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Reseñas Telmary. Foto: Marcela Joya. Telmary. Foto: Marcela Joya.

Mirar así

Ella, tan arriba, con su ron Santiago en mano; yo, tan abajo, con mi cámara lista para robarle un pedacito de algo. Mi capacidad para adorarla, en ese instante, amplificada por nuestras posiciones. A ratos pensaba en esto mientras fijaba la mirada en su rostro pálido, sus espejuelos amarillos, su turbante rojo; me preguntaba cuánto podía afectar mi —nuestra— percepción ese lugar físico, material, desde el que se mira y oye a un artista. Tengo la impresión de que la tarima de Drom, el club neoyorquino del East Village en el que se estaba presentando la artista cubana Telmary Díaz hace algunas noches, está demasiado elevada en relación al lugar que ocupa el público, sentado en mesas de a dos. De modo que quedamos mirando a los músicos como si fueran santos. De modo que ellos quedan mirándonos como si predicaran desde un púlpito. A Telmary la había visto dos veces antes, siempre de pie. La segunda —la memorable— fue en el 2018, en La Habana, con su público cubano y en una plazoleta al atardecer. Recuerdo esa última luz del sol inundando su boca, recuerdo que no bebía ron sino scotch Black & White. Y lo que mejor recuerdo es que el lugar estaba repleto de mujeres de muchas edades y tamaños y colores y que ellas lo cantaban todo con una devoción que me subía escalofríos a los ojos. En ese contexto, era yo quien tenía que esforzarse por entender ciertos códigos, ciertas líneas de la jerga y la experiencia cubana que no alcanzaban a calarme completamente ni me iban a ser obvios. Era un trabajo deleitoso ese no saber y querer saber pero no necesitarlo del todo para sentir la energía de la música. Porque esa es una de las fuerzas de Telmary: puede que en su voz el lenguaje se te escape, apenas resbale por tus oídos como una llovizna, pero en el cuerpo te horada la intención.

No es un instrumento que aprendes —la voz— sino que puedes potenciar o no. Telmary lo potencia con lo que piensa y dice, se ve a sí misma como una comunicadora — alguna vez quiso ser periodista, como su madre—, como una rapera del pueblo para quien sus letras son lo más importante, y supongo que es por eso que aquí, en Nueva York, intenta explicarlo todo. En su audiencia neoyorquina hay —suele haber— poquísimos cubanos. Para cantar Cógela como arde, por ejemplo, nos dijo: “En La Habana tenemos unos carros viejos que seguimos arreglando eternamente y usamos de taxis, son los almendrones”. Y no dudo que de pronto alguien se enteró de algo, o se preguntó por qué un aparato así parece tan curioso, pero enterarse tampoco alcanza para saber. Así como no es nada parecido bailar porque lo necesitas a bailar porque Telmary te habla de la importancia del baile y luego te lo pide. O celebrar el nervio de esa música que te dispara poesía como rayos vivificantes, a celebrar el cumpleaños de Telmary después de que ella te diga que está cumpliendo, ese día, 38 —más ocho—. Ciertas audiencias neoyorquinas pueden parecer robóticas, necesitan que con órdenes directas el artista impulse sus comportamientos. O no necesitarlo, pero acatarlo todo como un mandato. Así es este grupo particular de treintañeros, treintañeras, de clase media, en su mayoría blancos y cuya primera lengua no es el español. Pero también así es el poder de Telmary, a quien —cuando hace, mira y habla— tiendes a obedecer. “No, no, paren ahí, es así, otra vez…”, dijo en varias ocasiones  a sus músicos para ordenarles que empezaran de nuevo, y ellos sonreían —quién sabe por qué— y empezaban de nuevo. Mientras nos cantaba y repetía fuerza arará, fuerza arará, pensé en que su sola presencia ejemplificaba las palabras. Telmary es una poeta de la ira femenina, una narradora que con su lenguaje mordisquea el amor y el desamor, el gozo y el dolor de la cubana. Su música se pelea con el machismo y el orden patriarcal. Se pelea con todos los órdenes.

Que quieres que lave, que prefieres que espere, que cocine, que friegue, pa´ eso son las mujeres / fui tú nena rapera, tu azul, tu embeleso / y tú con tu socio, maltratando el cuerpo / y tú con tu socio, maltratando el cuerpo / y tú con tu socio, gastando el dinero / qué equivoca´o / que equivoca´o tú estás de la vida, mi amor, qué equivoca´o… 

 Su música es ruptura y los arreglos musicales obedecen a ese mismo concepto. Las canciones se quiebran y recomponen sin obvias transiciones, el rap se vuelve timba, son, guaracha, bolero, y de nuevo rap, y de nuevo son y entonces changüí. Ella dice que intenta una improvisación yoruba, que busca libertad sin perder los orígenes. Y tengo la sensación de que Telmary es una de esas pocas mujeres artistas que están siendo capaces de hacer lo que dicen, de ser verdaderamente consecuentes con lo que creen. En todo sentido. Escuchándola sientes con más intensidad —¿repulsión?— la blandura de esas vocalistas que siguen necesitando vengar sus desamores ofendiendo a las otras, tan carentes de poesía y sensibilidad. Sientes que en su boca la palabra libre pierde un poco de utopía y gana algo de realidad.

Telmary en el Drom, club neoyorquino del East Village. Foto: Marcela Joya.

Telmary en el Drom, club neoyorquino del East Village. Foto: Marcela Joya.

Libre se llama la canción que, probablemente, más veces he escuchado en mi vida. Está en su primer álbum, A Diario, del 2007. Es un poema de amor —aunque no sólo romántico— con una sensualidad que desbarajusta, y yo creía estar enamorada del hombre que me la descubrió. En principio pensé que por eso la repetía tanto. They can´t stop, stoppin us… Pero no: el imán estaba en esa voz, cuya cadencia es también poesía. Por eso me sirve para recordar que vale estar despierta cuando es difícil recordarlo. No la cantó esta última vez, pero la fibra de su voz bastó para convencerme, por un instante, de que ese hombre del que no me acordaba —ni quería acordarme— desde hacía muchos años estaba ahí, cerquita de mí. 

No deja de intrigarme ese magnífico rebote de la música sobre la memoria, lo que es capaz de hacerle. Asocio a Telmary con un tiempo horrible en Miami pero también con mis días más felices en La Habana. Dos emociones opuestas que a través de la música dejan de serlo, casi se vuelven una de plenitud. Pero la escucho sobre todo por la riqueza musical de sus discos, por lo que sorprende. Su primer álbum es mi favorito y su tiempo en Interactivo, el grupo que dirige el pianista Roberto Carcassés y que crea sonoridades desde intuiciones afrocubanas y beats del jazz, soul, rap y funk, es para mí el mejor momento de Interactivo. Aquel en el que estaban Yusa y William Vivanco también.

En Maradentro, su más reciente producción (2022), hay una canción que se titula Enamora’o, que grabó con la cantante madrileña Ana Torroja, y que me causa curiosidad porque escuchándola pensé que de ningún otro modo, es decir, de no ser por lo que construye ahí Telmary, podría oír con placer el tono de la Torroja. Es un disco con voces potentes a las que Telmary potencia más y también da bastante libertad. Con Pedrito Martínez y con Alexander Abreu y con Omara Portuondo. Es también un disco de evolución, de una Telmary más sabia y, cómo no, también más fuerte.

Pero hay algo en esa fuerza que puede perder un poco de brío cuando la miras desde abajo. Es algo extraño, no deja de ser extraño mirar músicos así, como mirar músicos que te impactan en el cuerpo desde una silla en la que apenas puedes moverte; mirar hacia arriba, aplaudir, sonreír, callar. Pasa  aquí muy seguido. No pocas veces me he descubierto cuestionando qué hago ahí, mirando así, y tratando de sacar conclusiones en vez de habitar el momento. No voy a decir que con Telmary mi mente se desvió más hacia las preguntas que hacia el placer y las memorias, pero sí que la sensación de estarla mirando desde el lugar equivocado me acompañó todo el concierto. No sé. Quizás es también porque a una mujer así hay que mirarla siempre a los ojos, mirarla para volver a creer que ser eso en lo que una cree, es posible.

Marcela Joya Marcela Joya Sabe hacer cosas útiles, como cortar pelos ajenos y emborrachar a los otros, pero prefiere escuchar música, escribir y tomar fotografías. En ese orden. Más publicaciones

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