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El disco rayado Diseño: Jennifer Ancizar a partir de la portada del álbum. Diseño: Jennifer Ancizar a partir de la portada del álbum.

Olho de Peixe

Este álbum de 1993 y O Dia em que Faremos Contato, publicado cuatro años después, fueron por mucho tiempo el único contenido de la carpeta Lenine en mi computadora. Cuando pensé en escribir sobre uno de ellos, no podía decidirme.

Pensé primero en el de 1997, que fue el que más escuché siempre, porque me encanta su sonido. Se oye distorsionado casi todo el rato, pero el ruido solo enrarece el aire más que lo ensucia; si llega a hacerlo alguna vez, entonces es siempre una suciedad necesaria, como cuando los padres les permiten a sus hijos jugar en el fango para que creen anticuerpos. Quiero pensar que esa textura sonora de la guitarra juega en función del concepto del disco (que, como el título adelanta, se trata del encuentro de nuestra cultura con otra alienígena), porque recuerda a ese ronroneo de walkie-talkie, o de estos dispositivos radiales viejos por medio de los cuales, en las películas, los extraterrestres curiosos se comunican con un niño suburbano de Los Ángeles. Y esa es otra razón por la que estuve a punto de escribir hoy sobre el tercer trabajo fonográfico del brasileño: me parece más homogéneo que el anterior, tanto en la idea como en el sonido, y también más arriesgado. Como álbum, con todo lo que eso implica, O Dia em que Faremos Contato me parece superior, lo que pasa es que Olho de Peixe contiene, sin dudas, mejores canciones.

Son 11, y todos son temas de playlist. Solo en esas condiciones uno puede explicarse que el bellísimo Mais Além fuera colocado al cierre. En otra placa, esa hermosura estaría entre los cortes de avanzada, pero aquí la producción tiene tanta materia prima que prefieren usarlo como despedida, aprovechar su tono conclusivo, sus propiedades de capítulo final de temporada, donde algo siempre termina pero, también, algo siempre empieza. Miren este fragmento: “Na linha que separa o mar do céu de chumbo / A gaivota caça o peixe radioativo / O náufrago retém a última miragem / E morre como se continuasse vivo”. Y eso es aquí en silencio, pónganse los audífonos para que vean, para que escuchen a Lenine, con su voz impecable, que no carga con un solo grano de polvo, decir “Mais além” al final de cada estrofa.

Otra canción que te rompe el alma es O que é Bonito, donde Lenine y Bráulio Tavares, responsable de la letra (una práctica habitual en la carrera del pernambucano, esta de ceder la jurisdicción lírica de las obras a otros artistas, y hay que decir que le ha salido de maravilla), nos regalan un manifiesto estético y moral, se sinceran, se quitan los trapos, así: “Eu quero mais erosão, menos granito / (…) Escrever tudo o que desprezo e desprezar tudo o que acredito. / Eu não quero a gravação, não. / Eu quero o grito”. Es la única pieza en la que no aparece el percusionista Marcos Suzano, cofirmante del álbum (aunque la guitarra del nacido en Recife ya es bastante rítmica, bastante percutiva), pues se trata de su momento más íntimo. No quiere aquí el arreglo que nos distraigamos con la pandereta, por muy rico que suene, hay diez canciones más para eso. Lo que toca cuando llega la sexta pista es mirar adentro. O que é Bonito es de la raza de las canciones eternas, de las que canta cualquiera con la guitarra desafinada y conmueven igual.

Lenine fue la primera música de Brasil que escuché queriendo escuchar (bueno, no, fue Sepultura, pero ustedes me entienden), y todavía no le agarro el ritmo a estos temas. Cuando lo hago, siempre es prestando atención especial, no como cuando suena una clave cubana o un palo bembé, que los engancho al momento. A veces me creo que ya le cogí la vuelta y entonces viene un compás y se atraviesa, informándome así que lo que yo pensaba estar haciendo bien era solo casualidad. Me pasa igual, por poner un ejemplo, con el candombe, que escucho bastante desde que me presentaron al Negro Rada. Soy oidor pasivo de estas cadencias primas de las mías. Yo tengo que dar en la mesa con las manos y en el suelo con los pies, creerme que tengo el set de batería delante o la banda detrás, marcar la marcha de las congas o el bongó. Nada de esto me es posible en Olho de Peixe sin hacer el ridículo. Y eso no tiene mucha importancia. Se disfruta de cualquier manera. Pero el día en que alguien me enseñe la clave del maracatú otro gallo va a cantar.

Escrúpulo es el tema más sabroso del álbum. Funky, jazzy, folky, progresivo, y la madre de los tomates, es muy difícil sacárselo de la cabeza después, especialmente el pasaje guitarrero sobre el que descansa su estructura. Tiene, junto a Lá e Lô, el sonido más audaz del registro, anticipando un poco lo que vendría en el siguiente. Me encantan los teclados esos, que sacan al oyente del clima marino (porque este disco nació en un estudio de Río de Janeiro, pero fue concebido en una playa nordestina) y lo colocan en una opresiva fábrica de metal del futuro. Me encanta, además, la justeza y el swing de la ejecución violera de Lenine, que me recuerda a la Yusa de Tomando el centro, porque ella sabe a dónde mira.

Resumiendo. Un trabajo elegante y sencillo. Contiene lo más fino de la canción y lo más fino del ritmo. Sirve para limpiar y para morir de pena en el sofá. Bien se presentan sus protagonistas en el primer tema Acredite ou não, cuando hablan de “Tempestad en el desierto. Maremoto en la piscina”, y de que todo es raro y extraño, que “Normal só tem você e eu”. Sí, claro, será normal para ellos, porque yo sigo montado.

foto de avatar Carlos M. Mérida Oidor. Coleccionista sin espacio. Leguleyo. Temeroso de las abejas y de los vientos huracanados. Más publicaciones

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