
Palmystery
Parece imposible que el bajo de Victor Wooten vaya a cesar. Lo hace finalmente, claro. Pero cuando está sonando pareciera que eso no ocurrirá nunca. Si ya escuchaste este disco mil veces y te sabes los temas, entonces te vas a quedar sin aire mientras emulas al instrumento con tu tarareo. Este señor es una fuerza líquida uniforme, una corriente de pulgar inquieto y firme. No va a esperar a que tú respires para seguir.
Posee una técnica increíble, pero lo más importante es que antes de bajista es músico, antes de músico, artista, y antes de artista, hombre bueno. Lo indecible no está nada más en sus dedos. Uno podría pensar que, para ser un álbum firmado por un bajista, no contiene tantos solos de bajo. Él no está de acuerdo. Tiene los que debe tener: ni muchos ni pocos —nos dice. Él no ha venido a probar su destreza. Quien busque solo la destreza que vaya mejor al circo. Palmystery (Heads Up International, 2008) no es un freak show, ni un mostrador de cristal. La destreza, según el menor de los Wooten Five, no es más que un vehículo (uno importante, pero vehículo) hacia la libertad.
Escuchemos The Lesson, cuarta pista, o Cambo, segunda. En una, el tema principal está a cargo del bajo, en la otra es responsabilidad de las voces, y el de las cuerdas nomás supervisa el espectáculo desde el fondo, asegurándose que todo marche bien. En ambos casos, la ejecución de Victor conmueve tanto sin desplegar su arsenal de prestidigitador, como cuando sí le da por meterle las manos a su Fodera y masacrarlo. La calma o el vértigo son solo consecuencia de que estemos ante dos instancias distintas de la emoción, pero esta no desaparece —como sí les ocurre a muchos músicos de jazz virtuosísimos, pero que compran el ticket del fisiculturismo y los ves ansiosos por que termine esa bobería del tema para empezar a mostrarse.
I Saw God, tercer track y único con participación lírica importante, es una de las pocas chácharas predicantes que yo puedo bajar gustoso una y otra vez. Es bella esa pieza. Y el título no es simbólico. Aquí se cuenta cómo el personaje se encontró un día con Dios. Así de simple. Lo más hermoso que tiene el hombre como especie son los mecanismos que se ha inventado para lidiar consigo, las vueltas que le da. Cómo tiene que triangularse, salir de sí para encontrar. Es casi cómico, si no fuera tan trágico en realidad. El más importante de estos mecanismos es, por supuesto, la religión (que no la Iglesia, que es la religión convertida en estructura). El hecho religioso, cuando se produce de abajo hacia arriba, del hombre hacia Dios, cuando aparece como un asunto ventilado en soledad, que no intenta incluirte, es un episodio absolutamente conmovedor. Y eso es lo que ocurre en este corte cuando el coro dice: “I don’t care if you believe me at all./ I know who I saw, and it was God”. Sí es una prédica, si entendemos que todo acto humano contiene un manifiesto moral tácito, que es a lo que Sartre se refería en su famosa conferencia El existencialismo es un humanismo cuando señalaba: “Al decir que el hombre se elige, entendemos que cada uno de nosotros se elige, pero también queremos decir con esto que, al elegirse, elige a todos los hombres. En efecto, no hay ninguno de nuestros actos que, al crear al hombre que queremos ser, no cree al mismo tiempo una imagen del hombre tal como consideramos que debe ser”. Pero es una prédica desinstitucionalizada, en primera persona del modo indicativo; no como en estos cursos de Filosofía terriblemente personalistas que ofrecen algunos centros educativos dominicos, donde pueden estar hablando del Estado, la constitución o la economía, que siempre te van a tocar un poquito los huevos con lo del feto y la eutanasia.
No recuerdo exactamente cuándo me llegó este álbum —al que siempre vuelvo— pero sí el sobresalto y las mariposas. Me enganchó desde 2 Timers, que es la obertura, cuando le cacé a Wooten el truco de presentarse. La pieza pudo haber comenzado directamente con el tema, pero este llega 45 segundos después del inicio. Aquí Victor sí se muestra, sí especula un poco, como si calentara. Gana esos 45 segundos antes de que comience de verdad el disco, para que sepamos más o menos de qué va la cosa. Te puedes ir, si quieres —dice— y entonces rompen los metales.
Participaron muchísimos músicos en la grabación (¡qué digo músicos, fieras!). Y, claro está, hay pasajes de lucimiento para casi todos. Las guitarras en Flex y Sifu (Mike Stern en este último, que conste), el saxo de Karl Denson en Song for My Father, las voces en The Gospel. Esta novena pista abre con un canto desesperanzado, que es de los momentos más especiales del álbum. En ese canto está todo el dolor que produjeron los campos de algodón del sur de Estados Unidos, los barcos portugueses cargados de gente negra para vender en América, y el que producen los policías neonazis de ahora. Es un canto indefenso, desnudo, descalzo, de animal acorralado al que solo le queda cantar antes de que le metan el sablazo.
En contraste, Happy Song es eso, una canción alegre, pegadiza, pop. Antepenúltima casilla del tablero, viene a ser como el gesto que le hace el vagabundo Charlot a Paulette Goddard en el final de Modern Times, cuando le señala que sonría antes de irse los dos caminando, sin un quilo. Termina con una zapada que se va disipando en fade, y uno se puede imaginar a los músicos muertos de risa, gozando el milagro, simplemente.
El cierre del disco es Us 2, tonada de amor. Un poco ñoña, la verdad, sobre todo el tema, que parece una musiquita de esas que ponen en las teleclases para que los estudiantes copien la diapositiva. Estaba mirando Victor a su jevita mientras le echaba azúcar al café y se le fue la mano. Pero a estas alturas, ¿qué importa?, si ya me regalaste un discazo grueso. Pensar que uno podría bajarse cinco álbumes de Victor Wooten, dos veces, en lo que ve una temporada de la mierda esa de Stranger Things.