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Otros Ilustración: Jennifer Ancízar. Ilustración: Jennifer Ancízar.

Rita Montaner. Un nombre que abarcó todo el arte

El 17 de abril de 1958 había fallecido en La Habana Rita Montaner, “La Única”. Ernesto Lecuona, coterráneo de Guanabacoa y gran amigo de la intérprete para el momento de su muerte, publicó en el primer aniversario de su muerte en la Revista Bohemia, una especie de personalísima reseña de la amistad profesional que los unió, de la que extraemos fragmentos:

Rita Montaner. Un nombre que abarcó todo el arte

Por Ernesto Lecuona

Conocí a Rita Montaner en el Conservatorio Peyrellade. Estaba situado en la Calzada de Reina, número 3. Lo dirigía Carlos Alfredo Peyrellade. Rita y yo estudiamos solfeo y piano en aquel establecimiento. Recuerdo que iba siempre acompañada de su padre: un caballero bien plantado y extremadamente amable. Por razones que no puedo explicar aquí, salí del Conservatorio y tomé clases de un profesor privado, Antonio Saavedra, que fue discípulo de Ignacio Cervantes.

Rita siguió en el Conservatorio y una vez, invitado por una amiga, fui a una fiesta donde se presentaban los alumnos más aventajados. Rita tocó ese día un movimiento de una sonata de Beethoven. Me pareció que sus condiciones pianísticas eran notables. Después me dediqué a tocar en cines y perdí de vista a Rita.

Años más tarde me enteré de que ella recibía clases de canto de un eminente maestro: Pablo Meroles, ya que poseía una voz bellísima y un gran temperamento. No lo puse en duda, pues siempre me pareció una mujer excepcional para la música en todos sus aspectos.

La vida es rara, porque aquella amistad que había nacido de cierta compenetración espiritual y artística se esfumó, por decirlo así. De suerte que Rita y yo anduvimos lejos, sin contactos sociales siquiera.

Yo continué mis estudios con Joaquín Nin, que reemplazaba a Saavedra en esa labor. Más tarde entré en el Conservatorio Nacional, donde recibí clases directas de Hubert de Blanck. En este conservatorio alcancé mis títulos de profesor de piano y solfeo. Entonces fue cuando alguien me dijo: “¿Sabes que tienes una paisana que, además de tocar el piano muy bien, canta mejor?” “¿Una paisana?”, -pregunté-. “Sí, una guanabacoense” –me contestaron. Y no sé por qué me vino a la mente el nombre de Rita Montaner.

Y era ella. En efecto, tocaba el piano admirablemente y de ese modo cantaba. “Es magnífica” –exclamaban quienes la oían.

Como ella y yo nos habíamos alejado, sin saber por qué, quedé esperando a que me invitara a su casa de Guanabacoa, a fin de “hacer un poco de música”, pretexto para poder oírla. No fue así. Pero, como sé esperar, me dije: “Ya la oiré”.

Fui a Nueva York. Estuve ausente de Cuba varios meses. Al regresar, un amigo a quien admiré y profesé hondo afecto, el compositor Eduardo Sánchez de Fuentes, autor de la habanera “Tú” y de muchísimas obras más, me preguntó si conocía a una muchacha de Guanabacoa que se llamaba Rita Montaner. Le respondí que sí, naturalmente, y le conté mi pequeña historia acerca de ella. Sánchez de Fuentes se disponía a conocerla y a oírla. Yo tendría que esperar.

(…)

Eduardo ya había oído a Rita. Estaba maravillado. Yo, con menos suerte que él, seguía esperando. Continuaba sin conocer la voz de mi condiscípula. Pasaron algunos años y supe que Rita se había casado con el abogado Alberto Fernández Díaz. Yo estaba en España haciendo una tournée con la magnífica violinista Marta de la Torre, contratado por la Casa Daniel.

Mi primo Eugenio Lecuona, diplomático, padre de la compositora Margarita Lecuona, autora de Tabú y Babalú, me pasó un cable para ofrecerme un contrato de dos semanas, como prueba, en el Capitol Theater de Nueva York. Acepté. Y debuté con tanta suerte, que las dos semanas se convirtieron en seis.

Al volver a mi patria, encontré anunciado un Festival de Canciones Cubanas, organizado por Sánchez de Fuentes, con la colaboración de Eusebio Delfín, compositor y autor, y Guillermo Cárdenas, periodista. En este festival, cantaba Rita Montaner.

¡Al fin iba a oír a Rita!

Asistí al acto. Quedé entusiasmado oyendo a mi “paisana” de Guanabacoa. Subí al escenario. La felicité calurosamente. Recordamos nuestros tiempos del Conservatorio Peyrellade. Un mes más tarde, hice yo unas presentaciones en el Payret para interpretar la música que había sido mi éxito en el Capitol de Nueva York. Allí, por primera vez, estuvo Rita Montaner en una fiesta musical mía.

(…)

En todos los conciertos de música cubana, Rita era imprescindible. Se interrumpieron esos conciertos con otros contratos míos en Nueva York. (…). A los dos meses de permanecer en Nueva York, recibí un cable de Don Luis Estrada, empresario del Principal de la Comedia, que me invitaba a organizar y dirigir una compañía musical para inaugurar el nuevo teatro Regina (antes Molino Rojo y hoy Radiocine[a]). Como siempre me gustó el teatro y me sigue gustando, acepté las proposiciones de Estrada y tan pronto terminé mis compromisos con el Roxy e hice varias grabaciones de discos fonográficos contratadas, regresé a La Habana.

Rita había estado también en Nueva York junto con su esposo. Yo, por mi trabajo, no pude hacerles compañía. Pero, libre ya de mis actuaciones en el Roxy, pude admirarla y aplaudirla en el 44th Street Theater, de los Schubert, en una revista titulada Una noche en España (…)

(…)

Para la inauguración del Regina me valí de los cantantes de mis conciertos: Caridad Suárez, María Ruiz, Dorita O’Siel y Vicente Morín, amén de Paco Lara, Fernando Mendoza y Mario Martínez-Casado, actores. Todo esto, alrededor de dos cuerpos de vicetiples (como se decía antes) dirigidos por un consagrado actor: Enrique Lacasa.

En mi mente revoloteaba el nombre de Rita Montaner. Era necesario que ella prestigiara la temporada del teatro Regina.

El antiguo Molino Rojo se iba convirtiendo en un bellísimo teatro. En las paredes del lobby, se veían costosos gobelinos de la época versallesca.

Llegó Rita Montaner. Llegó antes del tiempo que yo calculaba. Y llegó casi silenciosamente. Ya estaba en La Habana. Yo, entretanto, esperaba.

El teatro quedó embellecido y se citó a la compañía para la reunión inaugural. Hubo un paréntesis para que arribara Fernando Mendoza procedente de Nueva York. También dábamos tiempo a Eliseo Grenet, a quien yo había invitado a participar en la partitura de Niña Rita. Era una oportunidad para que tuviera lista la música. Y yo -¡qué cosas más extrañas suceden!- terminaría el libreto de La Tierra de Venus, que había arreglado expresamente para la compañía del Regina.

Me dispuse a ir en busca de Rita, pues era la única que faltaba en el elenco. El esposo de la artista se negaba a que ella trabajara en el teatro. Me costó Dios y ayuda convencerlo de su error, pero al fin lo logré y Rita fue contratada. Debutamos con las obras Niña Rita y La Tierra de Venus. A la primera le intercalamos la famosa Mamá Inés. A la segunda le agregamos Siboney, que se había estrenado en uno de los conciertos por la contralto Nena Plana.

Rita triunfó. Plenamente. Clamorosamente. Como yo esperaba.

(…)

Rita grabó muchísimos discos. Su nombre se colocaba tan alto que difícilmente podría caer. Fue a España. Trabajó con la compañía de Eulogio Velasco en el Apolo, de Valencia. Estrenó una opereta: Malvarosa, con música del maestro Pablo Luna (…) Al propio tiempo estrenó obras mías.

Dio recitales en Madrid. Después pasó a París en compañía de Sindo Garay y su hijo Guarionex. Ya empezaba a llevar en su repertorio las estampas musicales del maestro Moisés Simons, autor de El Manisero. Yo, orgulloso, seguía los éxitos de Rita.

En otro momento tuvo intervención en compañías teatrales mías. En dos de ellas, debutó con obras diferentes: La revoltosa, pimentoso sainete lírico madrileño y Rosa La China, de Sánchez Galarraga y mía. En otra temporada mía en el teatro La Comedia, hizo La viuda alegre.

(…)

Asimismo, Rita estuvo en la temporada de Agustín Rodríguez en el Martí. Y allí interpretó las más variadas obras: Cecilia Valdés, del maestro Gonzalo Roig; María Belén Chacón, de Rodrigo Prats, y María La O, de mi cosecha. Melodías de Roig, Prats, Anckermann, Sánchez de Fuenetes, Grenet, Simons y mías, fueron estrenadas en diferentes conciertos en diversas épocas por la más genial intérprete que hemos tenido. No puedo olvidar su creación de Te odio, de Caignet.

Creó personajes radiales y de televisión. Tocó conmigo el piano en infinidad de conciertos. Porque era una magnífica pianista, una “pianista de línea”, como digo yo.

La cultura de Rita asombraba. Hablaba de todo. Asimilaba cuanto leía y oía. Además, lo que sus bellos ojos veían, no lo olvidaban jamás. Su nombre fue siempre timbre de gloria. Anunciarla era tener el teatro lleno por anticipado.

(…)

En su muerte, escribí una carta que leyó ante las cámaras de televisión Pepito Sánchez Arcilla. Envié unas flores. Las orquídeas del recuerdo. Esta fue la última colaboración mía con la preciosa existencia de Rita Montaner. Acostumbro a oír las noticias por la radio a las siete de la mañana. Escuché la infausta nueva. Fue como un golpe en la cabeza, en el corazón, en el alma. Se me despedazó el sistema nervioso. Pasé todo el día con el frasquito de Bellergal en la mano.

Descanse en paz, Rita Montaner. Rita la Única. Rita de Cuba. Rita del Mundo. Para mí, sencillamente, Rita… Rita Montaner. Un nombre que abarcó todo el arte. (…)

[a]Se ubicaba donde actualmente se encuentra la Casa de la Música de Galiano

foto de avatar Magazine AM:PM Revista cubana de música, sin distinciones de géneros o geografías. Más publicaciones

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  1. Mauro di Deus dice:

    Penso em cobrar uma taxa de MagazineAM:PM pelas derramadas emoções que me acomete toda vez que vos leio. Sei que tem a ver com a idade, pois os anos se acumulam e, no meu caso, a emoção fica mais a flor da pele, mas estou incomodado: toda vez que mergulho numa história publicada, como nessa de Lecuona sobre Rita, sinto que há tanto a conhecer como lágrimas a rolar. Terei de voltar mais vezes a Cuba para dar vazão a essa sanha por conhecimento ligado a música e a cultura cubana. Haja emoção. Muito obrigado!

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