
Paréntesis a modo de tango para el alma de Piazzolla
Adiós, Nonino
Primer fragmento del alma.
Piazzolla es el tango y es el alma del tango, no del que se baila en los salones, sino del que se escucha de tiempo en tiempo en los bares de Buenos Aires; el tango que se sirve junto al trago mientras se maldice a alguien con desconsuelo y con rabia. Piazzolla es la rabia. Es un bandoneón que se toca solo.
Una noche me pidieron que escuchara Adiós, Nonino. Me enviaron una versión, y la escuché, y busqué otras. En una de ellas sonaba un violín mientras Piazzolla cantaba:
Adiós, Nonino.
¡Qué largo sin vos será el camino!
Dolor, tristeza, la mesa y el pan.
Y mi adiós, ay, mi adiós a tu amor,
tu tabaco, tu vino.
Abro paréntesis.
Hay una pieza pequeña por dentro de los instrumentos de arco. Se llama “alma”. Es una varilla con forma de cilindro que soporta la tensión de las cuerdas. El alma hizo que el violín no estallara por dentro de la canción, porque ese es un tema que puede fácilmente hacer que los violines estallen. Alma contra alma. Una varilla soportando los adioses y los padres ausentes. Mucha tensión para un alma de madera y para un alma de tango. Mucha tensión para un solo violín y para una sola voz. Mucho desconsuelo.
Cierro paréntesis.
Piazzolla se enteró de la muerte de su padre al regreso de una gira, en 1959. Pidió que lo dejaran solo y se dispuso a componer eso a lo que él mismo llamó “la canción más hermosa compuesta en la vida”.
Lo cierto es que el violín sonaba triste, y él sonaba sin sombra. Yo creo que a ambos se les partió el alma.
Mientras escuchaba, pensé en mi abuelo y en la ausencia que dejó en la casa; es decir, en el silencio, en esa mesa y en ese pan. Pensé en todas las mesas donde falta alguien, y en mi abuelo otra vez, que es mi Nonino; ese que salía a alimentar a los perros, que también dejó un camino largo y una procesión detrás de su cuerpo, y a una mujer escogiendo el arroz y los milagros en un comedor que era aún más grande sin él y sin sus estampas.
Adiós, Nonino es el tango de la ausencia, del país que amasó Piazzolla con su arcilla, de las señales de acudir tan necesarias, tan terribles como todas las señales que se anuncian sin trazar el camino del encuentro.
Suite del Ángel
Segundo fragmento del alma.
La composición de la suite duró desde 1962 hasta 1965, y surgió a partir de una obra de teatro de Alberto Rodríguez Muñoz llamada Tango del Ángel. Piazzolla hizo toda la música. En la obra hay un ángel que intenta curar los espíritus rotos de los hombres, y que muere en una pelea de cuchillos.
La Introducción del Ángel es un tango fino con una armonía un tanto sórdida. Es lo que se dice un tango con carácter, con una furia calmada. Es un taconeo. La segunda pieza — Milonga del Ángel — es toda sentimiento. Es un hambre linda y atroz. Lo primero que suena es el bajo, con unos acordes certeros, casi opacos; luego hay un violín cuya alma parece soportar todas las milongas y todas las alas. Y luego llega el piano, y luego un bandoneón tristísimo. Y así sucede una milonga que continúa con un solo de violín. Después llega una fuga a tres voces llamada Muerte del Ángel que es casi un cuento, puede sentirse el cuchillo atravesando la piel, o esa sustancia de la que están hechos los ángeles.
Luego Piazzolla lo resucita en un tango feliz, ornamentado. La Resurrección del Ángel es solemne y alegre. Es eso: una resurrección.
Piazzolla fue el hombre que mató y resucitó a un ángel en la misma suite, el que le dio un sonido de bandoneón a la matanza y a la resurrección. Cien años después de su nacimiento, me parece que el ángel resucitado es él, ese que sembró una milonga distinta en el alma de los hombres, el que bajó a la tierra para morir en otros cuchillos.
Libertango
Tercer fragmento del alma.
Libertango fue lanzada en 1974 dentro del disco homónimo. Dura dos minutos y cuarenta y cinco segundos. Es una pieza muy pequeña, y en esos escasos minutos logra hablar sobre la libertad musical y sobre la libertad toda. Piazzolla rompe la armonía clásica del tango. Primero entra el bandoneón y marca el pulso, y llega el bajo eléctrico, y llega la percusión, y ya no es un tango clásico sino un invento. Había relaciones armónicas del jazz metidas en el género sagrado de la Argentina, y eso escandalizó a los compositores viejos, y lo llamaron “asesino del tango”, y lo prohibieron en las emisoras. Pero él no se cansó.
Cuando se escucha Libertango con el texto de Horacio Ferrer, puede sentirse lo que es en realidad la libertad del tango, la ruptura; pero también puede sentirse una libertad más grande; es decir, la libertad que no es una música compuesta, sino una cancioncita de la vida, del vientre, de la calle, una música que siempre estuvo sobre nosotros:
Mi libertad es tango
de par en par abierto.
Y es blues, y es cueca, y choro,
danzón y romancero.
Mi libertad es tango,
juglar de pueblo en pueblo,
Y es murga y sinfonía,
y es coro en blanco y negro.
Libertango se va en fade out. Como si no hubiese sido suficiente un bandoneón desmarcado al final de la pieza. La libertad es, en Piazzolla, un grito en fade out, una sombra fundida.
El alma toda
Abro paréntesis.
El alma —ese pedacito de madera que soporta los choques y los arcos violentos— se ve cuando uno se asoma por el violín, entonces el bandoneón la escucha y llora. Hay almas que son de madera, y otras que son de bandoneón, de adioses, de padres muertos; almas que son canciones que reposan hasta el dolor y hasta la soledad. Piazzolla debe estar abrazando la estrella que le hacía señales, debe estar cantándole a su Nonino desde una lumbre tanguera. Piazzolla es una cosa eterna en la Argentina, una aclaración en el tango, un paréntesis en la música. Piazzolla es libertad, y es dolor, y es tango, y libertango.
Y es así. Hay almas que son paréntesis hermosos, que vienen a aclarar de qué estamos hechos y cómo suena el bandoneón de los espíritus. Hay almas que se escuchan cien años después en las barras de un bar, que son puestas junto al vaso mientras se maldice a alguien con desconsuelo y con rabia. Hay almas inconclusas, impares.
Así como hay paréntesis que no cierran nunca.