
De Oxígeno a X100pre, Miami en dos tiempos
7:35
Corredor infinito de tonos ocre, vacío, insonorizado, ajeno. Pura peli americana. Esto podría ser Manhattan ahora mismo. Presiono el botón del ascensor. Aguardo.
-Going down?
No lo escuché llegar.
-Going down.
Mero protocolo. Lo más lógico es que a esta hora solo se pueda ir bajando. Reparo en el chico, única señal de vida en este pasillo aséptico como un quirófano. Yuppie, no menos de 25, no más de 30, traje gris, maletín de cuero, iPhone X. En su solapa, un pin con la bandera de Honduras, en sus audífonos Beats, trap. No es NY: es El Doral, Miami, la cuasi megápolis del sur de la Florida que ya no pertenece exclusivamente a los cubanos. Estos y sus descendientes son aún la mayoría de ese 70 por ciento de población de origen latino y hay un consenso acerca del papel del exilio/emigración como masa crítica para su crecimiento, pero el área metropolitana -insisto- es tantísimo más extensa que esa “Habana del Norte” resumida para los de la isla en “la Saguesera, Calle Ocho, Hialeah”. La del 2019, poblada acaso más por los llegados que por los nacidos en ella, se ha convertido en un crisol de culturas de países sudamericanos injertadas al tronco estadounidense. Pretenciosa y arrogante, se proclama ahora capital de Latinoamérica y se rehace no solo erigiendo nuevos edificios, sino también reinventando constantemente su visión de sí misma a partir de la suma de visiones de quienes la habitan.
Aquella Miami noventera y más homogénea la [pre]sentí de niño al escuchar el Oxígeno de Willy Chirino (Sony Discos, 1991) en una Cuba que pasaba por lo más duro del Período Especial. Ante mi percepción infantil, aquel álbum viral -que de casete en casete se hizo omnipresente en mi vida- tuvo la capacidad de transportarme a través del Estrecho de la Florida, al contarme sobre el universo paralelo y desconocido del cubanoamericano de la época. El álbum era la instantánea de la segunda generación del conflicto, esa que incorporaba entonces la salsa a la nostalgia musical cincuentera de sus padres; que reverenciaba a sus mayores pero cantaba a Joaquín Sabina; esa donde persistían el sincretismo religioso isleño y el fervoroso activismo político en proporción al de la orilla contraria. Pero además, también hablaba acerca de la cotidianeidad del hombre en su circunstancia: el trabajo duro y del ocio merecido, la alegría y el sufrimiento, acerca -en fin- de la vida de cualquier ser humano aquí, allá o en cualquier parte… puras fantasías de niño, fabulaciones sin pies o cabeza que apenas tendría sentido reseñar si no fuera porque los remanentes de aquel mundo armado en mi cabeza, me sorprendí descubriéndolos en la realidad, de deja-vu en deja-vu, la primera vez que pisé la ciudad en 2014.
https://youtu.be/2MALZwZ_lnQ
18:23
Ruedo por la Ave. 87 en el auto de Pato, mi amigo de la primaria, que vive en Estados Unidos desde 2008. Por él conocí a Juan, el nica que presume del “Flor de Caña” como Jimena, la peruana, del pisco. Por Jime conocí a la mexicanísima Xóchitl que no soporta el Tabasco y siempre que puede se endominga con vestidos multicolor. Todos, aunque la suerte y las contingencias los hayan traído al sur de la Florida, se enorgullecen de sus orígenes.
-Pon música ahí, Carburo – dice Pato, aludiendo a los animados de su infancia en Cuba-.
Le sueno entonces x100pre (Rimas Entertainment, 2018), el disco recién lanzado por Bad Bunny, cuyo ambiente natural se me antoja un automóvil surcando la noche de esa Miami de hoy -más panamericana, menos cubana- y a la cual no me conectan no solo mis vivencias, sino también las de mis amigos. Porque x100pre me hace en 2019 lo que aquel Oxígeno en 1991: ponerle fondo musical a la percepción de mi presente. El trap latino es hoy el protagonista de un nuevo capítulo en la historia musical de Miami, una ciudad permanentemente en trance, cuyo imaginario está indisolublemente ligado a su entorno sonoro y a través del cual proyecta su espiritualidad. El disco, salido de la nada como un aparecido, ha dejado boquiabiertos a unos cuantos descreídos sobre el potencial del género cuando se sabe dispuesto a conquistar ya no a un país o una región, sino el mundo todo. Un género en evolución que, como la ciudad misma, ya no se mira más a sí como una humilde periferia, sino como algo sofisticado, ecléctico, multicultural. Acaso el soundtrack perfecto para ese llegado del sur que tiene a Miami por territorio mítico donde perseguir su ideal de realización personal, mezcla de sueño americano con imaginario del trap: poder económico, auto lujoso, fiesta con todo tipo de excesos, yate con chicas hermosas en bikini.
https://youtu.be/9s263QD1GCQ
Oxígeno y X100pre son para mí postales de diferentes momentos de una misma ciudad, que puestos en perspectiva me hablan también sobre su evolución. Ciertamente -fotos al fin- solo se ve en ellas lo que está encuadrado, quedando fuera el resto del mundo pero ¿qué historia lo cuenta todo tal cual? La primera vez que escuché Otra Noche en Miami algo en mí se me enchufó por memoria emotiva con Vía en una relación simultánea de ruptura y de persistencia. Primero que todo el automóvil, el objeto más importante en la vida en una ciudad norteamericana extendida y dispersa. Historias en movimiento, nocturnas; que hablan sobre desamor, abandono, renegación, ilusiones perdidas. Hasta este punto un estado emocional, atemporal y humano: el hombre y su circunstancia, en fin. Pero, si en el 91 Willy es un pez de ciudad maniobrando en el tráfico en un auto arrastrado por una corriente sin rumbo; hoy, Bad Bunny tiene una noción más actualizada del imaginario de ese latino que se asume le puede pedir a Miami -exigirle incluso- un sitio en su cielo.
Un artista verdaderamente popular no obra meramente por los beneficios de agradarle a una multitud, sino que de alguna forma se las arregla para transfigurarse en él, filtrando en sí lo particular, lo general y a veces hasta lo universal de su acontecer y de su tiempo. Tiene el poder de hablarle a un gran público, pero llamar a cada quien por su nombre: y ponerlo frente al espejo de su vida y de su acontecer. “Vulgar” -habrá quien diga- y “marginal” y “facilista”. “No es lo mío”, como si negar un referente no fuera de alguna manera remarcar su importancia como tal cosa. La música popular -en Miami y en donde sea- no es completamente el producto de una industria o una política culturales, sino de la Cultura misma. El trap ciertamente es grosero y conserva aún tras su evolución un componente marginal -el cielo sabrá en que se convierte de renunciar a él-, pero más que eso trae en sí el imaginario de una comunidad que lo respalda porque mira en él sus aspiraciones y sus realidades. Cultura, la de verdad, con mayúscula es algo vivo y autónomo; inasible como el agua, es el todo que trasciende la suma de las partes de la vida en sociedad, más allá de cuanto hagan, deshagan, condicionen o censuren industrias y/o instituciones con un rango de criterios desde la burda mercancía al idealismo más puro. Cultura son Mozart, Picasso y Borges pero también lo es el lenguaje soez; el McDonald´s y las croquetas; el chofeabreatrás, los bills y los tolls.
21:50
–¿Tu has probado la comida peruana? -me preguntó Pato hace un rato-.
– Supongo que sí…
– Vamos- dijo resuelto- Pa sacarte de la duda.-
Gracias a Álvaro conocí el matambrito; por Helen el patacón pisao; con Mario la picanha; gracias a Pato la arepa venezolana. Todo, sin salir de Miami. Esta noche, en el centro de una Doral levantada -dicen- por las fortunas provenientes de Venezuela, una chica ecuatoriana dice estar ahorrando para irse a Nueva York, me sirve un ceviche y se marcha canturreando Lento, de Thalía con Gente de Zona, mientras se entremezclan por todo el salón acentos distintos de un mismo idioma.