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Las fases de (Rolando) Luna

Rolando Luna no necesita mucha presentación para los seguidores de la música cubana. Inquieto por naturaleza, graduado de nivel medio de piano en el Conservatorio Amadeo Roldán, con 17 años formaba parte del grupo de Omara Portuondo, la Diva del Buenavista Social Club. Pianista de sesión de importantes fonogramas de música cubana, Luna lleva ahora mismo en paralelo con su carrera como solista el proyecto colectivo El Comité y otras interesantes colaboraciones artísticas. Este diálogo  sobre su más reciente álbum (doble), Rolando’s Faces, tuvo lugar antes del encierro pandémico; por lo que tiene el añadido de los buenos vinos crianza: el reposo lo ha mejorado. Al menos fue la impresión que me dio, ahora que lo transcribo para ustedes. Ojalá lo disfruten tanto como yo.

Rolando, bienvenido a mi casa, que es la tuya. Hablemos de ti, de cómo llegas a la música, cómo llega la música a tu vida. 

Eso era un sueño de mi papá. Él no estudió música. Mis padres eran ingenieros paleontólogos, se conocieron en Rumanía. Desde pequeño escuchaba a los amigos de mi papá contar que entre ellos le decían Luna, el músico. Y los músicos en la calle lo conocían como El Ingeniero. Mi papá es de Santiago de Cuba, una tierra muy musical. Yo nací en Centro Habana, detrás de [la tienda] Ultra, en el barrio de Los Sitios. Ya no tengo la dicha de tenerlo conmigo, pero ha sido una gran inspiración para mí, era quien amenizaba todas las fiestas en mi casa, siempre llena de gente que hablaba en un montón de idiomas diferentes. Él cantaba, tocaba el piano, la guitarra. Tenía un grupo al que llamaban Luna y Su Combo. Le gustaba mucho el filin. Recuerdo que cuando yo empecé a tocar con Omara Portuondo, como con 15 o 16 años, él me llevó y me hizo conocer al gran Joseíto González, que era el director musical de Omara.

¿A qué edad comenzaste a estudiar música, por qué y dónde fueron esos primeros estudios?

Yo empecé a estudiar guitarra a los 12 años. A los 15 no sabía qué iba a hacer con mi vida, no tenía esa pasión que tengo ahora por la música y pensé estudiar otras cosas; apliqué para La Lenin —-tenía muy buenas calificaciones—-, incluso me habían adelantado un año en la escuela.

La guitarra la había estudiado en Paulita Concepción, donde comencé por canto coral para, luego de un año, cambiarme al único instrumento que quedaba disponible. Había entrado desfasado, pero me decían: vas aprendiendo lo que es este mundo, solfeo, apreciación musical y al año te cambiamos a guitarra. Y así sucedió, eran pactos que hacían con mis padres, sin yo estar muy claro de qué quería.

Entonces… estaba a punto de entrar a La Lenin, no sabía bien qué quería. La presión de la escuela de música, del estudio, era fuerte, y yo era vago para estudiar… bueno, aún lo soy. Ahora, que me siento tan realizado, creo que hubiera sido un error no haber continuado estudiando música.

Tengo que agradecer mucho a los profesores que he tenido y a las oportunidades que a su vez ellos tuvieron de estudiar en escuelas y conservatorios rusos en su mayoría; les debo todo lo que soy. Pero uno de los problemas que entonces yo tenía era que no había espacio para la música popular en las escuelas; es algo que hay que reforzar y rescatar; hay que incentivar a los jóvenes a estudiar y entender la música popular de su país. Antes era difícil, te cogían tocando ese tipo de música y podías ser sancionado, estaba mal visto.

Entonces, viene a casa un amigo de mi papá, con el que no se veía hace tiempo, y viene acompañado de otro amigo que era músico y tocaba en las orquestas de los hoteles Tritón y Neptuno. Este señor me enseñó cosas de música popular, una contradanza de Saumell, comenzando por el cifrado, y yo me dije: este es otro mundo, porque en la escuela no te enseñaban un cifrado de música popular. Me enseñó los acordes mayores y menores, cómo se escriben en lo popular, y eso me abrió las puertas a otra dimensión.  A la par, me montaba una sonatina, al otro día venía y me enseñaba un bolero, me volvía a enseñar un acorde, un tumba’o, y de repente me decía: apréndete esta danza.

Cuando ya tenía preparadas tres obras para piano, me lleva con su ex profesora de piano, en Guanabacoa, y por eso termino estudiando allí, porque yo vivo lejos, nada que ver… Y todo que ver: de allí son grandes músicos: [Ernesto] Lecuona, Bola de Nieve, Rita [Montaner]. Le toco el programa a la profesora y ella (Gloria Suárez, excelente profesora que daba clases en Amadeo de piano complementario y, allí en Guanabacoa, de piano básico) me ve condiciones y decide tomarme como alumno.

Empiezo a estudiar piano entonces a los 15 años en la escuela Gerardo Guanche de Guanabacoa. El piano me atrajo, me enseñó otros caminos, ya que tiene una armonía más rica que la que yo conocía en la guitarra, y ahí fue donde hice el click. Comencé a estudiar allá, pero de noche, porque no había modo de entrar en cursos regulares con el desfase que yo tenía. Luego de dos años de estar estudiando con ella, aprueban una tal circular C, que abre la posibilidad de que los muchachos que no habíamos estudiado desde pequeños pudiéramos pasar por un jurado para incorporarnos a las escuelas en curso regular, siempre que comprobaran que teníamos un nivel parejo con los que venían estudiando desde los siete años. Hice entonces la prueba en Amadeo y en la ENA. Me pasó una cosa comiquísima, había que hacer los exámenes en ambas, por si acaso; hago la primera prueba en Amadeo y dejo una grata impresión en el jurado, mi profesora muy contenta, pero faltaba otra ronda. Amadeo me quedaba muy cerca de la casa entonces. Cuando voy a la prueba en la ENA y veo todo lo que hay que andar para llegar allí, lejísimo, con 16 años pensé: esto es lo mío, perderme, volar, mientras más lejos de casa, mejor. Una de las cosas que me había gustado de estudiar en Guanabacoa era que tenía que coger no sé cuántas guaguas, tenía justificación para llegar a cualquier hora a mi casa… ¿12 de la noche? El transporte está malo… (ríe).

Y cuando veo la ENA, el ambiente, el mundo musical en sentido general… había mucha más libertad allá, así que me quedo enamorado de esa escuela… hago el examen, pero claro, mis padres me dicen que la ENA es por si no apruebo en Amadeo; si apruebo en Amadeo me quedo allí, porque me tenían mucho más controlado. Entonces, en mi segundo examen en Amadeo, el definitivo, toqué peor que nadie… Toqué pésimo, me equivoqué, hice barbaridades. Todos los profesores asombrados, la jefa de cátedra que me había visto tocar antes y quería que yo fuera su alumno no lo podía creer. ¿Cómo puede ser que en un mes vaya para atrás en vez de ir para adelante? Todo era por entrar en la ENA. A pesar de eso, me aprueban en Amadeo y comienzo con Teresita Ilanyeta, la jefa de cátedra a la que todo el mundo le tenía terror por su carácter tan fuerte, pero era una excelente profesora. Empecé con ella, luego tuvo que cumplir misiones, se retiró, y continué con Rosa María Tolón, excelente profesora que había estudiado en Tchaikovski y que fue la que me graduó y sigue siendo una de mis guías. Ahora vive en Brasil y nos seguimos comunicando; el año pasado estuve allá tocando con una Orquesta Sinfónica gracias a ella.

O sea, al final estudié en Amadeo, aunque mucha gente que estudió en la ENA cree que yo estudié ahí porque me escapaba de Amadeo y me iba para la ENA. Allí conocí a Loly Estévez y Andrés Alén, profesores que admiraba mucho y con quienes mantuve contacto después de graduarme. Ellos me han ayudado mucho en mi carrera. Yo le debo el 90 por ciento del premio de Montreaux a Andrés Alén.

Tú dices que no estudias muchas horas, pero quien te sigue se puede impresionar bastante con la cantidad de música que puedes tener al mismo tiempo en tu repertorio. Ahora mismo tienes este disco doble que acaba de salir, más el que se llama Mi alma en canciones que publicó la Egrem; además de todo el repertorio que haces con los muchachos de El Comité, y lo que haces acompañando a otros intérpretes… ¿Cómo es tu proceso para aprender una obra? Háblame un poco de eso sin modestia. Porque los músicos son diferentes, y aunque hay quien dice que si no estudias ocho horas al día no eres bueno, creo que hay quien tiene una facilidad para aprehender la música, incorporarla, que requiere menos horas de trabajo. ¿Cómo se da en ti ese proceso? ¿Cómo seleccionas lo que quieres tocar?

Bueno, yo tengo que querer decir algo, aunque no sea mía la música; quizás busco una música que me inspire, que me haya transmitido algo,. Porque siempre que voy a interpretar algo tengo que transmitir una idea, tengo que contar una historia a mi manera. Entonces, la música tiene que decirme algo y luego yo tengo que decirle algo a las personas con ella.

Por ejemplo, en este disco hay versiones de una obra de la chanson française, hay una versión de un tema de punk inglés, hay Debussy, hay compositores rusos… ¿Cómo todo eso viene a parar a tu repertorio?

En este disco traté de contar lo que he sido en el transcurso de mi vida, un poco lo que he hecho como músico de sesión de grabaciones, o como admirador de cantautores como Pablo Milanés, o de grandes pianistas como Chucho Valdés, o de la música clásica francesa o la música popular brasileña, el rock de los 80, la canción americana, estos estándares tan bonitos, el teatro musical… Para mí toda la música tiene el mismo valor si está bien hecha. Soy un admirador de Debussy, quien incorporó otros colores a la música, del que bebieron casi todos los jazzistas del siglo pasado. Es decir, que no hay fronteras entre la música clásica y la popular. Hay grupos de rock muy interesantes y pienso que vale la pena defender la música de ellos también desde el piano; la propia canción de autor ¿por qué no? E incluyo composiciones mías que tienen ya mi manera particular de ver la música. Lo que no quiere decir que deje de admirar esos otros estilos y de intentar acercarme a ellos y dar mi propuesta; tratar de entenderlos primero y después tratar de aportar con mi arreglo, mi interpretación, con un estilo diferente…

A veces la versión mía la estoy escuchando ya mientras escucho la original, a veces cuesta más trabajo o estoy cambiándola hasta que consigo la que me satisface; hasta que no llego a ese punto no paro de trabajar. A veces otra obra es la que me da la luz para llevar hacia algún lugar una obra que estoy versionando y no tienen que ver aparentemente una con la otra. Arreglar, rearmonizar es eso: sacar una cosa del contexto. Quizás personas que no escuchan el Claro de Luna, a las que nunca les ha gustado la música clásica, la oigan así tocada con improvisaciones y luego se acerquen a Debussy, quizás sirva para eso. Un tema de jazz o de rock, que quizás quien escucha no lo haya hecho en su versión original y yo lo llevo a balada o a otro lugar, o un sonido fuerte que yo haya llevado a piano solo y es por ahí por donde lo descubren.

¿Cuándo empezaste a componer?

Muy joven; por supuesto, hacía cosas muy elementales. Comencé por temas de jazz latino, con mucha influencia de Irakere, de Gonzalo Rubalcaba con el grupo Proyecto. Las primeras composiciones mías iban en ese camino, intentando imitarlos. Participé con obras mías en par de concursos que se hacían entre las escuelas nocturnas (la Cervantes del Vedado, la de Guanabacoa), incluso gané 2 o 3 premios de composición…

¿Siempre compusiste desde el piano? ¿No has vuelto a coger la guitarra? 

No, es un instrumento que respeto mucho y me gusta, aunque hubo un tiempo en el que le hice mucho rechazo. O mejor, le cogí demasiado amor al piano.

¿Siempre fuiste inquieto? ¿Desde niño?

Bueno, un poco…, el deporte me ayudaba a calmarme.

Háblame de dos mujeres con las que has trabajado mucho, de cómo llegaron a tu vida, y de tu interacción con Omara Portuondo y Miriam Ramos. 

Les debo mucho a estas dos grandes artistas, están en mi piano cada vez que suena una nota. Ellas no son intérpretes y cantantes solamente; son artistas inigualables. A Omara la conocí primero, con 16 o 17 años. Que te den la oportunidad, tan joven,  de tocar en su grupo es de una valentía por su parte… Joseíto González, que era el pianista y arreglista de ella y director de Rumbavana se quería retirar. Esto es antes de la grabación del Buenavista Social Club. Sé que es así porque tres o cuatro años después tuve la suerte de participar de este proyecto, de volverme a encontrar con Omara. A la par que estudiaba en Amadeo, tocaba todos los viernes como músico profesional con ella, era uno de los muchachos más populares de Amadeo por eso y porque era quien podía entrar a los amigos a esos lugares de la noche en que no permitían entrar a menores de edad. Eso te hace sentir importante y muy feliz. Omara tenía unas peñas en el Café Cantante. Por ahí desfiló lo más brillante de la cultura cubana. Tuve la oportunidad de acompañar a Pablo Milanés, de ver a la Orquesta Aragón, la Orquesta Sublime, a Rubén González, a Elena Burke. Todas las cantantes de filin famosas. Todos los días iba un artista diferente y subía a cantar con el grupo de Omara. Ella siempre tenía un guitarrista de filin, gracias a Dios, y nosotros en el grupo teníamos que seguir a quien fuera, cantando lo que quisiera. Era preguntarle qué iba a cantar, empezaba el guitarrista y nosotros a caerle atrás a eso.  Imagínate las experiencias, semanalmente vivías un choque así,  tenías que estar atento. Omara nos dejaba arreglar, le hacía cosas como si fueran para un grupo de timba y ella: ¿qué cosa es esto? (risas).  Bueno, también boleros y otras cosas. Ese gesto de Omara, esa valentía de tener a varios muchachos jóvenes tocando con ella, me ha marcado para toda la vida. Después emigré, estuve un año viviendo en Canadá y la fui a ver cuando estuvo allá con Buenavista Social Club.

Luego regresé y me puse a trabajar en varias orquestas de música popular: con Paulo FG, Issac Delgado, y seguí trabajando como pianista de sesión en el mundo del disco, que es algo que he hecho mucho, y que tengo que agradecerle a los productores, quienes suelen hacer su equipo para grabaciones. A veces los amigos, o colegas se molestaban: ustedes siempre son los mismos los que graban. Pero eso es así en todas partes del mundo.

Y sobre Miriam, ella fue la primera persona con la que grabé en mi vida, en un estudio profesional. Me llevó Joaquín Betancourt a grabar un tema.

Recuerdo cuando Miriam te “descubrió”. Porque el problema es que en Cuba se suceden las generaciones de pianistas de un modo incontenible, viene una detrás de otra, hay muy buenos pianistas y no se acaba ese fluir. Pero recuerdo a Miriam diciendo: «he encontrado a este muchachito Luna y quiero hacer muchas cosas con él». Luego grabaron bastante juntos…

Varios discos, alguno nominado inclusive al Grammy. Yo le agradezco muchísimo; ella es una intelectual, tiene una manera de pensar la música, es una compositora muy interesante, una músico muy completa que sabe de armonías. Para mí fue una escuela. Con Miriam hay que trabajar, lo mismo para un ensayo que para un concierto. Además hicimos una relación casi familiar, éramos vecinos, hacíamos tertulias en mi casa con mi familia; en las giras nos divertíamos muchísimo. Ella es muy exigente musicalmente, y siendo yo tan joven, ese rigor que ella tiene fue otro escalón en mi crecimiento. Tiene un gusto muy particular por las obras complejas en armonías, de una fineza… Y a la vez que canta, tú tienes que trabajarlo detrás. Yo extraño trabajar con ella; me gustaría hacerlo siempre.

Cuéntanos un poco más sobre tu conexión eslava. Me llama la atención que tus padres estudiaran y se conocieran en Rumanía y estuvieras rodeado en la niñez de sus amigos checos y rumanos, que te hayas formado con profesores que venían de estudiar en conservatorios de la Unión Soviética… Y que ahora estés volviendo a estudiar el alma eslava de algunas músicas… 

Es que es una música con carácter. Los compositores rusos han dejado una marca en la historia musical. Yo admiro a muchos, pero no estoy trabajando ahora con los más conocidos, he tratado de escoger a algunos menos famosos que no han sido tan tocados o arreglados salvo en circuitos muy clásicos: Liádov, Skriabin, Prokofiev que son los que he trabajado en este disco, bajo el influjo de mis profesores que estudiaron allá en Rusia. Yo he tenido la suerte de ir a tocar; he estado haciendo una serie de conciertos por allá. La música cubana es muy querida en el mundo entero y ese es un país que tiene una relación musical con Cuba, van a vernos, y trabajo con músicos de allá. Ahora encontré una cantante y compositora armenia, gracias a Omara nos vinculamos y hemos hecho una mezcla bien bonita. Vamos a girar juntos, con Omara y nosotros dos solos también, con canciones rusas, armenias, francesas, cubanas y estándares de jazz. Espero traerla pronto a Cuba. Estoy aprendiendo mucho de ella también, me está enseñando unos compositores y unos pianistas de Armenia impresionantes.

Portada del disco Rolando’s Faces.

Tu nuevo disco se llama Rolando’s Faces. Tú, como persona, ¿tienes distintas fases, como la luna? 

Sí, sí… La música me ha enseñado a ser más extrovertido, más cercano, pero disfruto mucho la soledad y la introspección, muchas veces prefiero estar solo… He tenido que forzarme a ser más comunicativo; no es que no sea cariñoso, pero me he acostumbrado a estar solo en las giras y los viajes y lo disfruto mucho. Y para componer y estudiar, necesito estar aislado, es como mejor me salen las cosas. También me gusta mucho estar con mis amigos, perder el tiempo, reírnos… así que son como mis dos fases extremas.

Este es un disco doble, pero cada uno de los dos CD está grabado de manera distinta. ¿Verdad?

Sí, uno es en vivo, con público en el estudio; tomas únicas. Y fue maravilloso. En realidad, nunca pensé que esto se convertiría en un disco y menos en uno doble, fue una sorpresa que me preparó Philippe. Estábamos haciendo una gira por varios de los festivales y salas más importantes del sur de Francia. Y a él se le ocurrió en medio de la gira. Me dice: ¿por qué no organizamos para tocar en el estudio donde grabamos el disco The committee e invitamos a algunos amigos y tocas para ellos? Bueno, le digo, y luego… ¿y por qué no lo grabamos y lo filmamos y después cuando lo revisemos, decides si sirve para algo? Bueno, pues ya lo hicimos, tocamos como siete u ocho temas y no fue demasiado estresante y creo que nos quedamos con el bichito dentro… Nos fuimos esa noche de celebración y al otro día regresamos al estudio a escuchar el concierto que habíamos grabado de arriba abajo y como que nos habíamos quedado con ganas. Conectamos todo y grabamos lo que ahora es el segundo CD. Entonces ambos discos están grabados en el mismo estudio, con el mismo piano; la diferencia es que en uno hay público y en el otro no. Suenan, por tanto, distinto. Fue un atrevimiento, toqué lo que quise, sin pensar demasiado en el repertorio. Refleja lo que estoy siendo en este momento, la música que escucho, que me inspira, que estoy tocando. Chucho [Valdés]… [John] Coltrane, que son referentes para mí, están ahí, con todo lo demás de lo que hemos hablado: obras mías compuestas hace unos años y obras que acababa de componer en esos días. Solo eso.

Y a este Rolando que da la impresión de estar siempre de buen humor, ¿qué le puede molestar o poner triste?

La injusticia. Soy duro conmigo mismo, me autocritico por no tener más rigor, más consistencia para el estudio, pero lo que me saca completamente de paso es la injusticia, la falta de sinceridad. Admirar a mis colegas cuando lo merecen es algo completamente natural en mí, que me hace ser mejor, me hace crecer. No me gusta que haya quien no pueda disfrutar eso, creo que todos debemos aprender de todos, que hay espacio para todos, que la vida no tiene que ser una competencia constante. Tampoco me gusta cuando escucho a gente cerrada; necesitamos de todo tipo de música. Soy muy abierto con los gustos musicales de todo el mundo, con las creencias de todo el mundo. El fanatismo no me gusta. Todo en la vida no se puede hacer bien, pero puedes llegar al nivel más alto posible si estás abierto y dispuesto siempre a aprender.

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  1. Rodrigo García Ameneiro says:

    Lindísima entrevista a un musicazo inmenso y una persona espectacular! 🥰💜

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