
Omar Mederos
Hay un tipo afable y conversador que se pasea con regularidad por las oficinas de gobernación en la Ciudad de México. Los funcionarios le tutean con respeto y familiaridad, lo llaman por su primer nombre, Omar. Con su gran nariz, su delgadez de guepardo y la sonrisa con que acompaña una elocuencia que desarma, este Omar, de apellido Mederos, resuelve por costumbre los entuertos burocráticos de una miríada de artistas cubanos que allá se presentan.
Su labor no se reduce a papeleos. Si le preguntan su oficio, dirá que, compinchado con Sareska Escalona y Tomeguín S.A., lleva más de una década promoviendo la cultura cubana en territorio mexicano. El currículo de esta alianza es una lista de presentaciones de luminarias de la escena cubana que da para alardear. Ya sean los trovadores Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, los jazzistas Paquito D´ Rivera y Arturo Sandoval; a Omar le cuesta jerarquizarlos.
Es difícil notar la presencia del aporte de Omar en sus trabajos. Como todo buen productor, su talento está en hacer que el arte suceda como un evento natural, espontáneo y que, en el desempeño del artista, las costuras del productor se esfumen.
Omar se involucra en proyectos que eluden los nacionalismos. La trasnacionalidad de sus propuestas se ve clara en su debut en México que ocurrió en 2000, en Ritmo Son Latino. Este canal musical de Televisa amalgamaba una programación internacional, con videos y presentaciones de artistas con frecuencia inusitados en la televisión mexicana.
En 2019 colaboró en el esfuerzo que empató a la cantante canaria Olga Cerpa con la Banda Sinfónica de la Unam en México, la Banda Sinfónica de Las Palmas de Gran Canarias y la Orquesta de la Escuela de Música Amadeo Roldán en La Habana. Omar disfruta que el álbum y la gira de conciertos conecten tantas orillas de aguas emparentadas.

Omar Mederos junto a Isabel Santos y Santiago Feliú, en el Zócalo de la Ciudad de México, en el 2000. Foto: Cortesía de Omar Mederos.
Un dilema común en su vida es escoger entre trabajar con lo que le reporta prestigio e ingresos o producir aquello que le toca el alma pero que a veces no le deja un peso. Sin vanagloriarse, cuenta entre sus logros más recientes el concierto de Chucho Valdés en el Palacio Nacional de Bellas Artes de la Cuidad de México en 2019. Fue arduo lograr que esta plaza reservada para la música sinfónica, el ballet y la danza presentara un espectáculo musical de jazz cubano. Según Omar, el teatro y el artista se merecían el uno al otro.
Omar es culpable también de empeñarse en producir y dirigir shows donde la convivencia de géneros, estilos y épocas no es requisito, sino premisa. Esta preferencia suya por la hibridez en el performance se manifestó en el espectáculo Cuba canta a Lara en el Zócalo de México, en 2010. Miles de chilangos presenciaron los clásicos boleros del mexicano Agustín Lara en voz de cantantes cubanos tan disímiles como Pablo Milanés, Pancho Céspedes, David Torrens, Kelvis Ochoa e incluso la eterna Orquesta Aragón.
Ocasionalmente, el compromiso de Omar con el arte ha reñido con la supervivencia, pero el arte siempre se las apaña para no soltarlo. Durante su residencia en Venezuela en los años ʼ90, al igual que muchos otros emigrados cubanos también colegas de la cultura, se debatió entre decir orgullosamente “yo soy un profesional” o más humildemente “yo hago lo que sea”.
En esta época, en que“comía cable” tres veces al día, llevaba una libreta con los títulos, y de vez en cuando una breve descripción, de los shows, documentales películas y otros proyectos que pensaba desarrollar, incluido un concierto internacional en El Salto del Ángel, del que Sting sería anfitrión. Ninguno de esos eventos se dio. Sting todavía no sabe nada y la libreta —tragedia— se extravió. No obstante, el inmigrante recién llegado se las arregló para producir y recorrer dicho país con el cabaret cubano De Cuba traigo. Montó en escena una tropa de músicos y bailarines cubanos y venezolanos que secundaron al trío Ensueño y a las cantantes Canelita Medina y Neiffe Peña.

Omar Mederos en 1994, armando casetes para promoción de la gira de Polito Ibáñez por Venezuela. Foto: Cortesía de Omar Mederos.
Entre 1995 y 1996 también organizó una gira imposible e impensable que presentó al cantautor cubano Polito Ibáñez en las más importantes universidades venezolanas y lo hizo conocido entre su estudiantado. En esa ocasión, Omar apenas replicaba el experimento con que participó en el auspicio del lanzamiento en Cuba de Polito y, unos años antes, de Carlos Varela. En la Isla contaba con el apoyo de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), de la que fuera miembro fundador, vicepresidente y director de su sede, la Casa del Joven Creador (de 1986 a 1990) y luego, productor general de la AHS de 1990 a 1995. Usó los privilegios de su posición y el concurso de esfuerzos de devotos amigos (y de amigos de amigos, amantes, amantes de amigos, las madres de los amigos, algunas veces los padres, con frecuencia los vecinos, los conocidos y, a ser exactos, la inefable solidaridad de la población en general) para promover artistas de todas las manifestaciones del arte. Bajo su dirección, la Casa del Joven Creador se convirtió en refugio de la bohemia más joven y estéticamente revolucionaria. Pujó por abrir las puertas del recinto a quien lo merecía y no solo a quien más le gustaba. Dedicó el mismo amor a la trova que amaba que a un rock nacional que le resultaba tan enigmático como el arte conceptual y abstracto que colgaba en sus salones y oficinas. Ya entonces tenía claro que la cultura cubana precisaba la constante renovación y diversidad con la que había sido engendrada.
Desde aquella casa ayudó a concebir el Primer Festival del Videoclip Cubano, realizado en Santa Clara, y el proyecto La Invasión que recorrió toda Cuba en 1988 con artistas de la AHS. Así concebía la idea de hacer patria, enlazando con arte pueblos y generaciones.

Omar Mederos en Santa Clara, en una de las reuniones para la creación de la sección provincial de la AHS en la provincia, en 1986. Foto: Cortesía de Omar Mederos.
Cuando le preguntan por sus inicios habla del año 1979, de su labor en las relaciones públicas en un festival de música clásica, de un concierto de Silvio Rodríguez. Ha de ponerse en duda lo de los comienzos. Sería más exacto recordar un hogar humilde en el pueblo Remedios. Allí, a falta de mayores aventuras, su madre lo nutrió con historias, canciones, la radio y la mejor televisión en blanco y negro. A diario el hijo vio a la madre costurera convertir el tejido plano en elegante traje tridimensional. De su mano, año tras año, se acercó curioso a observar cómo sus conciudadanos convertían un camión deslucido en fastuosa carroza de parranda. Se enamoró de la fiesta resultante pero también de los laboriosos preparativos. Sin sospecharlo, se matriculó de por vida en el proceso de producir el arte que alegra, anima y hace pensar, volviendo imprescindible la avidez de progreso y renovación. Descubrir más tarde que el talento de un artista es, con frecuencia, inversamente proporcional a su capacidad para gerenciarse y directamente proporcional a su confianza en falsas promesas de dudosos promotores, lo animó a ayudarle.
En La Habana, cuando los procesos se trababan, cuando el funcionarismo dominaba, cuando los aliados no lo parecían, agarraba una bicicleta y no paraba hasta dar con el diente de perro de la costa de Alamar. En Caracas, cuando pasaba por lo mismo, fregaba o agarraba una escoba y se ponía a barrer. En La Habana se encabronaba; en Caracas se arrechaba. En México, cada vez más adolescente, le ruega a YouTube por un milagro o una aparición relajante que se realiza en un video antiguo de Benny More, Rosita Fornés, o el grato descubrimiento de una interpretación de Quizás, Quizás, Quizás por Tonina Saputo.
Esta mañana, desde su casa, bien acompañado por su marido amoroso, consigue artistas para festivales y espectáculos online. Jura que lo virtualmente posible es el presente y el futuro. Mientras otros planean el retiro, él se empeña en planear cómo hacer que siga la fiesta. Su fiesta.
Que linda reseña! Cuando estuve en México hablé con él en alguna ocasión por algún que otro trabe burocrático (confieso que no sabía mucho quien era). La verdad es que la energía de su voz transmitió todo lo que aquí se cuenta.
Omar no sólo es un gran productor, sino también un hacedor de buen arte. La génesis de la AHS también lleva su impronta, la misma que ha llevado a cada lugar junto a la cultura cubana