
Mi rumba no va a parar y lo dice Rumbatá
Mi rumba está buena,
No tiene un horario,
Se baila sin pena,
No lleva salario,
Mowí, mowí, mowí, mowí.
Desde su natal Camagüey, Rumbatá mantiene una fuerte presencia dentro del panorama rumbero nacional. Rebasando los fatalismos geográficos, participa en los más importantes festivales de la Isla, además de contar con cuatro fonogramas, todos bajo la producción musical de su coterráneo Manolito Simonet: Rumbatá (Egrem, 2008), La rumba del siglo (Bis Music, 2011), Gracias a la rumba (Bis Music, 2017) y Mi rumba no va a parar (Bis Music, 2022). Cuando se repasan las grabaciones que anteceden a este último álbum, resulta fácil encontrar elementos de continuidad en el trabajo discográfico de esta agrupación, con un sello sonoro que la define.
Desde su ópera prima, Rumbatá plantea una máxima: el equilibrio entre lo tradicional en la rumba y sonidos más contemporáneos. Ello se cristaliza en Mi rumba no va a parar, donde denominan abiertamente rumba fusión a cuatro de los 10 temas que lo conforman.
Al tratamiento de los géneros propios de la rumba (yambú, guaguancó y columbia), a los que insertan toques afrocubanos —principalmente de ritos yoruba y de palo—, suman sonoridades propias de la rumba “moderna”: batá-rumba y guarapachangueo. Estos últimos, estilos emergentes en la segunda mitad del siglo pasado, son antecedentes de la llamada rumba fusión, que aboga por una manera más libre de abordar el género y de combinarlo con otros coexistentes en su época como pueden ser el son, la salsa, la trova, el rap, la conga, la música urbana actual.
Además de este rasgo medular, hay otros elementos que han caracterizado las grabaciones de Rumbatá en 26 años de trayectoria, y que de igual modo marcan su más reciente producción.
Llama la atención el interés de la agrupación por realizar el yambú a “la vieja usanza” o de tiempo España, tanto por la inclusión de temas anónimos de siglos pasados, como por la interpretación de obras originales de la agrupación con tempo, toques y voces que evocan ese sonido añejo.
Otro rasgo distintivo es el especial énfasis en los arreglos corales, en los que incluyen varias voces que abarcan un amplio registro tímbrico y dan gran fuerza expresiva a los temas. En el más reciente fonograma los coros fueron duplicados, con lo que logran darle aún mayor volumen a nivel sonoro; también se acude al uso de los dúos, que evocan a los rumberos de principios del siglo XX. En general, la voz constituye uno de los principales medios que utilizan para extrapolar elementos de otros géneros e insertarlos en la rumba, siendo quizás el rapeo sobre la base rumbera el más evidente y uno de los rasgos de mayor impacto desde su primer disco.
Además, resalta el tratamiento tímbrico de las percusiones. Más allá de los toques característicos, la sonoridad de Rumbatá explota las diferentes alturas de los idiófonos, cajones, congas y tambores batá, y en cada franja tímbrica diseñan líneas rítmico-melódicas bajo una concepción polifónica. Este recurso es percibido fácilmente en las intros de los temas, siendo más evidente en La maza.
Por otra parte, la inserción de sonoridades electrónicas se manifiesta moderadamente con el uso de pads que también enfatizan el tratamiento tímbrico que mencionaba anteriormente, y es un elemento que identifica a la agrupación tanto en las grabaciones como en presentaciones en vivo.
Es frecuente encontrar en la discografía de Rumbatá versiones rumberas de obras de la trova (nueva y tradicional) a las que se les añade un montuno, insertando, en este, nuevos textos e inspiraciones a los originales. Es el caso de Candil de nieve (Raúl Torres), Mariposita de primavera (Miguel Matamoros), Óleo de una mujer con sombrero y La maza (Silvio Rodríguez), Veinte años (María Teresa Vera) e Identidad (Pablo Milanés).
Asimismo, resulta común encontrar colaboraciones con artistas de otras escenas musicales. En la discografía de la agrupación camagüeyana han participado, entre otros, Adalberto Álvarez y su Son, Sixto Llorente El Indio y Dimensión Latina, de Venezuela, y para el disco de 2022 contaron con el Quinteto Babalú (Cuba/Colombia) en La guarapachanga y con el propio Silvio Rodríguez en la interpretación de su tema La maza.
A menudo rinden homenaje a figuras representativas, ya sea de la propia escena rumbera como de otros estilos de la música cubana. A veces esta celebración se encuentra de manera explícita en el repertorio de sus discos, donde podemos rastrear, por ejemplo, lo mismo un tributo a Pello el Afrokán en María caracoles (en el álbum Rumbatá); que a Adalberto Álvarez en Te equivocaste (incluida en Mi rumba no va a parar). En otros casos es más sutil, como sucede en interpretaciones en las que el tratamiento vocal recuerda el estilo de rumberos de agrupaciones emblemáticas como Muñequitos de Matanzas, Afrocuba o Clave y Guaguancó. En el caso específico de Mi rumba no va a parar, rinden homenaje a dos valiosos integrantes de Rumbatá que no lograron ver terminado ese álbum: Nerina Calderón y Reinaldo Betancourt.
Otro rasgo que se acentúa en este disco de 2022 con respecto a los anteriores, es el uso del intertexto y la autorreferencia. Como recurso de modernidad —o más bien, posmodernidad—, el uso del intertexto, tanto en letra como en música, resulta un elemento de enlace poderoso con otros estilos musicales. Además de los propios toques y cantos afro, que constituyen la forma de intertexto más recurrente, en Mi rumba no va a parar son numerosas las referencias a temas musicales disímiles como: Tin tin, la lluvia cayó de Teresita Fernández, La bien pagá de Juan Mostazo y Ramón Perelló, Oye cómo va de Tito Puente, Hakuna Matata de Elton John y Tim Rice y Hasta Santiago a pie de José Manuel Somavilla.
Este recurso coexiste con textos que recurren a frases y códigos propios de los ambientes rumberos, combinados con frases del argot folclórico afrocubano y alusión a escenas cotidianas donde la guapería, la tiradera y el sexismo construyen una lírica propia. En los textos es reflejada la ética, la religiosidad y la savia que caracterizan al escenario rumbero en mensajes que buscan conectar con públicos de diferentes edades dentro de este contexto, como se evidencia en Un buen amigo, tema interpretado por Wilmer Tadeo Ferrán, la voz más joven de la agrupación,
Lo autorreferencial aparece desde el propio título en algunas obras como Soy Rumbatá (álbum Gracias a la rumba), hasta en todos los temas del fonograma más reciente: Mi rumba no va a parar, donde este rasgo aparece ya sea en las coplas, en las guías o coros, como recurso que sirve de legitimación en un contexto donde la difusión mediática ha impuesto dinámicas que exigen maneras de escucha y de memorización. Esta práctica, aunque se remonta a las primeras décadas de iniciada la radiodifusión, es hoy es mucho más enfática, en tanto especie de selfie sonoro; y puede entenderse, incluso, como una conexión entre la música urbana actual y la rumba, estableciéndose así un diálogo cercano.
El desempeño en el estudio de grabación Caonao, fundado en la ciudad agramontina hace poco más de dos años, la constante búsqueda de escenarios en los cuales visibilizar su propuesta, la renovación en cuanto a sonoridades, la formación de nuevas figuras y el hecho de hacer rumba con mensajes que conectan con la manera de ser y pensar de sus públicos, son otros de los pilares que están intrínsecamente relacionados a la labor de difusión y salvaguarda del género por parte de Rumbatá.
En su más amplia dimensión, esta agrupación camagüeyana es una de las que más condiciones posee para fortalecer la “exportación” de la rumba y la música cubana allende nuestras fronteras. No solo por su creación y proyección genuina, sino también por la capacidad de autogestión que los caracteriza. Rumbatá, con Wilmer Ferrán a la cabeza, devienen un referente de profesionalismo en cuanto a las exigencias y dinámicas de la industria musical y lo ha demostrado durante su trayectoria. Sin embargo, para este alcance soñado, sería útil activar en Cuba un engranaje dentro de la industria nacional, al que ya sabemos le faltan eslabones.