
El baile sin cabeza
(Contado por Julio Macón, en el bohío de los Cachito-epán, Caonao)
En los primeros tiempos del mundo había tres diablos. El Diablo viejo, la Diabla vieja y el hijito Diablito. Tenían al mundo loco. En todo se metían y no dejaban vivir en paz a nadie. El reino de los animales se reunió entonces a ver si acababan con los diablos; se presentaron muchos planes y ninguno servía y entonces la agrupación de los guanajos, abriendo las alas, dijo que ellos tenían un plan para acabar con los diablos y en secreto le dijeron al león jefe que este era el plan de bailar sin cabeza. Los animales le dieron una confianza y los guanajos prepararon el baile en el monte. Lo primero que hicieron fue contratar una buena música de tambores, guayos, guitarras, bongoses, claves, botijas, güiros y todo lo que lleva una buena música de baile. Después hicieron el salón; los elefantes tumbaron los palos y apisonaron bien con sus patonas la tierra. Se hizo un salón espléndido. Los pájaros avisaron a todas partes que había fiesta. Entonces el jefe de los guanajos escogió 50 parejas de guanajas, macho y hembra y les enseñó a bailar con la cabeza metida bajo el ala. Poco a poco les fue enseñando los pasos y los guanajos aprendieron a bailar sin cabeza.
A las orillas del monte, una noche empezaron el baile que estaba iluminado con carburo. La música sonaba fenómeno y los bailarines bailaban con la cabeza metida bajo el ala y no se le veía la cabeza a nadie.
El Diablo viejo que había tenido una gran pelea con la Diabla vieja y estaba descansando lo oyó a lo lejos, y vino a ver qué pasaba y cómo desbarataba la fiesta. Llegó allí y vio el baile bien animado, alumbradito y con música sabrosa. Preguntó a los que cuidaban la entrada, apoyando sus brazos en la baranda de cañabrava que tenía el portal del aposento del baile:
—Y eso… ¿Qué es?
— Nada, el baile sin cabeza… Le dijo el portero con palabra muy alegre.
La música le gustaba tanto al Diablo que lo tentó:
— ¿Puedo bailar un poquito con esa música tan buena? —dijo el Diablo.
— Sí, pero tienes que bailar sin cabeza — dijo el portero.
— ¿Cómo es eso? — dijo el Diablo curioso y sin ser bobo.
— Eso es así. Todo el mundo baila sin cabeza. ¿No oye el son de la música cómo obliga? —dijo el portero.
El Diablo oyó entonces el son de la música que decía y obligaba:
No baila,
no baila;
el que tiene cabeza,
no baila.
El Diablo dudó; preguntó cómo se le pegaba la cabeza y le dijeron que con resina. El bongó estaba como nunca, los güiros y tambores y las guitarras eran una gloria. Entonces el diablo dijo que sí, porque no pudo resistir; pasó adentro, a un picador de tronco de ceiba, puso la cabeza y de un hachazo se la cortaron. Una cuadrilla de guanajos botó el cuerpo por un barranco pa’
bajo. Así mataron los guanajos al Diablo viejo.
La fiesta siguió, la guanajería bailaba y la música no paraba y se metía por todos los palos del monte y la Diabla vieja la oyó, y vino a averiguar qué pasaba y se encontró el baile sin cabeza. Apoyó los brazos en la baranda de cañabravas y se embelesó oyendo la música más linda del mundo.
— ¿Y esto? ¿Qué es? —dijo la Diabla.
— El baile sin cabeza — dijo el portero.
La Diabla vieja miró un rato y las piernas se le movían al compás de música tan buena. La marímbula apretó, apretó el bongó y los treses, y la Diabla vieja no podía resistir la música.
—¿Puedo echar un pie? — dijo la Diabla.
—¡Cómo no! Pero primero tiene que quitarse la cabeza —dijo el portero—, ¿no oye el son del baile?
No baila,
no baila;
el que tiene cabeza,
no baila.
La Diabla vieja dudó, averiguó que con resina le volverían a pegar la cabeza y como no podía resistir la música de los timbales que era lo que más le gustaba, entró, puso la cabeza en el picador y se quedó sin ella. Y así los guanajos mataron a la Diabla vieja.
El Diablito estaba jugando con caracoles en lo oscuro del monte; oyó la música y llegó a la fiesta del baile. Miró un rato a los guanajos bailando sin cabeza y no entendió bien el asunto y le dijo al portero:
—Y esto, ¿qué es?
—El baile sin cabeza — dijo el portero.
—La música está buena. ¿No me dejan bailar un poco? — dijo el Diablito.
—Sí, cómo no. Pero tiene que bailar sin cabeza —dijo el portero.
—¿Sin cabeza? — dijo el Diablito.
—Sí, así es cómo es…
El Diablito miró a todos lados, curioso, pero no podía resistir la música que estaba en lo mejor y dijo:
—Yo nunca he visto un baile sin cabeza, pero quiero entrar… pero zafarme esta cabecita…
— Pues oiga usted el son de la música — dijo el portero.
Y el son decía:
No baila,
no baila;
el que tiene cabeza,
no baila.
— ¿Y eso es también para mí?
—Sí, señor, el que tiene cabeza no baila —dijo el portero.
Entonces el Diablito dijo:
—Pues a mí esta cabecita no me la quitan niá jodía.
Y por eso hay Diablo todavía en el mundo, aunque menos que antes, gracias a los guanajos.
Publicado originalmente por Samuel Feijóo en la edición de Mitología cubana, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2007, pp. 66-69.
Uno de mis cuentos preferidos, presente en uno de mis libros preferidos. Gracias, AM-PM, por recordar a ese grande de la literatura cubana!!!