
El mercado discográfico
Normalmente, al pensar en mi infancia, me vienen imágenes de casetes y cintas. Y de los reproductores VHS (llamados “videos”) para ver películas en el televisor usando unos casetes grandes. A las “grabadoras” (equivalentes a equipos de música), les decíamos así, pero muchas no grababan. Eran reproductoras de casetes más pequeños y usualmente receptoras de señales de radio (las más avanzadas tenían antena y cogían AM y FM).
Tengo buenos recuerdos de estas cosas. Desde hace tiempo mi fondo de pantalla se ve así:
Las familias adineradas tenían todo esto y compraban películas y casetes originales de música en las tiendas o de contrabando. Todos escuchamos hablar o fuimos a algún banco de películas; uno iba, alquilaba lo que quería ver y resuelto el problema, no tenías que comprar casetes vírgenes en el PhotoService para que alguien por ahí te grabara algún filme o para ponerte a guardar tu programa favorito de la televisión nacional.
Para los músicos, la difusión en Cuba por esos años se movía principalmente a través de los medios convencionales: la radio, la prensa escrita y la televisión. Muy poco se podía hacer fuera de eso. Había tan limitada oferta que los casetes se usaban una y otra vez.
Se regrababan con nuevos contenidos y había que rebobinarlos (llevar la cinta hasta el punto inicial) para poder ver o escuchar el material que contenían. Había quien prefería rebobinar a mano; a fin de cuentas, era un proceso mecánico que perfectamente se podía hacer con paciencia (el lápiz o el bolígrafo en la ranura del casete, mejor que el dedo).
Algunas cintas eran tan especiales y las personas les tenían tanto cariño, que se enredaban y arrugaban por el lógico desgaste del producto y el uso excesivo (quizás de ahí viene el origen del uso de “pellejo” para referirse en Cuba a la pornografía).
Hoy la música es un elemento esencial y de muy fácil acceso para todos. De persona a persona, por USB, por el paquete semanal, a través de las redes sociales…; de cualquier manera es posible apretar el botón de Play y darnos gusto con nuestro artista favorito.
Y pensar que se puede decir que esto inició en el siglo XV con ediciones en papel (o en China sobre el siglo VIII; pero esto es materia del próximo artículo). Hacia 1450, el alemán Johannes Gutenberg inventó la imprenta de tipos móviles, imprimió la Biblia y poco después se comenzó a usar esta tecnología para extender y resguardar la música litúrgica. En aquel entonces, los fabricantes de pianos ganaban el dinero que luego ganaron los vendedores de discos, pues la única forma de transmitir la música era la directa, hasta que luego apareciera la posibilidad de reproducirla en los diferentes soportes. Quienes querían escuchar música debían comprar las partituras y hacerlas tocar en sus sitios de reunión. Este es el verdadero inicio de la distribución y venta de ejemplares de la música en Occidente
Hasta inicios del siglo XX los editores de partituras dominaban el mercado de la venta de música. Los conciertos en vivo tenían una importancia incalculable. Claramente, existían diversas formas de hacer música en vivo para cada estrato y grupo social.
Así empezó lo que hoy se conoce como la “industria discográfica”. ¿Por qué hablo de industria «discográfica» si aún no se producían discos? Me pregunto y yo mismo contesto con otra pregunta: ¿por qué hoy se sigue hablando de industria discográfica si ya casi no existen los discos?
The venta de formatos físicos representaba en 2021 el 19% del total de recaudaciones de ventas; aunque se ha observado un proceso de desaceleración del decrecimiento entre 2017 y 2020, seguido de un crecimiento sostenido que no compite con los formatos digitales. Esto habla del regreso de los discos (los de acetato sobre todo).
De todas formas, en el pasado reciente, rara vez pagamos en Cuba por oír música. Por las condiciones en las que nos tocó “desarrollarnos”, fuimos (y de algún modo seguimos siendo) “piratas” del consumo cultural.
En realidad, “industria discográfica” se emplea desde hace mucho, se puede especular que desde 1902. El 12 de noviembre de ese año Enrico Caruso cantaba en la que se reconoce hoy como la primera grabación de un disco de música, a la vez que en Cuba sucedía la huelga de los aprendices y el inicio del período neocolonial.
El soporte disco se conocía desde finales del siglo XIX; aunque los discos de 78 rpm fueron bastante extendidos, no fue hasta la incorporación del acetato, de 33 o de 45 rpm, una versión muy mejorada de los anteriores presentada por Columbia Records en 1948, que se extiende de forma vertiginosa su comercialización a nivel mundial. Era un soporte más maleable, barato, duradero y eficiente que los tubos del fonógrafo de Edison y otros materiales que fracasaron por diversas razones.

Fuente: World Economic Forum
Si se sigue el camino del dinero, se comprende mejor el contexto. Todas las grandes empresas interesadas en divulgar las obras de artistas, guardaban relación con la fabricación de sus soportes tecnológicos. Sí, los clásicos de culto empezaron siendo simplemente parte del negocio para los fabricantes de medios de reproducción de sonidos. Había que invertir en artistas que vendieran mucho para que la gente comprara discos y tocadiscos.
El capital invertido y el obtenido como ganancia, fue tan grande entre los años 30 y 50, cuando aún estaba empezando a tomar fuerza, que terminó por acuñarse como “industria discográfica” a todo el movimiento comercial vinculado a la producción y distribución de música. La emisión de música a través de la radio y la televisión y el trabajo de las agencias de representación de artistas tienen raíces en las empresas de Edison y sus competidores, que monopolizaron y dominaron los inicios (sus huellas llegan hasta nuestros días y están en la génesis, incluso, de muchos de los actores actuales del ecosistema musical).
Pero en rigor, no debería confundirse la “industria musical” con la “discográfica”, ya que la producción, distribución y comercialización de productos contentivos de audio musical es solo una parte de la cadena. Desde los compositores, los productores, los ingenieros de sonido, los luthiers, los ejecutantes en vivo, los managers y agentes de booking hasta las empresas de ticketing de los conciertos, sin olvidarla tendencia cada vez más extendida del “artista independiente” (esta persona que es todo en uno y que usualmente tiene como fase cumbre de su desarrollo natural ser acogido por la “industria discográfica”) forman parte del ecosistema industrial que venimos describiendo.
Con todo el avance de las Web 2.0 y 3.0, las plataformas digitales de contenido musical, los NFTs, y la proliferación de artistas y sellos independientes, se ha ampliado y diversificado la oferta musical, y ya es menos normal que se pueda concentrar en un mismo grupo de actores todo el capital que circula en torno al entretenimiento. A fin de cuentas, no se puede olvidar que la música es sólo una parte de los recursos destinados a ofrecer distracción (están los videojuegos, con distancia la sub-industria más potente de esta rama; el cine, la fotografía, etc.).
Lo que está centralizado hoy ya no son los medios de producción. Hemos vivido un proceso de democratización del acceso a estos. Hacer música dejó de ser lo complicado; lo difícil es ser visible para conseguir venderla y, por lo visto, los dueños históricos del mercado temen por el futuro.
Es lógico que exista tal incertidumbre respecto a lo que va a pasar. El mundo ha cambiado, las tecnologías nuevamente influyen en los destinos de casi todas las “industrias”, incluida la de la música; y ahora en lugar de comprar casetes, los ponemos de fondo de pantalla. Ni siquiera concebimos pagar por poner una foto en el móvil. Los nostálgicos de hoy hemos rescatado las viejas tecnologías; pero justamente eso hace pensar que estamos en una etapa tan efímera como la música que consumimos.
(To be continue…)
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