
Lo que nos gustó y lo que no de Cimafunk en La Tropical
Los exteriores de La Tropical son, a las nueve y veinte de la noche del sábado, una sorprendentemente organizada multitud que se mueve en fila desde la calle 41, bordeando el parqueo, hacia la puerta del Salón Rosado Benny Moré. El concierto al que asisten no comenzará hasta pasadas las doce, pero después del récord de público que reventara en la Fábrica de Arte Cubano el viernes veintitrés de noviembre, nadie quiere arriesgarse a quedarse fuera. La Tropical es mucho más grande que la Fábrica, pero uno nunca sabe. La Tropical —dicen—, es el termómetro de la música popular en Cuba y, hora y media antes del concierto, está al reventar.
Dentro la gente bebe cerveza y baila con un playlist que en toda la noche incluirá escasos temas cubanos (a saber, La natilla, de Habana Abierta). La gente habla y exhala un humo gris que difumina brevemente los rostros. Hay gente que se hace selfies, como si quisieran dejar en una imagen la constancia de que estuvieron aquí esta noche. O no, quizás solo lo hacen para matar el tiempo, porque una buena parte de la gente que llegó esta noche ha visto ya a Cimafunk, seguramente muchas veces en los últimos ocho meses; más de las que deberían, incluso. Y seguramente lo seguirán viendo, aun cuando eso no signifique necesariamente un cambio entre lo que han visto y lo que verán esta noche. Y también hay gente que vino a descubrir. Que se ha sorprendido un buen día cantando por lo bajo un “me voooyyy”, sin tener muy claro de dónde ha salido, y que ha hecho la cola de La Tropical para conocer el fenómeno en vivo. Para esos pacientes el concierto de esta noche será, seguramente, espectacular.
El escenario, las luces y toda la parafernalia tecnológica anuncian un conciertazo. Solo falta la música, ese detalle. Terapia, el disco que Erik Cimafunk publicara a finales de 2017, y que ha estado sonando desde entonces en clubes nocturnos y cuanto evento cultural se mueva en La Habana, ya no parece bastar. El Brecht de los sábados puede contentarse con él otra temporada; La Tropical necesita más, mucho más.
Mis amigos discuten sobre qué tema debe abrir el concierto y los estrenos que esperan. Sobre los arreglos que seguro sorprenden y sobre los invitados. Mis amigos dicen que Erik tiene que subir al escenario de La Tropical a alguien grande —Omara, por poner un nombre— a cantar junto a él y ganarse un respeto. Mis amigos beben cerveza y fuman y dicen que quizás este no era el momento para hacer este concierto, porque Erik está corriendo el riesgo de quemarse. Yo escucho y coincido a veces y otras discuto un poco. Matamos el tiempo.
Minutos después de las doce Erik Alejandro Rodríguez aparece en el escenario con Los Niches y suelta ese canto medio desgarrado que es Faustino Congo, sin más preámbulo, como quien dice: ustedes vinieron a gozar conmigo, pero primero me tienen que oír. Y, al menos él, suena descomunal. Le seguirán temas de Terapia y algunos “estrenos” ya conocidos por su público (Cocinarte, Regalao…), y otros arreglados para interpretar a dúo o dar voz a raperos invitados.
En realidad, los temas de Terapia más fieles al arreglo original fueron los que mejor sonaron en el concierto (Paciente y Ponte pa lo tuyo, este con Robertico Carcassés al piano), dejando a Parar el tiempo, de las canciones más hermosas del fonograma, como una de las mayores decepciones de la noche, interpretada a dúo con Isla Ochoa en una versión que parecía no haber sido lo suficientemente ensayada.
Se sintió además el cambio en los coros, en el que las nuevas voces intercalan su función tocando los metales (trombones), de cuestionable relevancia al menos en los temas de Terapia, donde originalmente no existen. Como si la banda no hubiese terminado de incorporar esos instrumentos, y además tampoco pareciera haber ganado demasiado en voces. En fin, que se siente la ausencia de Adriana Pimienta, que tan bien se empastaba a la voz y al estilo y la energía de Erik. El resto de la banda, a excepción de los teclados en algún tema, cumplió su papel a la altura vocal de un Cimafunk que, eso sí, se adueña del escenario desde la primera nota y se mueve como poseso al compás de su funky, contagiando al público que tampoco pudo parar de moverse ni de corear hasta el final del concierto.
El audio —como siempre, pero ¿hasta cuándo?— volvió a decepcionar. La que peor lo pasó fue Brenda Navarrete, que apenas se escuchó en Alabao; una verdadera lástima por lo que representa su siempre sensual interpretación en ese tema.
A todas luces, el concierto estuvo pensado para impresionar. En términos de producción de escena, el diseño estuvo a la altura de las expectativas. En términos musicales, me temo, no fue nada nuevo. Quien ha seguido a Cimafunk desde que reapareciera en la escena musical cubana luego de la desintegración de Los Boys, pudo haberse divertido de lo lindo, pero con una propuesta exactamente igual a la que ha disfrutado antes en el Brecht, El Sauce o la Fábrica de Arte Cubano.
Un año es poco o nada para el recorrido de un disco, es cierto, pero cuando ese mismo disco ha estado sonando —en vivo, por demás—, casi semanalmente en tantos lugares, toca reinventarlo o dar algo nuevo de comer.
¿Que no estaba listo para La Tropical? Puede ser.
Cimafunk llegó para movernos el piso a muchos por primera vez en mucho tiempo, pero esa misma fiebre que padecemos hoy por él puede convertirse en enemiga si confía demasiado en ella. Que sigamos reventando los espacios para verle no puede ser la razón para que ofrezca lo mismo una y otra vez. Menos en una ciudad como La Habana, donde muchas veces el motivo para asistir viene seguido de un resignado “¿qué más hay?”. No queremos quitarnos la licra, pero tienen que seguir sobrando las razones para ello.
Que manera de hablar cáscara esta chiquita!