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El disco rayado Ancestros. Diseño: Jennifer Ancízar / Magazine AM:PM. Ancestros. Diseño: Jennifer Ancízar / Magazine AM:PM.

Ancestros

¿Qué tiene que suceder en el trote de la historia para que se junten dos voces como las de Ele Valdés y Carlos Alfonso? ¿Qué equivalencias, qué numeradores y denominadores deben anularse para dejarlas cara a cara? Quisiera saber en qué condiciones se conocieron, qué salió ese día en la bolita, cuál fue el año bisiesto más cercano a ese año. Y saber, además, qué temperatura exacta y qué porcentaje de humedad relativa había cuando, tiempo después, y presumiblemente en complicidad con Lucía Huergo, decidieron, primero, colocar el batá debajo de los teclados, y luego, cuando ya uno se familiarizó con el timbre electrónico, desconectar el campamento y dejar solos al cuero y las voces, como era al principio de todo.

Voy a hablar de Síntesis, como ven. Voy a meterme en este bache de llamar otra vez rojo al rojo y lindo al lindo. Porque quiero meterme. Porque se me alegra la sustancia de solo pensar en este disco. Porque voy caminando a la estantería, imaginando el intro de Asoyin  y lo que hace Lázaro Ros en Titi-Laye al final, y ya voy roto.

¡Qué mal me caían de niño! ¿Quién era ese señor de pelo teñido y ropa ancha cantando brujería así todo fañoso? ¿Por qué les dedican un programa entero en horario estelar? ¿Por qué Edith Massola les rinde como si fuesen David Calzado? No me acuerdo cuándo me empezaron a interesar, cuándo dejaron de ocupar en mi vida el lugar que ocupaban también José Rubiera, Rafael Serrano, el programa Escriba y Lea, el sombrero de Pedrito Calvo, y el reloj de pared que trajo mi padre de la Unión Soviética; a saber, el lugar de las cosas que ya estaban cuando llegaste y siguen ahí por alguna razón, pero tú no les haces el menor de los casos.

Tuvo que ser por causa de X Alfonso que me acerqué, en la época en que me parecía el tipo con más swing del occidente cubano, con su pintaca y sus tatuajes y sus videos. Igual el abordaje fue lento. Miraba antes las piernas de Diana Fuentes que las manos de Esteban Puebla. Pero un día, oyendo el segmento final de Oduddua, penúltimo corte de este álbum, sin entender una palabra de lo que cantaba Carlos y coreaba la banda, aún sin saber qué coño era “Oduddua”, me doblé serio, rollo catarsis. Mocos, malas palabras, rictus. Así ha sido. Así es. Me ocurre cada vez que escucho este primer volumen de Ancestros (en soledad, porque en público guardo la forma). Me ocurrió anoche, viendo el DVD del concierto por los 40 años de la banda (Síntesis 4 Décadas, Unicornio, 2019), antes de irme a dormir con Opatereo en la cabeza y soñar con Eme Alfonso. Ahora tengo 30, y no sé qué pasará, qué escucharé, o qué me gustará después, pero mi tracto de cercanías y extrañezas, mi vida, se ha dado en una variante que me deja decir —temiendo exagerar y repetirlo cuando hable de otra gente y otra música— que a la altura de este disco rayado, hay poquitas cosas que me hacen lo que me hace Síntesis. Es del cuerpo lo que me pasa. Sin muela. Se lo sienten la garganta, los ojos, la nariz y la nuca.

Uno de los atributos más bellos de Carlos como cantante es su forma terrenal, sus vicios tenues. Observen ese tramo final de Oduddua, cómo se nota que tiene el culo apretado, el abdomen pegado a la espalda, los ojos cerrados y la carótida tersa. O en Opatereo, cómo su voz tiene un desfase microscópico, como si se le fuera a ir la guagua del tiempo, como si viajase colgado a ella en patines lineales y no sentado dentro. Él lo sabe, pero se gusta así, se prefiere paisano, carnal. No ocurre del mismo modo, por ejemplo, con Ele, y mucho menos con su profe Lázaro Ros. La de Lázaro no es una voz de este mundo, no le pertenece ni a él mismo. La de Ele sí es de aquí, lo que a diferencia de Carlos, ella es más conservadora en la gestión, no enseña la cicatriz, se arriesga menos; tendrá defectos, supongo, pero solo ella los conoce. En cualquier caso, si a mí un gánster me pone una pistola en la cabeza y me obliga a decirle cuál es la voz masculina cubana más hermosa, entre la ignorancia, los nervios y la mala memoria, se me van a ocurrir solamente uno o dos nombres antes del de Carlos Alfonso.

Mira que hay temas duros en este disco, pero el más duro de todos es Asoyin. Está estructurado de manera distinta. Es una pieza compacta. Tiene un intro largo —en el que se van sumando elementos poco a poco, guiados por el riff de guitarra— y un solo mediano, también de viola. Pero en el centro, en el jamón del sándwich, en nada más que 47 segundos, hay un túnel, un cambio de carril, una burbuja, un error del espacio-tiempo, quedando más o menos así el esquema: intro – trance – solo (José Bustillo) – cierre (flashback de una misteriosa experiencia psíquica reciente). Lo que sucede en el intro y el solo es relatable de modo más o menos convencional, según las habilidades del narrador, claro; pero todo el mundo entiende. Ahora, la forma en que se llega de un punto al otro no está clara, dependerá del viajero que escuche. Todo el mundo alcanza el otro lado, pero hay diferencias en el anecdotario de la travesía. Algunos hablan de terremoto y otros de lluvia intensa. Eso sí, nadie sale de allí con el mismo peinado.

Se pasaron Lucía y Carlos al orquestar esta placa. Síntesis (al menos este, que es el que más me gusta) es un organismo que habla por los coros y la voz de Carlos, se sostiene en la osamenta del batá, pero respira por los teclados. Después de todo, esa es una de las principales razones que han colocado a Ancestros (Art Color, 1987) en la categoría de obra maestra desde que salió. Todos los tracks aflojan al menos un segmento de teclados histórico, vencedor de olvidos; ya sea a modo de riff (Eyeleo, Oduddua), de tema-jazz (Baba, Mereguo), o simplemente de viñeta, de marca de agua, como ocurre en los 12 primeros segundos de Opatereo, que en términos de funcionalidad están en el mismo sitio que los primeros compases de la célebre Baba O’Riley, de The Who, aunque lo de Síntesis es mucho más rico, porque tiene esa cascarita detrás. Tal vez los pasajes del instrumento menos recordables luego sean los de Titi-Laye y Asoyin. En el primer caso porque es muy difícil atender a otra cosa que no sean las voces, y en el otro porque su participación es más coral.

Estoy en quinto grado. La maestra de Educación Musical enseña el Canto a Ebioso. Es también la maestra de Matemática y Ciencias Naturales. No tiene cara de haber escuchado a Síntesis ni de haber ido nunca a un bembé. Está en el programa. Yo tampoco lo he hecho, ninguna de las dos cosas. Me aprendo el canto. Lucía Huergo está viva. Casi 20 años después, Síntesis abre un concierto con el mismo canto. Lucía Huergo está muerta. Carlos Alfonso, Ele Valdés, Fidel García y José Bustillo están vivos. Entre la clase de Educación Musical y el concierto, en miles de casas de Cuba (y quién sabe dónde más) se ha cantado el Canto. Mucha gente que lo ha hecho no ha escuchado nunca Síntesis. En ninguna de las casas se canta o se toca como en el disco Ancestros, de 1987.

foto de avatar Carlos M. Mérida Oidor. Coleccionista sin espacio. Leguleyo. Temeroso de las abejas y de los vientos huracanados. Más publicaciones

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