
Nelson, un animal extraordinario
Todo sucede en un país donde quienes siguen el rock están siempre haciendo de la música un contrabando; de sus grupos preferidos solo poseen el sonido grabado, y contemplan los conciertos en la pantalla en la que otros fanáticos son quienes se desesperan, cantan y lloran. Mientras tanto, ellos reciben las emociones como por contagio. No tiene mucho sentido brincar o quitarse la camiseta. Lo único que pueden hacer es rebobinar hasta el momento que más les gusta.
Se reúnen en los bajos de un escenario. Fueron allí buscando un espectáculo en vivo. Algunos toman un trago, otros fuman con estilo o hablan sin parar. Muchos se sienten marginados de los ambientes establecidos o aceptados por la mayoría. Las muchachas llevan el pelo corto y sin planchar, y los chiquillos lo llevan largo. Esperan por la banda. Miel con Limón insinúa unos acordes, se dispara la referencia de esa canción tan conocida, y cuando rompen a tocar todas las percusiones, cuerdas y las dos voces rajadas, se siente algo distinto, la canción se hizo tres veces mejor, los que escuchan se sienten en el derecho de desesperarse, cabecear y dejar salir la emoción como un fanático con su banda preferida.
Acaban de machacar el final de Come together, de The Beatles. Nelson une la última ralladura en las cuerdas de la guitarra con un oh que se le alarga desde el pecho y habla algo indescifrable con acento anglosajón. La baqueta golpea ocasionalmente contra el platillo y la guitarra balbucea en el fondo. Presenta la próxima canción. Esta vez, una de las compuestas por la banda, dice: “Incluso el que no se la sabe, conoce el coro”.
No tiene botas, ni chaqueta de cuero negra; tampoco tiene ningún metal atravesándole la piel. Está parado desde los huesos que le sobresalen de la rodilla hasta la columna que carga la guitarra, el pelo largo y rizado recogido porque esto es Cuba, es mayo y hace demasiado calor. Por eso lleva una camiseta desmangada con flores surfistas de verano en Hawái. Se le cierra la barba a mitad de la cara, las cejas descansan en las sienes, y los rizos oscuros cuelgan de la frente hasta los ojos entreabiertos, con los párpados de mal carácter. Luce como quien se las sabe todas cuando, en realidad, acepta que no sabe nada.
Siempre ha sido el conversador, por eso le ha tocado escribir las letras. Hace versos y, en ocasiones, escribe en una prosa todo lo que quiere decir. Él y todos los de Miel con Limón se graduaron de la universidad en carreras de ciencias. Su licenciatura en Bioquímica y Biología Molecular influye en las canciones que escribe aunque esté hablando de amor. Cuando niño fue curioso, ahora usa el método científico para resolver cualquier problema, incluida la necesidad de hacer coincidir una rima con una idea, y para tocar la guitarra definió que debía estudiar más aún, pues no tenía escuela. Se siente perfeccionista, sabiendo que tal meta no se alcanza. Se inspira al escribir tres palabras y luego las critica como si no hubiese sido él quien las escribiera. Para él no hay separación entre “el raciocinio y la musa”, la razón lo ayuda a dilucidar un método para lograr lo que quiere, pero a la misma vez va en su contra como límite del arte. No le pesa cuando acepta que es su carga y su cruz, que sufre sus defectos y disfruta sus virtudes.

Nelson Labrada y Miel con Limón. Foto: Jorge Luis Toledo
Como si se tratara del sentimiento hacia una mujer, se le pregunta qué siente por su voz. Él responde que la verbalización es la última fase del conocimiento, que cuando se habla se piensa de antemano lo que se va a decir, entonces comienza a hablar sobre las neurociencias, sobre el surgimiento de una idea, de cómo al decir algo el sonido va llegando a los oídos, pero al mismo tiempo se percibe desde lo interno y explica que por eso la voz grabada se siente distinta, tal y como ocurre cuando se sienta a escuchar su voz en uno de los discos del grupo.
“Yo nunca pensé que fuera a ser cantante, yo sé que mi timbre de voz no es mágico. Creo que puedo afinar, puedo hacer una ejecución que esté bien. Sé las cosas que puedo hacer ejercitando y sé que hay cosas que tienen que ver con mis posibilidades, las de mis cuerdas vocales. Creo que sentirse conforme a plenitud es algo que no existe o, que si te sientes de esa forma, te va a impedir mejorar. Yo no soy de estar todo el tiempo cantando, hablo mucho, pero no canto todo el tiempo, sé que hay cosas en las que flaqueo”.
Quien no se sabía aquel coro se lo aprendió al momento: Voy cruzando el río, sabes que te quiero, no hay mucho dinero, la he pasado mal (…). Dejan que solo suene la batería y esperan a que el público repita una y otra vez lo que es para Nelson y para la banda su filosofía. Se trata de seguir haciendo música siempre, incluso cuando no tiene eso que lo mueve todo y que no es el amor, sino algo que se lleva en los bolsillos. Pretende subvertir las necesidades por la perseverancia. Sabe que necesitan de recursos materiales para continuar tocando durante un tiempo en un lugar del que no van a recibir ganancias, pero quieren que la gente se acostumbre a la idea de tenerlos allí, así fue en el Bertolt Brecht y en El Submarino Amarillo.
Los medios priorizan la música popular bailable o tradicional porque son las manifestaciones aceptadas como música cubana. Siente que la gente no los conoce de nada. Dice que la Agencia Cubana de Rock no funciona como representante, no promociona ni apoya la producción, sino que se sitúa en el medio del pago que reciben, cobrando un impuesto y retrasando los salarios hasta dos meses. Que la acústica de los lugares no es la mejor para dar un buen show. A pesar de todo, siempre debe echar mano a la emoción, el único recurso que le queda. Sigue, sabiendo que su música es cubana porque está hecha en Cuba, va para el Maxim Rock cuando se lo ofrece la Agencia, porque es otra oportunidad y reitera, una y otra vez, un mismo sonido para que este no dependa de un buen escenario en el cual adquirir toda la ganancia. Nelson vuelve, no hace las paces con la queja y se faja con la circunstancia.
“Aunque busquemos por otros lados, aunque pinchemos de otros modos cuando vamos pa’l cuartico ese a ensayar con el calor ahí, lo hacemos porque sabemos que hay algo que nos gusta hacer y es la música. Al final queremos sacar algo que es una canción”.
Al otro día del concierto hay cuatro de ellos dentro del cuartico de ensayo. Al fondo de una casa rodeada de platanales en el Casino Deportivo, es como un cuarto de desahogo que solo guarda trastes cuando ellos llegan con todos los instrumentos y equipos de audio. Las sesiones deben acabar antes de la tarde, porque no hay lámpara en el techo. La luz y un poco de aire entran por dos ventanas con persianas de madera. Las paredes son cortas y mediocres, parece que alguien quiso pintarlas y desistió, en algún momento decidieron colgar algo en ellas, todas reliquias de la música, un par de discos de vinilo, unos platillos de batería y un afiche verdoso de Metallica, la banda preferida de Nelson por ser la primera que escuchó, pero los adornos no son suficientes para dar un ambiente de sitio en el que se hace rock. Aun así, se hace.
Está Yoendri Montero, el Yoyo, la guitarra principal, una Squier Stratocaster, canta casi en silencio: I want to know (…), y le abre los ojos a Alexis Ferrás, este asiente, abre aún más los suyos en respuesta, mientras mantiene el ritmo flexionando las piernas y moviendo la cabeza como esquivando los golpes de su propio bajo. José Fernández cierra los suyos, echa la cabeza hacia atrás y aprieta los labios cada vez que sus antebrazos hacen fuerza contra la batería. Nelson sigue sin mover los párpados, las venas de sus brazos están conectadas a la guitarra, y son en realidad las que le dan el sonido eléctrico, hace una mueca y susurra: Have you ever seen the rain (…), un cóver de la canción de Creedence Clearwater Revival.
La Sterling by music man con la que toca es prestada, todavía no se ha podido comprar una guitarra propia, tuvo que vender la casa de su abuelo para comprar otra e independizarse, el dinero que gana mensualmente no es suficiente para reunir los 300 dólares y vivir. Cuando Wilfre estaba en la banda podía contar también con la suya. A Wilfredo Gatel lo conoció en el albergue de La Lenin, aprendiendo a tocar. Nelson, que había dado algunas clases de guitarra clásica, le enseñó las primeras cosas, los acordes, las notas mayores y menores y lo que era una tríada. Luego lo vio convertirse en un instrumentista a quien admira. Se hicieron amigos muy cercanos y compusieron juntos muchos temas de Miel con Limón. Wilfre intentaba melodías, Nelson iba rellenándolas con letra, si no, era él quien escribía algo y luego Wilfre le buscaba alguna maqueta que le pegara.
Para el tiempo en que se sentaban a la sombra de la litera, Nelson recuerda la idea de formar una banda. Se unieron al Yoyo, al Luiso y Peniche y montaron Oye mi amor, de Maná, por el bloque de cultura en que debía participar su unidad. Estaba en onceno grado, había entrado en el alto rendimiento de química y había hecho la preselección para los concursos internacionales. Luego del primer semestre, solo recibía clases de esta asignatura, daba química orgánica, inorgánica y análisis químico. Estaba en aulas separadas del resto, pero sus socios de la música estaban en curso regular, por lo que solo los veía de noche recorriendo los cubículos.
“Recuerdo que los profesores de la preselección me regañaban, pues la química era algo a lo que había que dedicarle tiempo y yo le dedicaba tiempo, lo que nunca he podido dividir una cosa de la otra. Entonces daba clases, pero cuando podía me iba a ensayar con esta gente en el local que nos prestaran. Si los profesores me veían, cargando los instrumentos o algo de eso, me miraban con cara de desaprobación, como te estás descarrilando”.

Nelson Labrada. Foto: Jorge Luis Toledo
Hubo un acontecimiento que lo hizo sentir que la música podía ser también la vía definitiva. Luego de tocar un tiempo en las Peñas del Pop al Rock de Juan Carlos Pena y a presentarse junto a artistas como Osamu, entraron en una obra de teatro: La historia de Juan Lennon, dirigida por Enrique Núñez, donde tocaban en vivo canciones de The Beatles. Estar allí por tres meses, tres días a la semana, le dio la razón a aquel sentimiento. Por primera vez se trataba, para él, de algo serio.
“Nosotros nos hicimos músicos profesionales en el 2014. Estábamos en quinto año de la carrera. Soy músico profesional antes que licenciado, pues nosotros audicionamos en abril para la Agencia Cubana de Rock y luego, en junio, fue que nos graduamos de la universidad. Desde entonces, tuvimos los papeles y empezamos a trabajar”.
Wilfre empezó siendo el director de la banda, pero le costaba hacer valer su opinión; con Nelson ocurría lo contrario, puede pasar horas hablando, por lo que quedó en ese puesto. Él dice que es solo una etiqueta para los papeles que hay que firmar. Hace un tiempo al director se le fue su amigo para Nashville, Tennesse, como guitarrista de Sweet Lizzy Project, no deja de repetir que eso marcó un punto de inflexión para Miel con Limón, que Wilfre era el alma de la banda, después se queda callado y es que lo extraña.
Les propone a los demás coger un cinco y salen todos del cuartico. Él se sienta y saca un cigarro suave con sabor a menta. Solo toma en las fiestas que hacen al final de los conciertos, en esas ocasiones se le apaga la voz, escucha el primer reguetón, se pone a bailar y según él “se ripea”. Enciende el cigarro y, antes de llevárselo a la boca, vuelve a hablar de Canasí. Para allá se han ido en varias ocasiones los de Miel con Limón y los amigos. Cada vez que lo recuerda sonríe mucho y le salen palabras como aislamiento, paraíso, casas de campañas, pesca, caída de la noche, ceremonias, doscientos metros de cruce de río, escalada, ron, vodka, mar abierto y banderas. Y lo que más le emociona es cortar leña para la fogata. Le gusta hacer fuego.
Sus primeros socios los tuvo en “Holguín, Holguín”; con ellos escuchó a las primeras bandas de rock, alrededor del equipo de música que le regaló su abuela, copiando de un casete. Ellos fueron quienes le enseñaron a Metallica y a System of a Down; desde entonces ha pasado muchas horas escuchando música, pero aquellos primeros sesenta minutos son la razón por la cual ha querido hacer rock & roll. En aquel momento ya se había dado cuenta de que era un “romanticón”, se pasó desde preescolar hasta sexto grado enamorado de la misma chiquilla, y sería la primera vez que le ocurriría.
Ahora lleva un anillo de oro alrededor de su anular derecho y un reloj en la misma mano. Le da al tiempo hacia atrás: “Aparece Sandra en mi vida y con Sandra me pasó algo. Era físicamente el tipo de mujer que me gustaba, además, bailaba y a mí me encanta bailar, nuestra relación empezó mucho más a lo loco, no sé cómo, fue sorpresa para los dos, estábamos escribiéndonos constantemente y un día nos sentamos a hablar, ella dijo que estaba enamorada y respondí: yo estoy enamorado de ti”. Parece que esta será la última vez que lo confiesa, desde el 23 de diciembre de 2015 que ella le pidió matrimonio.

Nelson Labrada y Miel con Limón. Foto: Jorge Luis Toledo
Vuelven al cuartico y empiezan la canción. No Ordinary Animals da nombre a su segundo disco, producido en BandEra Studio luego de Mil quinientos cincuenta (MCL), y de cuatrocientos un conciertos juntos. Antes del coro, Nelson canta: Feel it, this is who we are (…), y al terminar explica: “Esa canción es sobre lo que somos nosotros como generación, tiene que ver con lo que pasa y ha pasado en Cuba, con estar aislados, tanto geográficamente como en otros sentidos. Es muy común para nuestra generación que todo el mundo se haya ido del país, y nosotros estamos aquí. La canción va a llamar la atención acerca de qué se supone que debemos hacer nosotros como jóvenes. Pongo los términos de no ordinario, porque hay mucha gente que no se sienta a pensar eso y vive la vida de una manera inercial. Aquí hay muchas cosas que la gente siempre se ha callado por pensar que expresar sus ideas no va provocar ningún cambio. Quit giving a fuck, para de dejar que las cosas no te importen, no vivas la vida simplemente un día tras otro, pasando trabajo o tratando de acostumbrarte a estar sobreviviendo, en lugar de buscar hacer la vida de la manera que quieres”.
Lo que es capaz de poner en su voz ha crecido tanto como él desde la primera vez que cantó algo. Fue en aquel barrio de Holguín, que no era muy bonito, del reparto Santiesteban, en la casa de la que el portalito salía al lado de la carretera central. Hace memoria, tiene un casete con el video que hizo su abuelo, y le gustaría repararlo. Iba cruzando la calle, cantaba una canción de Augusto Rodríguez que ponía su mamá los fines de semana: “El tiempo que duró nuestro amor” —se ríe—, “nada que ver con el rock”.
Me encantó leer esa historia que cuenta una gran parte de la vida de mi gatico, la persona más importante de mi vida, gracias por arrancarme lágrimas de felicidad y orgullo
me encanto esta entrevista,me emociono mucho pues tambien soy musico autodidacta y rockero,ademas de arquitecto y me senti identificado con su camino y mentalidad.