
Ruidos entre la música y el arte
Con 49 segundos de grabación, cinco de procesamiento en silencio y otros 49 para reproducir lo anterior, La resistencia del instante repite infinitamente el mismo sistema dentro de una galería. Registra toda voz, conversación o sonido circundante y luego lo superpone sobre otro hasta volverlo un ruido. A unos pasos, en la misma sala, otro sonido se instala al interior de un baño. Esta vez se trata de Presencia, una obra que utiliza las altas frecuencias del espacio y las replica por movimientos de intensidad. Una vez más, el ruido llega a ser molesto o no, dependiendo del momento en que se escuche.
El sonido —simplificaremos los “no entendidos”— tiene dos caminos: por uno se convierte en música, por otro en ruido. La barrera entre ambos, subjetiva y simbólica al mismo tiempo la conocerán bien los compositores, los artistas y otros “sí entendidos”. A Ricardo Martínez, por ejemplo, le sucede que es graduado de flauta en el Isa y que sus momentos como compositor e instrumentista los prefiere emplear para componer ruido. Poco ortodoxa, si se mira fuera de contexto, su obra se coloca en el espacio fronterizo que ha creado el arte contemporáneo con el resto de sus hermanas manifestaciones, algo que pudiera parecer nuevo, pero en realidad remonta su antecedente en los readymade de Marcel Duchamp. Estamos hablando, de cualquier forma, de arte conceptual en su variante sonora, una definición casi tan problemática como la condición artística del famoso urinario llevado a una sala de exposición.
Tanto Presencia, como La resistencia del instante hallaron contexto dentro de la muestra Ejercicios de natación al aire libre, que acogió durante la XIII Bienal de La Habana el Centro Cultural Fresa y Chocolate. Cada una supone una evolución en la carrera como compositor de Ricardo Martínez, al tiempo que proponen una expansión en el mero acto de escuchar, para remitirse al análisis y uso del espacio como material esencial en la obra. El artista las asume como una necesidad de manipular el sonido de otra manera “que no sea parte del mismo ritual de siempre. Yo encuentro en las artes visuales una forma diferente de percibir la música. Se trata de una evolución en mi pensamiento como compositor y en el modo de usar el sonido”, recalca.
Si se quiere, las obras de Ricardo funcionan también como contraparte a cualquier tesis que intente ensanchar la aparente división entre el arte sonoro y la música. Su intención es mostrar cómo un espacio puede colapsar sobre sí mismo cuando se retienen varios instantes, o cómo se consigue coexistir en un mismo sitio con un sonido que a ratos se presenta molesto y puede lograr colapsar la política de un espacio.
Lo que sucede con este tipo de instalaciones o esculturas sonoras es que portan un valor particular otorgado por el artista, en cuanto a la posibilidad de reescuchar e interpretar de diversas formas, de acuerdo con la manera de presentarlas al espectador. Ricardo, además de sus citas a la fenomenología francesa y La poética de los espacios de Gastón Bachelar, admite que fue influenciado por un documental de la cadena BBC, donde sostienen que la música, actualmente, se halla estancada en el sentido de cómo se sigue presentando.
“Trato de salir un poco de lo que es la música, de que siempre tenga que haber una voluntad sobre algo, por qué no tomar la voluntad de un espacio y transformarla desde la simple insinuación de cómo sería si colapsaran los instantes de esa voluntad. Es una forma en la que el espacio se está componiendo a sí mismo y se está autodestruyendo”, dice.

Detalle de la pieza «La resistencia del instante» de Ricardo Martínez. expuesta durante la XIII Bienal de La Habana. Foto: cortesía del entrevistado.
Más allá de la condición efímera que puedan suponer las instalaciones sonoras y antes de presentarlo como un problema, Ricardo las compara con un concierto, “que se puede plasmar en un disco, pero que no tiene la sensación del momento en vivo. El registro que se queda de la obra es como parte de la documentación de ella misma. Eso creo que es lo más complejo de estas obras. A una pintura, una escultura, se le hace una foto y queda su registro, un acercamiento a ella. Aquí no, para conseguir esa cercanía posterior a la exhibición hay que hacer un video. Pasa lo mismo que con la performance”.
De cualquier forma, un músico de academia como él ha encontrado el modo de tomar de una fuente y de otra para presentar al final una obra mestiza, dúctil, un tanto intrincada a nivel conceptual y que contrario a lo que muchos músicos desean, la suya termina siendo ruido. Esto último no implica menor rigor, ni exigencia técnica en la composición; tampoco espera complacer gusto alguno, a fin de cuentas, y ya desde hace mucho, el arte sonoro tiene confirmados sus fans y sus haters.