
Del último romántico, mi cheo interior y el alma rusa
Me pongo la camisa de “nunca me voy a poner esa camisa”. Tengo que conectar con mi “cheo interior”. ¿De qué se ríen? En toda persona habita un “cheo interior” y ustedes no serán la excepción. A Juliette la intuición la embulla a colgarse un mono enterizo a rayas, que ya en el lugar, entre decenas como ella, resultará el camuflaje perfecto. “Nada se compara contigo, las emociones más profundas”, canturreo yo e intento en vano que alguna melodía más me venga a la mente. “Dime otra, Julie”. Pero ella hace el intento, “ay, la tengo en la punta de la lengua”, y no lo consigue. En su pleno apogeo, cuando la Cuba de los noventa lo radiaba hasta el cansancio, mi círculo de amigos jamás lo llamó por su nombre. “Álvaro Tarro”, le decíamos; y de la cintura para abajo yo no transo: el mismo jeans y zapatillas de siempre. Lorena insiste en su atuendo adolescente de catálogo: marinera corta, pantalón bombache de amarillo y tenis Converse; protesta “¿por qué este castigo justo en la noche de mis quince?” y se aísla con sus audífonos. ¿Qué harían ustedes para convencerla de escuchar a un romanticón del siglo anterior si es Generación Z y para estos chicos no existe pasado, el mundo surgió en el 2000 de forma milagrosa llevando adentro a Adán, Eva, los animales, Internet y los teléfonos móviles?

Concierto de Álvaro Torres en el teatro Karl Marx, 29 de diciembre de 2019. Foto Pepín el Obrero (José Antonio Medina)
Una multitud pulula en las aceras del teatro Karl Marx. Hay muchos que todavía buscan entradas, a pesar de que —ahí me entero— el salvadoreño ha ofrecido un concierto extra a las cinco de la tarde para satisfacer la demanda. Yo voy de reportero para la revista AM:PM y gracias a eso obtuve los tickets. Tacones altos, blusas de brillo, mangas largas, la gente viste sus mejores galas y se aglomera en el lobby para tomarse las selfies en el photocall que, subidas al muro de Facebook, desatarán la envidia de sus semejantes. Dice el anuncio “Alvaro Torres y sus buenos amigos” y se ha puesto a la venta, además, el fonograma producido por la disquera cubana Egrem, donde un nutrido grupo de artistas del patio acompañan al extranjero en la interpretación de sus temas inmarcesibles. A partir de 2011 el cantante ha venido con frecuencia a la Isla; se cuenta que en 2017 colmó el Estadio Capitán San Luis de una manera inédita desde aquellos duelos beisboleros entre el Industriales de Valle, Germán y Vargas, y el Pinar del Río de Contreras, Lazo y Linares. ¿Saben ustedes si en otro país del mundo, siquiera en su natal El Salvador, mantiene una popularidad análoga? Más romántico que nadie y otras 19 canciones suyas inundaron el Hot Latin Songs de Billboard, pero eso ocurrió de 1988 a 1998. Su reinado de una década le habrá asegurado un puesto en el Salón de la Fama de los Compositores Latinos, más en este hoy apresurado y de estrellatos fugaces, de propuestas indecentes a lo Romeo Santos en que “una aventura es más divertida si huele a peligro”, del hedonista Maluma que clama “felices los cuatro”, y una desatada JLo que exige “¿Y el anillo pá cuándo?” en nombre de las mujeres, no parece quedar resquicio para “El último romántico” —apodo que se ganó con el título de una de sus canciones. Toca sentarse a la derecha y bastante cerca del escenario, pero una grúa con su cámara de TV oscilando justo encima de nuestras cabezas me hace dudar del “te juro que no te vas a arrepentir”, entonado con una vocecita envejecida, acaso también cansada, por el hombrecillo de sonrisita franca y tímida y arropado de un cabal traje negro que le da estampa de clérigo de película latinoamericana.

Concierto de Álvaro Torres en el teatro Karl Marx, 29 de diciembre de 2019. Foto Pepín el Obrero (José Antonio Medina)
Álvaro no tiene que esforzarse mucho, sólo extender el micrófono para que el público acometa “no te miento cuando digo que te amo”, con las cuerdas y vientos de la Sinfónica aportando la atmósfera musical. “Hazme olvidarte, por favor”, pronuncia y las teclas pulsadas por Emilio Vega amplifican el ruego. Entra el delgado Paulo FG y “la vida nos juntó, tal para cual”. “Por el tiempo que me hiciste feliz”, acompaña la opulenta Haila, “yo te seguiré queriendo”. Las manos mágicas —así las califica Torres— de Frank Fernández describen “cuando un amor termina” y, paradójicamente, es con Buena Fe que suena: “Dalo por hecho, aquí todo se paga”. Una atractiva Luna Manzanares es Chiquita Mía y continúan llegando los “buenos amigos”, como Waldo Mendoza; y hay otros, como Leoni Torres y Francisco Céspedes, que no acudieron a la cita.

Concierto de Álvaro Torres en el teatro Karl Marx, 29 de diciembre de 2019. Foto Pepín el Obrero (José Antonio Medina)
Álvaro canta “es más grande el amor que el cariño” y después confiesa: “Amo a Cuba. Son un público especial. Ustedes me llenan tanto el corazón. Gracias infinitas”. El auditorio expone su “corazón enamorado”, “apasionado hasta el delirio”, y atraviesa las fases todas del amor, desde el idilio en que “he vivido esperando por ti” hasta el despecho en que “te olvidaré porque es injusto que yo siga amándote”. No es tan manso el que luce aires de pastor porque demanda “abrázame, apriétame, acaríciame y bésame”, nada menos que a la traviesa Laritza Bacallao.
“Ni tú ni ellaaaaaa”, me descubro sumado al coro y caigo en que todas esas letras estaban impresas en algún documento archivado en la memoria de modo involuntario. En intimidad absoluta con el cheo interior, reconciliado con ese meloso y reptiliano ser que me habita, cuando acompaño a mi hijastra hasta el baño y encuentro vacío el lobby, le pido a Lorena me haga la foto junto al afiche del cantante. Alzo un hombro, meto las manos en los bolsillos, imitándolo, el móvil hace click y ya imagino mi post en la red social con el comentario “Amante de la vida…”.

Concierto de Álvaro Torres en el teatro Karl Marx, 29 de diciembre de 2019. Foto Pepín el Obrero (José Antonio Medina)
Adentro se escucha “toma esta canción patria querida” y me apresuro a regresar al útero del teatro, donde han brotado banderas de Cuba y El Salvador al fondo del decorado. “Es mi corazón el que se inspira”, resuena, y me acuerdo del alma rusa. ¿Conocen ustedes del alma rusa, no? Lo que se dice de Pushkin, Tolstoi, Shólojov y el susurro del viento, el hálito de morriña, el romanticismo amarillento de las amplias estepas… Pues a mí me da por pensar que no todo es jolgorio y tambor y que nuestra alma latina también está “escrita con nostalgia y con melancolía”. Me pregunto si lo sabrá Álvaro Torres… Que ahí reside la clave de su sobrevida, en lo mucho de alma rusa que tenemos.