
El fenómeno Cimafunk
Vaya manera de sorprendernos las distintas formas en que los artistas se lanzan a la fama y despegan sus carreras. Hay quienes pegan un tema y nunca más escuchamos sobre ellos, algunos hacen varios discos y como al tercero encuentran un camino que mostrar, otros durante veinte o treinta años nos deleitan con su música y hay quienes con un primer disco mueven los cimientos de La Habana. Cimafunk es de estos últimos.
Llevamos un año recibiendo Terapia de Erick A. Iglesias. Descubrí que era algo serio cuando dejé de escucharlo en mi teléfono o en vivo en Bertolt Brecht y lo pusieron entre los playlists de los bares donde antes solo figuraba reguetón y salsa, o cuando vi a la vendedora de mi agromercado despachando mientras se meneaba con Me voy. Ha trascendido edades, espacios de consumo y gremios socioculturales. Podríamos atrevernos a afirmar que su música unifica rasgos creativos, códigos que son valorados específicamente por nuestra sociedad como atractivos y deleitables: se baila cual buena mezcla entre ritmos marcados que fusionan el funk setentero con cha cha chá, son, rumba, conga y por qué no, una pizquita de reguetón; tiene melodías devotas de nuestra larga tradición cancionera y otras bien reiterativas por lo tanto molto contagiosas; letras picarescas, con historias, divertidas, volcadas en el diálogo del diario y en contextos reales, jugando con los dobles sentidos que tanto nos identifican; y citas o parodias de esas señales que son como marcas para los cubanos, tan cercanos como nuestro Elpidio Valdés.
Todos somos culpables si de escuchar a Cimafunk se trata. En varias conversaciones sostenidas con amigos y músicos ha salido la idea de que él ha logrado llenar un espacio vacío en nuestro panorama musical. ¿Pero qué representa exactamente eso de “vacío en nuestro panorama musical”? Quiero pensar que se trata de una barrera de comunicación, de esas líneas que no son más que concretos socioculturales para definir si friquis, intelectuales, reguetoneros, reparteros, rockeros, salseros, de escuela o de la calle, institucional o independiente. Lo importante no es el género ni su célula rítmica, sino su valor como resultado sonoro, no aislado de la realidad, sino reflejo de un país y sus espacios de desarrollo.
Cimafunk rompió récord de entrada de público en la Fábrica de Arte Cubano y acaba de dar un concierto para miles de personas en el Salón Rosado de la Tropical. Lo valioso ante esto, al menos para mí, no son los números, sino la prueba para poder percatarnos sobre quiénes nos hemos declarado pacientes. Cimafunk a lo largo de sus presentaciones ha puesto un espejo ante todos para mostrarnos quiénes somos actualmente, qué mantenemos y qué hemos dejado atrás.
Estamos terminando otro año y, como mencioné anteriormente, hemos tenido a Cimafunk en la casa en todo momento. ¿Qué viene luego de este comienzo fulgurante? ¿Qué pasa luego de la terapia? Estas interrogantes vienen motivadas por distintas reflexiones y principalmente por el gran deseo de que la historia no llegue a su fin, o al menos no a un mal fin. ¿Por qué? Porque hay otras cosas que acompañan al éxito y al talento. El disco que hemos bailado hasta la saciedad y que ha circulado casi psíquicamente logró su propósito de popularidad, pero de ahora en adelante nadie esperará menos de esta tan alta parada. No habría de qué preocuparse sabiendo que en los últimos conciertos se han estrenado nuevos temas ¿pero son realmente nuevos? ¿o suenan bastante similar a sus antecesores?
También me he percatado de cambios sobre el escenario, hay nuevos integrantes y esto siempre requiere un gran esfuerzo para lograr acople, desarrollo y crecimiento. Pero ciertamente el sonido de la banda no ha sido el mismo últimamente y he aquí otro punto de atención sobre todo cuando la puesta en vivo ha sido otro de los aciertos en este año.
En la música como en la vida hay un ciclo y creo que para Cimafunk es tiempo de volver al principio. Regresar a la escucha, al sonido, a las ideas y madurar con la ayuda adecuada en una nueva producción que cuestione qué es lo próximo. Es el momento de la autocrítica, de pensar la música no como un fin sino como recorrido y de saber que el público no es un logro estático sino muy susceptible y atemporal. Por último, es el tiempo de saber unir lo creativo a una proyección de su carrera como artista local o a una estrategia internacional y saber cómo lograr esto.
Considero que sus méritos, además de los musicales por supuesto, recaen precisamente en haber cubierto ese “espacio vacío”, en la renovación de una propuesta para todos, en eliminar las barreras creadas por nosotros mismos. Queremos a un Cimafunk renovado y con toda la originalidad que puede lograr, no un reciclado. Preferimos esperar un período sin verlo, a que comiencen a disminuir los números en sus presentaciones y a cambiar la opinión general.