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La Descarga Ilustración: Liz Capote. Ilustración: Liz Capote.

José María Vitier García-Marruz

Sostengo firmemente que el piano es el instrumento esencial de la cultura musical cubana. El piano se alzó desde el origen de nuestra idea de Patria, como un vehículo idóneo, comunicante y creativo de esos albores. Las primeras danzas, habaneras y boleros hallaron en él el medio expresivo más completo, la interpretación más autóctona y el procesamiento más activo y creativo de las diversas influencias que nos conforman culturalmente.

El piano está en la base de múltiples expresiones de “lo cubano en la música”. El piano de Saumell  y Cervantes, el piano de Antonio Ma. Romeu, el piano de María Cervantes, el piano de Bola, el piano de Lecuona, el piano de Bebo, el piano de Guzmán, el piano de Chucho, de Emiliano. No solamente en la música popular, aun en la esfera del piano “clásico”, Cuba ha tenido y tiene un sorprendente nivel. En mi caso, esta tradición ha sido y es un acicate formidable. Aprendo incesantemente, como pianista y compositor, de mis antecesores y de mis contemporáneos, y vivo permanentemente en deuda de gratitud con ellos.

No puedo decir que “elegí” este instrumento. La realidad es que uno no elige muchas cosas en esta vida. Si no sonara un poco altisonante, preferiría decir que el piano me eligió a mí. Pero en todo caso eso es algo que deberé demostrar con mi trabajo. La guitarra (y muy especialmente “la guitarra de mi hermano Sergio”, que es desde muchos puntos de vista, única en nuestra música) desempeño un papel decisivo en mi formación y en mi idea de la música.

En mi primera juventud, la guitarra de la trova profunda que alcancé a escuchar y ver en Santiago de Cuba, puede decirse que decidió mi destino como compositor. Creo que mi manera de tocar el piano le debe mucho a la guitarra, pero instintivamente el piano ejerció para mí una fascinación mayor. Mi relación con él no siempre fue fácil. Es un instrumento muy demandante y muy posesivo, pero creo que con el tiempo esa relación se ha ido afinando. Creo que he aprendido a escucharlo y cuando calla, a comprender su silencio. Es impresionante el silencio que contiene un piano. Y he deseado que todo ese silencio se transforme en música, sin dejar de ser ese silencio. Es una profunda relación de amistad. Y ya es para siempre.

El piano me proporciona una sensación de complicidad y compañía: una invitación al diálogo que quizá implica, en el fondo, un intercambio de soledades.

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