
Varadero Josone 2019: Queremos más como este
A las seis de la mañana del domingo, Alexander Abreu, sudando a chorros, trepidando sobre el escenario, se resiste a cortar los coros y terminar la canción que cerrará casi diez horas seguidas de conciertos. Alexander pregunta quién quiere amanecer, y los miles que sudan y bailan del lado de acá vociferan que sí, que uhh, y ahh, y Alexander lanza otro coro y manda a caminar por arriba del mambo. Havana D´Primera es la octava banda en desfilar por los escenarios del lujosísimo line up del Festival Varadero Josone 2019. Esta noche, quiero decir. Porque desde el pasado jueves 22 la música no ha descansado en este parque. Y no parece tener intenciones de hacerlo. Desde ese día —incluso antes, en la playa, con Telmary y una fiesta pre-festival—, veintiséis bandas han sido programadas en cuatro noches y dos escenarios.
Horas antes el público no gritaba tanto ni bailaba ni soñaba con la posibilidad de amanecer en un concierto. Horas antes el público —en su mayoría nacional—, estaba sentado en la hierba, o tomaba Cristal o Bucanero mientras esperaba. Y justamente este sábado tuvo que esperar un poco más. Solamente el cartel de esa jornada lo ameritaba: los jovencísimos Todo Incluido, ganadores del JoJazz pasado, Los Muñequitos de Matanzas, la banda venezolana Quintero´s Latin Jazz Project, Eme Alfonso, Buena Fe, Descemer Bueno, Pupy y Los que Son Son, y, cerrando, Havana D´Primera.
Presidida por Issac Delgado, y organizada desde la Egrem, la segunda vuelta del Festival Varadero Josone: Rumba, Jazz & Son ha llegado para decir que se puede hacer un festival de música de esta magnitud, y puede ser así de hermoso. Las palmas, sea dicho desde el inicio, para la producción (Verónica de la Torre, Lilian Triana y Amalia Rojas), el sonido (PMM), la dirección artística (Lester Hamlet) y el diseño de la programación (Issac Delgado, la cabeza musical del evento). Además del sonido rayano con lo impecable durante todas las presentaciones —al fin—, debemos mencionar el trabajo del equipo de comunicación, el excelente funcionamiento del engranaje técnico-artístico: articulación entre conciertos, respeto del tiempo destinado a cada banda (salvo raras excepciones), pantallas, diseño de luces y, sobre todo, el cartel de los artistas. La calidad de la música que allí se escuchó y se bailó hasta altísimas horas de la madrugada fue sin dudas el mayor logro de este festival.

Alexander Abreu y Havana D´Primera cerraron la jornada del sábado casi al amanecer. Foto: Gabriel Guerra Bianchini
El jazz y la rumba abren los caminos
Desde el nombre del festival se anunciaban los géneros que cubriría el evento (uno más que el año anterior, en el que se promocionó como Jazz & Son), aunque no fueron los únicos que estuvieron presentes. El jazz abría cada jornada, desde artistas experimentados como Emilio Vega y Su Paso Al Frente, quien inauguró los conciertos el día 22, hasta bandas que se inician (Todo Incluido), o quienes marcan hoy el paso del jazz contemporáneo cubano —y el domingo demostraron por qué—, como Gastón Joya & The New Cuban Trio: un pequeñísimo pero efectivo todos estrellas con Rodney Barreto en los drums, Héctor Quintana en la guitarra, Adrián Estévez (en rápido ascenso, graben este nombre) al piano, y Gastón, por supuesto. Quintero´s Latin Jazz Project, pondría la nota internacional un poco más tarde el sábado en el gran escenario, junto a la fusión de Kono y Los Chicos de Cuba, de música tradicional japonesa con latin jazz y ritmos autóctonos cubanos.
La peruana Eva Ayllón fue otra de las que llegó, además de con su música, con sus historias. “Prometo no llorar”, advirtió mientras contaba la escena de sus padres bailando casi en la misma loza, de tan pegados. Bailando la canción con la que emocionó a todo lo vivo de ese parque, y que además fue un homenaje al Bárbaro del Ritmo en su centenario. Deslizó Cómo fue en una voz grave, sin acento, como casi siempre sale el bolero, que es un lenguaje más, uno universal.

Eva Ayllón junto a Jorge Reyes. La peruana integró el cartel internacional del festival. Foto: Gabriel Guerra Bianchini
La rumba, por su parte, tuvo menos protagonismo, al estar escasamente representada por Yoruba Andabo y Los Muñequitos de Matanzas (quienes doblaron sábado y domingo), de Cuba, y el espectacular Weedie Braimah, de Ghana, sorpresa de la noche del viernes. Eso sí, cada uno de los conciertos al rojo vivo; obligaron a todo el mundo a sacudir los brazos y menear las caderas y hacer de Josone una clave gigante que sonaba más o menos pa, pa, pau pa pá. Y esos coros de guapería que dicen, por ejemplo, que la rumba no se baila en pullas, que la rumba se baila en Converse.
Y luego está Alain Pérez, que llega, se adueña del escenario, de los instrumentos —de casi todos—, y con La Orquesta interpreta son, rumba, y jazz, sonando como los mismísimos dioses de la música, que alguno debe haber. Alain es, a la vez, deleite para los oídos y gozo para el bailador. Multiinstrumentista, con esa voz de sonero old school, Alain es mesura y desenfreno a la vez. El público de Josone lo sabía —o lo entendió enseguida— y agarró el paso de lo que se auguraba, y fue uno de los conciertazos de esa jornada.
Todo el que quiera salud con la mano pa’l cielo
Parecía un leitmotiv. De haberse puesto de acuerdo la mayoría de los músicos que desfilaron por el escenario principal —y también el más pequeño—, no les hubiera salido así de fluida aquella frase, como un eslogan, o una proyección identitaria de un deseo elemental de bienestar: “Todo el que quiera salud ¡con la mano pa’l cielo!”. Mano pa’l cielo, y cintura hasta abajo.
Durante unos minutos te recorría el cuerpo una sensación de euforia, atajada por el hecho de que desde ese instante preciso hasta el final de la noche no habría decepción. Haila María Mompié acababa de subir al escenario con sus músicos. Ella, que no tendría que hacer en el mundo nada más que cantar, es una de las pocas mujeres que lidera hoy una banda en ese terreno mayoritariamente masculino que ha sido la música popular bailable en Cuba. Y te lo pone en un corito orgulloso: “Todo lo que tengo es mío, aquí no hay nada presta’o, todito me lo he gana’o, así que mucho cuida’o”.

El Niño y La Verdad, entre los mejores conciertos de la última jornada. Foto: Gabriel Guerra Bianchini
En la programación del jueves faltaban nada más y nada menos que las presentaciones de Los Van Van y Los Cuatro. De ahí aquella euforia. No habría baches en ese feeling, sino un furor in crescendo de timba y reguetón.
Con El Niño y La Verdad pasó algo diferente. En una transición fabulosa, el niño de la secundaria Buena Vista que recordábamos, un flaco largo que andaba todo el tiempo con su guitarra a cuestas, y probablemente el único alumno que asistía a todas las clases de Educación Musical, aparecía repentinamente pegando un tumba’o detrás de otro durante la última noche, ahora convertido en Emilito Frías, ya nada flaco, con la misma voz de sonero y un talento crecido para la improvisación. Ahora le hablaba a su público, con chistes, con códigos de barrio, diciendo que lo más importante es que la gente tenga cultura. “Apunten ahí”.
Casi todos los músicos que pasaron por los escenarios este año, por cierto, homenajearon a Benny Moré en su centenario. Algo que produce orgullo, de la misma forma que los errores de los presentadores a veces provocan vergüenza ajena.
Josone sonó a música bailable y la gente bailó con orquestas de primer nivel. Con un cartel que sumaba —además de las bandas ya citadas— a Pupy y Los que Son Son, Paulo FG, Adalberto Álvarez y Su Son o el propio Issac Delgado, era fácil esperar un buen evento. Para suerte nuestra, lxs productorxs se aseguraron de que así fuese. Volvemos a aplaudir.
Sorpresas gratas y otras no tanto
Diván. Cierre de domingo y cierre de festival. Acertadísimo en todo: al escoger y situar en un set list las canciones para una hora de show, al calibrar la energía del público, y en lo musical (sí, en lo musical). En vivo, Diván suena muy bien, algo de lo que, por ejemplo, no puede jactarse Descemer Bueno, decepcionante en cada interpretación. Una lástima de bellísimas canciones (de su autoría) maltratadas en su voz.

Diván cerró por todo lo alto el evento. Foto: Gabriel Guerra Bianchini
No así Francisco Céspedes, que volvió a ofrecer al público cubano un concierto hermoso (pasadísimo de tiempo, cosa que nosotros agradecimos, los organizadores no tanto), con interpretaciones impecables que hacían a una voltearse a cualquiera y decir: ¡mira que ha pasado tiempo y oye la voz de ese tipo!
Rodney Barreto por todas partes. La maestría con la que se adueña de los drums, no importa con quién esté tocando: Rodney Barreto con Gastón Joya, Rodney con Pancho Céspedes y con Havana D´Primera. Poniéndola como va.
La organización del parque para recibir esas cuatro jornadas de música fue otra agradable sorpresa. La ubicación de ambos escenarios, así como de las áreas de bebida y comida (con ofertas para público cubano: cerveza nacional fría a 1 CUC, por ejemplo, leyenda urbana en estos tiempos), souvenirs, y productos musicales de los protagonistas de los conciertos; hizo aún más grato el disfrute del festival. Festival que fue, en sí mismo, la mayor de las buenas sorpresas, junto a la noticia de que regresa el año próximo. Veinte de agosto, para los que gustan de marcar fechas y planificarse. Todo un año tenemos para ello.