Magazine AM:PM
Publicidad
El disco rayado Lecuona toca Lecuona. Diseño: Jennifer Ancízar / Magazine AM:PM Lecuona toca Lecuona. Diseño: Jennifer Ancízar / Magazine AM:PM

Lecuona Toca Lecuona – Volumen I

Este es un recopilatorio en dos entregas que publicó la Egrem en 1992 y 1994, con grabaciones de muchas de las piezas más conocidas de Lecuona, ejecutadas por él. Voy a referirme siempre a la primera parte pero todo lo que diga aplica también para la segunda.

Se trata de obras que uno ha escuchado hasta sin querer, interpretadas por todo cubano que se haya acercado a un piano alguna vez, revisitadas y enriquecidas por tantos virtuosos del instrumento; pero oírlas en las manos de su creador da un morbillo extra, ¿verdad?

La portada que ven arriba es un acierto, porque alimenta la fantasía. El montaje tan exacto de ese plano nos sugiere al artista en su momento creativo más íntimo. Este Lecuona se presiente holgado, en su casa, solo, componiendo; con una mano escribe y con la otra ejecuta. Mientras su mente trabaja en el próximo motivo, sorbe un poco de café de la tacita que descansa seguramente sobre el pequeño plato de la izquierda. Y uno es el mirón privilegiado de la escena, el primer oyente de la pieza que, sabemos, va a darle la vuelta al mundo, pero en este momento solo ha gateado unos metros: del cerebro del genio al pentagrama, del pentagrama al piano, del piano a mis oídos. Esta es la película que nos ha querido vender el diseño de arte, y yo la compro todita.

Un día me fui a bañar y puse el disco. Todo iba bien. Chiqui chiqui chiqui, agua y jabón. Pero sobre el nivel de En tres por cuatro me entró un ataquito de patriotismo de los que ya a esas alturas había olvidado.

Yo hallo bastante patriotero al patriotismo, el único que me trago es el de quien no tiene la patria a su alcance o no le sirve la que le ofrecen, que es el patriotismo de los emigrantes, o el de los presos. El resto es patrioterismo, lo que Martí, como sabemos, llamó “amor ridículo a la tierra”, y hay de dos clases. Está el patrioterismo ingenuo, inofensivo, lindo, que se manifiesta en silencio. Es el que sienten los atletas en el podio de premiaciones cuando escuchan su himno nacional. Y está el otro, el amarillento, el cacareado, el de casi todos los “Patria o muerte”. Si el patriotismo no viene desde la añoranza, pues no me convence. Por eso aquel día en la ducha, desde mi apartamento en Centro Habana, me la inventé, me coloqué a propósito en la posición del que extraña. No tengo idea de dónde Lecuona compuso estas obras, pero estoy seguro de que para muchas de ellas tuvo, naturalmente o adrede, que colocarse en esa misma, exacta posición.

Fíjense en La comparsa, que a priori debiera rezumar alegría y pachanga, pero, la verdad, hay muy poco de eso en esta composición. Lo que sucede es que el narrador no aparece en medio de los tambores y el retozo isleño. No está allí. Quien ha vivido un carnaval en Cuba y luego escucha esta música se da cuenta de que eso es imposible. El narrador solo estuvo allí. La comparsa no está siendo vivida, está siendo evocada.

El criollismo de Lecuona, aunque pasa por el éxtasis y el alboroto propios de este lugar, empieza y termina en la tristeza. En tres por cuatro, culpable de mi sobresalto patriótico, es una danza frenética, mulatona, fuerte, rabiosa, pero muy, muy triste. Y ya sabemos que criollismo más patriotismo más tristeza es igual a gorrión, homesick en inglés, morriña en España. También se puede encontrar en este registro la tristeza contemplativa y discreta del que choca con lo bello, como quien de pronto ve el mar y le agarra bajón. La habanera, Damisela encantadora, o María La O están escritas desde esas coordenadas silenciosas, donde un espectáculo tremendamente bello es admirado, pero desde lejos, desde una posición de abstracción. Quien admira podría estar físicamente cerca del objeto admirado, que la distancia entre ambos será siempre la distancia incalculable de no tener.

La recopilación propone una visita por los sitios que ahora podríamos llamar “postales gastadas de la cubanidad”, pero en la época en que Lecuona compuso estas obras había que ser muy observador, había que poseer una antena distinta para percibir que la cosa era por ahí, que la nación era el carnaval de La Habana, el ritual ñáñigo, el palo campesino, el salón lujoso y la palmada flamenca. Claro, no creo que Lecuona haya racionalizado mucho eso. A él le salía así. Blanco negrero, cubano castizo, del barracón al palco en el Teatro Payret, de Guanabacoa a Tenerife.

Escúchenme cubanos que no viven en Cuba, cuando haya más frío en sus casas, cuando venga la tristeza inexplicable, caprichosa, de querer oler un olor, ponchen este disco. Luego piensan en el patriotismo y esas cosas.

foto de avatar Carlos M. Mérida Oidor. Coleccionista sin espacio. Leguleyo. Temeroso de las abejas y de los vientos huracanados. Más publicaciones

Deja un comentario

Aún no hay comentarios. ¡haz uno!

También te sugerimos