes que en esta provincia se han quedado haciendo música. Por allí ha pasado el Dúo Vida, a voces y guitarra; Caribbean Swing Instrumental a cajón, flauta y covers. El Dúo Fábula. Aaron White. Eros Crespo al piano, jazz con timba y algo de percusión. Adrián Berazaín. Café Amargo. Gilberto González con su saxo, o piano y voces. Payasos en la mañana de domingo para que también los niños de la casa tengan algo que hacer. Eso sí, sin perder la sensación de estar descargando en una terraza, en el portal de la AHS, en un parque de esos en los que te reunías, guitarra en mano, a cantar los mismos temas hasta las tres de la mañana.
Y allí pasas la tarde, vas a tu casa —bajas tres cuadras— te bañas, comes algo, y regresas. Son las nueve de la noche y el lugar está apretado, hay calor, no se puede fumar dentro, pero si sales, no recuperas la silla. Frank Delgado se sienta en la banqueta de siempre, con su micrófono moderno e inagotable, apretado en la esquina, debajo del foco amarillo, canta y todo el mundo hace silencio: “a veces cuando estoy perdido como un marino en lontanaza”, y le habla a los de siempre por dos, tres horas. Qué habanero con cartelera diría que, en lontananza, un concierto de Frank es siempre novedad. La semana que viene descargará el que tenga ganas, más un instrumento. Y el mes que viene nuestro amigo, el de Miami, va a colgar en las paredes limpias una foto, junto a otros amigos con cámara, y se montará una exposición “minimal”. Luego la haremos de dibujo, y más adelante de grabado. Con tres personas basta para armar una expo en la sala de una casa/café. Y acomodaremos todo en el espacio e inventaremos algo con la gente del teatro, que son los mismos que pintan, actúan y escriben, los mismos que piden café y el tres leches no le falta, los que mañana se ponen el delantal para cubrir su turno y sacar un pie del hastío… tienen una playlist para eso.
Y así, se van rotando, mientras me miran de reojo cuando llego, repugnados del pueblo fantasma, pidiendo el último para el segundo cuarto de mi casa en Nuevo Vedado, porque se creen ellos que aquí quedan habaneros, que los tantos bares ocupan nuestros fines de semana, que podemos ir a todos los conciertos.
Se creen los pinareños que La Habana puede ser distinta.
Dirección: Rafael Morales #23. Pinar del Río.
Modelo de gestión: autogestionado
Precio de entrada: Gratis
Precio de la cerveza: 250 mn
Por desgracia, Pinar comenzó a «vivirse» en 2017, después de que lo «arreglaran» por haber obtenido la sede del 26 de julio. Ya yo estaba en la universidad, en La Habana. Aun así, siempre encontraba algo para hacer con los socios. Me encantaría llegarme a este sitio, realmente. La gente también necesita de sus lealtades locales.