
Yo vine a querer / Boris Larramendi
La peña de 13 y 8 es un lugar envuelto en leyenda, maquinaria de mitos musicales. De esta locación capitalina emergió Habana Abierta en 1996. Ese mismo año la agrupación aterrizó en Madrid con el objetivo de promocionar su álbum Habana oculta (BMG Music Spain / Ariola, 1995) y, desde ese entonces, no dejaron de sucederse los éxitos. Con el paso del tiempo, sus integrantes, solistas de afición gregaria, optaron por desarrollar sus carreras de manera individual, acordando conciertos con asiduidad. Vanito Brown, Luis Barbería, Andy Villalón, Kelvis Ochoa y Boris Larramendi son algunos de los más recurrentes en el reencuentro. Pero hoy vengo a hablarles, precisamente, de Boris, quien todavía festeja el éxtasis resultante de su último lance discográfico.
Yo vine a querer (Borisongs LLC/ ASCAP, 2021) deviene fonograma dinámico, voraz, de letra incisiva y determinante. Asentado en la tradición contestataria de sus trabajos con Habana Abierta (Asere, ¿qué volá?, acaso la más popular), Boris acude a la música para liberar las angustias del emigrado, “culpable” de no padecer la desdicha de sus coterráneos, repetido en el recuerdo de los rezagados. Se adhieren a este perfil La realidad —tema que revela la impronta rockera de su autor, amplificando la experiencia eléctrica en Heriberto Rey y su solo de guitarra—, Llegó el animal y Allá en Cuba (pieza-epílogo que condensa todo el empeño denunciante mostrado en el álbum).
Aun así, existe en estas diez canciones espacio para el afecto y la cercanía, hay todavía tiempo para querer. Siempre estaré inaugura el CD, florece carnal. Esta guajira (género reiterado en Guajira del pelícano, tema que propicia una ejecución virtuosa de la kalimba y la marímbula) resulta un dechado de optimismo, un ofrecimiento de refugio. Ivette Falcón destaca en el cello, acariciando sus cuerdas, al tiempo que Pável Urquiza, veterano colaborador, pulsa con soltura el ukelele, regalo polinesio.
Yo te la toco, por su parte, tiene en las emanaciones de la nostalgia su principal seducción temática. En el apartado instrumental, Michael Fernández hace suyo el bajo y Segundo Mijares, con el saxofón como estandarte, nos retrotrae hasta la cadenciosa fascinación del jazz. La penúltima pista de la placa, de nombre La próxima fiesta, coquetea con nuestra añoranza y le da voz a dos habituales de Habana Abierta. Kelvis Ochoa aúna bríos vocales con el ya referido Pável Urquiza en una invitación para la coincidencia, una propuesta de reunión, un motivo “para volar por encima del gorrión”.
Como potenciador para esta destreza instrumental, Boris solicitó el apadrinamiento técnico de Oscar Autie, un acostumbrado en la gala de los Grammy. Yo vine a querer fue mezclado en el californiano El Cerrito Studio, que ha contado con artistas de la talla de Jackson Browne, Diego El Cigala, Fito Páez, Issac Delgado, Carlos Varela y Silvio Rodríguez, entre muchos otros. Así, Boris Larramendi pule asperezas y acicala la factura de su fonograma, rubricado bajo el sello de tan prestigiosa casa.
Los géneros en este CD se sobrescriben y entretejen. La mixtura germina múltiple, en heterogénea fusión de ritmos que se antojan (a primera vista) irreconciliables. La calidad y variedad de los invitados (en comunión con las apetencias universales de Boris) favorecen la vecindad entre géneros “dispares” y dispersos en el espectro de la música popular. El rock, el funk y el jazz se cruzan con un poco de flamenco y bossa nova. Asimismo, el artista recurre al changüí, la timba y la guajira, siempre aderezados con algún ritmo sonero, marca de la casa, firma personal.
El público, que agradece las producciones de composición plural, estará de plácemes mientras consume este último disco de Boris Larramendi. La variedad genérica estimula los sentidos y nos invita a aguzar el oído, a la zaga de alguna clasificación conveniente. La voluntad de denuncia que destila el álbum, tan agradecida por el cubano que transita (sofocado) bajo el sol político de la Isla, sabe turnarse con el canto al amor y a la fiesta. En resumen, no existe motivo suficiente, en esta placa, para no dejarse querer por Boris.