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Reseñas

Leo Brouwer – «De Bach a Los Beatles» (1981)

Recién cumplió 80 el maestro Leo Brouwer, y todavía está dando batalla: dirigiendo orquestas, escribiendo, enseñando, conferenciando por medio mundo. Aunque he seguido sus pasos desde los años 70, sin dudas me perdí buena parte de su mejor etapa como concertista de guitarra, ocurrida en el decenio previo. Pero al menos alcancé a verlo tocar en varias ocasiones (recuerdo en especial una de ellas, a dúo con el flautista Alberto Corrales, en la atestada salita de la Biblioteca Nacional), así como sus audiciones comentadas de música electroacústica, y algunos conciertos que dirigió en La Habana. Y siempre fue un aprendizaje, porque nos enfrentaba a páginas desconocidas del repertorio nacional y foráneo, además de apabullar con el dominio técnico del instrumento sus conocimientos enciclopédicos sobre casi todas las músicas, su fino olfato para ofrecer la novedad junto a lo conocido, articulados en una misma dimensión.

De todos modos, vale decir que es difícil abarcar (incluso, gustar de) la totalidad de la obra de Leo, quien por más de 6 décadas se ha movido en terrenos disímiles, en su doble condición de compositor e intérprete. Hay una parte notable de su producción enfocada en la guitarra (acústica, española, de caja, como se le llame), pero también están sus partituras para cine, teatro y danza, además de para orquestas u otros instrumentos solistas (cello, flauta, piano, percusión, violín); su incursión en el aleatorismo, su desempeño como director de ensambles sinfónicos y de cámara, o al frente de colectivos tan diversos como el Teatro Musical de La Habana, o el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC. De hecho, dentro de la misma guitarra tiene a la vez su presencia autoral, y su acercamiento como ejecutante de piezas ajenas.

Creo que lo primero que compré de Leo fue un single que traía Conmutaciones, con mi ridículamente magro salario (7 pesos) de recluta. Lo vendían en una pequeña tienda dentro de la base aérea de San Antonio de los Baños, donde pasé el servicio militar (1976-1979). Costaba un peso, y con él le di continuidad a una principiante y todavía raquítica colección casera donde figuraban otros sencillos (Paul McCartney & Wings, Fórmula V, Módulos, Paul Anka, algo de la Nueva Trova) y dos o tres discos de larga duración. Más tarde, con diferencia de unos años, pero siempre entre fines de los 70 y mediados de la década siguiente, me hice de tres LPs que conservo y que dan la medida del expansivo universo que maneja: Leo-Irakere (1978), De Bach a Los Beatles (1981) y Contemporáneos 10 (1984). A estos acetatos he sumado el CD Homo ludens, grabaciones en .mp3, y varios libros sobre su labor, incluyendo un par de los que él mismo ha escrito.

En mis días en la radio, Brouwer siempre estuvo presente en mis espacios. Creo que lo programé bastante, tratándose de una música alejada de lo complaciente y convencional. De Bach a Los Beatles es un discazo para quienes gusten de una selección amplia y desprejuiciada, enfocada en las seis cuerdas. Si bien la elegante melodía inicial atrapa enseguida, opino que lo más jugoso transcurre hacia el centro del disco. De manera muy inteligente Leo estableció un flujo expresivo donde piezas de la Europa barroca no desentonaban entre melodías latinoamericanas tomadas del folclore, y un antecesor del jazz se combinaba con una página del pop británico, o con una apropiación de una de las más famosas «nanas» escritas en Cuba. Los matices, el ataque tenso o dulce, las cadencias perfectas, esa expresividad que transportaba en el tiempo y el espacio desde una sencilla guitarra, sin efectos extras, hicieron de este álbum uno de mis preferidos dentro de los nacionales durante mucho tiempo. Aún lo es. Los momentos que más me gustan están en Siciliana, la preciosa (y al parecer, anónima) Danza del altiplano, Fool on the hill, El animador y su propia Un día de Noviembre, aunque todas me gustan. Para los guitarristas supongo fue un disco de cabecera; para simples melómanos como yo, devino objeto de culto. Hay cinco personajes que (poco a poco) fueron determinantes en mi predilección por ese tipo de sonido acústico de cuerdas pulsadas: Manitas de Plata y Sabicas (de quienes hubo LPs en casa desde mi infancia), Paco de Lucía y Egberto Gismonti (a ambos los pude ver en vivo en La Habana) y Leo. No digo sean los «más» mejores, o “el primer lugar” y esos adjetivos deportivos: son solo los que me llevaron a amar ese instrumento, aunque no tenga ni idea de cómo se toca. A propósito de Leo, también quiero recordar que varias agrupaciones cubanas de rock se acercaron a su material.

En ese sentido lo primero que escuché fue el arreglo que Arte Vivo hacía de uno de sus Estudios sencillos, plato fuerte en los días a trío (Alfredo Gómez Alonso, Mario Daly y Enrique González Pérez). Asimismo, Síntesis, Perfume de Mujer y Quantum han grabado versiones de sus temas. Es obvio que hubo una conexión genética entre la obra de Leo y el rock más experimental, incluso el concebido en Cuba. Quizás por eso no me sorprendió demasiado ver, en los catálogos de Recommended Records que Chris Cutler me enviaba en los 80, que esa compañía británica distribuía uno de sus LPs, entre títulos de Satie, Univers Zero, Bartok, Zappa y Phil Ochs. Siendo Leo Brouwer una figura capital en la cultura cubana, es casi un desconocido para la población. Salvo el que fuera por años tema de introducción del Noticiero de TV, la inmensa mayoría de la gente no tenía la menor idea de su obra. Sabían su nombre, pero ignoraban su producción. Además de que agarró algún sablazo de la censura, se decía que su música era elitista, sólo para conocedores y musicones, que si esto o aquello, que si patatín o patatán.

Sin embargo, pienso que cualquiera que tenga un mínimo de curiosidad puede interesarse en su trabajo, por lo menos en algunas de sus aristas. No soy músico, ni tengo estudios de arte y, sin embargo, algo en su obra me tocó y lo seguí. No soy fan absoluto de todo lo suyo: hay cosas que me rebasan, o que hasta hoy no las he conocido (su discografía cubana es bastante exigua). Pero en lo concerniente a este disco, estuvo entre los primeros LPs cubanos que incluí en mi colección (no había mucho que me gustara en el mercado) y no me arrepiento.

Aún cargo con él, entre mis perlas, y si bien no lo escucho tanto como en aquellos días iniciales, de vez en vez lo pongo y el embrujo regresa, intacto.

Humberto Manduley Padre por partida doble, melómano sin diploma y actual desempleado laboral. Le gusta caminar, leer y escuchar música sin un orden específico. A veces escribe. Más publicaciones

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