
Como una ola. La Hallyu ya está aquí
Hace un tiempo, pasaba frente al parque de H y 21 y escuché un alboroto de música y gritos que venían de la zona de la glorieta. Me detuve porque creí reconocer parte de la canción que sonaba en coreano y cuya coreografía un conjunto de seis o siete chicos hacía con entusiasmo y arrojo, mientras sus “fans” saltaban y aplaudían. Eran un grupo de kpopers habaneros, adolescentes y sus familiares, que habían tomado el parque y a todo el que pasaba por sorpresa. Poco antes, durante un Festival Internacional de Cine de La Habana, la película chilena Jesús visibilizaba parte de un fandom enfebrecido también en Santiago de Chile, que se reunía ya en K-Con(vention)s en las cuales conjuntos de chicos y chicas presentaban las “coreos” de sus grupos favoritos surcoreanos, hasta con votaciones del público. Algo parecido sucedió también aquí hace unos meses, de forma más espontánea, en la Casa de la Música de 31 y 2, con buena afluencia de público (según creo recordar dijo el Canal Habana).
Todas estas “señales” aisladas no impactan hasta que la hija de un amigo, de solo 10 años, se declara Army de BTS cuando le pregunto qué le gusta ahora y nos enredamos en una disquisición sobre cuál video o coreografía, o que chico de los siete le “deslumbra” más. Si a esto le sumamos que hace unas semanas el Canal Clave empezó a transmitir el programa K-Pop, los martes, entonces ya se siente de otro modo. La visibilidad de esta producción musical responde a la demanda de un sector todavía puntual del público nacional, que irá creciendo sin duda, porque otros se acercarán atraídos o curiosos al menos por la novedad. Pero cómo se llega a tener un programa de este tipo, cuando Cuba no tiene relaciones diplomáticas directas con ese país (no existe una embajada oficial de esa nación, como sí de su vecina del Norte por ejemplo). Pues porque la cultura va primero abriendo paso: el cine, las artes visuales con algún que otro artista invitado a la Bienal de La Habana, y la música, han ido llegando poco a poco. El propio festival Havana World Music incluyó en su edición de 2019 un grupo de jazz-fusión que hacía converger la música tradicional y contemporánea de ese país. Un año antes, durante el Cubadisco 2018, el grupo de ska/reaggae Kingston Rudieska tuvo varias presentaciones en Varadero y La Habana, invitados como parte del intercambio cultural que propuso el proyecto Mincult- Onudi-Koica para el desarrollo de la industria musical cubana. Nada ni nadie en el mundo contemporáneo puede verse totalmente desconectado, ajeno a lo que pasa a miles de kilómetros de distancia. Ahí están las redes y la televisión para atraparnos.
En 2013, escuché por primera vez la frase: “La Hallyu ya está aquí”, gritada con emoción por un productor surcoreano durante la primera noche de presentación de la muestra de filmes de ese país incluida en el Festival Internacional de Cine. La misma noche, donde la magnífica Mother (2009), del hoy reconocidísimo director Bong Joon Ho, caló hondo en mí, mientras al final y durante una ronda de preguntas con la delegación de actores y cineastas, una señora a todas luces rozando la sexta década preguntaba por Lee Min Ho, jovencísimo actor de “K-dramas” que seguro ella y su familia consumían como tantos por ahí desde hacía cuatro o cinco años, y que obviamente no hacía parte de ninguna de las películas seleccionadas. La sorpresa de los coreanos fue entre azoramiento y felicidad, ¿cómo veían acá las series más recientes al punto de generar un interés por el cine surcoreano? Porque si bien el público cubano durante el festival es muy variado, para las filmografías asiáticas y del Medio Oriente nunca ha sido masivo. Sin embargo, algo estaba cambiando.
Ahora bien, la frase dicha con orgullo por el productor fue una incógnita que me hizo pensar sobre el fenómeno de consumo alternativo, generado en la Isla en los últimos 15 años, de diversos productos televisivos que provienen de EE.UU., Europa y Latinoamérica, pero también de los lejanos Asia y Medio Oriente. Sin embargo, en Cuba el cine coreano contemporáneo entró desde antes. A finales de los ʼ90 y comienzo del nuevo milenio se accedía a las películas de conocidos directores como Kim Ki Duk y Park Chan Wook, mucho antes de esta “ola” de hoy, pero las series junto a los programas televisivos y realities, su consumo sotto voce, son ya otra cosa. Y muchos se preguntarán qué hago hablando de cine y series de televisión en un texto “musical”, pues porque la industria del entretenimiento (Música, Cine, Televisión, Internet…) en Corea del Sur está muy imbricada en la conformación de la “imagen” de la nación hacia el exterior, donde nada es gratuito, todo se interconecta. Cantantes de muchos grupos de K-pop actúan año tras año en infinidad de series y películas, componen canciones para las OST (Original Soundtrack) de las mismas, y las promocionan con fan meetings dentro y fuera del país.
La exportación cultural de estos productos de entretenimiento ayuda a crear una marca distintiva que promueve a nivel internacional la percepción de apertura y (post)modernidad de una sociedad y una cultura poco conocida (en Occidente) y que redunda en el incremento del turismo y la inversión extranjera, tanto como el posicionamiento de sus empresas en el mercado global.
Entonces la Hallyu es clave para seducir al público internacional (el soft power) y generar el gran consumo de infinidad de productos asociados o no al entretenimiento, al tiempo que permite ganar un reconocimiento mundial de la especificidad de la cultura surcoreana y su historia. Sin embargo, si inicialmente la Hallyu partió de los dramas televisivos rápidamente fue sobreseída por la emergencia de un producto musical, el K-pop, que implicó la hibridez de variados géneros musicales: el R&B, hip hop, electronic dance music (EDM), con el pop en su infinitas derivaciones (pop-rock, techno pop, indie, bubblegum…). El K-pop o la música popular coreana ―entiéndase, de Corea del Sur pues la del Norte no produce o exporta con esa intención― supuso desde finales de los ʼ90 la banda sonora del cambio esperado, aquel que movilizó, junto a la economía, la entrada en el nuevo milenio de Corea del Sur y su influencia primero en la región del sudeste asiático y China para luego dar el salto a Europa y América.
La cultura popular contemporánea coreana y su impronta internacional, la Hallyu, ha devenido pues la punta de lanza. ¿Pero esta ola cool ha sido una sola? Yendo al origen, muchos reconocen que el cambio sonoro se produjo a inicio de los años ʼ90 cuando se dio a conocer el trabajo de Seo Taiji y los Boys en la escena musical surcoreana que venía de la presencia ineludible de la balada y el Trot, aunque el rap independiente y los DJ tenían cierto público, sobre todo adolescente. La mezcla de sonoridades del techno, el rock y el hip hop que los Boys proponían hizo vibrar la cuerda hacia otro modo de entender la música, a pesar de que el grupo se desintegrara en 1996. Mediando la década, se funda la agencia de talentos y el sello discográfico SM Entertainment, un verdadero emporio en ese país hoy día, seguidos poco después por otras icónicas empresas como JYP Entertainment y YG Entertainment cuyo CEO fundador es precisamente un exmiembro de los Boys. La emergencia de estas importantes agencias musicales de representación y formación (y otras que se le sumarían con el tiempo), abrieron el camino a una explosión de boybands y girlbands, siguiendo el modelo estadounidense.
Los que éramos niños y adolescentes en esa época recordaremos, que por esos años en EE.UU. y luego Inglaterra, las bandas de chicxs que bailaban y cantaban tuvieron un alza importante. Si bien Los Jackson 5 fueron un antecedente imborrable (años ʼ60 y ʼ70) ―sentando la sonoridad para que luego New Edition y New Kids on the Block en el borderline de los ʼ80/ʼ90, hicieran lo suyo en territorio norteamericano―, a la altura de 1999, la fiebre se había apoderado de la escena musical mundial bajo el influjo de los Backstreet Boys, N´SYNC, Destiny Child (EE.UU.), Take That, Spice Girls y Westlife (Reino Unido), por solo citar los más sonados. Luego en el nuevo milenio pienso que quizás la vuelta a los instrumentos y el éxito del pop rock de los Jonas Brothers y más tarde One Direction, fue otra influencia para promocionar el modelo de boyband “real” internacional, que permitió dar a conocer las líneas vocal-instrumental y no vocal-danzaria tan reproducidas en Surcorea hasta hoy. El K-pop, como sus inspiradores occidentales, supo explotar la complicidad de las cadenas televisivas a través de la participación en programas de diversos perfiles y más tarde en las redes sociales y plataformas musicales online, acercándose a un público mayor, ampliando sin precedentes su presencia internacional.
El tránsito de los ʼ90 al nuevo milenio fue en la escena musical surcoreana pues un desfile de grupos de idols (trainees que luego de ser seleccionados y formados, integraban diferentes alineaciones) como H.O.T, Sesc Skies, Shinwa, Fin. K.L… La rivalidad y el apasionamiento de su fandom lograron sentar las bases de esta maquinaria. La industria K-pop no puede verse desligada de la constante (re)producción y búsqueda de talentos: empresas de diferente calibre y escuelas de canto y baile pululan por todo el país. A diferencia del caso occidental, en el que las agencias a veces descubren el talento de un chico y lo contrata para realizar uno o más discos, en Surcorea, un(a) joven audiciona para entrar a un periodo de formación hipercontrolada por la empresa que será quien decida cómo, cuándo y con quién debutará en la música. Puede demorar años, por eso empiezan muy niños alrededor de los 13-15 años y no todos los que ingresan lo logran. Se estima que más de 200 grupos se han creado y debutado. Si bien tantos han desaparecido a los pocos años, dando paso a otros, o que algunos idols (los menos) puedan ir de una a otra agrupación o aventurarse a una carrera en solitario. Y aunque la mayoría de los trainees son surcoreanos, hay también coreanos-americanos o integrantes de origen chino, lo que responde, además del posible talento, también al pensamiento estratégico de captar la atención de un público regional y más cosmopolita. La identificación y la similaridad sonora con la música del mainstream internacional son procesos a los que esta industria apela y se apropia para su buen desenvolvimiento e inserción en el mercado mundial.
Se habla ya de una cuarta oleada/generación que va desde el 2014 a la actualidad, pero a esa primera etapa del cambio de siglo, seguiría un segundo momento con agrupaciones como Epik High, TVQX, SNSD (Girls Generation), Wonder Girls, Super Junior, Big Bang, Shinee, 2PM… y también bandas instrumentales como FT. Island o figuras en solitario como Rain que afianzaron las características del fenómeno K-pop y penetraron en el mercado pan-asiático de forma sostenida, para luego incipientemente llegar a Europa o América, abriendo el camino. La tercera generación, de grupos que debutaron entre 2009-2013, cuenta con bandas reales como CN Blue, cantantes como IU y grupos como 2NE1, T-ara, Infinite, Sistar, Block B, B.A.P, EXO, Nu´est , BTS, entre otros. Esta oleada, más bien marejada creciente afianzaría el K-pop a nivel internacional en la actual cuarta etapa, donde también despuntarían otros grupos como GOT7, Ikon, Mamamoo, Red Velvet, Winner, Twice, NCT (y sus varias subunidades), Black Pink, o bandas como Day 6 y solistas como Chung Ha.
Esta última etapa en la que estamos, además de confluir las cuatro generaciones de boybands y girlbands (aquellos que se mantienen aún en activo), se suma el trabajo individual de figuras que, aun perteneciendo a (o ya fuera de) sus agrupaciones originales desarrollan una carrera también en solitario o en subunidades: G-Dragon y Taeyang (Big Bang), Taemin (Shinee), Hyuna (ex Wonder Girl), CL (ex 2NE1), Suga (BTS), Zico (Block B) o Hwasa (Mamamoo). A la par, la escena del hip hop “en solitario” que venía consolidándose desde finales de los ’90 con figuras como Tiger JK/Drunken Tiger (coreano-americano fundador de dos sellos discográficos dedicados al rap en Corea del Sur), sigue creciendo con otros exponentes desde mediado de los 2000: Doble K, DOK2, Jay Park, Yoon Mi Rae, hasta jóvenes como Ku Changmo.
Como la fórmula del éxito del K-pop, musicalmente hablando, estriba en la fusión generalmente equilibrada de la vocal-line y la rapper-line en alineaciones de cuatro a 12 o más integrantes, las colaboraciones entre idols y raperos en solitario también han sido muchas. Entonces, los artistas en solitario buscan aleaciones similares de la canción pop y el rap, creando lo que yo llamaría sin mucho rigor académico un “hip pop” en coreano con salpicaduras de inglés aquí y allá, a veces en los bridges o donde suene mejor. A esto añadir que el “empaque” visual vende desde un ideal de belleza (auténtica o fabricada), un gusto fashionista muy embebido en la mezcla del estilo asiático e internacional urbano, la concepción de coreografías de diverso nivel de complejidad que ponen en perspectiva la preparación y el entrenamiento logrado tras años como trainees, las macroproducciones de eventos como los lanzamientos de discos y singles, y el merchandising asociado, los MVs, las galas de premios o festivales, fan meetings y los conciertos, por supuesto. Un show business en toda regla, perfeccionista y competitivo.
El mercado nipón es también muy importante para el K-pop, con lanzamientos de álbumes en japonés o giras regulares de casi todas las agrupaciones y solistas ―por ejemplo, el estreno de CN Blue fue primero en Japón antes que en Corea del Sur. Así, luego de debutar en suelo patrio y copar las listas de éxito de ese país como ahora en EE.UU., la consecuente presentación en televisoras y estadios nipones habla de invasión musical acogida sobre todo por el gran público, en detrimento de un movimiento como el J-pop o pop japonés. Las reacciones de la crítica en ese país se han dejado escuchar, al igual que en China. Lo curioso es que ambos históricos imperios (primero China y luego Japón) invadieron físicamente y subyugaron la cultura coreana siglos atrás y hasta los años ’40, prohibiéndoles el desarrollo de su propia música. El K-pop deviene pues una dulce y seductora venganza.
Y de este lado qué…
Latinoamérica tuvo grupos como los puertorriqueños Menudo en los ’80, los argentinos Magneto y los mexicanos Mercurio (menos conocido en la Isla) en los ’90, de ahí que la llegada del K-pop y sus grupos fue muy bien recibida. El primer encuentro “real”, tuvo lugar en 2012 con la presentación de la Music Bank World Tour del popular festival y programa musical surcoreano homónimo de la KBS. Festival que regresaría en diferentes ediciones en Chile (2012 y 2018); y en Brasil y México (2014). Fueron Ailee, B.A.P, Shinee, Infinite, EXO, Twice, CNBlue, Super Juniors y BTS, algunos de los grupos y solistas que visitaron la región, y los tres últimos tuvieron posteriormente giras individuales por alguna de estas naciones y Perú.
Ya en Cuba, algunos recordarán que en los ‘90 emergieron agrupaciones como los Chikolas, SBS o Cubanitos 2002 ―aunque los frontmen de la Charanga Habanera casi que podrían ser considerados una boyband inusual―, y años después, la energía de Los Ángeles brotó con un producto que, además de musical-bailable, se enfocaba en lo visual y el cuidado de la imagen (peinados y moda), tanto como las coreo y el beat, buscando (y encontrando) al público más joven.
Como comenté un poco más arriba, para el 2014 era visible que la Hallyu había llegado a Cuba, a La Habana por lo menos. En ese mismo año, un equipo de televisión surcoreano vino a la Isla para hacer un reportaje-documental sobre esta “rareza”: se visitó la Sociedad Cultural José Martí donde se impartían cursos de coreano, y se realizaban presentaciones de los propios estudiantes cantando canciones de moda o recitando poemas. El reportaje incluyó un recorrido por sus casas, donde narraban cómo habían desarrollado el interés por el idioma casi todos a partir del consumo regular de las series televisivas y la música asociada a ellas (las OSTs), fundamentalmente aquellas series de tema o corte musical presentando la intrincada maquinaria de agencias, el fandom, los media, la presión y el control social y la competitividad, en la que los papeles protagónicos siempre incluían idols de las bandas del momento. Yo, que entré al K-pop por el pop-rock indie (CNBlue y F.T. Island), surfeé hacia atrás la segunda ola (suave, sin caída libre) de la mano de Big Bang y los mini álbums posteriores de sus integrantes en solitario, salpicada por el trabajo de 2NE1, Epik High o EXO para poco después zambullirme con Block B, Jay Park (en muchas colaboraciones), B.A.P, BTS … y en el último año, Ikon, Mamamoo, Red Velvet, Nu´est, Winner o Black Pink. Ya sé que en mi gusto pesa más el beat hip hopero o el R&B/neo soul con sonoridades dance, antes que el bubblegum pop, pero no podía menos que preguntarme, a ese fandom cubano, que creía disperso, pero que ya se agrupa en clubes como el de Shinee o se identifica como V.I.P, ARMY o BLINK… ¿qué le gusta del K-pop, qué consume?
Alguno creerá que el idioma es una barrera, pero sabemos que la música no conoce fronteras, y sería lo mismo si escucháramos kizomba sudafricana o rock alemán. No importa cómo llegaron al K-pop, lo cierto es que el programa del canal Clave es una realidad, y desde que salió al aire el 80 % de los mensajes al canal tiene que ver con el K-pop. Las peticiones de los grupos y solistas favoritos van de la segunda generación a lo más actual. A los seguidores les pareció poco los 30 minutos y pedían extender su duración, que se logró pues ahora es de una hora, y algunos hasta se brindan para donar material (una chica dijo tener unos 2000 videos, y lo creo). Otros, los más, critican que no se repitan los grupos con la cantidad apabullante de exponentes que hay (Gagnman Style de PSY, no es el único K-pop como muchos piensan); quienes quieren que se balancee el peso entre los primeros grupos y los de hoy para que se conozcan los antecedentes. El grupo etáreo que comenta en la web va desde adolescentes, a madres que agradecen sus hijxs puedan alejarse del “nocivo” reguetón, a las que también les pido yo que les enseñen otras músicas fuera del K-pop para lograr en ellos, con el tiempo, un oído diverso, multicultural, apreciativo. Espero también que, pese a cada quien tener su bias y banda favorita, logren ser tolerantes ante la preferencia de los otros, no se peleen por quién o qué video tiene más vistas en YouTube… quisiera que la pasión no los cegara y llevara a los niveles mórbidos que ha alcanzado en Corea del Sur y más allá, donde la vida de los idols es vista como propiedad del fandom, y se ha llegado a extremos con las sasaengs y los ciberacosadores: lxs stalkers y lxs haters/antifans de una u otra agrupación se cuentan en miles, incluso con websites enfermizos, amenazantes. Es cierto que son muchos más los fans “normales”, esos que desde la sala de su casa o sus móviles se conectan a los vlive, conciertos en streaming (en la era COVID) para oírlos, bailar y verlos interactuar; o cada vez son más aquellos que traducen, casi simultáneamente, cuando no lo hacen las propias empresas, cuanto programa, presentación o canción de ellos se libera en la web. Del consumo de K-pop en La Habana no podría hablar de barrios en particular, pero sí de una comunidad aún informal pero interconectada. Su territorio es la red, el consumo digital y el compartir alternativo de materiales, off the grill, entre amigos o conocidos, como casi toda producción musical acá.
Visto con la distancia cultural y física que supone vivir en Cuba, vale pensar que subirá la marea, pero no tanto, y cada una de las olas de la Hallyu romperá calmada en las costas de esta Isla, que es toda música y pasión por el baile, venga de donde venga.