
Yoyi Lagarza y su caja de crayolas
Lo que más llama la atención de Jorge Luis Lagarza (La Habana, 1988), cuando uno lo ve por primera vez, es su pelo. Un pelo que se alza orgullosamente afro y por estas fechas con unas puntas vistosamente amarillas, a la manera de sus admirados raperos norteamericanos. Y es una pena. Porque lo menos importante de Lagarza es su pelo. Es en sus manos, en lo que su cabeza hace decir a sus manos, donde está la maravilla.
Si usted ha tenido la fortuna de asistir a alguno de los conciertos de Daymé Arocena, ese reluciente portento de la canción cubana, habrá caído alguna vez bajo los efectos del encantamiento que Jorge Luis Lagarza ejerce. Desde los teclados y el vocoder de la banda que acompaña a Arocena, Lagarza ha ido forjando una personalidad intensa –demasiado intensa, dirían algunos– que lo distingue en el siempre vibrante panorama de los jazzistas cubanos. Pero su trabajo junto a Daymé es apenas la punta del iceberg; “Yoyi” es además uno de los pilares de Real Project, un proyecto que marca el paso de la vanguardia jazzística del patio; y a la par comienza a desarrollar una carrera como productor musical, en la que ha demostrado una versatilidad e inquietud poco común, que lo ha llevado a colaborar con artistas tan variados como Luna Manzanares, Charly Mucharrima, Nube Roja, Habana voice, un cuarteto de jóvenes tenores y la instalación sonora para una obra de arte contemporáneo.
Aunque siempre que nos encontramos conversamos de nuestros descubrimientos musicales (el 2019 comenzó con ambos deslumbrados con el nuevo álbum de James Blake), en septiembre de 2018 decidimos dar cauce a nuestros intercambios en una entrevista formal.
Cuando uno lo escucha al piano –especialmente cuando toca en vivo– difícilmente pueda imaginárselo quieto más de 10 minutos, hablando de un mismo tema. Pero el tipo puede. Vaya si puede. Lagarza es un conversador nato, alguien a quien si le das un pie forzado puede estar horas navegando por los corredores de su mente. Su salsa, donde más a gusto se siente, es hablando de música, por supuesto. Será por su pasión por la producción, por entender, traducir y explicar lo que sucede en otras cabezas.
Sentados uno frente al otro, Yoyi se percató del tatuaje de John Coltrane en mi brazo, y comenzó a tararear entusiasmado la melodía de My favorite things. “Esa melodía es para la historia”, dijo y enseguida procedió a contarme una anécdota que a él le pareció oportuna:
“Una vez yo me encontré un italiano, viejito, viejito, que se pasó toda la vida detrás de esa gente, cuando era joven, y él me dijo una cosa: ‘Hay una pila que se murieron jóvenes, por las drogas; ¿tú sabes lo que pasó con esa generación? Que ellos se dieron cuenta de que estaban haciendo algo que iba a cambiar la historia, y ellos sintieron que el gobierno no les prestaba la atención que merecían. Entonces lo que hicieron fue crear, crear y crear, y a la misma vez matarse’.
“Hace un tiempo me estaban haciendo una entrevista en España, y yo decía que creo que la salvación de esto―sospecho que se refiere a la música cubana, pero no me lo confirma―, está en nosotros [los jóvenes jazzistas], pero igual no nos prestan los recursos que necesitamos”.
Lo anterior sirve para describir perfectamente cómo funciona el estilo de Lagarza. Su cerebro es una mezcla de maestro de ajedrez con caballo de carreras, y siempre va (aparentemente) desbocado, saltando de un tema a otro, realizando unas conexiones que apenas se intuyen pero que si se presta atención efectivamente estaban ahí.
¿Mientras crecías, qué te influyó de tu entorno?
Desde pequeño veía la música como algo en lo que me sentía libre y me hacía feliz. Crecí escuchando, bailando y cantando la música de la época. Mi mamá no es músico, pero canta súper bien –toda mi familia es musical–, creo que la mayor influencia fue mi mamá.
Un día, de niño, vi un video de Chucho [Valdés] –no sé cómo llegué yo a un video de Chucho. Cuando yo vi eso dije “si yo puedo hacer eso, yo puedo lograr todo”. A lo mejor otro muchacho se inspira en “quiero ser piloto, quiero ser futbolista”, pero toda esa maestría y virtuosismo me tocó, fue lo que me cambió y a partir de ahí dije “yo quiero ser pianista, yo quiero ser músico”.
¿Cuáles son los músicos con los que has ido creciendo, de los que te llegaban por el entorno y luego esos que empezaste a elegir, cuando fuiste más consciente?
Esa pregunta me gusta porque casi siempre piensan que como soy pianista y me gusta el jazz mis influencias son jazzistas o pianísticas. A mí realmente me influyó todo. Mi padrastro oía boleros todo el tiempo: Vicentico Valdés, Ñico Membiela, Domingo Lugo, Rolando Laserie, yo me sé todo eso de memoria, y después, con el trabajo que hice con Ivette Cepeda, me reencontré con todo eso.
Herbie Hancock es mi paradigma, por su persona, su mensaje, su filosofía con la música. Pero también soy fanático de Prince, que para mí es lo más grande que puede llegar a ser un artista. En los últimos tiempos he seguido mucho a Daft Punk, me atrae su manera de ver y relacionarse con la industria.
Está Benny Moré, por supuesto. Yo lo tengo ahí, al lado de Michael Jackson, McCartney y Lennon. Benny Moré es para mí de los más grandes artistas que ha tenido este país, y yo lo sigo todo el tiempo. Era el típico cubano: tomaba, era de la calle, pero cuando cantaba todo el mundo hacía silencio. Grababa todas las tomas de primera, me inspira eso, la seguridad en sí mismo puesta en función de la música.
Y ya hablando de pianistas, soy fanático de gente como Brad Meldhau, Joey Calderazzo, y Gonzalito Rubalcaba.
Mencionabas a Ivette Cepeda, y tengo entendido que por ahí empezó tu carrera
Sí, yo hice cositas antes, pero de manera sostenida fue con ella que empecé.
Y estuviste varios años con ella.
Siete años.
Y después sé que has trabajado con Luna Manzanares, Diana Fuentes y bueno, ahora tocas con Daymé Arocena. ¿Hay alguna explicación a la recurrencia a trabajar con este tipo de formatos relativamente pequeños, con una cantante como líder?
Creo que eso explica muchas cosas de mí. Siempre lo digo, realmente tuve la suerte de empezar con Ivette. Un día ella me dijo algo –y se lo agradezco toda la vida–, “¿cómo tú te puedes saber Hojas muertas y no te sabes El Manisero?”. Eso cambió mi vida, porque cuando yo empecé con ella cantaba boleros y canciones que había escuchado pero que en mi vida le había prestado atención, y tuve que estudiarme eso muy fuerte. Por esa época Ernán [López-Nussa] me dio también uno de los mejores consejos que me han dado en mi vida. Le pregunté “Ernán, ¿a quién fusilo?”, y me dijo, “fusila al Bola”. Al final es lo tuyo, pero como viene de aquí la gente a veces lo tiene demasiado cerca y no lo ve.
El trabajo con las cantantes me encanta, lo disfruto, y se me da porque las entiendo bien y ellas me entienden a mí. Lo más difícil es que ellas te pidan algo y tú saber responderles en el menor tiempo posible; no pensar “tengo que hacerlo rápido por quedar bien”, sino dejarte llevar. Por supuesto también influye conocer a las personas, porque las cuatro cantantes que has mencionado no tienen nada que ver una con la otra, y siempre es difícil.
A mí me pasó una cosa. Estuve siete años tocando con Ivette, y cuando haces solos con una cantante tienes un espacio de tiempo, porque la protagonista es la cantante, no es como en el jazz instrumental, que vas a hacer un solo y es el discurso que tú quieras dar y puedes decir cosas en tres minutos como también puedes decirlas en media hora. Cuando empecé a adentrarme más en esta parte de pianista de jazz, me costó trabajo salir del esquema de hacer los solos cortos; lo daba todo en los dos primeros ciclos, y después me decía “¿y ahora qué sigue?”. Pero todo eso me dio pie a estudiar, a conocer.
¿Qué te motiva a meterte en esos caminos de la producción musical y los arreglos, en lugar de quedarte como un músico acompañante? ¿Por qué meterse en esos “problemas” de la composición y la dirección musical?
Creo que eso viene con uno, con el carácter y la personalidad. Hay gente que a lo mejor no compone, o no arregla, pero son los mejores pianistas ejecutantes, y en cambio los hay que son genios de la composición. A mí me nace estar en constante cambio.
Yo me la pongo dura a mí mismo. No quiero que me enfoquen como pianista; yo soy un músico, y estoy abierto a todas las posibilidades. Yo quiero hacer un concierto con un coro; y otro con la Camerata; y otro solo con instrumentos de viento; y otro súper electrónico. Tengo muchas ideas en mi cabeza, pero a la misma vez estoy metido en muchos proyectos de producción. No quiero que suene egocéntrico, pero al asumir esos retos he encontrado que me encanta la producción musical, porque me hace sentir que puedo expresar las ideas y la música que tengo todo el tiempo en la cabeza. Con la producción puedo poner esa caja de crayolas completa en función de alguien.
Yo quiero ser artista, que la gente diga “el Yoyi es artista”, no que digan “el Yoyi es pianista, arreglista, compositor, director de una banda, o productor”. Lo soy, pero soy artista sobre todo, así quiero que me vean, y pienso que para ser artista hay que dejar que el arte corra. Lo más importante es ser sincero con uno mismo; uno tiene que saber en lo que es bueno y en lo que no.
Mira, tengo una duda sobre la que me gustaría saber tu opinión. ¿Qué crees que ha pasado –en Cuba, al menos– que el jazz no ha sabido conectar con un público más amplio, más allá del público que lo sigue como género? Hubo un momento donde había una NG La Banda o un Irakere, que supieron, desde el jazz, entender cuál era la música popular, y colarse ahí, y siento que está faltando eso hoy… ¿qué sientes tú, como participante de la escena contemporánea del jazz cubano? Yo estoy loco por ver, por ejemplo, cuándo el jazz y el reguetón en Cuba se van a encontrar.
Sobre esto último, yo he trabajado con reguetoneros, y te digo que hay varios que respetan mucho al jazz y sus músicos. Hay reguetoneros que cuando saben que van a trabajar con jazzistas sienten que tienen que cantar bien; para ellos los jazzistas son los músicos más virtuosos, y eso es bonito. Claro, los hay también a los que no les importa tu trabajo… Ruly [Herrera] y yo hemos pensado en trabajar con algunos en Real Project; hay reguetoneros en Cuba hoy que se pueden desdoblar…
Ahora, la otra pregunta es muy difícil. Partiendo de esa época, de NG La Banda e Irakere, creo que eso tuvo que ver con la generación, con el momento del país, y con el carácter de las personas, creo que todo eso influyó. A lo mejor antes uno se sentía un poco más libre y la gente disfrutaba más; en cambio cuando empezó a llegarnos todo esto de la digitalización y la globalización, que las cosas se fueron haciendo más sencillas, uno les prestaba menos atención a los detalles, no sé.
Por otra parte, los grandes jazzistas que venían siguiendo la tendencia de Chucho y Emiliano Salvador, todo esto que venía desde Barreto y Chano Pozo, toda esa generación de repente no estaba en Cuba –estoy pensando en gente como Gonzalito Rubalcaba, Ramón del Valle u Horacio “El Negro”. Pero también influyeron otras cosas, recuerda que fue una etapa dura para el país…
Además –está un poco fuerte esto que te voy a decir–, creo que la mayoría de los cubanos se rigen por las que no son las mejores influencias, no sé si me entiendes… Aquí la gente vive y muere influenciada por Miami, y hablo de cosas que no tienen nada que ver con la música. Ahora mismo Cuba entera se está vistiendo igual; puedes ver 50 muchachos y todos están iguales, y se ponen cualquier cosa porque es lo que usa el que está pega’o.
Cuando me propusieron hacer la producción musical del disco de Charly Mucharrima y Los Niches no lo vi como otro cobro; lo primero que me pasó por la cabeza fue “esta es mi oportunidad de levantar el rap cubano, desde mi humilde perspectiva”. Quiero hacer un trabajo musicalmente interesante, aportar al rap cubano, poniendo todo el trabajo musical en función de la letra y de los coros.
Ya estamos en el 2018 y es hora de que la gente sepa realmente que el talento musical cubano es vasto. Todo el mundo sabe del virtuosismo musical del cubano, pero también somos personas que tenemos cosas que decir. Por qué no podemos ponernos en función de eso y quitarnos las paredes mentales. Vamos a hacer algo original; el sello cubano no tiene que ser una clave y una tumbadora. Tú eres cubano aunque yo te ponga un beat de los setenta.
Cómo puede ser que Camila Cabello se nos haya adelantado haciendo Havana, que es un paletazo, cogiendo un sample cubano, porque pensábamos que hacer eso era una chealdá, “no, lo mismo de siempre, un tumba’o con un beat”. Orishas lo hizo, y fue un suceso. Después hubo un vacío, y viene una americana… pero no digas tú Camila Cabello, Cardi B, con esa idea del I like it estaba ahí a la cara…Y yo pienso, “nos están estudiando, les gusta la música cubana y la respetan”. Yo me pregunto cómo fue que se les ocurrió a ellos y no se le ocurrió a un cubano acá. Aunque también está la pregunta: si se le hubiera ocurrido a un cubano, ¿hubiera tenido el mismo éxito?
Tengo la sospecha de que no.
¿Y por qué?
Creo que ahí entran en juego otras cosas… hay una cuestión comercial…
Claro, Rafa, pero empieza desde aquí (se toca la sien)…
Aquí el mercado está cautivo, y ahora todo es digital, y si el primer público que te consume no tiene acceso a las tiendas ni entra en el circuito internacional de conciertos no tienes desde dónde lanzarte; fíjate que lo que despega desde Cuba es porque despega en Miami. Si logras llegar a Miami tienes la posibilidad de pegarte; si no, no pasas del reconocimiento local. Mira el caso de una banda tan reconocida como Interactivo, que nunca ha logrado dar el salto.
Creo que es la banda más virtuosa de la música cubana actual. Son como el Earth, Wind & Fire nuestro. Yo los respeto, y cuando los veo digo “caballero esa es la banda que debería estar en todos lados” porque creo que tienen el verdadero sello cubano, de la música cubana, pero tienes razón, es local. No sé decirte qué pasa. Yo nos echo la culpa a nosotros mismos, me digo que es la mente; aunque también hubo gente que quiso intentarlo pero no recibió una buena recepción, y entonces, en vez de buscar otras salidas lo que hicieron fue cerrarse, acomplejarse, buscar métodos que no sirvieron, y se enredó todo. Pero estamos en el 2018 y creo que hace mucho tiempo es hora de traer los nuevos estilos, las nuevas tendencias.

Jorge Luis «Yoyi» Lagarza. Foto: Kako Escalona / Magazine AM:PM.
Formas parte estable de una banda reconocida, y tienes un trabajo en paralelo como productor musical, ¿por qué te interesa sumarte a proyectos más personales como Real Project, o esa idea de tener un álbum como solista?
En primer lugar, queríamos defender la música que nos gusta. En Real Project los cuatro tocamos en diferentes proyectos que nos aportan como individuos, pero teníamos la necesidad de decir cosas de nosotros por nosotros mismos. Todo partió del disco de Ruly; nos encantó la sensación que hubo en el estudio, donde nos dimos cuenta de lo que pasa cuando los amigos se reúnen a tocar juntos. Por un lado, nos quedamos con las ganas de volver a hacerlo y a la misma vez pensamos “vamos a defender los nuevos patrones de música que se pueden hacer en Cuba, las nuevas influencias; vamos a partir primero de la sinceridad de las composiciones”. No queremos hacernos famosos ni millonarios; queremos que la gente tenga conciencia de la música, que se sientan identificados con ella porque es cubana, aunque no se escuche cubana.
Es como si fuera una familia. Aunque Ruly y yo tenemos el peso de la composición, ahora Rafa [Aldama] está escribiendo sus composiciones. Al final la música es de los cuatro porque todos influimos y nos respetamos.
Ahora, sobre mi proyecto…, quieres que te diga la verdad… Yo no había pensado en eso, sentía que no estaba listo. Pero la gente empezó a preguntarme “¿Oye, ¿cuándo vas a hacer algo tuyo?”. Para mí no estaba listo –para mí todavía no estoy listo. Creo que tengo que decir muchas cosas con Real Project y tengo que estudiar más. Pero la gente empezó a embullarme y eso me encantó. Me dije: “Bueno, como se lo debemos todo al público, vamos a ver”. Y empecé a componer y tengo algunas cositas ahí que cuando se las enseño a la gente les gusta. Todos los días hago un tema y todos los días lo cambio mil quinientas veces; por eso digo que no estoy listo. Estoy un poco más decidido, pero todavía tengo que estudiar un poco qué es lo que quiero; hay un balance ahí que debo lograr.
Por supuesto, en la producción tiene que estar Ruly. Yo no quiero que Ruly toque porque, al final, si Ruly toca, va a ser un proyecto como el de Real Project o parecido al suyo propio. Además,–lo estoy anunciando aquí– quiero grabarlo con José Carlos [Sánchez] y Rafa [Aldama]; uno tiene 20 años y el otro 22. Siento que ellos tienen una energía tremenda; ya yo tengo 30, y no es que esté obsoleto, pero quiero defender a esos muchachos que son súper jóvenes y a la vez, sin que me quede nada por dentro, dos de los músicos más virtuosos que hay en la escena de la música cubana.
Aquí tú sabes que eres joven hasta los 50.
Sí, pero digo jóvenes jóvenes. Cuando yo tenía 20 años yo no tenía ese poder musical de ellos. No me refiero a tocar bien, sino a la mentalidad, a saber lo que quería. Ellos ya la tienen.
Mi mayor miedo ahora mismo, en relación con mi álbum, es hacer un producto a la vez local e internacional, porque la gente aquí o se enfocan en una cosa o se enfocan en otra, pero cuando se tienen que enfocar en las dos creo que no lo logran. ¿Cómo puedo hacer un álbum que llegue a toda Cuba y, a la misma vez, cuando lo oiga alguien fuera de Cuba diga: “eso está súper bueno”?
Quiero hacer mi disco sin todos los tabúes que hay en Cuba; con un sentido amplio de la producción. ¿Por qué no puedo meterme dos años haciendo el disco?, yo no tengo ninguna presión. Quiero tener la libertad de, si quiero, grabar un piano en el medio de 23; o grabar un coro en el baño de la Catedral, donde hay un reverb muy especial. A lo mejor alquilo un turno de seis horas y grabo nada más que un tema, pero yo estoy completamente seguro de que ese va a ser el tema. Yo no tengo que grabar: “Oye, caballero, son seis horas y hay que grabar dos horas por tema. Arriba, que son tres temas”. Yo lo que quiero es poner la consola a grabar, los micrófonos listos, y entonces decir: “Caballero, miren, yo tengo esta idea”. Y empezar a partir de ahí. ¿Por qué no? ¿Por qué hay que pagar un estudio, y a unos músicos, y la comida de unos músicos? Quiero tener esa libertad.
Quiero capturar esa inocencia de la primera toma… que al final es como una inocencia preparada. Yo soy de los que cree que las primeras tomas siempre son las más logradas, porque cuando empiezas a repetir ya la cabeza empieza a coger un freno, a coger un leitmotiv que tú dices: “No voy a salir de ahí”.
Yo voy a hacer mi disco, voy a tratar de hacer mi música libre; siendo yo mismo. Sin nerviosismo, dejándome llevar, aprendiendo de esos muchachos jóvenes, jóvenes de verdad. Quiero partir de ahí, aprender a ser una familia musical, que diga cosas que la gente respete, le guste. De verdad que sí. ¡Vamos a ver!
¿Y hay algún otro proyecto caminando?
Hay muchos proyectos interesantísimos con Bis Music, como el homenaje al Grupo de Experimentación Sonora [del ICAIC]. Contaron con Real Project y nosotros al momento les dijimos: “Vamos a hacer un homenaje diferente”. Escogimos 10 canciones que no son las conocidas. No es Comité, no es Cuba va, ni ninguna de esas. Ha sido interesantísimo porque nos repartimos el trabajo: tres arreglos Ruly, tres arreglos Robertico, tres yo, y uno entre todos. Yo escogí tres canciones que creo que casi nadie conoce. Voy a hacerle un homenaje a Emiliano Salvador, que toca el piano en Tonada para dos poemas. Escogí un tema que se llama Repentino, de Pablo Menéndez, donde Sara González, Silvio y Anselmo Febles ponen las voces, y descubrí un tema de Sergio Vitier, Corales se llama, muy hermoso, y quiero hacerle un homenaje también. Yo me enfoqué más que todo en lo instrumental.
A cada rato me digo: “caballero, estoy en tantas cosas y no me doy cuenta”. Pero bueno, todo lo cojo con calma, un día a la vez. Lo estoy haciendo porque hace falta –yo sé que solo soy nada, soy un grano de azúcar en un tanque de 100 libras–, porque quiero aportar desde mi punto de vista. Vamos a ver cómo sale todo. Ojalá que de ese granito de azúcar salga una limonada, algo que por lo menos la gente se lo tome y refresque un poco.