
¿Música (no) apta para las infancias?
Aquí to´está okeiii / aquí está to´rico / to´está okei, entona mi hijo minutos antes de irnos a dormir. Los mejicanos me dicen coño wey, papampám, canta mi hija y continúan, juntos, ese himno repartero que sigue apoderándose de esta casa. Yo aprovecho, celular en mano, y capturo el momento. Del tiempo que pasan juntos, hay pocas horas en las que no discuten. Entonces, mamá orgullosa, no pierdo la oportunidad para acumular evidencias de las veces en las que cooperan y se acompañan. En casa escuchamos cualquier tipo de música. Algunas veces bailamos con Wow Popy y otra, con La vaca Lola. Lo mismo suena Pepa de Farruko que Shakira y Bizarrap, Amanecer feliz que La familia Telerín. No discriminamos, aunque, debo confesar, que esto no siempre fue así.
Cuando nació mi primera hija, yo tenía muchísimos recelos musicales. Entendía que las sonoridades que debían acompañarnos a partir de ese momento tenían que ser solamente aquellas que habían sido creadas para el público infantil. Recuerdo que me molestaba si en presencia de mi bebé sonaba “música de adultos”; más específicamente aquella que, según yo, carecía de los valores con los que quería educar a mi hija. Pero, claro, seguimos hablando de una bebé y, si algo he aprendido a estas alturas, es que la perfección y la crianza no suelen ir juntas. El tiempo ha pasado y, por suerte, nuestra relación con la música mejoró, lo que se debe en gran medida a los prejuicios que he ido dejando atrás. Pero todavía encuentro a ma/padres en conflicto con el reguetón o el reparto y, si bien lo menos que busco con este texto es cuestionar la crianza de nadie, no puedo evitar preguntarme: ¿por qué las infancias no pueden bailar reguetón?
Entiendo que hay lenguajes que no son aptos para todas las edades, que los códigos del reparto son machistas, homofóbicos, repletos de estereotipos y que todes queremos educar a mejores generaciones futuras; pero ¿es eso lo que realmente nos preocupa de este género? Para analizar cuánto se sostiene ese argumento, repasemos algunas canciones infantiles que hemos cantado en bucle en las casas cubanas históricamente y que también están llenas de estereotipos sexistas.
Por ejemplo en esta: Lunes antes de almorzar / una niña fue a jugar / pero no podía jugar / porque tenía que [inserte tarea doméstica aquí]; nótese cómo, desde edades tempranas, el ocio no era cosa de niñas, en cambio las tareas domésticas sí. Como también fue el caso de la hormiguita que no podía retozar; la canción entera es un constante chantaje emocional hacia las niñas que no colaboran en casa. Bien pudieron haberle dicho que colaborar en el hogar es tarea de todas las personas que conviven y ponerle responsabilidades acordes a su edad.
Otra que bailé muchísimo fue La señorita. Ahora, desde mi rol de madre, no entiendo por qué, si no lo baila, le dan un castigo malo. No entiendo por qué la señorita estaba obligada a bailar. Y siguiendo por esa línea en la que nuestra mirada adulta puede cambiar completamente el sentido a una canción, quizás recuerden también esa que decía Anoche yo te vi / en el parque Tulipán / meneando la cinturita / PARAM PAM PIN PON FUERA / Te la comiste entera / con la barriga afuera. ¿Alguien me explica qué se comió quién, de noche, en un parque, mientras meneaba la cinturita?
Desde mi mirada adulta, entiendo el contexto de esta canción, claro. Aunque quisiera creer que esta no es una letra infantil que habla del trabajo sexual, me cuesta verlo de otra manera; y, recordemos, que el objetivo de este texto es, justamente, “criticar” las letras que no son adecuadas para las infancias. Si hablamos, por ejemplo, de hipersexualización, encontramos a La Pavita Pechugona, bonita y simplona, que si su videoclip no es hipersexualización no sé yo qué lo sea; o a La Gata Mini, una gata que usa medias largas, se pone tacones, y muchas gangarrias; y que también cuenta con un videoclip a la altura de cualquier canción de reguetón.
Si seguimos repasando el cancionero infantil, tenemos a Arroz con leche, que se quiere casar con una viudita que sepa coser y bordar, “rin rán”. No sé yo si, entre los supuestos valores que queremos inculcarle a nuestras hijas e hijos, seguir dividiendo el trabajo doméstico o ciertas actividades, basándonos en el género, sea recomendable. Porque si algo tienen la mayoría de las canciones infantiles que hemos repetido hasta el cansancio es que, en casi todas, la figura femenina es la que cuida: los pollitos a los que su mamá les busca el maíz y el trigo, Juan me tiene sin cuidado y su abuela que lo reprende, la Señora Santana cuidando a un niño que llora por una manzana, La tortica de mateca para mamá que da la teta y las de pan blanco, para papá que está en el campo; o la pobre Mona Jacinta que, luego de haber construido su castillo, no disfruta ni el trono.
En la era del consentimiento y del “no es no”, ¿por qué les molesta tanto el “tómate un jagger y bájate el blumer”, pero siguen cantándole a su hijo En el bosque de la China? ¿Acaso ambas no hacen apología a la violación? Porque, cuando la chinita perdida en el bosque le dice que no, el chinito insiste, mucho diría yo, y termina “convenciéndola”. Ah, pero es más lindo hablar de la Luna que la besa que del jagger. Es más lindo y menos vulgar, ¿no? Al final, entiendo, que lo que preocupa sobre que las infancias escuchen y bailen reguetón o reparto no son sus códigos machistas o sexistas ni la manera en la que hipersexualizan a la mujer y la denigran, sino que son géneros de gente “vulgar”. Lo que molesta es que somos, lamentable y profundamente, clasistas. Es eso, o que seguimos teniendo prejuicios con las infancias y los temas que podemos tratar con ellas.
Ni la muerte ni la sexualidad, ni la violencia, deberían ser temas tabúes con nuestras niñas y niños. No deberían ser, en mi opinión, conversaciones prohibidas. No se trata de cancelar estas canciones que menciono, sino de explicarles de qué van, que sirvan también como aprendizaje. Tampoco se trata de prohibir el reparto; poca gente se cuestiona qué pasa en los hogares en los que el único momento que todes suelen compartir es cuando suena Wow Popy. Poca gente se cuestiona los beneficios, a nivel de aprendizaje, que trae para niñas y niños el baile en grupo, el ejercicio de memorizar letras o, sencillamente, de ser parte del mundo adulto.
Quizás esté llevando muy al límite este asunto, pero no soy fan de la cultura de la cancelación y entiendo perfectamente a quienes cuidan a sus menores de mensajes que no pueden comprender o aprendizajes que pueden quedarse grabados para siempre. A dónde quiero llegar es que, si lo pensamos bien, ni todo el reguetón es violento para las infancias, ni todas las canciones infantiles están libres de reproducir estas violencias. Y sí, ya sé que los ejemplos que he traído son de otros tiempos, pero tengo muchas pruebas y ninguna duda de que todes las hemos cantado, incluso anoche, para dormir a nuestra criatura.
No seré yo quien diga qué banda sonora debe escoger cada familia. No seré yo quien cuestione los modelos de crianza ajenos al mío. No seré yo quien cuestione con qué canción baila cada quién. Yo soy madre y sé los malabares que hacemos para educarles lo mejor que podemos con lo poco que tenemos en esta Isla. Sin embargo, aquí estoy: invitando a la reflexión, en defensa del reparto.
https://youtu.be/mPN484uZm2g , de acuerdo con Ud. en muchas reflexiones , también nos falta informarnos de tantas personas que están haciendo esfuerzos para llevar temas necesarios a nuestra infancia como que aprendan a denunciar cuando son violad@s , le invito a este link del grupo Canticuénticos de Argentina que lo trata. Claro que es hermoso tener en las familias momentos de compartir todo tipo de música pero creo también que somos responsables de educar y cuidar a nuestra niñez . Gracias por al menos hablar de ella que muchas veces es totalmente olvidada .