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Una voz, una mujer y sus canciones

A María Teresa Vera (Nubenegra, 1995)

Por Tony Évora

Una bella canción es, esencialmente, una serie de imágenes convertidas en palabras que suscitan una multiplicidad de metáforas. Y si nos llega arropada dentro de una melodía inolvidable, meciéndose dentro de una cadencia musical que refresca la sangre del corazón, a pesar de su queja, de sus jirones de alma lacerada, entonces bienvenida sea porque vivimos y revivimos el misterio del amor, una y otra vez.

Así fueron las composiciones que nos dejó María Teresa Vera. Y esta colección de voces cubanas y españolas es un bello homenaje a una intérprete muy singular, en el primer centenario de su nacimiento. De hecho, la mitad del disco tiene música o letra de la propia Vera.

Adicta a una intensa sobriedad –criolla y homogénea a la vez–, que siempre parecía haber envejecido, María Teresa Vera es como una foto en sepia de la canción cubana. Fue una verdadera excepción en un ambiente dominado por hombres. Desde sus inicios, cantando en teatros y cines, hasta alcanzar una inmensa popularidad a través de las ondas radiales, supo mantenerse en su estilo, el estilo del trovador callejero.

¿Por qué la quiso tanto el pueblo cubano? Porque allí había una voz con sabor a tierra y sentimientos evidentemente patrios, que, con sus cuerdas y un repertorio amplio, lograba proyectar una tremenda nostalgia. Quizás también la quisimos todos porque María Teresa Vera tenía una idiosincrasia única, reflejo de un pueblo agridulce. Poseía, ante todo, una enorme sensibilidad.

La posteridad la podrá juzgar desde una perspectiva equitativa, a partir de sus intrínsecas cualidades vocales y por sus composiciones. A treinta años de su muerte, este disco homenaje es ya parte de su posteridad. María Teresa fue un ídolo popular marcado por la época de la radio, bien porque simbolizó en el canto una identidad nacional republicana y trasnochada, o bien porque es cierto que la Vera fue un verdadero fenómeno social y cultural. Una mujer de temple, gran organizadora, que poseyó magnetismo y carisma. Cualidades que recuerdan a una Rita Montaner (1900-1959) o a una Elena Burke (1928-2002). A pesar de continuas penurias personales, María Teresa llegó a mitificar casi solita un período memorable de la trova tradicional con su voz, su enorme dedicación y su modestia.

El investigador y musicólogo cubano Cristóbal Díaz Ayala la definió certeramente al publicar: “Lo tiene todo para no triunfar: es mulata, mujer y pinareña. Para cantar en los cines no basta ser trovador, se ha de tener la voz fuerte, porque no hay micrófono y es en consecuencia una profesión de hombres… No sé cómo lo logró, pero en cuatro años ya era imprescindible en los programas y haciendo dúo con Zequeira viaja varias veces a los Estados Unidos a grabar”. María Teresa triunfó, ¡y de qué modo!

Sabemos que debutó a los 16 años en el Politeama Grande, con Mercedes, de Manuel Corona. Que cantaba desde los cinco años, y que era difícil encontrarle una segunda voz, porque ella siempre vocalizó en primo con su guitarra tocando en segundo. No cantó con una voz de registros extensos, ni tuvo escuela que no fuera su propio oído, ni tampoco una voz estructurada técnicamente.

Fumaba puros habanos en la intimidad de su casa y se bebía un par de copas de cognac para aclararse la voz antes de iniciar una actuación. En la calle fumaba cigarrillos o puros pequeños, con gran elegancia. Leía novelas rosas durante el día y como trabajaba casi siempre de noche, dormía hasta las diez u once. Le gustaban los potajes bien hechos y su vino en la mesa: solía decir que, como hija de español, tenía sus costumbres bien arraigadas. Nunca gritaba ni “echaba tacos”. Había que hablarle bajito y le encantaba perfumarse y vestirse bien, aunque sobriamente. La Vera no fue una mulata hermosa; era pequeña y de estructura frágil, con una sonrisa entre bondadosa y sutilmente irónica.

Desde 1916 forma un dúo con Rafael Zequeira, hasta la muerte de aquél, en 1924. Grabaron juntos más de cien composiciones. Desolada, busca desesperadamente otra segunda voz, y luego otra, y otra, en un momento en que parece que el ritmo del son se lo tragaría todo. Así las cosas, en 1918 aparece en La Habana un representante de la RCA Victor de Nueva York; instala un estudio en una habitación del segundo piso del Hotel Inglaterra y contrata al tresista negro Carlos Godínez para que formase un grupo típico de son. Nuestra heroína deviene su voz primera y tocadora de claves, esos palitos tan sonoros que marcan el ritmo del cinquillo cubano. Canta entonces junto a Manuel Corona, su autor favorito. Precisamente, en 1923 el delgado bardo bohemio compone Santa Cecilia, canción que ella cantará desde entonces al considerarla la de su buena suerte. Corona le enseñó a tocar la guitarra y así fomentó una gran amistad que duró hasta la muerte del compositor, en 1950.

Con el arrebato que crea el sabroso baile del son en La Habana, los trovadores comienzan a declinar. Desaparecen muchos dúos y tríos y se forman sextetos y más tarde septetos que incluían al bongó. Avispada y ambiciosa, María Teresa Vera funda el Sexteto Occidente en 1925, con Miguelito García de segunda voz; Manolo Reynoso, bongosero; Julio Viart en el tres y Francisco Sánchez en las claves. A Ignacio Piñeiro, creador de tantos sones famosos y gran amigo personal, María Teresa le enseña cómo sacarle mejor sonido al contrabajo. Y así se embarcan los cinco hombres y esta mujer delgada y sensible para Nueva York, donde celebran la Navidad del mismo año grabando discos para la Columbia. Aprovechando su estancia en el frío norte y cambiándole el nombre al sexteto, graban también para Odeón y Brunswick. Todo es idea de ella: está dispuesta a saltar cualquier obstáculo.

¿Por qué de pronto deshace su sexteto Occidente? Después de todo, había sido la primera mujer que devenía líder de un grupo masculino. Lo hace por razones religiosas, abandonando toda actividad artística. Así permaneció cerca de tres años, jugando solitarios y pensando, pensando sin cantar. Dominada por la santería o Regla de Ocha, se hizo santo, que es la ceremonia de iniciación, a fines de 1933. María Teresa era hija de Ochún, la hermosa deidad yoruba que encarna la coquetería y la sensualidad. Pero en el itá, o letra de santo que le salió, se le prohibió seguir cantando. ¡Qué crueles pueden ser los dioses! La voz se apagó, fiel al dogma religioso, y aceptó su destino. Aquí está la otra parte de su dualidad racial y cultural: la fuerza africana que le impone una conducta estricta. Raramente asistió a un toque de tambores, ni se colgó collares, a pesar de su adoración por dos santos específicos. Ella creía que no había necesidad de exhibir lo que se llevaba tan dentro. Y, sin embargo, ¡qué canciones nos dejó! Dijo todo lo que quiso decir, en versos y acordes que marcaron un estilo. Poco se sabe de su vida privada. Solitaria existencia la suya, que nos dejó pedazos de sus sentimientos amorosos en varias canciones inolvidables, algunas recogidas en este disco homenaje que también contiene otros aires musicales, resultado de la pasión de Manuel Domínguez por la música cubana de calidad.

Nunca la conocí personalmente, pero cuando era muy joven, su inconfundible voz, ajada y desgarrada, se me metió dentro para siempre. María Teresa fue un símbolo de una época de grandes contrastes sociales y económicos; su inveterada modestia y su reticencia al choteo criollo le ganó el respeto de pobres y ricos. Pero sabía imprimirle sabor criollo a una guaracha salpicona, como cuando cantaba Sobre una tumba, una rumba, que aquí aparece interpretada por Gema y Pavel.

Con Lorenzo Hierrezuelo –un mulato delgado que nunca había cantado de segundo, y que había nacido donde naciera el son– formaría en 1935 uno de los dúos más importantes de Cuba, unión entrañable que duraría hasta 1962: veintisiete años de dos voces y dos guitarras que provenían de los extremos opuestos de la alargada isla. Grabaron infinidad de números, haciéndose imprescindibles en cuanto evento de música popular se organizara. Con el trabajo agobiante de grabar largas horas de madrugada durante más de cinco años consecutivos en la planta de radio de Laureano Suárez (Radio Cadena Suaritos), lograron ambos preservar valiosas interpretaciones que no se sabe a ciencia cierta adonde fueron a parar.

Cabe preguntarse: ¿qué vigencia puede tener su música ahora? Estimo que seguirá siendo la trovadora por excelencia: una época marcada por un romanticismo que nunca cesará; una creencia en valores espirituales y artísticos que todavía conmueven, a pesar del materialismo en que vivimos sumergidos.

La investigadora María Teresa Linares, autora del texto que sigue, estuvo muy cerca de la Vera en sus últimos años. Al fallecer, el 17 de diciembre de 1965 (día de San Lázaro, Babalú Ayé para la religión afrocubana), la cantante había cumplido más de 50 años de intensa actividad musical, retirándose enferma en 1962, idolatrada por su pueblo, satisfecha de una vida en la que había logrado recoger para la posteridad algunas de las mejores melodías de los grandes trovadores. En el sendero de esa vida, tuvo el don de emocionarnos.

 

Esta grabación es el regalo simbólico de músicos actuales a la gran maestra en su cien aniversario. Más que homenaje historicista, hemos intentado recrear para nuestra época, la obra musical y el repertorio de María Teresa Vera. Por tal motivo optamos por realizar nuevas versiones de sus temas acordes con el estilo de los diferentes intérpretes que han participado en el trabajo, pero respetando los rasgos que consideramos esenciales. Así, cada canción podrá llegar a un público mayor y más heterogéneo.

Al iniciar el proyecto, analizamos toda la obra transcrita y grabada de la artista, que pudimos rescatar del tiempo, tanto en su voz como en la de otros intérpretes. Descubrimos piezas muy interesantes y, en algunos casos, totalmente desconocidas o inéditas como A la Virgen del Cobre, Dime que me amas, Sólo pienso en ti y Ya no puedo amarte, de María Teresa Vera o La rifa de Manuel Corona. Fue un trabajo riguroso y difícil. La selección final abarca la mayoría de los géneros que María Teresa cultivó, como boleros, canciones, sones, rumbas, guarachas, habaneras o bambucos.

Créditos de A María Teresa Vera. Homenaje en el primer centenario de su nacimiento (Nubenegra, 1995. Productores: Gema y Pavel)

  1. Veinte años (Guillermina Aramburu – María Teresa Vera)

Gema Corredera y María Salgado: voces

Pavel Urquiza: arreglo, guitarra acústica y española

Octavio Sánchez Cotán: guitarra modo

Irvis Menéndez: bajo

Lulo Pérez: trompeta y teclados

Cándido Mijares: saxo

  1. La rifa (Manuel Corona)

Jacqueline Castellanos: voz

Octavio Sánchez Cotán: arreglo y guitarras

Irvis Méndez: bajo

Moisés Porro: percusión

Lulo Pérez: trompeta y teclados

Cándido Mijares: saxo

Coros: Cotán, M. Paz Guillén, Gema y Pavel

  1. Porque me siento triste (Guillermina Aramburu – María Teresa Vera)

Martirio: voz

Octavio Sánchez Cotán: arreglo y guitarras

Irvis Méndez: bajo

Moisés Porro: percusión

Gema y Pavel: voces

  1. Ya no puedo amarte (María Teresa Vera)

Omar Portuondo: voz

Joseíto González: arreglo y piano

Juanito Martínez: guitarra

Lulo Pérez: trompeta

Gema Corredera: claves

  1. He perdido contigo (Luis Cárdenas)

Argelia Fragoso: voz y piano

  1. Juramento (Miguel Matamoros)

Uxía y Pavel Urquiza: voces

Irvis Méndez: bajo

Moisés Porro: percusión

Reynold Luís Cárdenas: fagot

Lulo Pérez: fliscornio y teclados

  1. Los funerales de Papá Montero (E. Byron – Manuel Corona)

Caridad y Reinaldo Hierrezuelo: voces

Reinaldo Hierrezuelo: tres

Rubén Betancourt: guitarra y coros

Ramón Avilés: maracas y coros

Lulo Pérez: trompeta

Moisés Porro: percusión

  1. Solo pienso en ti (Guillermina Aramburu – María Teresa Vera)

Argelia Fragoso, Gema y Pavel: arreglo y voces

Argelia Fragoso: piano

Lulo Pérez: teclados

Octavio Sánchez Cotán: guitarra eléctrica

  1. Eso no es ná (Graciano Gómez)

Martirio y Jacqueline Castellanos: voces

Octavio Sánchez Cotán: arreglo y guitarra eléctrica

Irvis Méndez: bajo

Paco Ibáñez: trompeta y fliscornio

Lulo Pérez: trompeta y sólo

Cándido Mijares: saxo

Jesús: guitarra española

Antonio Toledo: guitarra acústica y sólo

Martirio, Gema y Pavel: coros

  1. Perdona, corazón (Graciano Gómez)

Gema Corredera: arreglo, guitarra española y acústica

Mirtha de la Torre: guitarra española

Pavel Urquiza: percusión

Cuco Pérez: acordeón

Lulo Pérez, Gema y Pavel: coros

  1. Dime que me amas (Guillermina Aramburu – María Teresa Vera)

Argelia Fragoso: voz

Pavel Urquiza: arreglo, guitarra y voz

Lulo Pérez: teclados

Gema y Lulo Pérez: percusión

Cándido Mijares: saxo

Gema y Pavel: coros

Inspiraciones: Omara Portuondo

  1. Sobre una tumba una rumba (Ignacio Piñeiro)

Gema y Pavel: voces y coros

Octavio Sánchez Cotán: arreglo y guitarras

Pavel Urquiza: guitarra española

Irvis Méndez: bajo

alentín Iturat: batería

Moisés Porro: percusión

Paco Ibáñez: trompeta y fliscornio

Lulo Pérez: teclados, trompeta y solos

Cándido Mijares: saxo

  1. Doble inconsciencia (Manuel Corona)

Pablo Guerrero: voz

Gema y Pavel: arreglo y guitarras

Gema Corredera: silbidos

  1. Esta vez tocó perder (Enma Nuñez – María Teresa Vera)

María Salgado: voz

Pavel Urquiza: arreglo y guitarra

Moisés Porro: batería

Lulo Pérez: adaptación metales, trompeta y teclados

Irvis Méndez: bajo

Cándido Mijares: bajo

Carlos Cano: flauta

Gema y Pavel: voces

  1. Virgen del Cobre (María Teresa Vera)

Gema y Pavel: voces

Octavio Sánchez Cotán: arreglo y guitarra eléctrica

Pavel Urquiza: arreglo y guitarras

Irvis Méndez: bajo

Moisés Porro: batería y percusión

Lulo Pérez: mambo metales, trompeta y teclados

Cándido Mijares: saxo

Lulo, Mirtha de la Torre, Gema y Pavel: coros

Jacqueline Castellanos: voz invitada

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