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Desmontando la noche Ilustración: Mayo Bous

Desmontando la noche: Gabinete Caligari

El Gabinete Caligari está ubicado, curiosamente, en un sitio periférico del corazón de Holguín, en un espacio que se asemeja a su espíritu. Otro tanto pasa con La Periquera, insignia y patrimonio de la ciudad, que domina el parque central como corresponde a lo que es, y a lo que otrora fue: un centro de poder. Desde su posición orientada al norte, de frente a la altiva estatua de Calixto García, La Periquera pierde de vista al Caligari, que está como escondido en una de las esquinas, encaramado sobre el Centro de Arte. Porque El Caligari, desde esa perspectiva, es una oscura terraza con neumáticos de camión por asientos a la que asisten jóvenes pobres y marginados que no tienen dinero para ir a sitios “fancy”.

Fundado a principios de los 90, con un nombre laudatorio de una joya del expresionismo alemán, el Gabinete Caligari nació como sede de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) en la provincia y se convirtió en el “cuartel general” de la escena rockera y underground, así como en una de las principales plazas de las Romerías de Mayo —que por entonces era uno de los eventos culturales más importantes del país.

Alrededor del Caligari se fue tejiendo una mística que lo favorecía o perjudicaba según el observador. La opinión que dominaba en los sectores clasistas era la de ser un lugar al que iba gente sucia y en el que sucedían broncas, se fumaba marihuana, etc. Esa epidérmica percepción era reforzada por la actitud irreverente de algunos personajes como Mundi, el conocido punk que se inoculó el sida durante el Período Especial, que cargaba una mochila repleta de botellas de ron casero para la venta, y que llegó al extremo de arrojarse desde las alturas del Caligari y sobrevivir —en dos ocasiones. Al cabo, todo el que lo conoció sabe que Mundi fue un incomprendido, uno más de la familia.

Lo cierto es que el Caligari, como lugar de confluencia, terminó acogiendo a varias generaciones de jóvenes rechazados por las convenciones sociales. Allí se era “parte de algo”, y lo mismo se presenciaba un debate sobre el primer disco de Mayhem que sobre el último single de The Strokes; o se discutía de pintura, literatura, cine… Si bien el recinto era tradicionalmente frecuentado por rockeros, el Caligari era visitado por destacados artistas de todas las manifestaciones, y se organizaban en sus predios conciertos de trova, jazz, techno o hip hop. De los intercambios que se daban en su interior nacieron bandas, proyectos audiovisuales y literarios, exposiciones de artes visuales e, incluso, festivales. Tal fue el caso de la peña Electrozona, la cual, gracias al trabajo de DJ Tiko y DJ Jiménez, terminó siendo un festival de música electrónica con proyección internacional.

Ilustración: Mayo Bous

De manera general, el Caligari era una zona dinámica, enriquecedora y diversa, y contaba con un público fiel y cercano.

Llegada la crisis pandémica todo cambió. El cierre de los espacios, la falta de presupuesto para la organización de eventos, la gradual privatización de los servicios, el éxodo masivo con destino Estados Unidos, y una errática dirección institucional, afectaron de manera sensible al Caligari. Hoy apenas dos bandas tocan allí: Espíritu Libre —de calidad, cuando menos, cuestionable— y Claim —reducida a cover band tras las salidas del país de dos integrantes clave. En las peñas, la playlist —en singular— es siempre la misma; los servicios gastronómicos recayeron en una patética mipyme que no cubre ni lo mínimo; y el público no llega a las treinta personas. ¿Desaparecieron los asiduos al Caligari? No, andan desperdigados por la ciudad, huérfanos de las instituciones y de la cultura.

Mundi está muerto, no lo mataron ni sus “simulaciones de vuelo” ni el sida, pero ya no está y se nota. DJ Tiko —que era un hombre de hermosa temeridad—, intentó bordear el muro fronterizo de Playas de Tijuana y murió ahogado. No logró lo que su colega, DJ Jiménez; ya establecido en tierras norteñas.

En el Caligari hay una tradición: a la hora de culminar sus actividades —el momento de levantar a los borrachos que duermen sobre los neumáticos— suena la canción de Voltus V, la cual pretende ser interpretada como un “se acabó”. Si alguno de los que lee esta nota es holguinero, con toda humildad le digo: Tal vez, amigo/amiga, haya que remitirse al mensaje original de esa puta canción: “¡Vamos a unirnos!”, y reclamemos lo que nos pertenece.

 

*Este texto fue publicado en el No. 11 de Magazine AM:PM

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