
Un día cualquiera para Luces Verdes
En todo el mundo la liberación y el estruendo del rock and roll fueron contradictorios, en un inicio, para la cultura establecida. Acompasada en la tradición del bolero y el son, atada a la cintura, Cuba tampoco aceptó con facilidad el nuevo reto de los años 50. Pero no fueron pocos los jóvenes que insistieron en escucharlo, a pesar de las prohibiciones. Otros llevaron más lejos su rebeldía y fundaron bandas de nombres cubanos. A tal punto llegó el movimiento en los años 90, que mientras las noches pasaban a la luz de un quinqué o una chismosa, los grupos creaban su propia electricidad mediante el rock.
Durante esa época había casas en las que un gramófono tocaba un disco de los clásicos mundiales, mientras la radio sintonizaba siempre frecuencias con las creaciones cubanas. En medio de aquellas veladas, nacieron los cinco muchachos integrantes de Luces Verdes. Ya en la secundaria intercambiaban CD’s y vestían un poco más oscuro que el resto. Desde entonces, se consideran rockeros. Cursaron una misma generación en el pre de la Lenin, pero se conocieron más tarde, en la CUJAE, la Universidad Tecnológica de La Habana José Antonio Echeverría, cuando las ingenierías les dieron tiempo para ir a los Festivales de Cultura.
“El primer ensayo lo hicimos en un cuartico de 2×2. Teníamos que levantar una cama contra la pared. Los instrumentos eran un cajón (en lugar de la batería), una guitarra como bajo y unas bocinas de computadora. Más nada. Fue así como ganamos todos los Festivales”, recuerda Reinier Roble, guitarrista y líder de la banda.
En el 2017 hicieron una audición en la Agencia Cubana de Rock, pero aún no se les considera una banda profesional. A pesar de ello, creen que no importan los papeles ni la experiencia, sino la actitud que asuman los artistas ante el propósito de hacer música dentro de un género con menos oportunidades, si se compara con otros de mayor popularidad.
El baterista David Hernández piensa que han tenido mucha voluntad: “Logramos un contacto con el Submarino Amarillo y pudimos entrar en la matiné de las tardes. Estuvimos un año y medio tocando sin cobrar y gastando dinero para poder mantenernos en el lugar. Lo primero es el arte, pero también debe sustentarse la banda, sin una cosa la otra es imposible”. Todavía actúan allí, ahora en las noches, con público y ganancias, pero el espacio los limita creativamente: solo pueden hacer covers de homenaje a los grandes.
La imitación de los referentes ha sido una expresión fundamental de las agrupaciones en la Isla desde que el género llegó al país. Esa práctica les ha permitido acercarse a los padres fundadores de su música, ya que deben interpretarlos en sus propios instrumentos. No obstante, la aspiración siempre ha sido definirse hacia un rock “hecho en Cuba”, y para mostrarlo es necesario tener una escena.
Mientras tanto, los Luces Verdes vuelven a escuchar la banda sonora con la que crecieron. Recuerdan a The Beattles, Led Zeppelin, AC/DC, Queen y Linkin Park. También aprenden del rock argentino, y desde Cuba les llegan Irakere, Habana Abierta, Síntesis, Gerardo Alfonso y Moneda Dura. Estos sonidos se juntan en el proceso productivo de sus canciones, una experimentación en la que cada uno participa a su manera. Como ellos mismos dicen, les dan luces verdes a los cambios, contaminan una idea inicial, hacen los arreglos entre todos y unen géneros como el funk, el country, el reggae, la bossa nova, el blues, el jazz, con la rítmica cubana de la rumba y la timba.
Muchas de las bandas jóvenes buscan su identidad en ese contraste de estilos inscrito a un movimiento llamado por la mayoría “alternativo”. Para apoyar a ese grupo de géneros cercanos al rock, que tienen una visibilidad reducida, se fundó en 2016 un espacio como Bandera Studio. Como explica su director Alejandro Menéndez, el sello espera llegar a un momento en el que se haga una gestión colectiva por parte de las agrupaciones.
Los integrantes de Bandera Studio fueron al concierto en el que los Rolling Stones le movieron el piso a La Habana. Los músicos juntaron firmas en una bandera cubana y la arrojaron al aire. Mick Jagger la tomó antes de que cayera al piso, y siguió cantando y bailando con ella en un puño. Algunos creían que la insignia se había ido a algún lugar de Inglaterra importante para la icónica banda, pero no era así. David logró hacerse con ella al final del concierto. Tiempo después fue a devolverla a Bandera, la usó como ticket de entrada al proyecto. Ya adentro, la banda logró grabar el EP Primeras Luces.
La ambición sigue siendo hoy grabar su primer disco oficial. Trabajan en él porque quieren transmitir sus líricas de una manera cuidadosa. Para ellos Santiago Feliú es el maestro; comienzan en la trova para escribir sus letras, que luego se hacen canción a través del rock. Además, escogen el español como mejor manera de expresar lo que solo pueden decir “a lo cubano”, porque las temáticas nacen de su patria y van para quienes la habitan de alguna forma. Ese es el destino para el bajista Daniel Hernández: “Nuestra música está dedicada a los que han vivido lo que nosotros hemos vivido”.
Otra de sus ilusiones es dar conciertos y hacerse de seguidores para convertir en uno solo los momentos en que ellos tocan y el público los escucha. Entre las primeras experiencias, en vivo frente a muchas personas, están las del Aljibe, “un huequito” que les hizo el grupo Habalama, dentro de su peña de los sábados, en el parqueo del restaurante: “Todos aquellos frikies saltando, eran muchísimos y daba una gran emoción. La oportunidad, aunque acabó junto con el cierre de aquel espacio para el rock, nos ayudó a perfeccionarnos musicalmente, ellos son más metaleros y nos enseñaron a hacer arreglos un poco más fuertes”, recuerda el tecladista Víctor Rivera.
Todos los miembros de Luces Verdes tienen otros oficios, de vez en cuando dan shows en los bares, porque la necesidad existe. Mientras tanto siguen ensayando en un garaje, componiendo letras como la de Un día cualquiera. Sienten que las rutinas de todos los cubanos se parecen, que ellos las cambian cuando las vuelven canción. “Así seguimos huyéndole al ocaso”.