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Playlists Ilustración: Jennifer Ancízar. Ilustración: Jennifer Ancízar.

Bitácora de un día (musical) en La Habana

Es sábado 28 de octubre y en casa hay descarga con el piquete, o lo que queda de él. Sobre las cinco empezará a caer la gente, así que tengo unas cuantas horas para completar la misión: me propongo caminar La Habana y hacer acopio de cuanta música escuche; aislar una sección infinitesimal, la de un día al azar, de la banda sonora de esta ciudad.

Así que pasearé con las orejas de par en par, de Belascoaín y San Rafael al puente de hierro.

Roundtrip

En el parque Trillo ya están examinando a los futuros pilotos de sidecar. Cuando paso, el instructor está dando un desgastado briefing, rodeado de bostezos (no sé si de sueño o de nervios). Me pregunto por qué en el mundo entero te hacen madrugar para medir tus capacidades… Tiene que ser una estrategia malintencionada. Los humanos somos especialistas en armar convocatorias a las que nadie de los convocados (ni convocantes) quiere acudir. 

La escena me sorprendió tarareando la primera melodía del día: por San Miguel, entre Soledad y Aramburu, hay un ser de luz que gusta de arrancar el día (o terminar la noche) pinchando Lecuona. No es la primera vez que lo oigo. Me dan siempre ganas de conocerle y darle un abrazo de complicidad silenciosa. 

(track 1: Danza Lucumí, Ernesto Lecuona)

Una vez más —no sé cuantas van ya—, me dio friíto mientras sorbía café a las siete de la mañana y, ahora a las 8:30, llegando a Infanta, los jeans son un neopreno. Llego a La Ostionera y viro a la izquierda para coger la calle O. Aparece el inevitable momento diario donde esta ciudad me zafa un muelle: el vigilante del parqueo de O entre 25 y 23 y un coleguita suyo están sentados, cómodamente, fumando H.Upmann sin filtro y siguiendo un beat con el pie mientras charlan:

(track 2: Thriller, Michael Jackson) 

Mostros.

Llego a La Rampa con energía renovada y paso aligerado por la cadencia del temazo.

Línea. Voy a buen ritmo y casi sin darme cuenta ya las sombras dulzonas de los Jardines del Mella se abren a mi izquierda y me llaman con registro mezzosoprano de sirena peligrosísima. Saben que lo mío y la tentación es una batalla perdida. Saben que abandonaría todos los quehaceres para sentarme en su tiempo detenido con una(s) cerveza(s) y una caja de cigarros. Son las nueve de la mañana Alfred, las nueve.

En estos jardines escuché por primera vez a Yasek Manzano. Lo recuerdo perfecto. Fraseando cual “nacío y criao” en Louisiana, algo que me sonó muy convincentemente a New Orleans. Para que después digan lo de que la música se lleva en la sangre o en el pasaporte… En las orejas, caballero, en las orejas.

(track 3: Danzón para mi abuelo, Yasek Manzano) 

Camino. Llego a donde Línea muere, las casitas en las márgenes del río Almendares. Unos ecobios andan hablando bajito con tremenda intriga y revisando el interior de una jaba de nylon apoyada en el sillín de una scooter eléctrica.

De una fuente que no logro ubicar brota suave Gangsta’s Paradise. Lo juro. Guionizado.

 (track 4: Gangsta’s Paradise, Coolio)

Ya casi.

Me apoyo en la barandilla del puente de hierro a coger un diez. Mirando para la desembocadura. Por más churre viscoso en flotación que trate de arrancarle bucolismo a la postal, siempre me parece un lugar hermoso y me da envidia de la gente que debe vivir en esas casitas con la barquita delante.

Sumido en oscuros sentimientos me llega la siguiente pieza del safari: pido oficialmente el Grammy Latino en la categoría “Intertextualidad Tropical” al genio o genia que incrustó la clave rumbera en la grabación de «el bocadito de helado». Estaba ahí, a huevo, y nadie lo había visto. Aplauso cerrado. 

(track 5: El bocadito de helado, pregón popular)

Hace una hora y media que salí de casa. Ya el sol está sabroso. No me puse protector, otra vez. Inicio el regreso.

A la altura de la funeraria de Calzada, y exclusivamente por mi culpa y despiste, un bicitaxi con un escudo XXL del Real Madrid tiene que maniobrar para evitar arrasarme. Cuando, ya a salvo, levanto la vista para disculparme esperando un “oeeeee vas comiendo pin…!!!!” hago contacto visual con el hábil piloto, que me enseña un diente de oro a través de una sonrisilla que me parece sincera y levanta el pulgar sin dejar de pedalear. Me cae muy bien. Le quiero, de hecho. Pienso en Roly Berrío y su coro “ya está bueno de guapería, que en Cuba lo que hace falta es cariño”.

Agradecido, lo sigo con la mirada y alcanzo a leer “voy a pululu” pintado sobre el techito del bólido. 

La adrenalina de una muerte inminente me cerró las orejas; recapacito y las vuelvo a abrir: “Mami, controla tu papayón” es lo único que logro discernir entre la letra del tema que sale del bicitaxi a un volumen que ni el de un sound system en Kingston, año 58.

Busco en el teléfono quién está detrás de esta lírica y descubro que son Orlenis 22K y Wampi, y que no es “papayón” sino “Papa John”. Ojiplático quedo ante el ejercicio retórico.

Decido creer que estos compadres le descargan a El Guayabero. Que estudian sus letras y que hacen, en círculos muy privados, proselitismo del duro sobre la obra de Faustino.

(tracks 6, 7 y 8: Papa John, Orlenis 22k & Wampi; Cómo vengo este año, Faustino Oramas, El Guayabero; y Bernabeu, Roly Berrío) 

Que no se pierda el doble sentido, por favor. Ni el cariño.

Sigo por el Malecón. Veo el remodelado Gato Tuerto a mi derecha.

Nunca entré, aunque siempre me picó la curiosidad por hacerlo y sentir si aún, cual poltergeist sonoro, esas paredes encapsulan algo de lo que ahí pasó en los 60.

¿Quedará algún poema de Piñeiro o algún acorde de Frank Domínguez prendidos de alguna lámpara o empolvados entre las patas de algún sofá?

(track 8: Hay todavía una canción, del disco Doce boleros míos, Marta Valdés con Rey Ugarte)

Con el espíritu bohemio-descargoso-filinero enaltecido aprieto el ritmo y cruzo 23, paso por el Bim Bom y encaro la calle Hospital. Me encanta la sensación de entrar en el barrio. Me pasa lo mismo en Barcelona cuando cruzo la Gran Vía y piso El Raval.

Paso de largo por el Callejón de Hamel (recuerdo que años atrás no me atrevía a entrar). Esta tarde tienen peña Charly Mucharrima y Los Niches. No sé si la juntada en casa me lo permita, pero si tengo chance me acercaré a echarme unos temas y a cantar sus coros cual groupie de boyband: “Hoy voy a expresar un sentimiento de siglos atrás, cuando la barraca temblaba a ritmo de mi Iyesá”. Esta gente son “cero plástica”.

(track 9: Rumba, rima y realidad, Charly Mucharrima y Los Niches)

Ya casi llego al gao y La Habana me ha regalado nueve temas. ¿Qué hago ahora, fuerzo el paseo para buscar el décimo o sigo fluyendo en la verdadera naturaleza no intervencionista del experimento?

La deshidratación despeja mis dudas. Opción dos. Me compro un lager (ahora ya me lo gané) y subo a casa. Victoria de Málaga es la cerveza…, no sé si me quede algún muelle por zafar.

Buscando las llaves oigo música dentro, detengo la búsqueda y pego la oreja a la puerta. Escucho: “tú eres ambientalista o tú eres de Alamar?”. 

Abro, Eko está tumbado en el pasillo y me mira sin emoción mientras se lame una pata. Fernanda sale del baño casi trotando y me dice “tienes que escuchar a este chama, se llama Chezca Zana”. Coroné.

 (track 10: Zuko de uva, Chezca Zana)

Abro el lager y lo hiero de muerte de un trago, antes de sentarme.

Ahora me toca ordenar todo el material.

No quería incluir ningún tema de los tantos que le han hecho ex profeso a la ciudad (véase la lista faraónica que recopiló la Marquetti), pero llegado a este punto, pienso que sí, que me da la gana de mandarle un abrazo —allá donde esté— a Ireno García e incluir su Andar La Habana como tema extra. 

(track 11: Andar la Habana, Ireno García)

Me siento frente a la compu y escribo la última línea:

Un abrazo para Ireno y para otros tantos, para todos vosotros y todas vuestras orejas.

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