Magazine AM:PM
Publicidad
La Descarga Imagen: María José Sardiñas Imagen: María José Sardiñas

Raúl Ciro (III)

Superávit fue una rareza y, a veces, una contradicción. Comenzó como dúo acústico y terminó siendo un trío de compositores respaldado por un formato inusual (tres guitarras, bajo, violín, cello, batería y percusiones). Al principio firmaban sus trabajos en binomio, muy a lo Lennon-McCartney, y más tarde cada quien reclamó su respectiva autoría. Los temas tenían pocos asideros con el discurso convencional de ese tiempo, incluso con el de sus propios colegas. Renegaban de la etiqueta “trova”, pero hasta el final siguieron “trovando por ti”. Tampoco hacían un rock estricto, sino una fusión tan personal que no generó émulos apreciables en el país. Quedaron unas pocas maquetas artesanales de su etapa inicial, y un único álbum (casi póstumo) que luego devino “de culto”, sobre todo por su inaccesibilidad comercial.

Raúl Ciro y Alejandro Frómeta iniciaron la singladura de Superávit apenas terminó la peña de 13 y 8, tempraneando la década de los `90. Desde entonces desarrollaron su producción creativa, componiendo y grabando casi a la misma velocidad. Actuaron poco, generando un apretado círculo de conversos a su alrededor, donde casi todos nos conocíamos. Sus canciones fueron creciendo, y la necesidad de otros sonidos implicó invitados eventuales para conciertos y grabaciones. Más tarde, Carlitos Santos y un piquete de amigos se sumaron de modo estable. El resultado fue un híbrido de variadas influencias, que encontró su espacio en el CD Verde melón. Pero el desgaste de los años dinamitó todo desde abajo y, apenas el disco llegó a la calle, el grupo dejó de existir. Tras una efímera reunión en España de los dos integrantes originales, a fines del mismo decenio, no hubo vuelta atrás.

Hoy Superávit es apenas una mención ocasional entre conocedores. Y no debió haber sido así. En lo que sigue, Raúl hizo acopio de recuerdos, ofreciendo su visión de esos tiempos, el origen y la evolución de aquel proyecto cuya música, de distintas maneras, nos marcó a unos cuantos. Todavía se echan de menos esas canciones y sus voces. Valga una vez más, entonces, la memoria. (Humberto Manduley).

Superávit

Una vez le presenté a Vanito mi idea de unirnos. Hasta le dibujé un logotipo ridículo, pero no me hizo swing. Tampoco Carlitos Santos me entendió entonces cuando le propuse hacer cosas juntos. Seguro ni se acuerdan hoy de aquello.

Cuando conocí a Frómeta supe desde un inicio que sería importantísimo para ambos que nos asociáramos. Curiosamente su hermano me bombardeaba proponiéndome formar un grupo; yo le respondía: “brother, no jodas, si no tenemos ni cuerdas”. Alejandro Frómeta demostró que era un gran músico, un chico de academia, y eso jodía a ratos a muchos. Como que sus estudios, para algunos, le restaban “calle”. Siempre alguien decía: “Ah, sí, la escuela…”. Sobre todo cuando nos asociamos y empezamos a mostrar los otros temas como Éxito y 2×2, que los interpretábamos de manera diferente, con esos pasajes de Frómeta en la guitarra a lo Bach, armonizando con la mía, las voces juguetonas y la armónica. No había nada igual, pero sí tal vez mejor: Gema y Pável, Cachivache.

Cuando empecé a trabajar en Radio Rebelde, en un principio en el departamento de limpieza, pudimos retomar el proyecto de grabación que Frómeta y yo quisimos un día enfrentar en la escuela de cine. Gracias a que conocí a Roberto Yong Cong grabamos nuestro primer trabajo (2×2) escondidos en un cuarto de edición, usando las máquinas húngaras de entonces y la técnica de estéreo directo y ping pong. Aquella experiencia fue insuperable, nunca más he vuelto a ver esa cara de Frómeta al escuchar las guitarras y el teclado de los backgrounds que creamos hasta agregarles las voces, cantando los dos a la vez después. Hubiésemos querido ponerle bajo y guitarras con timbres eléctricos. Hasta Robertico Díaz (más tarde con Anima Mundi) nos prestó su guitarra y un pedal, pero no pudimos usarlos. Le hicimos portadas al material, y varias copias en cintas pequeñas ORWO. Estas copias no eran demo alguno, sencillamente eran copias limitadas de un material único. Así lo asumimos.

Más tarde hicimos playback en el programa televisivo A Capella. El Guille Vilar estaba renuente a poner de rótulo “13 y 8 Records” en una esquina mientras tocábamos, y así se hizo. Lástima que no tenga esa copia en video. También hablé con Jaime Almiral y pasó la cinta en su programa en Radio Progreso, pero no entendió mis aclaraciones. La emitió íntegramente y dijo que era mía. Yo no sabía cómo explicárselo a Xiomara y Ángel, padres de Frómeta, al escucharla orgullosos junto a su hijo.

Conocer a Frómeta y compartir tantas cosas bellas fue para mí como una bendición. Aprendí mucho con él. Descubrí que podía comunicarme traduciendo mis ideas musicales con la guitarra y no tarareándolas. Cuando acordamos entre todos —en la etapa de 13 y 8— organizar conciertos personales, me quedé muy impresionado de su potencial, y tuve muy claro que nos podríamos complementar. Como sabes, yo no sé leer ni escribir música (he intentado superarme en este sentido, pero sin éxito). Pensaba entonces que nuestra unión daría buenos resultados (queríamos en un principio montar una gran farsa, vieja idea de 13 y 8: en un momento decidimos invertir nuestros esfuerzos en construir un personaje y desenmascararlo más tarde). Considero que nuestra unión fluyó poco a poco y no fue necesario más que compartir los sueños. Dar un buen concierto siempre fue uno de ellos.

Si no me equivoco después de la experiencia frustrante, pero increíble, de Canción Propuesta, pudimos preparar uno en la Casa de la Cultura de Plaza. Queríamos desarrollar un poco más nuestras ideas y así lo hicimos. Frómeta contó con Eduardo Espasande y Manuel Orza —antiguos compañeros en el grupo Quetzaltcoalt—, también con el violinista Pedro Pablo Pedroso; y yo aporté el contacto con Isaac Capetillo, un vecino trompetista que me había hecho la pala en mi concierto en 13 y 8.

No puedo olvidar cuánto nos costó todo aquello. Aún me veo montado con Isis, mi adorable compañera de entonces, en la parrilla de la bicicleta, llevando un teclado que nos había prestado Arielito (Valdés). Nunca lo pudimos utilizar, pero sí el piano, ejecutado magistralmente por Carlos Puig, otro amigo de Frómeta de Quetzaltcoatl y del conservatorio Amadeo Roldán. Creo recordar que Isaac no pudo ir. Esa noche salimos eufóricos. Fue un buen concierto: platillo, bajo eléctrico, bongoes, armónica, violín, dos guitarras y voces… y el Deck Akai de Abelito González registrándolo todo como siempre.

A Espasande lo conocí por Nacho (un oficial que, un día de esos aburridísimos en la unidad, mientras yo intentaba sacar Stairway to Heaven de Led Zeppelin, se apareció de pronto y con esa pinta de teniente tocó el tema de arriba abajo). En ese tiempo, Espasande tocaba en un grupo que ensayaba en el anfiteatro del Almendares. Junto a Orza, fue el primero que me habló de Frómeta, Alejandro Gutiérrez y Manuel Camejo, que hacían unos temas impresionantes. Pronto se aprendió varios temas míos y los tocaba en el piano por ahí, no sé si para darme cuero o porque le gustaban. Puedo ver su risa ahora mismo. Me caía bien ese tipo, lo extraño…

“El Pocho”, Manuel Orza, era el bajista de aquel raro grupo y enseguida comenzamos a llevarnos bien. No sabía qué pensar exactamente, pero me halagaba que gente tan preparada me hiciera swing. Este muchacho toca el bajo de una manera impresionante; tiene un gusto perfecto para ocupar su función tímbrica con elegancia y cada nota que se sale de lo previsto siempre es acertada y redonda. También era un tipo muy simpático y cariñoso. A veces pienso que de no haber sido por la educación y el camino ya andado de Frómeta en este mundillo, yo nunca habría podido convivir con músicos de real talla. Fue un lujo, una suerte conocerles. Igual a Carlos Puig, trompetista e impresionante músico total. Todavía recuerdo cómo introducía aquellos, cortantes por sutiles, acordes de genial acompañamiento en la versión en directo de Regulación Menstrual que Frómeta arregló. ¡Y qué decir de Arenas Movedizas! Siempre me inspiró mucho respeto; siento no haber sido más amigo de todos ellos. A ratos andaba acomplejado porque me costaba mucho trasmitir mis ideas.

Norberto Rodríguez apareció después de varias búsquedas frustradas de colaboradores. Frómeta y yo siempre intentábamos implicar a cada socio músico que conocíamos y le contábamos qué queríamos hacer y hasta los detalles de los pasajes que debían interpretar, pero si hablamos de un buen guitarrista eléctrico, nunca pudimos concretar nada con nadie. Creo que Osamu Menéndez fue quien le habló a Frómeta sobre un alumno de su padre que estaba trabajando con AfroCuba. Era Norberto. Cuando ese muchacho “puso lo suyo”, yo no sabía qué pensar, estábamos en el cielo. Él es único, es sabido.

Pedro Pablo, en tanto, me comentó una vez que parecía que éramos hermanos de leche. Le conocí por una foto en la pared en casa de una ex, quien me dijo, “eso sí es un músico”. Nunca imaginé que llegaríamos a tener más relación que aquella. E, increíblemente, cada vez que nos veíamos nos divertíamos mucho. Igual siempre pensé que no estaba a su nivel y, a ratos, imaginaba que me estaba dando cuero o que no me aceptaba. Músico impresionante, entendía a Frómeta enseguida y desarrollaba las ideas de una manera transgresora y poco ortodoxa, pero con resultados eficientes, perfectos. Me entristeció mucho que se fuera a Chile y que no pudiéramos seguir inventando. Hubiera sido perfecto que produjera el Verde melón. Lo habría hecho de maravilla.

Isaac Capetillo era el típico vecino trompetista que siempre está jodiendo desde la terraza de su casa. Tenía loco a todo el vecindario, y bueno, como nos conocíamos y llevábamos bien, le propuse que me ayudara aprendiéndose una melodía con un fliscorno, que agregaríamos a mi canción Entre 70 y 72, en mi unipersonal en 13 y 8. Apareció aquel día de una manera sorprendente tocando lo acordado. Cada vez que pudo, hizo por ayudarnos. Nunca más lo he visto.

En fin, cuando recuerdo las cosas que hicimos me siento complacido. Sé que cada músico que colaboró en aquel sueño, sencillamente lo hizo porque le cuadraba, a pesar de sus otros muchos compromisos. “Si miro atrás…” hallo respeto, mucho amor desinteresado y una disciplina modélica, casi de santos.

Habana Oculta, por su parte, fue el nombre que le dieron unilateralmente a una experiencia de grabación y compendio de varios cantautores. Una idea muy romántica al principio, bastante frustrante al final, como el Verde melón. Frómeta y yo decidimos escoger algunas de nuestras canciones para incluirlas en la antología, entre ellas Villa de París, Pulpa de tamarindo almendrada y las otras dos que finalmente aparecieron. Pensábamos que eran las más contundentes para el mercado. Todos los músicos que participaron en las grabaciones de nuestros temas eran los habituales y Andrés Cuayo pudo ayudarnos por fin, después de tantas oportunidades fallidas.   Considero que la voz de Frómeta podía haberse mejorado, tal vez yo debí cantar el Bolero, no sé. Pero, en fin, todo salió de maravillas, ¿no?

Curiosamente, al Superávit —después del CD Habana Oculta— no entró Carlos Santos, sino que, según recuerdo, ellos formaron un nuevo proyecto del que me propusieron formar parte y luego, por lo conocido del nombre, le llamaron Superávit.  Creo que todo se gestó mientras colaboraban en la grabación del disco Vendiéndolo todo, de Lucha Almada. Y, en lo tocante a Verde melón, guardo sentimientos muy esperanzadores y también muy frustrantes. No soporto, si estamos jugando en equipo, que alguien olvide su función. De todos modos, creo que Sigue al conejo ilustra bastante bien todo eso.

Como mismo te digo que ha sido un lujo trabajar con músicos tan impresionantes, talentosos y virtuosos, agrego ahora que siempre me preocupó muchísimo que no contáramos con ellos de manera estable e incondicional. Comparando a Carlos Santos con Norberto Rodríguez como instrumentista, te puedo decir, siendo injusto, que prefiero al primero, pero no por virtuoso, sino por un abanico más amplio de prestaciones. Podría haber llegado a ser, por su manera excelente de tocar la guitarra en todas sus variantes, un integrante del grupo desde su génesis. Recuerdo que se lo comenté a Frómeta, pero nunca estuvo de acuerdo conmigo. Parece que prefería inevitablemente lidiar con la “poligamia” de los otros.

Creo que Frómeta y yo nos complementábamos de maravilla, de un modo que no se puede desglosar. Bruma blanca es tan mía como Éxito, Uretral confort y Perla enlatada suyas. Compusimos algo juntos, pero no recuerdo qué. Nuestra colaboración era más compenetrada y amplia, nos veíamos día a día y nos contábamos todo o casi todo. Hablábamos mucho y nos adelantábamos el uno al otro, según lo que cada cual entregaba. Cuba, España: ¡no tienen idea de cuán genial es Alejandro Frómeta Morejón como músico! Hoy más que nunca, estoy orgulloso de haberlo conocido, no sé qué habría hecho yo solo de no haber tenido tantas experiencias juntos.

Continuará…

 

Raúl Ciro Más publicaciones

Deja un comentario

Aún no hay comentarios. ¡haz uno!

También te sugerimos