
Oda al Plagio / Yunier Pérez “Gape”
De Gape me había hablado un amigo en una descarga en 13 y G, me comentaba lo ingenioso de sus letras mientras, por Zapya, me enviaba las canciones. Esa noche, cuando llegué a mi casa y me dispuse a adentrarme en el disco de Yunier, noté que había perdido el teléfono en algún banco de la Avenida de los Presidentes.
Meses después, en el Festival Longina, estaba tocando un grupo bastante soso en La Luna Naranja, parte del público hacía tiempo afuera hasta que subiera otro artista y yo había logrado iniciar una charla bastante prometedora con una de las muchachas que esperaban en el parque del frente. Pero no había llegado a los cinco minutos la conversación cuando los primeros acordes de Yunier comenzaron a sonar y ella, excusándose, acudió a la llamada de su grupo que corría a alcanzar los mejores puestos.
Sospechando, después de ambos incidentes, que el tal Gape no podía augurar nada bueno en mi vida, busqué predispuesto un espacio donde sentarme y escuché a Yunier Pérez por primera vez. El espectáculo de este trovador no solo purgó con risas el notable recelo con que lo juzgaba, sino que disparó por completo el ánimo del público que ahora atendía ansioso, esperando la próxima rima.
Sus composiciones se mueven por dos carriles fácilmente diferenciables, de un lado las “serias” y del otro la sátira, el chucho. Aunque es en este último donde el cantautor de Altahabana acelera más fuerte, en su repertorio no falta espacio para la ternura cuando en Almas Gemelas canta: “¿Cómo será su rostro?/ ¿Estará ya dormida? / ¿Desandará las calles de mi ciudad nocturna/ o es día en su ciudad?” o en Luna de Altahabana, al cerrar el tema con la coda suplicando: “No apresures/ la mañana/ luna de Altahabana/ Dúrame este instante un poco más /”.
Las habilidades de guitarra de Yunier no superan las del resto del gremio de trovadores y, con un par de excepciones, sus melodías, casi recitadas a veces, no se quedan mucho tiempo dando vueltas en la cabeza del oyente. Esto lo saben Gape y su arreglista, Yasel Muñoz. Por eso en su álbum debut, Oda al Plagio (Egrem, 2019), —con el que ganó en la categoría de jóvenes cantautores el pasado Cubadisco— una melódica, un clarinete, un chelo, o la flauta del mismo Yasel cortejan a la voz durante casi todas las grabaciones, en algunas pistas como leitmotivs y en otras jugando con la melodía principal para avivarla. Por la misma razón en la pieza homónima existe un tarareo a modo de puente para que, además de la letra, tuviéramos algo que recordar al finalizar la pista.
Pero el autor de Oda al Plagio sabe también que aunque estos detalles amplíen la paleta de colores de la obra, no necesita valerse de ellos para que entres en su juego. Este hombre buscó su punto fuerte y ahí puso el cebo. Con Desmonta la Carpa, Rock para Hacerte Invisible por tus Propios Medios, Queja de Amor o la antes mencionada Oda al Plagio —por nombrar algunas— te hace ir a una esquina del cuadrilátero atestada de canciones que se ríen de su autor, críticas sociales desde un muy bien logrado sarcasmo o versos simplemente destinados a buscarte la sonrisa. Ahí, al recién llegado escucha, le gana por knockout.
Por si esto no bastara, cuando ya lo ves sudando, casi en el clímax del concierto y piensas que no le quedan cartas por jugar, Yunier lanza a la mesa el as que faltaba para la escalera de color: se levanta, deja reposar la guitarra sobre el taburete, da un par de pasos alejándose del micrófono y, poniendo en práctica lo aprendido en sus estudios de artes escénicas, proyecta su voz en la sala para declamar un breve monólogo. No hay instrumentos, la armonía es ahora extraños movimientos corporales, se mueve pausadamente de un lado a otro del escenario, interactúa con el público y volviendo sobre sus pasos toma su guitarra otra vez para darle fin al performance, habiendo mezclado teatro y canción de un modo —cuando menos— singular.
A modo de cierre quisiera interpretar las fotografías hechas por Enrique Smith para ilustrar el disco. Tanto en la portada como en su reverso vemos al compositor del LP vistiendo un clásico uniforme a rayas de recluso y un antifaz colgándole del cuello, sostiene una bombilla encendida simbolizando la idea que presumiblemente acaba de hurtar. En la contraportada aparece resguardándola, cuidando que nadie le robe lo robado o ningún delator advierta su luminosidad, mientras del otro lado se le ve sentado, satisfecho del atraco y mostrándole al mundo su luz que, aunque hecha de otras mil luces, brilla con igual intensidad que la luna de Altahabana.