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Entrevistas César López. Foto: Cortesía del entrevistado. César López. Foto: Cortesía del entrevistado.

César López: ensemble de sinceridad

Mi despiste ha vuelto a jugarme una mala pasada. Llevaba 30 minutos sentado en el contén de una acera hasta que decidí ir a esperarlo a otro sitio, casi seguro de que ya no vendría. César López me llama por teléfono, pensando que probablemente me equivoqué de calle. Tiene razón. Se disculpa conmigo por la demora: tuvo una emergencia con su mascota y salió apresurado. Desde hace tiempo vengo planificando un encuentro con este, uno de los saxofonistas más destacados en el panorama musical cubano.

Sin embargo, su maestría como intérprete no fue lo que me impulsó a contactar con él gracias a un amigo en común. Fue su testimonio lleno de sinceridad en un documental sobre Irakere, agrupación de la que formó parte durante ocho años.

César es un hombre jovial. Sin demorar un minuto, hace gala de su origen agramontino. En la sala de su casa, la música, su lugar de nacimiento y su pasión deportiva gravitan en diferentes expresiones: pinturas alegóricas a Cuba y el jazz, saxofones en miniatura, múltiples premios Cubadisco, pequeños tinajones de barro y pelotas de beisbol adornan el lugar.

Comenzamos a hablar con desenfado. Prende un tabaco y, de inmediato, como el fuego que consume su puro, con diferentes intensidades, hilvana recuerdos de sus padres y las circunstancias que permitieron su nacimiento.  

Su tono de voz adquiere un matiz novelesco. Las descripciones exactas hacen de César un excelente narrador. En la medida que cuenta su vida, él mismo no puede evitar caer preso de las emociones. Es contagiante y enternecedor. 

Su madre, una estomatóloga recién graduada, fue enviada en 1964 a trabajar en el central azucarero Jaronú en la antigua provincia de Camagüey. Luego al municipio Florida en 1965, para fundar la primera clínica dental pública en el territorio y dar término al servicio encomendado.  

“Ahí conoció a mi padre. Hijo de terratenientes y nieto de un coronel del Ejército Libertador: Manuel Rivero Gómez de Avellaneda, quien luchó bajo las órdenes de Máximo Gómez”. 

No puede evitar hacer un paréntesis sobre un familiar que a cualquier cubano haría sentir orgulloso: un bisabuelo mambí, primo hermano de la insigne escritora cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda.

“Mis padres se enamoraron afortunadamente y, en 1966, se casaron. Mi madre quedó embarazada y vino a parir a La Habana. Aunque ella y su familia eran de San Nicolás de Bari, desde los años 50 vivían en la capital. Entonces, por un capricho familiar, nací en La Habana. Pero, al mes, me llevaron de vuelta a Florida. Yo soy completamente camagüeyano”. admite orgulloso, reconociendo que no escapa a la vanidad de haber nacido en una de las provincias más importantes y definitorias en la historia económica, cultural y sociopolítica de Cuba.  

Antes de comenzar en la Escuela Vocacional de Arte, César sentía de modo intuitivo una conexión con la música. Un primo, trombonista de la sinfónica de Camagüey fue la principal influencia para iniciar su camino musical.

El niño César López. Foto: Cortesía del entrevistado.

El niño César López. Foto: Cortesía del entrevistado.

“Comencé a cantar y tuve un maestro que pertenecía a un conocido trío de mi pueblo llamado Los Audaces. Él me dio mucho aliento respecto a la música. Sucedió además una cosa linda, con la que nadie me asocia. En 1980 se celebró el primer festival de niños trovadores en Tarará. Mi inicio en la música fue como trovador”. 

Entre los miembros del jurado encargados de definir a los cuatro ganadores del evento se encontraban Sara González y Noel Nicola. El niño de Florida se estrenaba en el mundo de la música. En la modalidad libre obtuvo el premio con una canción del trovador cienfueguero Lázaro García (Lleva una herida).

La decisión estaba tomada: César sería músico. Pero los inconvenientes a partir de entonces aparecerían en su vida como una circunstancia que siempre derivará en momentos para él trascendentales.

En la recién inaugurada Escuela Vocacional de Arte “Luis Casas Romero” de Camagüey, César pasa sin contratiempos la prueba de aptitud. Sus conocimientos de guitarra son determinantes para ello. De regreso a Florida, días más tarde, llega un telegrama con la noticia: había sido escogido. Acompañado de su madre, arriba a la escuela y se encuentra con que su nombre no está en la lista de guitarra, instrumento para el que audicionó.“Soy un hombre de dedos pequeños y resulta que por eso no me permitieron estudiar guitarra, que era lo que quería. Fueron errores que se cometieron. Para mí eso es matar la ilusión de un niño. Aunque de otra manera, la vida fue generosa conmigo”, dice el ahora también pedagogo y profesor de música.

Entonces a César le designan otro instrumento: el saxofón. Uno de los encargados de la prueba de aptitud había observado en él condiciones idóneas. Julián Blanco se llamaba el profesor de saxofón que seleccionó, sin que él lo supiera entonces, al niño aspirante a músico.    

“Me dio un ataque y comencé a decirle a mi mamá que yo no quería estudiar saxofón. Me  inscriben y regresamos a  casa, aún  con aquello de que solo quería guitarra. Pero mi primo, muy previsor, insistió en que me presentara  y así fui becado para Camagüey”. 

En la escuela continúa como trovador en paralelo a sus clases de saxofón. A los tres meses de iniciado el curso escolar César comienza a sentir que extrañaba demasiado su casa. Una noche, decide fugarse y terminar definitivamente con la pesadilla de la escuela de arte. En la 114, el ómnibus en que se trasladaba, llega hasta la terminal de ferrocarriles de Camagüey y con la ingenuidad de quien confía en todos, le pide a un taxista que lo lleve hasta Florida, donde sus padres le pagarían el viaje.

“Llegué con ese señor a mi casa alrededor de las nueve de la noche. Lo primero que dijo mi madre fue: ʽ¡¿Qué pasó?!’. Yo comencé a llorar, diciendo que no quería estar más en la escuela”. 

Los padres no recriminaron al niño por el susto, ni  por la fuga. César pensaba, por la calma que reinaba en su hogar, que ya no volvería a la escuela. Incluso el taxista fue invitado a comer con ellos. Pero, casi de inmediato, lo llevaron de regreso  a Camagüey.  

“Mi papá no tenía el nivel de instrucción de mi madre, pero era un hombre muy sensible. Cuando llegamos a la escuela, la señora que cuidaba el albergue de los niños estaba al borde de un ataque, llorando”. 

El padre de César explicó todo y prometió convencerle durante el fin de semana. Lejos de esperar algún regaño, comenzó a incentivarse con el nuevo instrumento y a apreciar el lugar donde estudiaba. 

 “Ahora pienso que es la escuela más adorable que he tenido en mi vida. He hecho por ella, pero siento que me falta mucho más”. 

César se expresa conmovido. Su voz cambia de tono, entre la nostalgia del niño que fue y el aprendizaje definitorio que iniciaría su vida musical, los sentimientos hacia su escuela madre se han vuelto más intensos. “Esto me pone del carajo. Así me verás dos o tres veces”, reafirma con su tabaco en la mano sentado frente a mí y vuelve a la carga con más recuerdos.

“No faltaba nada. Con decirte que estrené dos saxofones Selmer Mark VII, que eran de los más caros del mundo. En la escuela encontré una de las almas más bellas que he conocido en mi vida: el maestro Mario Lombida”. 

Está ya en noveno grado y César, junto a uno de sus compañeros de clase, participa en el concurso nacional Amadeo Roldán, donde competían todas las escuelas de nivel elemental de arte del país. El certamen constaba de tres rondas eliminatorias. Desde el inicio de la competencia, los dos camagüeyanos se prefiguraban como ganadores del evento. 

 “La gran competencia fue con mi compañero Quirino Guevara, un guajiro de Vertientes. Ambos estábamos al mismo nivel respecto al saxofón, pero él era mejor ser humano. La competencia quedó apretada. Durante el receso, uno de los jueces del concurso que estaba deliberando, amigo de mi maestro, le dijo: ʽTienes jodío esto aquí, porque no sabemos a quién le vamos a dar el primer premio”. 

César resultó el ganador en la fuerte deliberación. Sobre el veredicto a su favor, aunque hoy lo recuerda con satisfacción, siente que no le interesa haber ganado. La paridad estaba más que definida y el cariño por su amigo solo se ha incrementado con los años.

 “Creo que ningún gran músico se libra del ego. Hay que saberlo controlar para que no se vuelva enfermizo. La influencia de los padres es muy importante para detener eso a tiempo. Pero nadie se puede subir al escenario sin un poquito de ego, solo la dosis necesaria”  

Tiene que encender nuevamente su tabaco. “Recordar de nuevo todo esto es para mí  una inyección de vida”, confiesa.

Se mantuvo en Camagüey para cursar nivel medio de saxofón, pero uno de sus profesores, Jorge Luis Almeida, insistió en trasladarlo para la Escuela Nacional de Arte en La Habana (ENA). La distancia ayudó al adolescente en ciernes a ser más independiente. A sentir que, a partir de  ese momento, las consecuencias de todas las decisiones que tomara eran de su responsabilidad exclusiva. “Hice como tres doctorados y tres maestrías de jodedor por los albergues que pasé”,  señala con humor.

Pequeño de estatura y pendenciero por naturaleza, César conformó parte de su personalidad lejos de su hogar, donde la independencia espiritual y física, así como el respeto, se medían a veces con los puños por delante. “Nunca me gustó abusar. Ni lo toleraba tampoco. Eso sí, siempre fui de dar cuero. Tal vez como un mecanismo de defensa por mi tamaño. Hoy en día, me reencuentro con varios de mis hermanos de aquellos años y recordamos esos tiempos sin ningún rencor”.  

César cumplió 16 años en La Habana mientras cursaba la ENA. El reconocido jazzista Bobby Carcassés, quien gustaba de impulsar carreras de jóvenes músicos, lo conoció entonces por un amigo común.

“Bobby me invitó a su casa y comencé a tocar en su grupo. En esa etapa los estudiantes no podíamos tener contratos profesionales ni cobrar por las presentaciones. Todo eso se hacía  escondido de la escuela”.      

En 3ra. y D en El Vedado, Bobby Carcassés funda un club de jazz en el que la programación estaba a su cargo. En este nuevo espacio, César López tiene sus primeras presentaciones como jazzista. Como no podía cobrar directamente, los músicos profesionales reunían una parte del dinero y se lo entregaban. Con 80 pesos en su bolsillo, más la mesada que enviaba su familia, y con solo 16 años, las tentaciones comenzaron a aparecer para él. Aunque sin consecuencias mayores, más allá de algunas ausencias a clases.

 “Me gradúo de la ENA y entro al Instituto Superior de Arte (ISA). Pero Bobby iba de gira por  Panamá y solicitó un permiso para que pudiera ir con el grupo. En el primer semestre del ISA las cosas para mí no iban muy bien. ʽCésar con su 3’, me decían, parodiando la canción Quirino con su tres”

Un mes fuera de Cuba. La primera experiencia internacional lo deslumbró en muchos sentidos. Sin embargo, no olvidó a sus compañeros de curso y, al regreso, a cada uno de ellos le trajo un presente de su viaje. Los reencuentros para César funcionan como una máquina de emociones. Es un hombre que valora la amistad como una necesidad vital.

Su segundo año del ISA parecía que no iba a tener un final feliz. Sus notas no eran las mejores y la inestabilidad en la docencia, por los trabajos con Bobby, atentaban contra su permanencia en la escuela.“Mi maestro, Miguel Villafruela, primer latino en graduarse de saxofón en el conservatorio de París, estaba muy enfadado conmigo. Fui al examen de primer semestre sin ensayar prácticamente y desaprobé. Fue la única vez que desaprobé”.      

César debía enfrentar una prueba extraordinaria para continuar en el curso. Esta vez se sintió en un camino bifurcado, donde la opción a escoger determinaría para siempre su carrera como músico. 

 “Mientras me preparaba para el examen, seguía tocando con Bobby en el club de jazz. Una noche, un señor que me quería mucho, melómano empedernido y con mucha cultura, llamado Carlos Bernard, que era ingeniero hidraúlico, llega al club y me dijo: ʽCésar, te traigo un mensaje de Chucho Váldes’”.

El joven saxofonista tenía solo 19 años aquel diciembre de 1987 y el sorpresivo recado provocó algo más que escepticismo en  él.  “Chucho te espera mañana en La Tropical. Quieren hacerte un examen para ver si entras en su banda”. Pensó que era una broma aquella convocatoria. Pero la seriedad de aquel hombre no daba lugar a dudas. Con un pretexto cualquiera se despidió de Bobby. Debía descansar. El siguiente día tendría la prueba definitiva en su carrera.

Irakere. Foto: Cortesía del entrevistado.

Irakere. Foto: Cortesía del entrevistado.

“Fui a casa de mi tía. Debía estar a las 10 de la mañana en La Tropical, el local de ensayo de Irakere. Me levanté a las 7:30. Desayuné y comencé a probar una caña para el saxofón. Calenté casi una hora y salí para allá”.

El funcionamiento eficaz del transporte en aquellos años permitió que llegara 10 minutos antes de la hora señalada. Él, que inexplicablemente tiene problemas para manejar el tiempo —algo que ha mejorado gracias, sobre todo, a su esposa japonesa, quien lleva la exactitud como parte de su idiosincrasia—, ese día fue puntual. 

 “Cuando llegué, ya estaba Chucho. Me había puesto mi ropa más decente para el momento. Me presenté y el impacto fue total. La diferencia de 1.93 metros contra 1.68 era bastante significativa. Aquello fue increíble. Chucho me pidió tocar un poco de stand up. Canciones de jazz con movimientos armónicos que se usan para estudiar la destreza del músico”.

Todo iba saliendo a la perfección. Al segundo stand up observa gestos entre los músicos de Irakere y Chucho. Señas de aprobación. El joven pensó que ya la suerte estaba echada y que su entrada a la agrupación era inminente. 

 “Después me hicieron otra prueba. La más fuerte. Lectura a primera vista. Tuve que leer una partitura en un instante. Me pusieron un fragmento de una canción llamada Changó, que después toqué varias veces. Creo que los astros estaban alineados. Cuando me pusieron aquel papel pensé: ¡esto es un abuso! Tiempo después se lo dije. Chucho me contó que él ya estaba decidido por mí. Pero que aquello  fue para confirmar su elección”.

La circunstancia que facilitó a César entender, a medias, el reto en forma de notas colocado frente a él fue una llamada de un periodista para conversar con Chucho. Oscar Valdés, cantante y administrador del grupo, llamó al audicionado para explicarle que el repertorio del grupo no solo era música de concierto, sino que también interpretaban números bailables. 

César tendría por delante otra prueba mayúscula. Sus antecesores en aquel puesto eran nada menos que Paquito D´Rivera y Germán Velazco, dos saxofonistas imprescindibles en la musicografía nacional. Pero la decisión estaba tomada y desde aquel momento era miembro oficial de una de las agrupaciones más importantes de la historia de la música hispana.

 “Las presentaciones de Irakere en La Tropical y en los carnavales por toda Cuba fueron algo que disfruté mucho. Figúrate lo que significó para mí pasar de estar con los socios en la beca escuchando en un casete de Chick Corea, a estar con los Irakere tocando cerca de Chick Corea en los grandes festivales de jazz del mundo”.

El tránsito por Irakere fue para el joven un bagaje de experiencias emocionales y musicales extraordinarias. La verdadera universidad. Sin embargo, sus compromisos con la banda impidieron que siguiera estudiando en el ISA. Lo que resulta paradójico porque, en la actualidad, obras compuestas por él y cursos de postgrado —que ha diseñado— se imparten en una universidad de la que no llegó a graduarse. 

 “Me han prometido que me van a dar un título honorífico. Si no me lo otorgan, no importa, pero  me gustaría y me haría sentir muy orgulloso”, afirma dolido de su tránsito incompleto por ese centro de estudios. 

Aún así, César se convirtió en el músico más joven en conformar la nómina de Irakere: “Los músicos más jóvenes del grupo heredamos una gran responsabilidad, por el alto nivel de quienes habían sido parte de Irakere. Desde que entré a la banda, mi relación con Chucho fue como de padre a hijo. Tengo muchos recuerdos de esa etapa. Imagínate tener 19 años y viajar por Europa en varios festivales de jazz y compartir con los grandes”.  

Uno de los momentos más emocionantes para César mientras permaneció en Irakere, y de toda su carrera, ocurrió el 31 de marzo de 1990. Estaban en Chile. Llegó la noche y el tiempo se acortaba para el inicio del concierto de un hombre cuya música había estado, desde 1973,  prohibida en ese país. Miles de chilenos  compartieron durante más de una década, pasándoselas a escondidas, en casetes de mano en mano,  las canciones de un joven cantautor cubano.  

Una semana antes, los míticos Rolling Stones se habían presentado en el mismo sitio. Ni siquiera las majestades del rock habían entonces llenado de público el estadio, que guardaba en su césped un recuerdo imborrable de prisión y muerte.

César tenía solamente 22 años. 

 “Silvio fue a ver a Chucho y le pidió que lo acompañara con la banda en este gran concierto que iba a dar en Chile. Estuvimos un mes preparándonos en el Café Cantante del Teatro Nacional. Cuando llegamos, aquello era inexplicable. Silvio Rodríguez regresaba a Chile después de 17 años. El Estadio Nacional era el lugar escogido para un concierto multitudinario, inolvidable.

“Fuera del hotel donde nos hospedamos, las calles estaban llenas las 24 horas porque habían dicho que Silvio estaría en ese lugar con nosotros. Pero Silvio se quedó en casa de un amigo. Los músicos éramos quienes vivíamos todo aquel fenómeno cada vez que salíamos del hotel”.      

Ni siquiera era mediodía y ya el Estadio Nacional estaba completamente lleno. La Cruz Roja repartía agua y comida entre el público asistente. “No recuerdo haber estado en mi vida en un concierto de tal magnitud. Fue algo increíble. Salimos al escenario y tocamos un tema, antes de salir Silvio. Había tantas personas que hasta creo que llegué a sentir miedo. Cualquiera puede escuchar la historia y sensibilizarse, pero eso hubo que vivirlo. Todas las canciones eran ovacionadas. Fue un acontecimiento cultural inolvidable para esa nación y para nosotros.

“He regresado a Chile varias veces con Habana Ensemble y cuando comento que yo estuve en ese concierto, las personas se conmueven, incluso jóvenes que ni habían nacido. Nunca más en  mi vida he tocado para tanto público ni he vuelto a sentir la emoción de ese día”.

En 1997 Chucho decide renovar la agrupación y César deja de ser parte de Irakere. Integrantes de la primera generación como Enrique Plá y Carlos Emilio también fueron cesados. Un cambio que entonces les pareció  inexplicable. César no exigió justificaciones. Asumió la nueva condición que le imponía la vida. Dos meses más tarde, el propio Chucho lo convoca.  

 “Comenzó a hablarme de próximas giras. Irakere prácticamente no paraba en Cuba. Yo esperaba alguna explicación de por qué me había sacado del grupo. Nunca me lo explicó. Le respondí que no estaba interesado. Que me encontraba inmerso en un proyecto nuevo”. 

Fuera de cualquier desavenencia pasada, César continúa viendo en Chucho Valdés un padre en todas las instancias. Hoy en día, aprecia su salida inesperada de Irakere desde otra perspectiva. Incluso con gratitud. La nueva realidad a la que se enfrentaba le exigía imponerse por sí mismo.

“Hubiese podido continuar con Chucho y ser un músico más. Empecé a caminar solo, desorientado y atormentado. Hasta que encontré mi camino. Pero nunca voy a olvidar a mi gran maestro y tutor: Chucho Valdés”.

Varios ex integrantes de Irakere deciden entonces formar una agrupación y Carlos del Puerto, bajista y fundador de Irakere, asume la parte directiva. Luego, compromisos en Europa impiden a Carlos continuar al frente del nuevo grupo. “Entonces me dan la plantilla a mí. Decidí arriesgarme en un asunto bastante complicado. No solo desde lo musical, también con las personas. Aún no he aprendido del todo en ese aspecto”, confiesa con humor.

Habana Ensemble fue el resultado de la unión de varios músicos a partir del desmembramiento de Irakere. Es el grupo que ayudó a César a comprender a cabalidad cuál es el rol de un director. Sin instrumentos propios, a excepción de los personales, varias personas ayudaron con préstamos de equipos para los ensayos y presentaciones del grupo. La ayuda de Jorge Alfaro, primer manager de Irakere, sería definitiva en esos inicios del proyecto.

 “Manolito Simonet nos prestaba los instrumentos a cada rato. Enrique Álvarez —director de La Charanga Latina— también. Igual que Georgia, de Anacaona. El grupo comenzó a caer muy bien. Varios éramos jóvenes pero ya estábamos probados. A los cuatro meses de comenzar nos contrataron para hacer una gira por Venezuela”. 

El icónico teatro Teresa Carreño fue uno de los escenarios donde Habana Ensemble se presentó como agrupación que buscaba imponerse, con un estilo renovado y ganas indetenibles de crear a partir de toda la experiencia acumulada, tras la ruptura con Irakere. “Fue un bautizo que dejó secuelas. En el periódico El Nacional recibimos una crítica durísima ya que nuestro repertorio incluía latin jazz y el público de una de las plazas donde nos presentamos, esperaba música bailable”. 

El próximo destino fue Barbados. Un festival de jazz donde César sintió que el sabor agridulce de la gira por Venezuela quedaba en el pasado. En Cuba la peña en el Café Cantante del Teatro Nacional todos los viernes serviría como medidor para saber que el grupo había alcanzado en poco tiempo la calidad necesaria y pegada en el público.

“Comenzamos a destacarnos, con Leo Vera por la vertiente del baile. Pero los problemas llegaron también. En las giras, algunos músicos abandonaban el grupo. Algo que me enojaba muchísimo pues yo pensaba que estaba luchando por todos. Fue un largo bregar, muchas cosas lindas y otras decepcionantes. Como la vida”.  

En 1998 llegó el primer disco de Habana Ensemble, con arreglos de Alfred Thompson. El trabajo era un homenaje al principal difusor del mambo a nivel mundial, Dámaso Pérez Prado. El fonograma permitió que las puertas del mercado extranjero se abrieran para ellos. Firmados por Latin World, las demandas de trabajo internacional empujaban hacia el éxito todo el empeño depositado por César y sus compañeros en el proyecto.

 “A medida que el disco tomaba vuelo, nosotros también comenzábamos a consolidarnos. Tuvo buenas ventas en el extranjero. Eso ayudó mucho. Hicimos conciertos en Nueva York, Europa y nos invitaron a festivales en América del Sur. Esas giras por Sudamérica nos abrieron muchas puertas. Sobre todo en Brasil. En Río de Janeiro tocamos en un lugar que ya desapareció, un templo de la música llamado Canecao. Después nos fuimos a México como teloneros de Compay Segundo. Algo que me enorgullece mucho”.     

El primero de los conciertos junto al autor del Chan Chan fue en el Auditorio Nacional, uno de los más prestigiosos escenarios del país azteca. Con una estancia prevista para 15 días, Habana Ensemble permaneció tres meses en México. No obstante, a pesar del éxito conseguido, César volvería a enfrentarse a las contrariedades. Dos de sus compañeros y piezas claves en el ensamble,  Alfred Thompson y Mario Hernández El Indio, deciden radicarse fuera de Cuba. 

César optó por reestructurar la agrupación en su formato y la música a interpretar. Con la nueva estructura de Habana Ensemble, también él asumiría la dirección musical. El rol como doble director le serviría para centrarse en una de las labores que más le apasionan: la composición. 

“Tuve que imponerme contra todos los reveses y al final fue magnífico. Desde entonces he cambiado varias veces la formación del grupo. No por desavenencias, más bien por ajustes en las intenciones musicales”. 

En los diferentes formatos que diseñaba para la agrupación entre septeto y cuarteto, César plasmaba las sonoridades que concebía para el grupo con sus nuevas estructuras. Nueve producciones musicales son el registro de Habana Ensemble. Cada una de ellas distinta, a partir del trabajo en las diferentes etapas por las que ha atravesado el proyecto. 

 “También en cada disco he ido incluyendo  uno o dos tracks como cantante, porque así fue como empecé en la música, como trovador. Todos aquellos supuestos problemas no han sido más que pruebas, me fui adaptando a las circunstancias. Vivirlos me enseñó que el cambio es necesario. Siempre que sea a favor de intereses nobles y para mejorar”.     

Habana Ensemble, además de popularidad, comenzó a tener reconocimiento de la prensa especializada de otros países. Varios premios Cubadisco, los mismos que adornan la sala a pocos metros de donde conversamos, han sido el reconocimiento de la academia al trabajo musical de César López y Habana Ensemble. Uno de ellos, el Gran Premio otorgado en el 2007 por el disco instrumental junto a la Orquesta de Cámara de La Habana, Clásicos de Cuba

César aprecia su tránsito por la música como un recorrido de luchas y nostalgias, pero sobre todo de experiencias que refrendan una verdad. “La obra de cada artista debe partir de la sinceridad. Mi estética en el arte siempre la defiendo desde lo que soy”.       

Pero su trabajo también se ha extendido a proyectos colaborativos donde la música cubana es la guía para emprender nuevos caminos. La orquesta Akokán, compuesta por músicos de Estados Unidos y Cuba, es otro de los múltiples trabajos que lleva en paralelo.

 “Akokán llega a Cuba y Jacob Plasse junto a Pepito Gómez me dan la tarea de buscar músicos de primeros atriles, que vivieran en Cuba, para grabar un disco en un estudio de aquí. La sonoridad es de los años 40 y 50, pero no versiones vintage, más bien ese tipo de música traída a la contemporaneidad. El trabajo fue tan exitoso que llegó a ser nominado a los Grammys de la academia norteamericana. En Inglaterra ganó un premio de música latina. Gracias a eso hemos recorrido el mundo. Su director musical es una pieza clave, para mí es un genio: Mike Eckroth . Posee hasta un doctorado en música cubana. A esta orquesta le tengo mucho cariño y respeto, por la fuerza que tiene”.

El Cuban Sax Quintet es otro de los proyectos a los que dedica parte de su ocupado tiempo como músico. Junto a su antecesor en Irakere, Germán Velazco, ideó este conjunto compuesto exclusivamente por saxofones, donde se desempeña como director musical y compositor. 

“Tocamos música propia y versiones desde nuestra perspectiva. Hemos grabado un solo disco, que fue Gran Premio del Cubadisco en el 2018 y estuvo nominado al Grammy Latino. Ahora estamos en el proceso de grabar uno nuevo. Todas las piezas de este están compuestas por mí. Coquetea con la música clásica, por lo que estaremos acompañados por la orquesta del Lyceum Mozartiano de La Habana”.   

César López impartiendo clases. Foto: Roberto Chile.

César López impartiendo clases. Foto: Roberto Chile.

Dentro de todas las ocupaciones de César, hay una en especial que ejerce como deuda de gratitud: el magisterio. Esa es, para él, una de las profesiones más nobles que existe. “Transmitir lo que has aprendido puede decir mucho de ti. Antes me dedicaba más a dar conferencias en universidades de América Latina. Dar clases es todo un arte. Hay personas que son intérpretes muy talentosos, sin embargo no tienen la capacidad de enseñar lo que saben. Yo no soy un hombre con el don del magisterio. Pero hace casi 10 años el Ministerio de Cultura me solicitó que integrara el claustro de profesores de la ENA. Acepté, no en la ENA porque no tengo la experiencia de lidiar con jóvenes. En su lugar,  pedí integrarme a una escuela de nivel elemental.  Es más fácil para mí, porque te permite amoldar a los niños y guiarlos”.     

César es profesor de la Escuela Elemental de Música “Manuel Saumell”. Con varios alumnos graduados bajo su guía, la experiencia ha servido para ampliar su vocación por el magisterio y comprender mejor la vida. “Cuando empiezas adiestrar desde cero a un niño con 10 años y lo ves graduarse con 14 o 15 años, ese trabajo y resultado es únicamente tuyo. Si tienen éxito, la satisfacción es muy grande y una compensación por  todo lo que hicieron contigo”.

En la vida de César un factor ha sido clave para canalizar todos los trabajos que proyecta y manejar su vida desde lo emocional: el budismo. Antes nunca profesó ni practicó religión alguna, pero luego de conocer a su esposa Seiko Ichii, nacida en Japón, los espacios a donde asistía para acompañarla a sesiones de budismo cautivaron al músico.

“Observé una limpieza en todo aquello, hasta que decidí comenzar a practicarlo, en  2006. Ahora estoy totalmente inmerso. Una de nuestras prédicas es la paz mundial y pienso que es algo muy necesario. Entre las cosas que le agradezco a mi esposa, además de haberme dado una familia y un hijo, es haber conocido a través suyo esta filosofía de vida” .     

César López junto a su esposa e hijo. Foto: Roberto Chile.

César López junto a su esposa e hijo. Foto: Roberto Chile.

Y es que, si bien todas las responsabilidades son importantes para César, el tiempo con la familia es un espacio que venera. “Cuando no tengo tiempo me lo invento. Siempre estoy pendiente de mi hijo. Es un adolescente de 15 años. Estudiaba música y quiso dejarla después de cinco años. Estaba muy preocupado por mi reacción. Pero él vino a este mundo para ser feliz y yo lo apoyo en todas sus decisiones. Tendrá otras ambiciones. Como padre hay que entender que ellos también tienen sus propios anhelos y nosotros debemos apoyarlos”, sentencia, orgulloso y comprensivo.

Desde el inicio de la conversación, aparte del tabaco, varias pelotas de béisbol a nuestro alrededor nos han acompañado. César es un fanático de la pelota. Su primera pasión de niño fue el béisbol: “Menos mal que me di cuenta a tiempo que con este tamaño no podría ser buen pelotero”, comenta sonriendo, “pero todavía de vez en cuando me gusta armar con los socios un piten de pelota. El béisbol para mí es una cosa fascinante”.  

Varias camisetas del equipo de Camagüey y uniformes del equipo Cuba son algunos de sus tesoros preciados. Entre ellos, la camiseta que llevaba puesta el pitcher Vicyohandri Odelín aquella tarde de marzo del 2006, cuando un ponche del agramontino sentenció el juego de Cuba contra Puerto Rico, que le dio el pase a semifinales a la mayor de las Antillas en el Clásico Mundial. Un día muy emocionante para todo el país y probablemente de los triunfos más significativos de la pelota cubana de los últimos 20 años. 

Sobre el tabaco, comenta que un encuentro con Fidel Castro fue el inicio de una costumbre que ya es casi identidad en César. “Nunca había fumado un tabaco, pero si Fidel me los regalaba, entonces me los tenía que fumar. Regalé tres a un amigo puertorriqueño y el resto los dejé para mí”.     

En la actualidad César es embajador de Habanos, la marca que comercializa el tabaco más  codiciado en el mercado internacional, uno de los regalos más lujosos que pueden hacerse en cualquier ámbito. 

“Cada cierto tiempo voy a las fábricas y  toco para los torcedores. Interactúo con ellos. Me hacen muchas preguntas. Por supuesto, siempre me voy con mis tabaquitos”.    

Como si el tiempo le sobrara,  me habla con cierto orgullo acerca de su incursión como personaje en la narrativa de ficción. El popular escritor uruguayo Daniel Chavarría —autor, entre otras, de la  novela El rojo en la pluma del loro— lo coloca como amigo de Bini, la protagonista, quien asiste a un concierto de Habana Ensemble. A modo de agradecimiento, César acompañó  con su saxofón el último adiós del novelista.

Hace silencio por un instante. Presiento que me ha contado casi todo lo trascendente y cotidiano de su vida. Observo como el humo de su tabaco sube, impreciso, hacia cualquier sitio. Movido por los fantasmas del tiempo y las dificultades, la obra creadora de este hombre pequeño de estatura y entrado en canas adquiere otra significación para cualquiera que lo escuche. Magnífico conversador, la sinceridad es otra de las artes que César López defiende, desde el sonido inconfundible de su saxofón.   

Sender Escobar Sender Escobar Ingeniero Industrial y escritor. Conversador por naturaleza. Más publicaciones

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  1. Alberto Miguel dice:

    Que linda historia, huele a Cuba por los cuatro costa’os

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