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Entrevistas Adriana Orejuela. Foto: Alina Sardiñas. Adriana Orejuela. Foto: Alina Sardiñas.

Adriana Orejuela y los dones de la búsqueda

Aunque nací en Bogotá, me siento más caleña que bogotana, pues mi familia, tanto materna como paterna, es de Cali. Mis costumbres culturales responden, sin duda, a la tradición caleña. Y si bien Cali no pertenece al Caribe, su clima cálido y la presencia de población negra procedente de las ciudades cercanas de la costa del Pacífico le imprimen un carácter alegre, desenfadado y bullicioso, que contrasta con el frío de Bogotá y la manera de ser “hacia adentro” de la gente de la capital. Justamente el hecho de que mi familia sea de Cali tiene mucha relación con el temprano acercamiento a la música. A través de los puertos de Barranquilla y Buenaventura comenzó a entrar no solo la música cubana, sino también la americana. Buenaventura queda a dos horas de Cali, de manera que mis tías abuelas bailaban porros, sones, guarachas, danzones y congas. Esas tías abuelas enseñaron a mis tías y, para cuando yo nací, en casa había una apreciable colección de música cubana, salsa y jazz. En realidad, a la familia de mi madre le ha gustado tradicionalmente el baile y las reuniones con amigos, así como también se han inclinado hacia el arte y la cultura, todo lo cual en los 60 no podía dejar de ir de la mano con una postura de izquierda. Mi padre, por su parte, coleccionaba jazz y música clásica. 

Colombia es un país absolutamente radial. Como cepillarse los dientes una vez despiertos, la mayoría de los colombianos encienden la radio para sintonizar los noticieros matutinos, pues no obstante el sesgo perverso con que manejan la información, no se puede negar que son impecables en factura, amenidad y dinamismo. Es una radio muy moderna y atractiva. Y un fenómeno interesante en Colombia es la existencia de una excelente radio universitaria. Justamente César Pagano me invitaba a su programa Conversación en tiempo de bolero, en la 91.9, de la Universidad Javeriana. Además, en Bogotá y otras ciudades del país hay varias emisoras universitarias con música no comercial en su programación, lo cual es maravilloso, porque logran sorprender al oyente con propuestas musicales desconocidas y muy interesantes. 

Comencé a estudiar Filosofía y Letras, pero cometí el craso error de abandonar la carrera casi al terminar. Combinaba mis estudios con el oficio de DJ de salsa y me gustaba mucho, pero me daba cuenta de que necesitaba algo más. Un buen día, en un canal institucional vi un programa cubano en el que participaba María Teresa Linares, a quien identificaban como musicóloga, especialidad que se podía estudiar en Cuba y en ese instante surgió mi deseo de venir, pero en ese momento se trataba de algo inalcanzable. Años después, en 1988, viajé por primera vez a La Habana y supe de inmediato que quería vivir aquí. El segundo día de mi estancia el “azar concurrente” me hizo llegar a la Uneac, y allí conocí a Helio Orovio, con quien sostuve una larga conversación que me deslumbró. ¡Todo era nuevo, todo era encantador! Ese día en el Hurón Azul se encontraban, además, José Antonio Méndez, Pello El Afrokán y Evelio Landa, compositor del tema de identificación de la Fania, por el cual no recibía un solo céntimo. Entonces tuve conciencia plena de cómo los discos de salsa, plagados de composiciones cubanas que figuraban con un escueto D.R., escamoteaban la autoría de compositores de carne y hueso, que vivían en la Isla, de donde me fui con una inquietud que poco a poco adquiriría una forma definida. Ya en 1989 decidí regresar a Cuba para investigar lo acontecido con la música popular bailable después de 1959. 

La niña Adriana Orejuela. Foto: Tomada de las redes sociales.

La niña Adriana Orejuela. Foto: Tomada de las redes sociales.

No tenía muy claro cómo hacerlo y la idea de estudiar Musicología fue desestimada cuando supe que era necesario cursar previamente nivel elemental y medio de música. Es decir, a mis 24 años me esperaba década y media de estudios, cosa inviable, tanto por mi tardía edad para hacerlo, como por el tiempo. Entonces, me acogí al programa de asesoramiento del Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana (Cidmuc), y allí presenté el proyecto de investigación al musicólogo Olavo Alén. Nunca olvidaré que había planteado comenzar entrevistando músicos a diestra y siniestra. Llevaba mucho tiempo escuchando música y creía que me las sabía todas. Pero Olavo me dijo, muy comedidamente, que el primer paso era leer cuanto se había escrito al respecto y echar mano de una bibliografía de base extensa para, entonces, realizar entrevistas. 

La idea de hacer El son no se fue de Cuba surgió a partir de varios sucesos: en primer lugar, fue decisivo escuchar lo que musicalmente estaba pasando en Cuba en los 80, gracias a Gary Domínguez, dueño de La Taberna Latina, de Cali, quien cuando nadie viajaba a La Habana decidió venir y llevar de vuelta cajas llenas de discos y de asombro. Él hacía audiciones en su local y un día programó a un grupo desconocido llamado Irakere. Allí escuché por primera vez la Misa Negra y el Adagio, y quedé perpleja. Otro tanto haría César Pagano en Bogotá, en el famoso bar El Goce Pagano, donde toda una generación descubrió a Los Van Van, Son 14, Afrocuba y hasta a El Guayabero. La verdad es que no teníamos ni la más mínima idea de lo que pasaba al interior de Cuba, musicalmente hablando, y esa nueva sonoridad era muy interesante, muy refrescante, muy buena. Justo en esa época, la salsa perdía fuerza y comenzaba el fenómeno de la balada salsa y con este la del cantante lindito en escena, que pasó a ocupar el primer plano, cuando antes lo importante era la orquesta. También desaparecieron los solos de piano, bajo o percusión… en fin, se nos fue edulcorando la salsa brava del barrio y, por suerte para muchos salseros, llegó la nueva música cubana para seguir gozando. 

En segundo lugar, descubrí que la bibliografía disponible se refería únicamente a la música cubana antes de 1959, abriendo una gran incógnita sobre lo ocurrido después; luego, ya lo dije, venir a La Habana fue clave no solo por los músicos que conocí, sino porque me enamoré de la ciudad. 

Para el abordaje de la investigación comencé un proceso de lectura de una bibliografía para mí desconocida, y me encontré con la obra medular de Fernando Ortiz, que resultó fundamental para entender diversos aspectos concernientes no solo a la música, sino a la sociedad cubana. El Ingenio, de Manuel Moreno Fraginals, fue otro de los libros que nunca agradeceré lo suficiente haber leído porque, sin referirse directamente a la música, me explicó los intereses económicos que ocasionaron la estrecha relación entre el sur de los Estados Unidos y los productores azucareros de la Isla, y el choque iglesia-ingenio a fines del siglo XVIII, que acabó con el adoctrinamiento religioso de los negros en las grandes plantaciones y les permitió cierta flexibilidad a la hora de tocar sus tambores. Ambos hechos incidieron necesariamente en la música. Por otra parte, la lectura de los ensayos sobre música de Leonardo Acosta constituyó toda una revelación por el caudal de información, la amenidad de su escritura, la originalidad de sus conceptos, así como la seriedad y el rigor con que abordaba los temas. Por supuesto, estudié a Argeliers León, a Danilo Orozco y a otros musicólogos, tras lo cual me dispuse a entrevistar, entonces sí, a los músicos. 

Adriana Orejuela junto a Memo Bajarano y Leonardo Acosta. Foto: Tomada de las redes sociales.

Adriana Orejuela junto a Memo Bejarano y Leonardo Acosta. Foto: Tomada de las redes sociales.

Yo no tenía una conciencia muy clara de ello, pero a medida que avanzaba la investigación me di cuenta de mi tendencia obsesiva por los detalles. Es decir, quería saber exactamente qué pasó en la música año tras año y mes a mes, y esos pormenores, lamentablemente, no me los podía ofrecer el testimonio de los músicos. ¿Por qué eran importantes para mí? Creo que por no haber nacido en Cuba, ni tampoco ser musicóloga, lo cual me planteaba un gran reto. Tenía claro que la legitimidad de la investigación suponía presentar datos difícilmente irrebatibles y la demostración del postulado del título del libro, en sí mismo, requería la búsqueda de la mayor cantidad de información posible. Entonces, encaminé mis pasos a la Biblioteca Nacional y comencé la deliciosa tarea de hurgar en la prensa diaria y en las revistas semanales que me contaron, día con día, lo que iba aconteciendo; mientras pasaba las páginas de Revolución, El Mundo, Hoy, El Crisol o Bohemia, la atmósfera aproximada de la época se iba dibujando poco a poco en mi cabeza, sin haberla vivido. Por supuesto que era imposible solo remitirse a buscar en la página cultural, tratándose de un momento tan interesante como los inicios de la Revolución, de manera que terminaba leyendo editoriales, leyes y columnas, que daban cuenta de ese período. 

Debo decir que copiaba a mano toda la información en numerosas libretas que conservo, pues el recurso de sacar fotocopias era inalcanzable para mi escuálido bolsillo. Muchas veces, ante verdaderos tesoros como la serie de artículos escritos por Luis Yáñez sobre filin, en Revolución, no tenía otra salida que transcribirlos completicos al pie de la letra. Cada vez que iniciaba la investigación de un año específico, armaba una ficha en donde ponía en una columna la fuente y en otra los meses del año. Así puedo decir, sin falsa modestia, que para el levantamiento de información de cada uno de los años que comprende El son no se fue de Cuba consulté varios periódicos y revistas semanales mes a mes y día a día, lo cual generó un considerable volumen de datos, amén de unas 60 entrevistas realizadas a músicos y especialistas.

 Tampoco podría dejar de mencionar lo mucho que contribuyó a la comprensión del fenómeno de la música popular bailable cubana mis asiduas visitas al barrio de Pogolotti en Marianao, donde menudeaban los toques de santo y de palo, sin contar el plante Abakuá de Barondó y el Cabildo Arará, que entonces lideraba Ofelia Bonilla. Recuerdo que los apagones del Período Especial se amenizaban con rumba de cajón, y no había día en que la música no fuera tema de enconado debate entre los vecinos, quienes se tomaban el asunto en serio y, además, sabían muy bien de lo que hablaban. No era para menos. Se trataba, nada menos, que de los bailadores del Salón Rosado de La Tropical, más conocido como “el termómetro de la popularidad”. Orquesta que no hacía bailar a las multitudes en La Tropical podía despedirse del éxito y, como soy fiestera, también me convertí casi en parte del decorado de ese salón bailable durante los primeros 90, época de oro de la timba, cuando en un solo día tocaban Los Van Van y La Revé, por ejemplo.

¿Cuánto tiempo me tomó escribirlo? Bueno, quiero decirte que muchos no creyeron que el libro fuera a concretarse, porque pasaron más de 10 años, y mentiría si afirmo que todo ese tiempo estuve trabajando. Lo cierto es que “vivir La Habana” me tomaba bastante tiempo, porque era joven, inquieta, enamoradiza y bohemia. Además, trataba de sobrevivir y aunque aparentemente todo ello conspiraba contra la escritura, estoy segura que sin esas vivencias el libro sería otro. En verdad, cuando ya sentí que tenía toda la información necesaria, me tomó ocho meses escribirlo.. 

Ese fue mi método y me siento satisfecha pues es un trabajo que no se había realizado antes de esa manera. Los académicos han criticado del libro la ausencia de diálogo con las teorías más actuales en materia de Estudios Culturales, pero realmente quería escribir el documento “de base”, que me hubiese gustado encontrar cuando llegué a La Habana sobre la música popular cubana después de 1959. Por ello, el subtítulo deja muy claro que se trata de “Claves para una historia”. No quise hacer un libro escrito “en difícil” para unos pocos especialistas, sino un volumen transparente para todos los lectores. En cuanto a mi propósito al escribirlo no era otro que desentrañar lo ocurrido y justamente tratar de echar luz sobre un período del que se ha escrito tan poco y especulado tanto. Quería saber qué había sonado en Cuba durante esos primeros años de Revolución, momento que varios escritos definían como de continuación o prolongación de la etapa anterior, como si un fenómeno tan estremecedor como una revolución social no hubiese cambiado nada, cuando resulta que lo cambió todo. A los 13 días del primero de enero de 1959, ya los intelectuales reunidos esbozaron una política cultural distinta. Se estrenaron obras de Roldán y Caturla, la música popular entró a la escena de los teatros y podríamos seguir con un larguísimo etcétera. 

Es cuesta arriba decirte lo que considero que aportó el libro al conocimiento de la historia musical cubana. Creo que eso deben decirlo quienes lo han leído. Y en honor a la verdad, mi inexperiencia en la práctica investigativa me llevó a pensar que podía llevar el estudio hasta el surgimiento de la timba, pero pronto me di cuenta de que con el método escogido no iba a terminar jamás, y acorté el período. Sin embargo, tengo material suficiente para continuarlo. 

Confieso con toda honestidad que, si algo me produce un gran placer, es escarbar en la historia y zambullirme en ella. Me hace indescriptiblemente feliz. Ese rasgo es positivo a la hora de entregar un resultado, pero se corre el inmenso riesgo de no poner punto final a la búsqueda. El asunto es que a medida que se profundiza en un tema resulta cada vez más claro lo mucho que se desconoce. Es como un abismo. Siempre faltará un universo por indagar y esa sensación produce cierto vértigo y angustia. De todas formas, sin rigor no hay credibilidad, ni tampoco hallazgos, que es la sustancia fundamental de la investigación. “Sé que no la sabré pero me esperan/ los eventuales dones de la busca, / No el fruto sabiamente inalcanzable. / Lo mismo sentirán quienes indagan los astros o la serie de los números”, escribió Borges en un hermoso poema dedicado a Islandia, que habla sobre sus limitados alcances en el estudio del islandés, empresa infinita que estaba seguro de no conseguir aprehender jamás. Los “eventuales dones de la busca” son la exquisita recompensa de los investigadores, ante la certeza del abismo. 

Adriana Orejuela junto a René Espí y Sigfredo Ariel. Foto: Tomada de las redes sociales.

Adriana Orejuela junto a René Espí y Sigfredo Ariel. Foto: Tomada de las redes sociales.

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En lo que a Cuba concierne, tengo una teoría respecto al coleccionismo de discos, revistas y objetos referidos a la música. Aunque aquí han existido grandes coleccionistas, es innegable que los más importantes se encuentran fuera de la Isla, quizás porque aquí la música es un hecho vivo y en constante movimiento. Coleccionar música es, de alguna manera, un acto de nostalgia. Pero cuando tú vas por las calles de Santiago de Cuba y en la Plaza Dolores te encuentras con Almenares tocando Luz que no alumbra o pasas el martes en la tarde por el Palacio de la Rumba, en el Parque Trillo, y ves al Septeto Habanero en plena forma, es diferente. La música es un hecho cotidiano. Tampoco se puede perder de vista el costo de los discos y las prioridades de la mayoría de los cubanos. Yo conocí a Neno, un coleccionista formidable de discos de 78 rpm que conservaba verdaderas joyas. Rafael, en Neptuno, vende maravillas y los compradores son en su mayoría extranjeros. Sin embargo, recientemente en el patio de la Egrem, Jorge Rodríguez ha convocado a un grupo de jóvenes coleccionistas muy interesante, que se reúne una vez al mes y realizan audiciones. 

En Cuba conozco a Renecito Espí, hijo de Roberto Espí, el director del famoso Conjunto Casino. Es un gran coleccionista. También conocí a Manuel Villar. Sigfredo Ariel posee joyas de la música, aunque no en el soporte original (las nuevas tecnologías han traído consigo otro tipo de coleccionismo). Fuera de Cuba está en primer lugar, para mí, Cristóbal Díaz Ayala, no solo por su descomunal colección, sino porque su obra sobre la música cubana, y en especial la referida a la discografía, es imprescindible. Está Gladys Palmera, por supuesto, y una infinidad de coleccionistas, como Isidoro Corkidi, en Cali.

En Colombia existe desde hace décadas un fenómeno muy robusto de coleccionistas. En los barrios populares de Cali; en la tiendecita de barrio más insospechada de Santa Helena o Junín es posible sentarse a escuchar música cubana y puertorriqueña de los años 40 y 50, e incluso anterior a esas décadas. 

Mi entrañable amigo Gary Domínguez se ha dedicado a cohesionar este movimiento y organiza cada año, en el marco de la Feria de Cali, el Encuentro de Melómanos y Coleccionistas, que es, sin duda, lo mejor de esa fiesta; y van coleccionistas de todo el país. Creo que Colombia ejerce un papel importante en la conservación de la memoria de la música cubana grabada, pero como dije antes, me parece también que Cuba es la responsable fundamental de mantener ese acervo vivo, porque las raíces se encuentran aquí. 

La política de subvencionar grupos portadores de expresiones patrimoniales como el órgano oriental, la tumba francesa, agrupaciones de changüí y nengón, etc., es muy importante, pues es casi seguro que de otra manera desaparecerían. Con todo y lo que se lamentan los músicos por las numerosas falencias de esta política, relacionadas fundamentalmente con la burocracia y los recursos disponibles, de todas maneras, es clave para la conservación de algunas expresiones. En numerosos pueblos de Granma, como Pilón, Guisa, Niquero, Campechuela o Cauto Embarcadero, se subvencionan agrupaciones de órgano, algunas de ellas integradas por niños, que aprenden de los mayores. Los festivales de son, danzón, rumba o bolero, también contribuyen. Por ello, pienso que Cuba es la principal garante de mantener la tradición. Es la principal doliente. 

En cuanto al conocimiento por parte de los jóvenes de la música popular cubana, sin pretender restar peso a la envergadura del problema, es necesario acotar que no se trata de un fenómeno nuevo. En su libro La música en Cuba, Alejo Carpentier recordaba cómo la creciente popularidad del son en La Habana, hacia 1920, resultó ser una bendición, pues la juventud de la época se hallaba cautivada por el fox y otros géneros foráneos. En 1956, un artículo sobre Boloña daba cuenta del olvido en que se encontraba el legendario sonero. No es difícil imaginar que en los 50, en pleno auge del mambo y el cha cha chá, seguramente pocos jóvenes gustarían de bailar con un septeto, como El Nacional o El Habanero. 

Recordarás que Juan Formell, en los 60, se molestaba porque los jóvenes no querían escuchar nada que sonara cubano y se propuso solucionar el dilema. Ahora bien, tratándose de una expresión tan trascendental, no solo para la cultura cubana, sino latinoamericana y caribeña, sin duda no existen estrategias comunicacionales multiplataforma verdaderamente efectivas, que den en el clavo para que los cubanos, de aquí y de allá, se sientan identificados y orgullosos con su colosal tradición musical. Memorias de Rebelde, programa que por años lideró el desaparecido Manuel Villar y que ahora dirige Gaspar Marrero en Radio Rebelde, es la mejor manera posible de comenzar un domingo, pero lo escuchamos muy pocos. Creo que el estilo del libretista que escribe el programa y la locutora de voz agradable que lee el guion es un poco antiguo e impersonal. El que escribe es quien conoce y puede transmitir la emoción, sin importar si tiene voz linda. En suma, creo que la era de las redes sociales impone una transformación en el mensaje y en la manera de transmitirlo.

No se puede pasar por alto que transcurrieron décadas hasta que se tuvo noticia en Colombia sobre la existencia de Los Van Van o Son 14, por citar tan solo dos agrupaciones, y eso sucedía en un país históricamente receptor nato de dicha sonoridad. Es más, la producción musical de la Isla, salvo contados fenómenos como Buena Vista Social Club, ha sido tendenciosamente ignorada por la industria cultural, que dicta la pauta a nivel hemisférico. Fue la presión de los melómanos de barrio, y no otra cosa, lo que hizo posible que una o dos piezas de Los Van Van se colaran en la radio comercial caleña. Se dio un lindo fenómeno a la inversa. Es decir, de abajo hacia arriba. Pero eso no ha ocurrido jamás en Bogotá ni en Medellín. ¡Nos han escamoteado la posibilidad de acceder a ese caudal sonoro magnífico producido por Cuba durante décadas!

 Por ejemplo, viví nueve años en Venezuela —entre 2006 y 2015 y en la radio comercial jamás escuché una pieza de la Cuba contemporánea. Sin duda alguna hay un cerco en torno a la música cubana en los grandes circuitos de difusión de la música y eso no puede ser positivo. 

La repercusión sobre la creación musical puede verse en varios sentidos. Por un lado, una vez salvadas las dificultades que entraña acceder a un estudio, los músicos cubanos han podido grabar sus propuestas sin atender al tipo de parámetros impuestos por los productores musicales, que trabajan para las disqueras comerciales, siempre tan “preocupadas” por no complicarle la vida al oyente con sonoridades complejas o muy elaboradas. Todo debe ser muy light, no vaya a darle al pobre escucha por engordar la mente y el espíritu, que de eso no se trata, sino de todo lo contrario. Esto ha hecho posible la grabación de unas cuantas obras maestras, que difícilmente hubiesen visto la luz en otro contexto. 

Adriana Orejuela. Foto: René Espí

Adriana Orejuela. Foto: René Espí.

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Me preguntas sobre el auge del reguetón en Cuba y me preocupa la respuesta. Ya en 2006, antes de partir hacia Venezuela, el tema había sido objeto de una reunión de artistas e intelectuales en la Uneac. Según me cuentan, alguien dijo que se trataba de un invento de la CIA para acabar con la música cubana (sic) y Formell alegó que se había salido airoso de peores lances. La cuestión es que la marea no baja y todo indica que no se trata de una moda pasajera. Me parece que el fenómeno amerita un análisis muy serio y multidisciplinario. Incluso, para detectar qué resortes toca en los jóvenes y en los que no lo son tanto. ¿Qué sabemos realmente sobre esta generación? Yo casi tengo la certeza de que lo desconocemos todo. ¿Cuánto han cambiado sus hábitos de consumo? ¿Qué efectos ocasiona el acceso a canales de información a trasmano o como sea de una avalancha de contenidos que no estaban a disposición de otras generaciones, que solo contaban con la TV pública y alguna película en Betamax o VHS? ¿Qué orientación reciben en sus casas o de sus maestros, muchas veces jóvenes, expuestos como ellos a la misma avalancha de contenidos? ¿Por qué las adolescentes consienten bailar una música que las denigra? No tengo la respuesta y me gustaría entender por qué en un país que ha llegado a altos niveles de elaboración en la música popular bailable, asistimos en la actualidad a una pobreza y a una falta de ingenio creativo verdaderamente pasmoso. No hay riesgo, no hay osadía, no hay búsqueda. Me refiero al aspecto estrictamente musical, que se puede medir casi con rigor científico atendiendo a la armonía, la melodía, etc. 

Por otra parte, percibo que hay preocupación en el mundo de la cultura y en ese sentido programas televisivos de gran aceptación popular, como Sonando en Cuba, intentan atraer la atención de los jóvenes hacia la música del país y lo logran, porque el formato de reality es acertado y tiene que ver con el lenguaje actual, pero no es suficiente para contener el fenómeno. Y creo que no se trata tan solo de su auge en Cuba y La Florida. El reguetón es de consumo masivo en Colombia, Venezuela, República Dominicana, Panamá y otros países que he tenido oportunidad de visitar. Es necesario, reitero, un análisis de envergadura. Quiero referirme al documental Before the Music Dies, en el cual Eric Clapton dice cosas tan miedosas como que si Stevie Wonder o Ray Charles hubiesen surgido en esta época, no habrían tenido la más mínima oportunidad de hacer música debido a su apariencia física. Recomiendo ese documental que asusta y al tiempo descubre cómo se ha empobrecido, de forma premeditada, la oferta musical que se difunde en los medios comerciales. Lo que intento decir es que no se trata de una problemática privativa de Cuba y menos ahora en esta era global y de interconexión planetaria, en donde la industria cultural tiene tanto peso y alcance. Cuba está en el mundo. 

Sobre la música, que pese a todo mantiene vigencia en el repertorio de los jóvenes, siento que se habla poco sobre el enorme arraigo de la rumba, por lo menos en La Habana. Me encanta observar cómo los lugares en donde se toca rumba se colman de músicos jóvenes y de muy buenos bailadores de guaguancó y columbia. El jazz sigue siendo la música de los músicos y de los amantes de la música, y en ese sentido continúa esa búsqueda por parte de los recién egresados de las escuelas, ávidos por demostrar sus destrezas. Por su parte, hay legiones de nuevos trovadores, pero muchos desconocen que la guitarra es un instrumento con enormes posibilidades interpretativas. 

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Por último, y sin caer en aquello de que todo tiempo pasado fue mejor, te cuento que hace poco tuve el valor de tirar, finalmente, mis casetes, algunos de los cuales me acompañaban desde la adolescencia, a la basura. Con asombro y gratitud descubrí en esas piezas museables la música de moda que tuvimos a mano en los 80 y 90. Me refiero a la que se escuchaba en la radio y se compraba en la tienda de discos de la esquina: Serrat, Mercedes Sosa, Earth Wind and Fire, Commodors, Rubén Blades y los Seis del Solar, Aretha Franklin, Elis Regina, Toquinho, Michael Jackson, Barry Manilow, Willie Colón, Héctor Lavoe, Celia Cruz, Barry White, Donna Summer, Johny Pacheco, Diana Ross, la Orquesta Mulenze, Conjunto Libre, Quincy Jones, Caetano Veloso, Maria Betania, Fania All Stars, Billy Joel, Oscar de León, Sonora Ponceña, Gran Combo de Puerto Rico, Charlie García, Supertramp, Juan Luis Guerra, Fleetwood Mac, Conjunto Experimental Newyorkino, Pink Floyd, Boy George, Fito Páez, Willie Rosario, Bobby Valentín, Sergio Méndez, María Creuza, Susana Rinaldi, Alcione, Horacio Guarany, Eddie Palmiery, Cool and the Gang, Les Luthiers, George Benson, Stevie Wonder y etc… ¡de todo como en botica! Salta a la vista que la oferta de moda era bastante variada y de calidad. Entonces me quedé pensando en lo afortunada que fui.

Es difícil responder cuál es la música cubana que prefiero escuchar porque todo depende del momento. Los domingos en la mañana me encantan los boleros cantados por Roberto Faz, Benny Moré o Elena Burke. Cuando tengo un buen cómplice, echo mano de los danzones de Nuevo Ritmo de la Orquesta de Arcaño, muchos de los cuales ubicaría en la más alta cima de la música cubana, tanto por su belleza melódica, complejidad armónica, perfección en la interpretación y delicadeza, como por su sabrosura sin fin. El piano de Jesús López y el timbal de Ulpiano Díaz merecen ser escuchados mil y una noches. Arsenio Rodríguez y el Conjunto Chappottín, también figuran entre mis favoritos, pues me estremece esa sonoridad recia y compacta. No me canso nunca de escuchar al Trío Matamoros. El segundo de Siro es algo que me conmueve profundamente y Reclamo místico es una de las piezas que más me gusta del universo todo. La obra de Silvio y Pablo, también me acompañará para siempre. 

Adriana Orejuela junto a Juan Formell y Gary Domínguez. Foto: Tomada de las redes sociales.

Adriana Orejuela junto a Juan Formell y Gary Domínguez. Foto: Tomada de las redes sociales.

No puedo dejar de mencionar a Pérez Prado cuando tocaba en la Casino de la Playa y Cascarita cantaba La última noche, en una versión inmejorable, además de Qué jelengue y otras joyas. Pero si algo me produce una alegría infinita, es la música de Los Van Van. Soy una vanvanera empedernida, al punto que cuando murió Formell recibí varios mensajes de mis amigos cercanos solidarizándose con mi pena. Hasta mi madre me llamó a Caracas, compungida. Ella lo sabía todo. Lo cierto es que cuando me siento triste, tengo dos remedios: leo Don Quijote de la Mancha, que me hace morir de ternura y de risa, o pongo un disco de Los Van Van. 

Yo creo, o quiero creer, en que las enormes muestras de creatividad ofrecidas por los cubanos a lo largo de su riquísima historia musical deberían en algún momento producir un tirón hacia adelante. ¿Hacia dónde? No lo sé. Solo sé que debe ser hacia adelante. Pienso en los cientos de jóvenes que ahora mismo estudian música en las escuelas y que poseen un excelente nivel de formación y pienso en ellos con esperanza.

*La versión original de esta entrevista apareció bajo el título “Adriana Orejuela, una autora que vive la música cubana” en el libro Todo por amor a la música cubana, Amazon Publishing, 2020.

Mayra A. Martínez Más publicaciones

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  1. Ivenny Marcano dice:

    Gracias Mayra!!! Por reproducir este maravilloso cuento, historia de Adriana. Es tan sencillo entender sus motivos cuando expresa ese amor profundo por la música, que siempre estará y cada vez que escuche sus predilecciones la recordaré aún más.

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