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Entrevistas Iván Acosta. Foto: Cortesía del entrevistado. Iván Acosta. Foto: Cortesía del entrevistado.

Iván Acosta, con una canción cubana en el corazón

Fanático de la música cubana, escritor, dramaturgo y compositor, Iván Acosta habla desde Manhattan, donde vive su exilio desde hace más de medio siglo. Allí, en el centro del mundo, jamás se ha apartado de sus raíces cubanas. Iván nació  en una de las zonas más pintorescas y musicales de Santiago de Cuba el legendario Barrio de Los Hoyos, famoso por sus comparsas, sus congas de carnavales y cantera de músicos legendarios en la Isla  como Ñico Saquito, Compay Segundo, Eliades Ochoa, Los Hermanos Rigual, el Trío Matamoros o Desi Arnaz, entre otros. Por ello, siempre ha estado expuesto a la buena música. 

Autor de múltiples obras teatrales (No son todos los que están, Cosas que encontré en el camino o Cuba: Punto X), entre las que destaca la tragicomedia El Super, de 1977, que ha sido llevada con éxito al teatro y al cine, además de ser publicada en 2011 por la editorial Alarcos, del Consejo Nacional de las Artes Escénicas de Cuba, Iván cuenta con una larga carrera en medios publicitarios. Ha producido, además, conciertos y grabaciones de música latina, con énfasis en el jazz, así como dirigido los largometrajes de ficción Amigos (1983), y Rosa y el ajusticiador del canalla (2008), y los documentales Cómo se forma una rumba (2003), y Cándido, “Manos de fuego” (2005).

Al comienzo de la entrevista, le pregunto sobre sus hábitos:

“Siempre he sido muy independiente, tanto en las artes como en la política. Sí me ha gustado militar en diferentes géneros artísticos, y por eso he producido  música,  teatro,  cine,  literatura y hasta he sido curador de exhibiciones de artes plásticas; aparte de trabajar muchos años como profesional en el mundo de la publicidad.

“Soy organizado a mi manera. Tengo unos seis mil LP, en un orden que solo yo conozco. Lo mismo pasa con mis cerca de dos mil libros. Pero, cuando produzco o dirijo, soy más disciplinado, tanto en el cine como en el teatro;  en conciertos o comerciales de televisión. Si no hay organización, te come el león. Aprendí a disciplinarme en el ejército. Soy muy paciente, detallista y perseverante. Sin embargo, nunca tuve la dedicación y disciplina para aprender a tocar bien la guitarra. Y me hubiese encantado dominar un instrumento musical”.

¿Cómo inició la afición por el coleccionismo? ¿Con qué fines coleccionas?

“El primer disco que compré en mi vida fue en La Habana, uno del rockanrolero Luis Bravo, que antes de la Revolución era el ídolo musical de la juventud cubana, junto al argentino Luis Aguilé. Ese álbum se fugó de Cuba conmigo cuando nos escapamos en barco hacia Jamaica, en 1961.

“Luego, en Nueva York, me gustaba visitar las discotecas o tiendas de discos, y consumía horas mirándolos y leyendo sus notas, pero no tenía dinero para comprarlos. Un día escuché Afro Blue, un LP de Mongo Santamaría, y le dejé un dólar de depósito al vendedor. Luego volví con el dinero completo a la discoteca y lo compré. Ese disco me acompañó durante los años que estuve en la División 101 de paracaidistas, en el U.S. Army. Así, cada vez que reunía un dinerito, me compraba algún disco. Me gustaba mucho Elvis Presley. Durante mi estancia en la base militar de Fort Campbell, en Kentucky, iba a escuchar música country, incluyendo la muy folclórica, como el bluegrass country music.  Conservo varios discos de ese género musical en mi colección.

“En la década de los 70 trabajaba como consejero social en una agencia en Harlem, y allí tenía varios compañeros afroamericanos que conocían mucho de blues y de jazz. Me fui familiarizando con los nombres y la música de Duke Ellington, Charlie Parker, Dexter Gordon, Dr. Billy Taylor, Miles Davis, John Coltrane o Louis Armstrong, entre muchos otros. De vez en cuando iba a una discoteca en el corazón de Harlem, y compraba algunos discos de cantantes de blues, o músicos de jazz. 

“Durante esa misma década, lo cubano estaba en su apogeo en Nueva York. Los grupos puertorriqueños y de músicos cubanos exilados habían formado varias orquestas en formato de charanga de las cuales surgieron algunas muy populares como La Charanga 76, La Nobel, La Broadway, Fajardo y sus Estrellas, en tanto los grandes músicos boricuas como Tito Puente, Tito Rodríguez, Eddy y Charlie Palmieri, Ray Barretto, Joe Quijano y Willie Colón se distinguían brillantemente interpretando ritmos cubanos como la pachanga, el chachachá, el guaguancó, la guaracha, el son montuno y el incomparable mambo. Cuando eso, Nueva York tenía cerca de 20 ballrooms donde casi todas las noches tocaban nuestra música decenas de orquestas latinas. Entonces comenzaron a llamarle salsa a todo, y  yo comprando discos. De manera que me hice de una pequeña colección, que luego creció a través de adquisiciones en flea markets, ferias y festivales”.

En un programa de Camilo Egaña, en CNN, afirmaste que podrías vivir con muy pocas cosas materiales, pero no sin tu colección de discos, sobre todo la de música cubana…

“La anécdota es la siguiente: una vez iba yo en una guagua hacia la agencia publicitaria donde trabajaba. Estaba cayendo tremendo aguacero neoyorquino. Por la ventanilla, de pronto, vi en la calle una pila inmensa de LP amarrados con una soga, entre la basura. Me bajé en la siguiente esquina y corrí al rescate, bajo ese diluvio. Eran muchos, como 200, pero logré cargar unos 50. Fui caminando bajo la lluvia hasta la agencia, donde me esperaban para una reunión.  Entré empapado con aquellos bultos. Todos en el salón se quedaron asombrados, mirándome. Entonces, se me ocurrió regalarle un disco a cada uno. Y así, no hubo regaño por la tardanza. 

“Cuando comenzó la fiebre de los CD, muchas personas botaban sus LP y las tiendas de discos los remataban. Yo me daba banquete recogiendolos de la basura o comprándolos a precios especiales. En el corazón de la estación de subway del Times Square había una tienda de LP, que estuvo allí cerca de 50 años; todas las semanas me metía y siempre salía con dos o tres discos. Llegué a tener casi diez mil LP. 

“En mi colección tengo muchos discos cubanos que, desafortunadamente, con la censura absurda del gobierno en la Isla, desaparecieron. De hecho, hoy en Cuba la mayoría de las personas nacidas después de la Revolución ignoran los nombres de los principales impulsores de la música cubana antes de 1959. Por ejemplo, puedes preguntarles a muchos jóvenes inteligentes, estudiantes de música en Cuba, quiénes eran Dámaso Pérez Prado, Marco Rizo, Chico O’Farrill, Cándido Camero, Francisco Aguabella, Mongo Santamaría, Blanca Rosa Gil, Olga Guillot, Celia Cruz, Vicentico Valdés, Rolando Laserie, Orlando Contreras, Fernando Albuerne, La India de Oriente, Marta Pérez, Olga y Tony, Los Hermanos Rigual, Juan Márquez, Los Violines de Pego, Xiomara Alfaro, Luisa María Güell, La Sonora Matancera, Miguelito Valdés, Osvaldo Farrés, Julio Gutiérrez, Roberto Ledesma, Mario Bauzá, Antonio Machín, Machito, Graciela, Eduardo Davidson, La Lupe y otro centenar de nombres, y no sabrían qué contestar. Todos ellos forman parte de mi colección y aparecen en mi libro Con una canción cubana en el corazón”

EL SUPER PORTADA

¿Estudiaste teatro? ¿Cómo surge el guión de El Super? Con tanto amor por la música, ¿cómo no se te ocurrió hacer un musical?

“Cuando estudiaba cine en N.Y.U. tuve la oportunidad de tomar cursos y seminarios de teatro. Siempre pensé que era importante saber de teatro para ser buen director de cine. Mi primera obra fue un musical vanguardista, Grito 71, para la cual compuse 16 canciones de rock, interpretadas por un dinámico elenco de jóvenes actores y actrices.

Grito 71 revolucionó el ambiente teatral latino en Nueva York, y ganó varios premios. Antes, en 1969 había trabajado como actor y cantante en dos musicales muy cubanos: Mefistófeles y El velorio de Pachencho, con música del maestro Enrique Ubieta. Para 1976 empecé a escribir El Super, que también dirigí. La estrenamos en la sala teatro del Centro Cultural Cubano de Nueva York, en noviembre de 1977, y desde entonces han caído muchas nevadas.

El Super, desde la primera noche de su estreno, tuvo muy buena acogida. Le pusimos mucha música cubana a través de los actos y apagones. La obra terminaba con un rico guaguancó titulado Cuba linda, y una descarga cubana en la voz de Virgilio Martí con el Conjunto Experimental Nuevayorquino. Duró cuatro meses en cartelera, lo cual no es común para una pieza cubana en español, en esa urbe y en 1979 se estrenó la película, que recorrió centenares de cines y festivales del mundo con gran éxito. León Ichaso, Orlando Jiménez y Manolo Arce fueron los encargados de la producción cinematográfica”.

Háblame de tu labor como compositor, ¿cómo surgen tus canciones? ¿Cómo fue tu experiencia en la  OTI y en el movimiento de la Nueva Canción Cubana del Exilio? 

“En 1969 canté por primera vez en público, en el Club Liborio de Nueva York. Más adelante, junto al poeta Omar Torres, el cantautor Pedro Tamayo y el trovador Hansel Henrique fundamos el grupo de la Nueva Canción Cubana del Exilio. Eso mismo lo hacían en Miami Sergio Fiallo, Marisela Verena, Alicia Rodríguez y Roberto Lozano, entre otros.

“Presentábamos recitales y conciertos en teatros, centros culturales y universidades. Yo componía y cantaba con un grupo que dirigía el guitarrista Paul Radelat, y más adelante con el también guitarrista y director Sergio García-Marruz. Canté en los Congresos de Intelectuales por la Libertad de Cuba en París, Madrid, Caracas, Washington D.C. y Nueva York. También, me presenté en varios escenarios de Miami, Chicago, Los Ángeles, Boston, Filadelfia, Puerto Rico y en el Festival de la OTI de Nueva York, dónde obtuvimos segundo lugar con mi canción Ser tu amor y no tu dueño. Y grabamos dos LP: Canciones de la vida, de la patria, del amor, e Iván Acosta, cantautor. Tengo además unas cuantas decenas de canciones inéditas”.

Portada del libro Con una canción cubana en el corazón, de Iván Acosta.

Portada del libro Con una canción cubana en el corazón, de Iván Acosta.

¿Cómo surgió  la idea de Con una canción cubana en el corazón? ¿Es como una biografía creativa, ilustrada con portadas y con música?

“La publicación de ese libro fue un milagro. Quienes lo han leído comentan que es un buen libro,  muy creativo y original. Cuenta con más de 280 ilustraciones en colores y 80 viñetas escritas por mí;  cada historia está vinculada indirectamente a una canción, un cantante, una orquesta. Es un libro de lujo, un coffee table book, del tamaño de un LP. Contiene dos discos con 26 canciones, que se mencionan en el contenido. Y las 280 carátulas de LP cubanos que aparecen en el libro son seleccionadas  de mi colección.

“Lisa y Julie Nemrow, directoras de Un-Gyve Press, de Boston, se enamoraron del concepto del libro, y luego de tres años en preparación se lanzaron a la publicación del mismo. Hasta ahora estamos teniendo muy buena acogida, tanto en el mercado anglo como en el latino, porque el volumen es bilingüe. Se distribuye en Amazon, Barnes and Noble, Target y varias librerías locales!”.

¿Quiénes influyeron de modo importante en tu labor en el ámbito musical?

“Como fundador y director de Latin Jazz USA he tenido la oportunidad de compartir extensa e intensamente con músicos del calibre de Chico O’Farrill, Paquito D’Rivera, Mongo Santamaría, Celia Cruz, Rey Barretto, Astrud Gilberto, Dizzy Gillespie, Bobby Sanabria, Xiomara Laugart, Tito Puente, Hilario Durán, Cachao, Arturo Sandoval, Tony Bennett, y con el legendario maestro Cándido Camero, así como con la banda (U)nity, de mi hijo, Amaury Acosta. De cada uno de ellos guardo lindos recuerdos y enormes enseñanzas. En los casos particulares de Chico O’Farrill, Bobby Sanabria y Cándido Camero llegamos a desarrollar una amistad casi familiar.

“Cuando conocí a Cándido yo era director creativo de una agencia publicitaria. Estábamos produciendo una campaña con jazz latino, para una cerveza. Él siempre andaba con un viejo álbum con más de 500 fotografías de los artistas con que había grabado o tocado en cientos de escenarios alrededor del mundo. Entonces lo usaban como bongosero o conguero en un rincón de la orquesta. Y se me ocurrió filmar un documental sobre la vida de este excepcional músico cubano. Le dije: ‘Me gustaría filmar una película sobre tu vida’. Me tomó casi cinco años convencerlo, hasta que finalmente ya éramos amigos. Filmé con él por  dos años en conciertos, en las calles de Nueva York, en escenarios y estudios. Y me propuse sacarlo del rincón, comencé a producirle, a través de Latin Jazz USA, conciertos bajo el nombre de Cándido, “Manos de fuego”, donde era la estrella central. Así, logramos presentar al grandioso percusionista en más de diez grandes escenarios. También grabamos varios discos, incluido Cándido, “Manos de fuego”, con una orquesta de superestrellas del mundo del jazz y la música popular cubana. 

“Para los que no lo saben, Camero ha grabado más de 700 discos, con centenares de estrellas del jazz y la  música popular, entre los que se encuentran Tony Bennett, Frank Sinatra, Elvis Presley,  John Coltrane, Duke Ellington, Mongo Santamaria, La Lupe, Gloria Estefan y Xiomara Laugart. Tony Bennet ha dicho: ‘Cuando en 1946 Cándido Camero llegó a Nueva York con sus tres tumbadoras, el jazz cambió para siempre’”.

¿Crees que  la población cubana,  sobre todo los jóvenes dentro de la Isla y en el exterior, volverán a reconocer la plenitud, la riqueza y la diversidad de la música cubana?

“En 1961 en Cuba ya se comenzaba a censurar a varios músicos y cantantes, lo cual produjo el éxodo de muchos de los talentos más importantes del pentagrama cubano. Luego, vino el embargo norteamericano contra el gobierno de la Isla. Pero los artistas exiliados, en su mayoría, continuaron con sus carreras por los escenarios del mundo, algunos con gran éxito, como en los casos de Pérez Prado, José Fajardo, Olga Guillot, Celia Cruz, Luisa María Güell, La Sonora Matancera, Guillermo Portabales, La Lupe o Ernesto Lecuona. Y gracias a los músicos cubanos del exilio, y a los hermanos de Puerto Rico, Colombia, México, Panamá y Venezuela, la música cubana de la época de oro pudo mantenerse viva y popular. 

“Sin dudas es una pena que a la mayoría de los músicos cubanos exiliados el gobierno cubano no les permita actuar en su propia patria. Sin embargo, muchos músicos y cantantes cubanos residentes en la Isla vienen y van ‘como Pedro por su casa’. Y hasta los de la ‘línea dura’ del exilio ya han ido a aplaudirlos. A estas alturas no debería existir esa división. La música cubana es una sola, la de la Isla, la del exilio y la del mundo. Esa es la que llevo en el corazón”. 

A la larga, ¿crees que la diáspora habrá propiciado una mayor difusión de nuestra música por el mundo o fue definitivamente dañina?

“Hay varias ciudades en Estados Unidos y en otros países como Francia, Italia y España,  donde  existen programas radiales que sólo transmiten música cubana. En Nueva York contamos con tres o cuatro estaciones que programan, cada una, por lo menos cuatro horas semanales, de pura música cubana. Lo mismo sucede en Miami, Los Ángeles, Denver, Boston, Chicago y otras. Y de la misma manera,  muchos jóvenes ahora buscan y compran LP de vinilo, y  comienzan a investigar y rebuscar las orquestas cubanas de los años 40, 50 y 60 del siglo XX”.

Iván Acosta. Foto: Cortesía del entrevistado.

Iván Acosta. Foto: Cortesía del entrevistado.

¿Qué géneros consideras que mantienen vigencia en el repertorio de los jóvenes compositores , tanto dentro como fuera de la Isla?

“En los últimos 20 años muchos jóvenes músicos en la Isla han estado revisitando las raíces musicales  y se están produciendo extraordinarias grabaciones, con fusiones de ritmos cubanos tradicionales y con toques modernos y avant gard. Esto es muy alentador. Comienzan a desempolvar los orígenes y las raíces de la rica variedad de música cubana.

En un tiempo, en Cuba, la música estuvo secuestrada por la nueva trova. Pero, ya a mediados de los 70, surgieron buenas orquestas de música popular, con buenos frutos:  Irakere, Los Van Van, Adalberto Álvarez, Dan Den, Síntesis o David Álvarez, entre muchos otros”.

A modo personal, ¿qué te gusta más de la música cubana? 

“Soy un fanático de los mambos de Dámaso Pérez Prado. Creo que, de los ritmos populares cubanos, el mambo es el más rico y complejo, musicalmente hablando. Hay miles de mambos, pero ninguno como los compuestos e interpretados por la súper orquesta de Pérez Prado. También disfruto las pachangas, los chachachás y los sones de la Orquesta Aragón, de  Fajardo y sus Estrellas, de la Orquesta América y la popularísima Charanga 76, que surgió en el exilio. Igual, el bolero filin y la música campesina, sobre todo la guajira interpretada por Guillermo Portabales, Elíades Ochoa o La India de Oriente, así como las de Ramón Veloz. Me gustan muchas de las canciones de Pablo Milanés y de mi coterráneo David Álvarez. Y mucha música popular nueva que se está creando en la Isla. De la más lírica o seria me encantan las danzas de Ignacio Cervantes; las creaciones del maestro Gonzalo Roig; las de Amadeo Roldán o lo más clásico de José White. Y, por supuesto, el gran maestro Ernesto Lecuona. He sido promotor y productor de varios conciertos y discos de jazz cubano y latino”. 

Si fueras un gurú, ¿cómo vislumbras el futuro creativo musical de los cubanos? ¿Y en el arte en general? 

“Los artistas cubanos se han distinguido en el mundo por su extraordinario talento. Desde el siglo XIX ya se destacaban en cualquier rama de las artes. En literatura, en el ballet clásico, moderno o folclórico; en el teatro; en la cinematografía, en las artes plásticas, la radio y la televisión, y por supuesto, en la música. Y a pesar de los problemas políticos, los cubanos, tanto los insulares como los del exilio, han sabido preservar la creación sonora. Resulta impresionante ver a músicos jóvenes recién llegados subirse en un escenario junto a quienes llevan mucho tiempo viviendo en el exterior, formando una mezcolanza explosiva, musicalmente hablando.

“Fíjate, mi hijo, Amaury Acosta, ha resultado ser un tremendo baterista, arreglista y director de (U)nity, que está conformada por cinco jóvenes, excelentes músicos. Hace tres años ellos estaban tocando en el Zinc Bar Jazz Club, del Village de Nueva York, y unos productores japoneses, impresionados, les ofrecieron filmar un documental tocando en La Habana. 

“Bueno, Amaury, con el pianista Axel Tosca Laugart y Luques Curtis, bajista de Eddie Palmieri, aceptaron ir. Lo más interesante de ese viaje fue el resultado: ver a estos jóvenes jazzistas cubanoamericanos y neoyoricans descargando con jóvenes estudiantes de música en La Habana… Fue emocionante constatar cómo se fusionaban, en  abrazo de hermanos, dialogando, riendo e interpretando magistralmente tanto standards de jazz como otras piezas creadas por músicos nuevos, recién estrenados, acabaditos de graduarse allá, con una calidad y un profesionalismo musical comparables con los mejores del mundo.

“Amaury, nacido y crecido en el pintoresco barrio de Hells Kitchen, en Manhattan, regresó de la Isla con una transfusión de musicalidad cubana, de la misma manera que ellos tres se la inyectaron a estos jóvenes brillantes, con gran futuro profesional. Por cierto, pueden ver los documentales  (U)nity is Power, en YouTube y Kingklave.com. Vale la pena. Por eso, reitero, qué bonito sería que el régimen suspendiese su propio embargo, y permitiese que los artistas del exilio fuésemos a presentarnos y a producir en Cuba. 

“Para cerrar, de mi vida personal soy abuelo de una preciosa niña, Penélope Ana, hija de nuestra hija Yaritza y su esposo Albert. Mi esposa Teresa y yo estamos disfrutando mucho esta etapa como abuelos. Y mi sueño, como la mayoría de los casi tres millones de cubanos que vivimos fuera del archipiélago, sería poder disfrutar de una Cuba abierta y justa para todos y por el bien de todos. Mientras tanto, continúo con una canción cubana en el corazón”. 

 

*La versión original de esta entrevista apareció en el libro Todo por amor a la música cubana, Amazon Publishing, 2020.

Mayra A. Martínez Más publicaciones

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