
Mayra A. Martínez
Esta no es la historia de una muchacha que creció en un ambiente musical, que tuvo tíos que tocaban en importantes orquestas o una madre pianista. Mayra A. Martínez trabajaba como fotógrafa en el Instituto Cubano del Libro. Se ganaba la vida haciendo fotos para portadas de libros o fotos en lanzamientos y, eso sí, no perdía oportunidad de colarse en los ensayos de músicos amigos o en cualquier ambiente más o menos bohemio, en el que hubiera guitarras y ron. Era joven y le gustaban el arte y los artistas.
Para dar una pequeña muestra de su capacidad para estar en el lugar adecuado en el momento adecuado, la muchacha de la que hablamos es la autora de las fotografías del primer LP de Silvio Rodríguez, Días y Flores, y firma la mayoría de las pocas fotos que se tomaron al Grupo de Experimentación Sonora del Icaic.
A los 25 años y sin dejar de trabajar, Mayra se graduó de periodismo. Sin interés por ninguna de las plazas disponibles en la prensa generalista o el Instituto de Radio y Televisión, se le metió entre ceja y ceja entrar al equipo de la revista Revolución y Cultura, en esa época un hervidero de buenas ideas que salían de buenas cabezas.
Allí tuvo que comenzar desde abajo (Fotógrafa B, 163 pesos mensuales), pero ella sabía de alguna manera que la experiencia valdría la pena. Allí conoció y se hizo amiga de Leonardo Acosta, quien la adoptó intelectualmente, le recomendó lecturas y la llevó con una maestra muy especial —Carmen Valdés—, a recibir clases de solfeo y teoría de la música, de flauta y de historia y “chismografía” de la música cubana. No avanzó mucho en las primeras, la flauta jamás le afinó, pero con las últimas se armó de un set de herramientas invaluables para su futuro. Insistente y trabajadora como es, ella que antes “no diferenciaba un son de un vals”, con el tiempo terminó a cargo de la sección de música de la revista, entrevistando y teniendo contacto con todos los artistas cubanos relevantes de la época.
Son los años 80 en Cuba y Adalberto Álvarez ya había llegado a La Habana. Y Mayra comienza, de manera nuevamente intuitiva y atrevida, a realizar para él una labor que entonces no tenía nombre concreto (más adelante se le llamó representante, productor y hasta manager). Mediaba con la empresa Cubartista (antecedente de ARTEX), ayudaba con los trámites del artista, conseguía funciones o giras, negociaba condiciones. Hizo trabajos similares para el grupo Sierra Maestra y la cantante Mayra Caridad Valdés. Sin saberlo, estaba, junto con otros, como Miriam Wong (Albita Rodríguez), Diana Balboa (Sara González), Petit (Amaury Pérez), Lázaro Gómez (Pablo Milanés), Marta González (Grupo Ismaelillo), inaugurando formas inéditas de relación de los artistas con las instituciones estatales de la música. De esta etapa cuenta que aprendió mucho sobre el trabajo en equipo y la relación humana que se da en los colectivos cohesionados y de calidad, experiencia que sería vital en su etapa posterior en México al frente de diversas publicaciones.
Todo esto que contamos arriba sucedía sin que Mayra parara de hacer fotos, o de organizar exposiciones, ganar premios con ellas y juntar a los fotógrafos en la sección correspondiente de la naciente Asociación Hermanos Saíz… Mientras, seguía conociendo gente de la farándula, que luego entrevistaba para su sección en Revolución y Cultura. Así, géminis clásica y —como la cólera del verso popular— infinita en sus excesos, acumuló más de 200 entrevistas en 15 años de trabajo, una selección de las cuales terminó siendo editada por Letras Cubanas en la década siguiente, bajo el título de Cubanos en la música.
Mayra vive en México desde 1991. Casi 30 años con el mar de por medio podían haber disminuido su pasión por la música y los músicos de su tierra. Pero dice un proverbio chino “a donde llega el agua se forma su cauce”. Y en ella es natural esa obstinación que se le reconoce a los asiáticos y al líquido vital.
Ya en lo que va de siglo ha publicado la compilación Sara González, Con apuros y paciencia (Ediciones Bagua, 2014/ Ediciones UNIÓN, 2018) y el abarcador Cuba en voz y canto de mujer (E-riginal Books/Amazon, 2015/Editorial Oriente 2019). Como antes lo fuera el Diccionario de Mujeres en la Música Cubana de Alicia Valdés Quintero, esta es una obra perfectible, pero necesaria y oportuna, que coloca a las cantantes cubanas en el centro de mira, ponderando su extraordinario legado a nuestra cultura.
El primero de los dos volúmenes consta de cinco capítulos: Érase la música en voces de Mujeres, una panorámica de las cantantes cubanas del Siglo XX; Más allá de mil fronteras donde profundiza en las cuatro quizás más internacionalmente conocidas: Celia Cruz, La Lupe, Olga Guillot y Omara Portuondo; Detrás de la guitarra, la voz recorre las voces de las damas cubanas de la trova desde María Teresa Vera a Sara González; el cuarto, Vedettes cubanas, una estirpe especial, transita por las historias de Rita Montaner, Rosita Fornés y otras que fueron más allá de la música para ser verdaderas artistas de variedades y divas de gran alcance popular; y el capítulo final, Las voces más actuales se aventura a “curar” una selección de cantantes cubanas de menos de cuarenta años, que la autora considera trascendentes por diversas razones.
El segundo volumen contiene entrevistas biográficas a 17 cantantes y/o compositoras cubanas que marcaron épocas y tendencias (Ela Calvo, Gina León, Las Diego, Lourdes Torres, Beatriz Márquez, Mirtha Medina, Annia Linares… como botón de muestra). Y ahora, consciente del rol que desempeña gente como ella misma, que labora en las sombras para que la música suceda y cunda, tiene casi listo otro libro con más de 30 entrevistas sobre la historia y los avatares de la música cubana en los siglo XX y XXI, realizadas esta vez a musicógrafos y promotores de Cuba, Estados Unidos, Colombia, España y México.
Hay personas sin las cuales la música cubana seguiría existiendo, pero que han sido tan relevantes de distintas maneras en su devenir, que su obra forma parte del legado musical del país. Mayra A. Martínez es una de ellas.