
Amor Edición Deluxe, ¿qué pasará si abres esta puerta?
Escuchas a Haydée Milanés en la sala de espera de un hospital y en la parada del P2 bajo aquel torrencial aguacero de un martes cualquiera. La escuchas en la cocina, en la ducha, o mientras tiras abajo el librero y sacas el polvo acumulado por casi dos años. Haydée en la cama, en las calles, en la historia que algún día decidiste olvidar antes de que fuera demasiado tarde. Mucho antes. Haydée en Libélula, en Tanto amar, en Palabras. Siempre, o casi siempre, amenazando con romperte. Tú, reinventándote. Para sentir “otra manera de ser feliz”. Para entender a pesar de ti, a pesar de la canción. Tú, preguntándote; ella respondiendo a muchas de tus interrogantes.
Pero el tiempo pasa. Y es Haydée que se pierde en las carpetas de discos que alguna vez amaste y que almacenas en tu laptop. Haydée entre David Bowie, entre Alice in Chains, entre Angus & Julia Stone, entre Liuba María Hevia y Fink y Ariel Barreiro y los Yellowjackets y Gema y Pavel y… El tiempo pasa y llegan otras músicas, otros amores y, por supuesto, otras bandas sonoras para esos amores. Y Haydée queda ahí, en alguna parte. No sabes dónde.
Lo curioso es que, muchos años después, un amigo —a quien de tan loco le dio por fundar una revista de música—, te pide una reseña sobre lo nuevo de Haydée Milanés. Tú le dices que no tienes tiempo, que andas en mil cosas, que tienes que escribir un texto de más de veinte cuartillas con notas al pie, que, imagínate, no escribes con notas al pie desde la tesis (y de eso ya han pasado seis años). Y lo dejas ahí, mientras supones sus caras del otro lado del chat y piensas en lo próximo que inventarás cuando él insista. Porque va a insistir: “Siento que la reseña que sacaremos de ese disco no tiene sentido que la escriba otra persona que no seas tú”, dirá. Tu amigo no sabe que una noche, en uno de esos conciertos que Haydée dio en el Mella, tú lloraste. Que un desconocido a tu lado te vio y sonrió, y que tú —aún ante aquel voyerista de tus lágrimas— no sentiste vergüenza al llorar. Pero ya lo decías, tu amigo no sabe. Y ante su ignorancia accedes. Le dices que sí, que te pase el álbum un día de estos, que esperas esté bueno, a lo que él responde: “El disco es de ella cantándole a Pablo, a dúo con los mejores músicos latinoamericanos, todos, no hay manera de que esté malo”.
Pasa un día o dos. En Facebook alguien comparte un enlace de YouTube y dice algo tan cursi como que “esta es la canción más hermosa del mundo”. Piensas que no existe tal cosa. Hay canciones y momentos para esas canciones. Y que, en todo caso, ese es el título de un tema de Sabina. Ríes. Te descubres pinchando el link donde se lee “Ya ves – Haydée Milanés ft. Silvia Pérez Cruz”, y escuchando los primeros acordes de este single que en 1983 Pablo Milanés inmortalizara en Años. Recuerdas la primera vez que oíste a Silvia, cuando —durante sus vacaciones por La Habana— la española consiguió dar un concierto íntimo en el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes. En aquella ocasión, ella y Javier Ruibal interpretaron juntos Por tu amor me duele el aire, un poema de Federico García Lorca que el propio Ruibal se había atrevido a musicalizar. Nunca tanta tristeza fue hecha canción.
Ahora te da una alegría tremenda la unión de Haydée con la cantante de Gerona. La alegría, por supuesto, viene por saberlas dos de las mejores voces de la cancionística hispanoamericana; aunque, muy a tu pesar, esa misma alegría desaparece en segundos. Porque Ya ves duele. Es de esas canciones que prefieres escuchar sola, digerir sola, disfrutar sola. En el balcón, con un trago de vodka, una tarde de lluvia de mayo. Ellas, a dúo, hacen el tema aún más doloroso. Será por lo angustioso de las imágenes que te devuelven (el ave, la hoja de otoño, la partida, el sol que no acompaña). Por la imposibilidad del olvido, quizás. Luego YouTube te lleva a ese pedazo de canción que es A mi lado. El piano de Jorge Aragón hace el opening, suena discreto al inicio para luego romper. A cada rato percibes el sonido que Julio César González desprende del bajo, escuchas los violines, la percusión, a Dayron Ortiz en las guitarras. La voz de Haydée se une a la de ese gentleman del bolero que es Pancho Céspedes. Podría estar todo el día reproduciendo esto, una y otra vez, piensas. La madrugada entera, gritándola a voz en cuello. Porque hay canciones así, como de súplicas, que llegan en un loop y no se van. A mi lado es, si se quiere, una de ellas.
De manera que así entras al universo de Amor Edición Deluxe, por los temas doce y trece del segundo álbum que tiene dieciséis. Entras por la puerta de atrás. Lo dejas fluir, a ver qué pasa. Y lo que pasa es que por primera vez escuchas a Edgar Oceransky y lo haces con El amor de mi vida. No es casual que un mexicano acompañe a la cantante cubana en este tema que su padre popularizara a finales de los noventa y que tanta acogida tuviese en México, entre otras cosas, por ser la banda sonora de una de sus más conocidas telenovelas. Pero El amor de mi vida es otra canción. Mil canciones. Es una historia de desencuentros. Aquí el dolor es harina de otro costal. Llega con un sabor agridulce: todos hemos estado ahí, todos hemos muerto alguna vez, y todos hemos renacido con la misma fuerza.
Cuando llegas a este punto estás donde no querías estar. Vuelven, otra vez, los recuerdos, porque —bien pensado— Haydée es la caja de Pandora que abriste dejando entrar el pasado. Días después, cuando tu amigo descarga el álbum doble —el primer disco ya lo conocías: se trata de Amor, ese fonograma donde la intérprete canta a dúo con Pablo los himnos de tu adolescencia: Para vivir, El breve espacio en que no estás, entre otros—, pensarás en qué pudo pasar si hubieses decidido no abrirla. Podrías, por ejemplo, no haber sucumbido ante Omara Portuondo cuando todo su feeling sale a relucir en Yolanda y en La soledad. Dos puñetazos por falta de uno. Paff. Paff. Duro y en el rostro. Casi los puedes sentir. Ya te gustaría a ti, con ochenta y nueve años, tener el coraje para cantar de esa manera.
Pero siempre algo sucede cuando escuchas a Haydée interpretar Yolanda, intuyes qué puede ser, pero nunca logras percibirlo. Ahora está claro: y es que ella, que ha hecho suyas las canciones de su padre, busca en todo momento distanciarse de él. Al menos así lo notas. Y eso es bueno. Ahí donde Pablo desborda, Haydée desnuda, y lo hace con una voz tierna; no es fuerte, grave, como la de Pablo. Tampoco la necesita. Eso también es coraje.
Más tarde, gracias al aleatorio del reproductor, suena Identidad y es raro. Raro porque no recuerdas esta canción en la discografía milanesiana. Tus años de groupie se tambalean cuando en tus archivos ahí lo encuentras: Identidad (1990), el vigésimo álbum del trovador cubano que junto a Silvio Rodríguez y Noel Nicola fundara lo que el mundo conoce hoy como la Nueva Trova. Para que el viaje sea completo decides escuchar primero la versión de Pablo, saldar tu deuda, buscas incluso en YouTube y encuentras un video donde el cantautor dedica la canción a la “hermosa juventud cubana”. Luego das play a Identidad 2.0. ¿Qué es esto? La belleza que se traduce en un canto afrocubano, las voces perfectamente sincronizadas de las Ibeyi, la percusión de Osaín del Monte, el piano de Cucurucho Valdés. Pero esto, ¿qué es? Es fiesta, es sentir, es Naomi y Lisa-Kainde Díaz que llegan para descolocarnos, es música que se hace color, es ¡Haydée cantando rumba!
Hay en este álbum, cuyas voces se grabaron aquí y allá —algunas en PM Record, en La Habana, otras en Querétaro, México; en Londres, Inglaterra; en Buenos Aires, Argentina—, otros temazos: Si ella me faltara alguna vez (ft. Julieta Venegas); La vida no vale nada (ft. Lila Downs); El primer amor (ft. Pancho Céspedes); No ha sido fácil (ft. Rosalía León); Homenaje (ft. Pavel Núñez); Años (ft. Pedro Aznar). Pero aun así, Amor Edición Deluxe no estaría completo sin cuatro grandes como son Carlos Varela, Joaquín Sabina, Fito Páez y Chico Buarque.
Haydée Milanés —quien es además la productora musical del fonograma— lo sabe.
¿Cuántas veces no has oído a Varela decir que si existe una canción que le hubiese gustado escribir esa es Los días de gloria? El autor de Monedas al Aire se da entonces aquí el gustazo de hacer una versión acústica; mientras Fito Páez nos devuelve toda su sonoridad rockero-argentina en Yo no te pido; y esa voz áspera e inconfundible de Sabina atraviesa Hay. Lo de Chico Buarque en Todos los ojos te miran es cosa de otro planeta, no tendría sentido decir algo más, ahí donde la música es suficiente.
Lo bello no es sino el comienzo de lo terrible, dijo alguna vez un escritor checo que escribió en alemán y se llamó Rainer Maria Rilke. No sabes por qué, luego de escuchar por primera vez Amor Edición Deluxe, viene este mantra a tu cabeza. Sabes, eso sí, que una vez abierta la puerta, no hay regreso posible.
PD: Escribes esto en un balcón de Santos Suárez, con un trago de vodka, un sábado de lluvia de junio. Mientras, en el reproductor suenan las voces de Silvia Pérez Cruz y Haydée Milanés. Para escuchar, sí, hasta que duela.