
De La Habana al Lejano Oriente
Viajar es maravilloso, una experiencia que motiva los sentidos y amplía perspectivas, y aunque no está al alcance de todas las personas en el mundo, es sin dudas un propósito anhelado por millones. Para un cubano o cubana salir al exterior representa muchas cosas; en el imaginario popular la palabra viaje es casi sinónimo de sueño, prosperidad, riesgo, valentía, renuncia, solución, familia, ruptura o unión, y mil cosas más. Una vez un canario me dijo que comprendía a los cubanos porque, como buen isleño, sentía siempre una necesidad retumbante de ir más allá del mar que le rodeaba. Me gustó escucharlo porque su visión no pudo ser más desprejuiciada y despolitizada, no realizó una simple mención durante la charla a nuestra amplia tradición migratoria y reconoció que era algo comprensible: un deseo humano, natural y más significativo para quienes no tenemos fronteras terrestres.
Los viajes en Cuba —sin reparar en condiciones legales, si tienen ida y regreso o un solo sentido— han estado marcados por tendencias. Si el malecón se abre, si salen barcos desde el Mariel, si quitan el pedido de visado en alguna embajada o comienza un intercambio profesional con algún país, miles de personas se suman a un movimiento común. Por otro lado, hay otras formas, menos masivas, pero también conocidas abiertamente.
Específicamente, para los músicos cubanos viajar ha sido una práctica centenaria por la acogida y valor que tienen nuestros ritmos en el mundo. Para esta profesión ha habido desplazamientos en todas direcciones y también pequeñas tendencias asociadas a los movimientos generales de la sociedad antes mencionados. En los últimos años se ha popularizado entre el gremio una particular variante que son los viajes al lejano Oriente.
Cuando terminé el primer año de musicología en la Universidad de las Artes de La Habana tenía 19 años. Analizaba en aquel tiempo las partituras, canciones, críticas e iconografía musical en la revista Signos, fundada por Samuel Feijóo. Un día, terminado el curso, un buen amigo me dice que se iba a Dubai, que en el viaje iban él en la guitarra, una cantante, una flautista y faltaba una bongosera; me aseguró que si me aprendía la marcha clásica del instrumento de percusión podía irme con ellos. Yo soy violinista, no creí que resultara, pero motivada por la posibilidad de realizar mi primer viaje me fui a casa de un profesor y tomé clases de bongó por tres días (aún conservo los videos). A la semana, sin saber tocar bongó, grabé junto a mi amigo y dos músicas egresadas de distintas graduaciones de la Escuela Nacional de Arte un video con cinco canciones donde tocábamos, cantábamos y hasta bailábamos. La selección fue: Te perdiste mi amor, popularizada por Romeo Santos y Thalía; Bara bara bere bere, escrita por Dorgival Dantas y conocida en la voz de Michel Teló; Hasta siempre comandante, de Carlos Puebla; Pa´la Conchinchina, de Ángel Lorenzo; y Let it be, de Los Beatles.
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Los trámites de aprobación del hotel que nos contrataría y la visa demoraron siete meses. El curso comenzó y alterné el primer semestre entre mis clases de análisis y metodología con los ensayos del grupo para ampliar el repertorio. Cuando estuvo todo listo pedí licencia temporal en la universidad, hablé con todos mis profesores sobre el viaje y estos se despidieron con un gran adiós. Les aseguré que volvería, aunque me creyeron con cierto recelo.
Me fui un año completo a los Emiratos Árabes a trabajar en un Hilton, sin hablar mucho inglés, cero árabe y con una edad que me impedía poder entrar a centros nocturnos. Trabajaba cuatro horas por tandas de 45 minutos, durante seis días a la semana, y mis manos crecieron de tanto bongó. Alternaba tocando el violín o cantando mientras alguien más suplía la percusión con la inigualable ayuda de las pistas o maquetas siempre presentes.
¿Repertorio? Lágrimas negras, Oye cómo va, Como una flor, Contigo en la distancia, Chan chan, Chica de Ipanema, y por supuesto la invariable Guantanamera. La reiteración de estas canciones todas las semanas nos aburría (y de qué manera), pero trabajábamos para un público itinerante, para ellos siempre era nuevo. Es por eso que, luchando contra ese ciclo, mi amigo y yo incluimos poco a poco nuevas canciones, algunas de su autoría, y además creamos nuestras propias pistas para títulos como Chévere de Vanito Brown; Yo sé que es mentira, de Amaury Gutiérrez; La lengua, de Descemer Bueno; o Quién me quiere a mí, de David Torrens. Nos propusimos conservar la expectativa sobre lo que “hacemos los músicos cubanos” para el mundo y a la vez salirnos de la clásica fórmula de la sopa o repertorio convencionalmente comercial. Con el tiempo hicimos algunas cosas acústicas y mejoramos el trabajo de voces. Con el violín comencé a salirme de lo clásico, realicé mis primeras improvisaciones y recuerdo haber buscado muchos referentes; de ahí nació mi amada carpeta de videos y .mp3 donde se encuentran artistas como Jean Luc-Ponty, Stephany Grapelli, Pedro Alfonso, Alfredo de la Fe, Csaba Deseo, Regina Carter y Michael Urbaniak. También descubrí ese año lo que era Tiny Shark, Grooveshark, Spotify, Youtube, Shazam, Dezeer y así convertimos las computadoras y discos externos en verdaderos compiladores de músicas e información de todo tipo.
Aprendí mucho en ese período sobre mi profesión y mi instrumento; no lo vi entonces, pero realmente fue como un curso práctico de todo lo que había estudiado. La experiencia de subir a un escenario —aunque pequeño y aislado en un hotel— y enfrentar a un público desafió mi zona de confort y me hizo desarrollar herramientas de interpretación, análisis, crítica musical y hasta de comunicación.
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Cuando mi contrato terminó regresamos felices a La Habana solo mi amigo y yo; el resto de la banda junto a nuevos músicos se trasladó a otro a lugar para continuar trabajando (imagino que en escenarios similares). Mi percepción sobre casi todo había cambiado mucho, ciertamente, pero nunca fue una opción dejar la carrera. Mi vuelta a la escuela fue sorpresa para muchos, me inserté en mi segundo año y, luego de un fallido intento de retomar mi trabajo con Signos, la industria fonográfica y sus laberintos les dieron un giro a los restantes años de mi universidad.
El tiempo pasó y jamás imaginé escribir sobre esto, los aprendizajes profesionales de mi estancia en el país árabe no pasaban de ser para mí más que una experiencia individual. Pero hace poco más de un año esta idea cambió por culpa de una amiga, que comenzó a alojarse conmigo de manera periódica para tomar las clases de su maestría, aquí en La Habana. En cada encuentro me contaba cómo nuestros compañeros de aula y otros conocidos se han ido a viajes similares al mío con destino a los Emiratos, pero también a Arabia Saudita, Kuwait, Qatar, Turquía, Omán, Bahréin, Marruecos, China o la India. La lista de mi amiga crecía por mes y comencé a pensar que el fenómeno de los viajes al lejano Oriente no eran una serie de casos aislados, sino que se había convertido en otra tendencia migratoria para los músicos del país, con un flujo constante durante los últimos siete u ocho años.
Según mi amiga “¡todos están cazando ese tipo de viajes!”. Ella ha tenido varias ofertas para que vaya como cantante y pianista, pero ninguna se ha concretado. En el proceso ha grabado videos como el mío con decenas de personas o de manera individual, un requisito indispensable porque es la presentación, la prueba de talento requerida por los presuntos contratadores. Los acuerdos con hoteles, bares y clubes nocturnos son bastante estándar; usualmente el empleador demanda los links de YouTube de los videos promocionales, fotos en alta resolución y en ocasiones currículos y biografías de “la banda” para dar comienzo a las negociaciones. Se mantiene el interés por agrupaciones de entre tres y cuatro músicos y con un repertorio similar al que utilizamos en mi experiencia.
Lamentablemente no cuento por el momento con datos o estadísticas oficiales, pero las historias de mi amiga, junto a las de otros conocidos y la mía propia permiten esbozar la idea de que se ha establecido una plataforma laboral con actores y escenarios definidos.
Emiratos Árabes, Arabia Saudita y Qatar son actualmente países muy importantes en el escenario internacional resultado de su riqueza en productos naturales como el petróleo o el gas, por las grandes inversiones extranjeras en sus territorios y su amplio desarrollo del sector turístico, en las últimas dos décadas principalmente. Insertados en la globalización y en las relaciones intercontinentales del comercio, han alcanzado cierto protagonismo que amplía considerablemente diversos márgenes de negocios, acuerdos y fuentes laborales hacia la geografía que representan. Dentro de este amplio y complejo entramado que me permití resumir en par de oraciones se ha estandarizado una demanda de las músicas latino-caribeñas para el entretenimiento, a partir de una fórmula específica expandida hacia a otros países cercanos de estas nuevas potencias del Oriente: contratación de bandas pequeñas, fáciles de costear en términos de pasajes de avión, estadía y salarios; estas agrupaciones deben tener mayor número de mujeres que hombres, “buena apariencia” y preferentemente tez blanca; además se aspira a contratar un show “latino”, o sea: maracas, tumbas o bongó en el escenario, con bailes de chachachá, salsa y un poco de rumba a buen compás, y por supuesto un repertorio como el que anteriormente mencioné.
Por el lado de los músicos, los directores de estas bandas son quienes establecen el diálogo con su contratador por tres vías fundamentales. Existe un modo expedito y poco usual que consiste en contactar directamente al espacio donde se tocará, y que por lo general sólo alcanzan quienes poseen mayor experiencia y contactos en estos trabajos. La segunda opción —la más común— inserta un intermediario, que funciona como agencia de booking o manager individual y representa los intereses de los músicos a cambio del 10% del salario que se determine. Existe por último una variante más desafortunada donde se suma un segundo mediador local, radicado en la Isla, que por proveer el contacto con el agente extranjero pide a los músicos un nuevo impuesto, único o extendido a lo largo de todo el contrato. Yo viajé con la segunda opción, vi a mi “manager” dos veces en un año y bastó, ya que en la práctica su trabajo no era representar o siquiera controlar, sino cobrar del hotel y efectuar los pagos de un amplio catálogo de bandas provenientes de Cuba, Colombia, Brasil y Venezuela principalmente, esparcidas por todo el territorio árabe.
La negociación por lo general es como sigue: el o la líder de la banda recibe correos de una agencia, hotel o club cuya información es verificable en internet. Por lo general. La realidad es que a veces no se sabe a ciencia cierta quién se encuentra del lado opuesto de la comunicación. Este pensamiento lo tuve cuando mi viaje, pero confié en mi directora porque recién regresaba de Dubai y había conocido personalmente a nuestro manager. En muchas ocasiones no sucede de este modo y las personas se lanzan incluso con contratos firmados a países desconocidos y muy diferentes, sin saber quién las esperará en los aeropuertos. Arribo al lado más oscuro del fenómeno y realmente menos habitual, pero no debo dejar de mencionar que tuve una banda de amigas cercanas que una vez en Bahréin pagaron sus pasajes de regreso inmediatamente porque eran esperadas para fines extramusicales y la experiencia fue terrible. Sí, sí sucede. Y como el tema es poco conocido y apenas hay información al respecto, no es de extrañar que hayan ocurrido y ocurran episodios como ese.
Aunque son muchos los músicos que se han lanzado a la aventura tal como lo hice yo, considero que esta tendencia migratoria más que un viaje sin retorno se percibe como una experiencia de carácter temporal. Según mis vivencias, estos destinos no son acogidos por lo general como lugares para hacer vida familiar u otras proyecciones formativas o profesionales. Existen casos aislados de personas que se radican allí por motivos personales, porque encuentran nuevas vías de empleo, —fundamentalmente en la docencia musical—, o usan el viaje como plataforma para trasladarse hacia otros territorios. Pero por lo general son viajes por periodos planificados para conseguir o resolver cuestiones económicas específicas. Escuché de cubanos que han llevado hasta 10 años de contrato de manera ininterrumpida, pero la gran mayoría de amistades y conocidos de los que tengo constancia regresan a Cuba por temporadas largas o definitivamente.
Otra lectura posible es considerar que la recurrencia de estos viajes de bandas latinas al lejano Oriente está estableciendo poco a poco un mercado y construyendo un modo de consumo muy específico de nuestra música y el performance que la acompaña. El crecimiento de este mercado con las continuas oleadas de agrupaciones ha ocasionado, según los conocidos con quienes he hablado, un descenso de los salarios, menores períodos de contratación y condiciones de trabajo menos favorables para los músicos.
Cuando finalmente decidí acercarme a este tema hice una rápida búsqueda en Google y los primeros resultados fueron perfiles profesionales de Facebook sobre algunas bandas cubanas y colombianas y webs donde se ofrece información sobre agencias de booking y management para músicos en Dubai y Abu Dabi, fundamentalmente. Luego se muestran algunas noticias sobre la economía de los diversos países y nuevas ofertas de empleos en otros sectores laborales. Así traté de actualizarme un poco, pero realmente esperaba encontrar más. Esa breve indagación reafirma mis sospechas de que la invasión sonora latina, y particularmente cubana, en estos países es un tema vasto e inexplorado. Espero que mis apresuradas reflexiones sirvan para una comprensión inicial de una de las tantas realidades que ocupan hoy día a nuestros músicos.
Un tiempo después del regreso me enteré que el Ministerio de Cultura no deja tomar licencias en el ISA por tiempos tan largos. Quizás hacen que los estudiantes sopesen mejor la opción entre irse al medio oriente o perder sus estudios. Quizás fuimos de los primeros que comenzaron aquella tendencia. Aunque los que tenían una vocación pedagógica también encontraron una buena opción en México. Alguien más contará su historia en un futuro
Violinista, instrumentista y profesora de música de Cámara